Partida Rol por web

Al final los dos guerreros llegaron a su destino. El norteño se izó, llevando consigo la pesada carga del dragón muerto, hasta de caer rendido al suelo mientras Morgan apretaba los dientes para elevar el saco y dejarlo en la dura superficie antes de hacer lo propio consigo misma. La reacción de Lirian no fue una sorpresa para la mestiza que sabía que sobrevivir a un combate contra un dragón no era fácil de digerir, incluso ella sentía una agitación en su interior que podía disimular solo gracias a los años de adiestramiento en ocultar sus emociones.

El abrazo que le dio el bardo sí que la cogió desprevenida, parpadeó con sorpresa sin tiempo ni recursos para poder reaccionar, pero sus palabras sacaron una medio sonrisa que dejó al descubierto los colmillos. Mientras Rivoel se alejaba ella se agachó y abrió el saco dejando a la vista los objetos que había traído. 

-En la isla hay más objetos e incontables monedas. -cogió el escudo y se dirigió a los paladines -Este escudo es... raro, apenas pesa y cuando me lo he puesto he sentido algo extraño, como repulsa. 

Esperaba que ellos supieran si tenía algún conjuro.

Dorn apretó los dientes al sentir que sus guanteletes le impedían tirar de la cuerda con la fuerza que desearía enrollo parte de ella en la muñeca mientras rezaba para poder llegar a tiempo, sabía que escamanegra se encontraba ahí mismo pero parecía lejos, lejos no, en ese momento se dio cuenta de que la energía del dragón no se alejaba, disminuía aquello le dio mas fuerzas al enano si cabe - tirar!!- grito con la misma voz que animaría una cuarta de enanos arrastrando una vagoneta llena de mineral - tiraaar!!!!- repitió con fuerza a la luz que Kraum coloco emergieron poco a poco Morgan, Lirian y, lo supo antes de verlo, el cuerpo sin vida de escamanegra.

Cuando Morgan estuvo libre se dirigió a ella -bien hecho- acto seguido mojo el guantelete con la sangre del dragón se acerco a las tres estatuas, se arrodillo con una mano en el suelo y sin levantar la cabeza dijo con voz alta y clara -señores, señora que vuestra morada quede en paz y libre de la perfidia que la mancillaba con su presencia, aquí podéis ver su sangre- se quedo en silencio un rato antes de volver a levantarse.

Entre todos, pronto arrastramos el cuerpo de Escamanegra escalones arriba, pero no sin antes asegurarnos de que había dejado definitivamente los Campos Sembrados. ¡Incluso muerto, su aspecto era pavoroso! Yo jamás había visto un dragón, y menos de cerca, pero era tal como decían los libros: su piel negra, como una malla de pequeñas lascas quitinosas; sus dientes, como navajas; sus alas, de cuero. ¡Qué terrorífico habría llegado a ser! Morgan no tuvo que señalar la herida fatal: de un profundo tajo en el cuello del dragón aún manaba la sangre, oscura como la tinta. Era una visión hipnótica.

Los vítores de Rivoel no me sacaron de mi embelesamiento, pero sí sus gritos de alarma por el llanto de Lirian. Corrí junto a ellos de inmediato, sólo para descubrir que aquellas no eran lágrimas de dolor, sino de puro desahogo. Pronto, yo, como el bardo, estaba también llorando y riendo a la vez. Apenas escuché las inspiradas palabras de Rivoel, pues me arrojé al suelo y, postrado, empecé a darle las gracias a la Gran Madre por habernos bendecido con la vida y la victoria. Sé que Abrahel también rezaba cerca, inclinada sobre el monstruo, agradeciéndole a Torm que le hubiera otorgado el privilegio de enfrentarse a él: para ella, matarlo había sido cumplir con un deber. Y no lejos de ella, Dorn también rezaba. Fue en aquel momento que todos lo sentimos, como si la propia montaña respirara al fin, libre de la corrupta presencia de la sierpe. No lo supe entonces, pero ahora estoy convencido de que los silentes dioses enanos estaban escuchando a su paladín y nos daban las gracias.

