Partida Rol por web

El Hakhim, con su lanza de combate, se mueve con la elegancia y la sutileza de un guerrero nato. Sus movimientos tienen una gracilidad hipnótica, y sus estocadas son letales.

Parnassus volvió a la arena tras una dura jornada de entrenamiento. El entrenador había decidido enfrentarlo a uno de los dos nuevos, para ver las posibilidades que tenían. No habría público, pero la sangre sería igual. El objetivo del combate no era ganar para el aspirante; sino probar que al menos podía dar un buen espectáculo muriendo, en caso de que se las arreglara para que lo mataran.

Según el entrenador, el enfrentamiento tenía un doble propósito: Parnassus tenía que practicar las nuevas técnicas que había aprendido a lo largo de su último duro entrenamiento. El aspirante se había presentado como un maestro en paradas, y si alguien podía valorar eso, ese era Parnassus.

El guerrero entró en el coso observando a su oponente con denodada curiosidad, pues en sus rasgos advertía el espíritu de la exótica Anat, con un duro aditivo de facciones masculinas; un hombre como ella... sangre de su estirpe, latir de su latir. Por un instante una punzada inesperada aferró su pecho. ¿Celos? No, no era posible; tal vez solo inquietud. Los celos solo les estaban permitidos a la gente que poseía cosas, y los esclavos no entraban en esa categoría.

Escapando de la desconocida selva de sus sentimientos, su mente vagó por terrenos menos pantanosos y más familiares. Le causaba curiosidad la táctica defensiva del hombre del desierto: en lugar de armas anchas con las que poder detener golpes con facilidad, el luchador portaba un arma de asta; un extraña elección para un especialista en defensa... aunque Parnassus ya comenzaba a imaginarle posibilidades a aquella lanza. Aun así, las armas de asta tenían un defecto: eran casi inútiles en las distancias cortas, y tenían el arco de acción limitado por el lado por el que el cuerpo no las cubría. Así, Parnassus zigzagueó a la izquierda de Kiurbu, tratando de avanzar más allá, a donde su brazo palanca se resguardaba tras su figura. Verían primero cuan rápido era:

-Muéstrame lo que sabes, hakhim.- dijo con tono monocorde el gladiador escudado, antes de comenzar una serie de movimientos prácticamente de academia de combate, tras posicionarse en el flanco izquierdo de Ormuz.

Su intención era ver si su oponente había recibido las nociones básicas del combate cuarpo a cuerpo y si seguía esa dinámica o había llegado al punto de desarrollar su propio estilo. La única diferencia era que Parnassus las tenía tan mascadas que brotaban como relámpagos de su instinto.

canela fina la habilidad de Ormuz... lo que yo daría por algo así. ¿Medio brazo?

Así que ésta es la arena...

Observando desde el eje central la magnificiencia del colisseo, prácticamente vacío. No costaba imaginar a miles de gargantas vociferantes, reclamando la sangre y la muerte de los entregados guerreros... subyugados al clamor popular. Me daban asco, no por rehusar a la sangre si no más bien por el mundano propósito que le adjudican... el placer y la diversión. Mi propósito es bien distinto... y por éste, debía complacer, a mi manera, los deseos de aquellos seres hedonistas.

Me agaché de cuclillas, apoyándome en la lanza, para recoger un puñado de aquella hipnotizadora arena en mi mano... una arena teñida tantas veces con sudor y la sangre. La coduje hasta mi frente para reposarla allí... y cerré los ojos, en la intimidad otorgada por mis cabellos azabache. Inevitablemente, y como ocurre en estos casos, no pude evitar que mi mente vagase hacia otros tiempos... otros lugares. Liberé aquella arenisca lentamente, dejando que sus minúsculos elementos acariciasen mi antebrazo... y su aroma me embriagase. Nada que ver con el que recordaba... y aquello me volvió a trasladar al presente... al ahora... al Colisseum.

Abrí los ojos. Alguién se aproximaba, pude distinguir su silueta entre el polvo arreciado por la creciente ventisca que me había dado la bienvenida... al igual que yo, su alma porta una pesada carga... un alma que, a diferencia de la mia, está protegida con una máscara. ¿Quién eres tú?.

Me incorporé para recibirlo dejando caer el resto de arena de mi mano. Mi ojos negros lo observaron con curiosidad creciente. ¿Acaso te avergüenzas de tu rostro?. No había duda, quién si no este hombre sería el enviado del entrenador para ponerme a prueba... una prueba muy dura, pues había oido hablar del hombre la máscara... de Parnassus. Uno de los favoritos de sus sibaritas majestades, quizás por la cantidad de sangre que vertieron sus armas. Aquello me daba exactamente igual, la prueba era un paso más hacia mi propósito... el resultado de la misma me era indiferente.