Poco a poco, fuimos asimilando el triunfo y recuperando la calma. ¡Qué diferentes parecían de pronto aquellas cavernas! Puras, apacibles, sagradas. A la luz de la armadura encantada de Lirian -cuya magia aún habría de durar un rato, pero no lo suficiente como para acompañarnos hasta los túneles orcos-, Kraum, que aún no se creía lo que habíamos hecho, observaba todo con los ojos como platos, mudo. Todos acudimos a ver las piezas que Morgan había traído del islote: una diadema, un pesado collar, un par de brazaletes y dos pectorales rituales; todo ello enjoyado, todo de finísima factura enana, todo de claro propósito ritual, y todo de plata (sucia por el tiempo). Además, había en el saco un buen montón de monedas enanas, también de plata, con el signo de la luna en cuarto tumbada, como el de la estatua de la diosa. Y estaba aquel escudo, plateado, impoluto, sin mácula. Unas runas enanas y símbolos en su superficie, incluida la misma luna, grande en el centro, eran perceptibles en su superficie.

—«Klachfang» —leí, por un lado—. «En la riqueza, piedad»​ —ponía, por otro—. Y... ¿«Masca-Piedras»? —decía una última línea—. ¿Un clan?

La paladina lo cogió y se lo colocó.

—Es ligero como mimbre… —dijo al momento. Al cabo de unos instantes:— Ugh. Ya lo noto. —Posó entonces su otra mano sobre su superficie, acariciándola, y cerró los ojos.— Torm, haz de mi mano la Tuya: que el Mal no puedaesconderse ante Tu rectitud —rezó, repitiendo ese mantra un par de veces. Finalmente:— No hay magia maligna en él.

Era todo lo que podía decir.

Congregados en torno al tesoro, nos preguntábamos cuál era el siguiente paso. ¿Debíamos intentar sacar aquellas riquezas? ¿O debíamos tomar la cabeza del dragón y largarnos a terminar nuestra misión, a riesgo de no poder volver a por ellas? ¿Nos dejarían pasar los orcos? ¿Cómo sacaríamos aquel pesado botín? El retorno a la superficie por el camino conocido nos llevaría más de dos horas. Teníamos agua fresca, aceite y comida de sobra, pero muchos estábamos heridos y agotados, y otros empapados y hacía frío. Si queríamos calentarnos de algún modo, probablemente tendríamos que usar el carbón y los antiguos muebles de las estancias superiores.

Efectivamente: todo parecía apuntar a que esas runas, «Masca-Piedras», hacían referencia a un clan, aunque los nombres de muchos antiguos clanes enanos se escribían de un modo y se leían de otro, y por ello te fue imposible saber el nombre exacto escondido tras esa grafía. «Klachfang», por su parte, era una forma arcaica de decir «Colmillo Escarpado». ¿Quizás el antiguo nombre de la montaña? La frase sería sin duda un lema.

Morgan escuchó las palabras de Códice, que leyó y tradujo para el grupo lo que ponía en las caras del objeto, y luego siguió con interés los movimientos de la paladín.

-No sabéis pues la causa del malestar que emite el escudo.... quizás el padre Enethek pueda arrojar alguna luz sobre ello. -la guerrera miró a sus compañeros y agregó -Ya que estoy mojada no me importa volver, si atamos otra cuerda podríamos hacer pasar varios sacos mas, así no hace falta que nadie más pase*. Yo diría de coger lo que podamos y llevarlo al templo, si al subir parece que los orcos nos ponen problemas les decimos que queda suficiente para ellos.

No quería decirlo en voz alta pero que Dorn no supiese nada de la estatua de la diosa enana, unido a la rareza del escudo, la tenía un poco -tirando a bastante- intranquila. Ella no era religiosa pero sabía que había veces que era mejor dejar a los dioses lo que era suyo. Sin esperar respuesta, pero prestando atención a lo que dijeran, se acercó a sus pertenencias y extrajo una botellita de la bolsa del cinturon, la vació de un trago y sintió como se acababan de cerrar todas sus heridas. Con las fuerzas renovadas se dirigió al cuerpo inerte del dragón, miró la botella y la llenó de sangre, no creía que sirviese para nada pero quizás podían vender a los orcos la idea de que otorgaba fuerza o algo parecido. Luego desenfundó el espadón y con una última mirada solemne cortó la cabeza de un certero tajo, hizo lo mismo con las garras y desprendió varias escamas pequeñas, no más grandes que su puño**.