Cita:

Obviando las presentaciones, aquel hombre ya se había movido astutamente tomando el flanco débil. Un tipo pragmático... una máquina de matar obediente... pero letal. Sentí como sus ojos dorados analizaban cada uno de mis movimientos... y mi arma, y eso que ni me había comenzado a moverme. ¿Disfrutaba?. No lo creo...

-. ¿Tienes tanta prisa...?- Respodí en tono afable acompañando las palabras con un sincera sonrisa. Mis ojos lo seguían de reojo... sin duda era un oponente rápido y cubría con trabajada excelencia su cuerpo. -. Mi nombre es Kiurbu, Parnassus... y es verdad que nos os deseo ningún mal.- Mientras zigzagueaba en mi izquierda. Aquel tipo iba a atacarme... sin mediar más palabras. Con un movimiento rápido tracé un amplio circulo de seguridad con la lanza, sin girar mi cuerpo... levantando una humareda de polvo a mi alrededor.

Tal como había previsto se lanzó como una fiera por mi franco izquierdo... pero no lo suficientemente rápido como para alcanzarme. Su poderío físico hizo temblar mi lanza que había bloqueado filo. -. ¿Se te enfría la sopa amigo?...- Bromeo con una sonrisa en mis labios, con ambos rostros bien cercanos... y pude ver sus preciosos ojos a través de la máscara. -. Si es así, será un placer invitarte a otra...-

Sin darme tiempo a descubrir si mis elocuentes palabras habían surtido algún divertido gesto en mi amigable oponente, nuestros cuerpos se separaron dolorosamente de nuevo.

Estaba seguro de que el anterior ataque simplemente había sido para ponerme a prueba... la ironía es saber quién pone a prueba a quién. Afiancé mis pies en la mimosa arena, que parecía querer trepar por mis piernas... sin duda atraída por la pura savia que recorre mis venas. Yo también la echaba de menos... tanto.

Decidí esperar con cautela al siguiente movimiento de Parnassus... apenas habíamos comenzado a sudar. -. Llevas el suficiente tiempo aquí para que aclamen tu nombre, Parnassus... ¿Me mostrarás los misterios del Colisseum?.- La intimidad que nos otorgaba la arena podría favorecer mis indigaciones.

Primero el hakhim demostro a su contrincante que estaba mas que familiarizado con su lanza; que no era sino una extension de su voluntad. La primera premisa del luchador.La demostracion era obobviamente necesaria para alguien que trata de probar su destreza y su espectacular dominio, pero Parnassus ya habia superado dicho paso.

Parnassus dibujo media sonrisa al ver girarse como su de una hoja al viento se tratara a su adversario. El arco de su lanza fue perfecto, y la sujecion maleable, dispuesta a amortiguar el impacto de sus mas pesados escudos, impresionante. En efecto, este guerrero habia sido entrenado en las mas refinadas tacticas de detencion. Habia identificado sin problemas su pauta basica y habia respondido con inteligencia a su lance. El movimiento ademas tenia cientos de detalles que senalaban que era de su propia cosecha, en gran medida.

-Buena parada. Pero mi actitud no es prisa; es enfoque. Salgamos de los estandares; quiero ver que mas hay.- concedio el habitualmente silencioso gladiador a un adversario que merecia su atencion.

A pesar del despliegue de Kiurbu, el guerrero de los escudos sentia que todavia podia enseñarle un par de cosas al diletante. El esclavo del coso giro su torso a un lado, con las guardas cubriendo en un extraño muro lateral, que arranco una mueca de desconcierto del hombre del desierto, pues estaba por el lado contrario al adecuado. Mientras Parnassus avanzaba con decision hacia Ormuz, los escudos mariposearon en un cerrado arco alrededor de su cabeza.Si no detenia la carga, el luchador seria arrollado. La lanza volvio a enfrentarse a los escudos, que ya habian camiado de lado, pero en cuanto el asta choco contra el izquierdo, en descenso, el derecho giro por detras de la cabeza de su atacante y aparecio en arco de derecha a izquierda, directo a estamparse contra el lateral de la cabeza de Kiurbu.

El hakhim retrocedio aturdido, con un abanico de su arma manteniendo a raya a su habil oponente. Parnassus aprovecho la pausa para hablar:

-Realmente el vuestro debe de ser un pueblo pacifico. Ya se lo dije a tu vecina: ataca; si no sangro, no ganas.- advirtio Parnassus, mientras seguia hablando pausadamente para dejar a su enemigo algo de tiempo para recomponerse -La mascara no es mia, sino de mis dueños, y la pusieron ahi para que golpes como el que acabas de recibir no me desfiguraran.- concedio el gladiador a su oponente, mientras estudiaba la gravedad de sus heridas.

Maldita sea. Sentí mis pies tambalearse ante el impacto de aquellos endiablados escudos en mi cabeza. Si no fuese por mis bien afianzadas piernas, a buen seguro la arena recogería ahora mi aturdido cuerpo. Una arena demasiado tentadora... una arena insaciable que comienza a beber mi propia sangre.