Una vez desahogado y con una idea más o menos claro de todo lo que había pasado, Lirian se encontró con las fuerzas suficientes como para ponerse en pie. No tardó en unirse a los halagos, cumplidos y abrazos que se repartían entre cada uno de los miembros que habían hecho posible aquella gesta. Desde luego, Escamanegra había sido un hueso duro de roer, no le extrañaba lo más mínimo que, entre sus fauces, destrozados por sus garras, hubiesen caído todos los que habían decidido hacerle frente. No cabía la menor duda de que habían sido bendecidos por los Dioses.

La atención del norteño acabó recayendo en asuntos más terrenal, como no podía ser de otro modo dada la muestra de plata y riquezas que tenía frente a sí. ¿Pu...puedo? - Preguntó, antes de echar mano al escudo para probar su peso. Era la primera vez que veía una reliquia enana y la verdad es que no le defraudó lo más mínimo.

Estoy de acu...acuerdo con Morgan. El pa...padre Ene... Ene...Enethek podría saber algo si si si se lo mooostramos. - Bajó la cabeza y mentalmente comenzó a barajar por encima a cuánto oro ascenderían todos aquellos tesoros. No obstante, al reparar en la figura de Dorn, brindando su triunfo a los Dioses moradores del lugar, un comezón se hizo presa de su pecho. Esperaba que no sucediese lo mismo que ya había pasado con la paladina Abrahel en la cámara del ogro. 

Yo po...podría pasar nadando tam...también. - Se ofreció. No sólo lo hacía porque se consideraba un gran nadador, que lo era, sino también porque la mestiza ya se había arriesgado muchísimo anteriormente adentrándose en las aguas. Además, esperaba que uniéndose así a la proposición de Morgan, lograran arrancar al enano su parecer acerca de llevarse aquellas riquezas que al fin y al cabo pertenecían de su pueblo.

Poco a poco todos se fueron recuperando del tenso combate y tras asimilar la derrota del dragón se empezó atrazar el plan para salir de allí sanos y salvos.

- Recordad que es más que probable que este lago tenga una salida a la montaña. Si la encontramos podríamos volver por allí y evitar la tribu. Además de no correr riesgos los orcos   no se atreverían a entrar sin saber con certeza si Escamanegra está vivo o no. Darán por hecho que nos ha derrotado...  

Rivoel arrancó varias de las plumas blancas del dragón y las dejó en diferentes puntos de la orilla sobre el agua. Si había alguna salida la corriente llevaría a alguna de las plumas hacia allí.

A Dorn le extraño la mención de la guerra sobre el escudo ¿a que malestar se refería? se acerco y al pasar junto al bardo recordó que este tenía amplios conocimientos sobre historias y leyendas - mira a ver que recuerdas sobre los colmillo escarpado o algo similar - luego se dirigió a la guerrera -¿a que tipo de malestar te refieres? ¿puedo verlo? - dijo refiriéndose al escudo

Tras las palabras de Dorn Rivoel tomó el escudo y lo examinó fijándose bien en los emblemas intentando recordar alguna historia que hablara sobre su dueño o del clan enano al que pertenecía. Tras unos instantes el bardo pareció  parecía haber recordado algo...

Yo mismo también apoyé la idea de llevar el escudo al hermano Enethek, el amable sacerdote de Dumathoin en Qark: no parecía nada raro que tuviera algunas respuestas. Sin embargo, ese rufián de Kraum tenía algo que decir:

—¿Ir al templo? —preguntó asombrado. Luego, negó con la cabeza, nervioso.— No sabéis a quién os enfrentáis… El Puma habrá mandao vigilar los caminos que llevan aquí… ¡Es imposible que lleguemos al pueblo sin que mis camaradas nos pillen y nos lleven ante él! —gritó asustado, pero ya no por el dragón, sino por su jefe—. No por el camino por el que hemos venío, el único seguro… —musitó, mirándonos—. Y aunque lo logremos, tendrá hombres esperándonos en el pueblo: ¡sabe que sois amigos del enano! ¡Yo mismo se lo dije! —Parecía cabreado de que no fuéramos capaces de ganar al Puma—. ¡No sé cómo me convenciste, bardo! —abroncó a Rivoel—. ¡Os va a matar bien muertos...!

—¡Cállate ya, miserable! —intervino Abrahel, furiosa—. ¡Por Torm, que no tememos a la escoria de tus socios! ¡Les haré pasar por mi acero si osan interponerse en mi camino!

Aquello pareció callar al alguacil de Qark, pero sus palabras nos habían dejado pensando. Mientras todos reflexionábamos sobre el asunto, Dorn y yo empleamos nuestros poderes para curar en la medida de los posible a los heridos. Además, Dorn, como Lirian, se probó el escudo. Aproveché para responder a Rivoel, que había enloquecido definitivamente -eso cría- y se había puesto a jugar con plumas al agua.

—¿No hemos hablado eso ya? —le dije algo exasperado—. Sí, sin duda hay otra salida de estas cuevas… ¡Pero seguramente es bajo el agua! ¡Por el lago! ¡Él podía respirar bajo el agua! —exclamé, señalando el cadáver despiezado de Escamanegra y perdiendo un poco la calma—. ¿No recuerdas las huellas del dragón en la orilla? O peor: ¡por la catarata! —Me planté.— Prefiero mil veces a los orcos.

Pero mi compañero ya no me escuchaba: dos de sus plumas no se habían movido del sitio, pero la otra se alejaba del templete; más concretamente, de la esquina entre la estatua de Moradin y la de la diosa desconocida. Sí: obviamente, había una corriente. Lo sabíamos desde el combate en el puente. Otra cosa era a dónde llevaba. ¿Y si nos dejábamos llevar y acabábamos arrastrados por la corriente a un túnel bajo el agua, sin aire que respirar? Me aterraba la idea. ¡No éramos peces! No yo, al menos.

Morgan terminaba por entonces su particular carnicería, en la que había saqueado el dragón como quien saquea de un mercadillo: la cabeza, las patas, escamas… ¡La sangre! Había olvidado al primo de Dorn. Me sentí mal. «¿Estará bien?», pensé. Cuando terminó con el dragón, le pregunté a Morgan en qué consistía exactamente el tesoro de la isla, y ella me lo explicó: allí había una pila enorme de monedas de plata y un buen puñado de pesados objetos rituales. No lo dije en voz alta, pero me quedó muy claro que poco íbamos a poder sacar de las minas, a no ser que nos cargásemos como mulas.

No habías oído ese nombre en tu vida y no sabías por qué el enano te preguntaba por ello: ¿no se llamaba la montaña «Colmillo de Piedra»? El escudo tampoco te decía nada nuevo: el símbolo era claramente el de esa diosa que no conocías, sí, pero ni «Klafchang» ni «Masca-Piedra» te decían nada, y menos aquel lema… El resto de los signos del escudo parecían ornamentales. En cambio, la sensación que estaban describiendo tus compañeros sí te recordó algo que habías oído en una vieja leyenda: en ella, un humilde herrero enano quería crea un digno tributo a Moradin, pero que fuera a la vez difícil de robar. Por suerte, un pequeño elemental de acero se apareció y le ayudó a forjar una hacha espléndida que, al ser blandida, sumía al portador en tal tristeza que éste no podía sino ponerse a llorar. De este modo, el hacha espantaba a los ladrones que quisieran llevársela del templo al que la había donado. Quizás el escudo tenía un embrujo semejante, menos potente, o quizás debilitada por el tiempo. Quizás el objetivo era incordiar al ladrón, más que asustarle.

Al coger el escudo, te invadió una ligera sensación de... repulsión. Al principio no fuiste del todo consciente de ello, pero para cuando te lo colocaste en el brazo ya era bastante clara, como lo era su origen: el propio escudo. Y no es que oliera a nada, ni que fuera horrendo -al contrario-, ni asqueroso al tacto, ni doloroso, ni repugnante de algún modo a la razón o al espíritu, ni nada parecido: el desagrado era puro, libre de toda mediación sensorial o intelectiva. Era el escudo en sí lo que era repulsivo. Por otro lado, nada que no pudieras sobrellevar. Además, era excepcionalmente ligero para ser de plata o de acero... ¿De qué material estaría hecho? La sensación desagradable desapareció tan pronto lo soltaste. Por lo demás, el escudo no tenía más que garabatos ornamentales.