Aghhhh, me obligué a espabilar con escaso exito. Apenas podía enfocar a mi difuminado contrincante enmascarado. ¿Cómo era posible?, aquel hombre embestía como una bestia. Jamás había experimentado nada igual. El sudor comenzó a asomar en mi rostro llamado a gritos por el acuciante dolor. Supe en ese instante que derrotarlo a campo abierto era prácticamente imposible... o quizás aun tuviese alguna oportunidad.

Recibí sus palabras como una tregua temporal. Todo un detalle para agradecer... no deja de ser una mera prueba. Sin duda, no tendría ese generoso beneplácito con el exaltado público aclamando mi sangre. Apoyé el peso de mi cuerpo sobre la lanza y mis azabaches ojos asomaron, acompañados de una sonrisa, entre los alborotados cabellos negros. -. Mi pueblo...- Más recuerdos de arena y sangre. No podía permitirme distracciones en estos momentos, pronto la tregua llegaría a su fin. -. Entonces debería encargarme una, ¿no crees?.- De buen humor y acariciándome la sangrante herida de mi sien. -. Aunque dicen por ahí que los monjes obran milagros con las heridas... sean en dónde sean.- Aparto mi cabello con la mano ensangrentada, sin importar si quiera que su rastro carmesí se mezclase con el azabache. -. La mercancía deteriorada no vale lo mismo...¿verdad?- Estudié su reacción con la mirada afilada. -. ¿Es eso lo que realmente quieres?... ser mercancía!!.- Y decidí provocar a la bestia...

Apremiado por las palabras, intenté alcanzar su máscara con el filo de mi lanza trazando un inesperado arco ascendente... o no tanto. Demasiado lento o él demasiado rápido. Parnassus intuyó, seguramente, mi movimiento antes que yo mismo; y a pesar de mis esfuerzos por rectificar la errónea maniobra su endemoniados escudos mordieron la carne de mi torso. Mi sonrisa se borró dando paso a una mueca de dolor.

Una mala elección, la provocación, para este combate... pero quizás una buena maniobra para el futuro. Apenas un parpadeo de dolor y lo volví a encontrar en su acorazada posición... otorgándome otra pequeña tregua, con sus extraños ojos en continuo estudio. -.Buffffffff... Puedes decir lo que quieras amigo, pero tu "enfoque" va demasiado deprisa... jajajajaja.- La sincera carcajada me provocó un acceso de tos, además de intensificar el punzante dolor. Debía tener al menos dos costillas rotas y un buen tajo. -. Cof... Cof... Cof... sinceramente, espero que sea verdad lo de esos monjes...- Recobrando la sonrisa en mi cara... en mis ojos. -. Aunque, si no te importa, prefiero prolongar nuestra agradable charla un poco más...- Afiancé de nuevo mi lanza con ambas manos, la tregua llega a su fin. -... porque si NO es lo que quieres Parnassus, quizás podamos ayudarnos mutuamente...- El Colisseo vacío y la soledad de la arena, me ofrecían una íntima oportunidad para buscar un aliado para mi anhelado propósito... y aquel hombre, Parnassus, podría ser uno de ellos.

Me preparé de nuevo para su nueva embestida... ¿Me mostraría aquel hombre enmascarado la muerte?... Será un placer conocerla... La sonrisa perenne en mi rostro. Mi alma no está en paz, sin embargo en esta ocasión sabía que volvería de entre los muertos...

Había un nuevo contrincante en la arena, y Delderius deseaba probar como luchaba. Era un hakim. Y eso era interesante por muchas razones. Salí al campo de la arena y lo miré a los ojos.

Su lanza podía darme problemas... bien. Sería divertido. Realicé antes de empezar el combate mi demostración con las armas. Pero la impaciencia de un nuevo adversario era demasiado, y mi demostracion no tuvo el exito apetecido.

Espere el ataque de mi adversario

El hombre lo confundía con sus palabras como Anat sabía hacer perfectamente solo con la mirada. Parnassus extendió sus ojos en una fina grieta, pero los pensamientos ya se habían abierto paso en su mente y ocupaban un espacio precioso que destinarle al combate. Intercambió varios golpes entre lanza y escudos, sin conseguir absolutamente nada, y entonces se separó ofuscado:

-Lo de los Monjes es cierto, pero duele, más que nada en el mundo. Tras la primera vez pondrás más atención. Seguro.- dijo Parnassus obviando la extraña conversación solapada del hombre.

Respiró hondo y expiró; se sumergió en un combate que hacía poco que había vivido. Uno en que había visto apagarse ante el velo del asesino interior unos dulces ojos sabor miel... casi idénticos a los suyos... no muy distintos de los de este oponente. El espectro suyrgió de su interior como un torrente; no era nada personal, pero no podía permitir que destruyeran sus años de defensa psíquica ante una vida inciertamente suya... ante una muerte tras otra. La expresión de Parnassus se volvió de marmol y su convicción cortó el aire como una navaja afilada.