Al coger el escudo, te invadió una ligera sensación de... repulsión. Al principio no fuiste del todo consciente de ello, pero para cuando te lo colocaste en el brazo ya era bastante clara, como lo era su origen: el propio escudo. Y no es que oliera a nada, ni que fuera horrendo -al contrario-, ni asqueroso al tacto, ni doloroso, ni repugnante de algún modo a la razón o al espíritu, ni nada parecido: el desagrado era puro, libre de toda mediación sensorial o intelectiva. Era el escudo en sí lo que era repulsivo. Nada que no pudieras sobrellevar, claro. Además, como había dicho la tiflina, era excepcionalmente ligero, y al momento te percataste del porqué: ¡mithril! ¡Un auténtico escudo de mithril! La sensación desagradable desapareció tan pronto lo soltaste. Por lo demás, el escudo no tenía más que garabatos ornamentales.

Tras inspeccionar el escudo el bardo negó con la cabeza en clara señal de que no conseguía saber nada sobre el peculiar objeto.

Atónito y horrorizado tuvo que retirar la mirada al ver como comenzaban a descuartizar al dragón - ¿ es necesaria tanta barbarie? No es suficiente con vencer al dragón y ganar su tesoro...? Dijo entre indispuesto y enojado antes de comenzar a dar algunas arcadas. Acto seguido  Cogió la luz y tambaleándose ligeramente fue siguiendo la dirección de la pluma que se alejaba del templete, con la esperanza de  descubrir alguna salida del agua al exterior.  

Tantos abrazos incomodaban un poco a la mestiza, que no estaba habituada al contacto físico más allá de la lucha, por lo que se centró en la tarea del despiece y asintió al ofrecimiento del norteño de acompañarla a la isla, al fin y al cabo él también estaba ya mojado por lo que no le encontró nada de especial a su propuesta. Todos parecían de acuerdo con las acciones a seguir hasta que se volvió a elevar la molesta voz de 'La ley'. Morgan descargó su desagrado en la zarpa delantera izquierda del dragón cortándola de un solo tajo, cuando la otra le había costado tres intentos, y dejó escapar el aire suavemente para controlar su genio. Este ejercicio le recordó un tiempo cuando lo necesitaba hacer a cada rato pues no podía mostrar sus sentimientos ni ideas.

-En el trato que hicimos con El Puma, dijo que no había más pago que el libro, que si queríamos dinero lo consiguiéramos en las cuevas, y eso hemos hecho. Parar en el templo de Dumathoin antes de ir a verlo solo nos llevará unos instantes, -la guerrera se acordó entonces de que habían dejado al primo de Dorn y sacó el bote con sangre de dragón -además tenemos que probar si podemos curar al paciente que dejamos allí. Si tu jefe nos quiere matar, no le importará esperar un poco más. 

Se acercó al enano y le dio el frasco, por su parte la discusión estaba zanjada, irían al templo por encima de la nariz y los dientes de quien se pusiera por delante. Oír a Códice hablando con el bardo hizo que prestase atención a lo que este último hacía, si pudiesen salir por el agua era la mejor opción pero como no sabían cuánto debían estar sin respirar era una locura -Quizás...- una idea se comenzaba a formar en su mente pero se vio interrumpida por el elfo y sus remilgos.

-No, no es suficiente. -contestó llanamente frunciendo el ceño sin entender si estaba de broma o la tensión hacía que no recordase las condiciones de la entrega del libro -Necesitamos su cabeza para el Puma. -y señaló la pieza que había dejado desangrándose  -Si encuentras la salida me avisas, me gustaría echarle un vistazo.

Cambió de tema sin darle importancia a ninguno de los dos y fue hasta el borde de la construcción para limpiarse la sangre, tanto de su cuerpo como de sus armas.

Dorn agradeció a Morgan el acordarse de su primo, a su vez cogió tres cosas, un poco de carbón, un poco de sangre y una escama del dragón.

sin mediar palabra se situó delante de la estatua del mayor de los dioses y vertió la sangre antes de asentir ceremonialmente acto seguido se dirigió a la extraña diosa y le ofreció el carbón encendido por ultimo deposito la escama como ofrenda al tercero de los dioses.

¿cuanto tiempo podeís contener la respiración? ¿cuanta cuerda tenemos?

Morgan estaba acabando de secar como podía tanto la daga como el espadón, rumiando si sería prudente intentar salir por el lago, cuando el enano hizo dos preguntas con ese mismo fin.

-Mi cuerda y la de Códice son ésta. -dijo señalando a su cintura, pues en previsión de volver a la isla no se había desatado -Yo aguanto bien treinta unos doscientos latidos.*