Partida Rol por web

Parnassus continuó apretando y Hugo sintó como el aire comenzaba a ser un bien escaso para él.

Finalmente Hugo consiguió liberarse, al borde de la muerte y tosiendo. Hizo un arco con la daga para alejar el inminente ataque de Parnassus, pero en realidad el gladiador solo lo había dejado ir para rematarlo. Interpuso uno de los escudos en la trayectoria de la hoja enemiga, mientras el otro revanaba la garganta de su oponente. Todo terminó muy rápido.

Una vez más escuche la llamada...Hugo a la arena!!!, es tu turno!. Dejé de afilar las dagas, tomé unos segundos e inspiré profundamente...Debía luchar otra vez.

Entré en la arena con paso seguro, los vítores se mezclaban con los abucheos de aquellos elfos oscuros, que observaban con éxtasis los sangrientos combates que tenían lugar allí.

Esperé a mi contrincante, sin dar importancia a quien podría ser, al fin y al cabo que importaba, me encontraba casi al final de un largo camino, y pronto alcanzaría la paz...

De repente los gritos aumentaron en intensidad, mi contrincante salía a la arena. Espere en el centro observando como se acercaba aquella hermosa mujer...sus velos bailaban con el suave vaivén de sus caderas...acompasadas, perfectas, rítmicas...

Me incliné a modo de saludo, aunque sin apartar mi mirada de su persona, algo que hacía mucho tiempo que había aprendido...

De nuevo nos encontramos en la arena...queda ver qué nos depara el destino!.

Con un ademan de mi mano le incité a que se acercara. Mientras sacudía la cabeza recordando el hechizo de su danza. Había llegado el momento.

Siempre me había parecido divertido ese gesto, el del luchador que reclama a su oponente con un gesto de la mano. Era como si te estuviera diciendo "¿te atreves?" o un "anda, va, acércate..."

En mi caso estaba claro: iba a acercarme. Lo hice, sin dejar de sonreir, sin dejar de moverme.

-Sí, Embozado. Recuerdo que achacas tus muertes al destino. Pero, ¿estás seguro de que es eso exactamente lo que quiere de ti...?

El primer giro me dejó a su lado, casi encima. Podía rozarle con mis dedos, podía atraparle con un velo, si quería. Lo rocé, rocé su mejilla y le inundé el cuerpo de susurros... voluptuosas voces que le llevarían a zonas placenteras de su propia mente, y le dejarían algo más expuesto.... pero, ah!, nunca puedes subestimar a tus enemigos... a tus oponentes. Su cadera me desvió, y me cogió por sorpresa. Me desequilibró con su movimiento. Inestable, me rehíce pronto, aunque quizá no lo suficiente...

La mujer se acercó lentamente, con el suave contoneo de sus estilizadas caderas…Mi mirada prendida en cada uno de los velos que cubrían su cuerpo, tratando de evitar, el cautivador hechizo que se apropiaba de los corazones de los presentes, si es que aquellos seres oscuros que gritaban de excitación, tuvieran uno…

No, no fue suficiente. Sentí sus dagas penetrar en mi garganta, y con ellas la muerte. La sangre manaba desatada, alegre, llevándose con ella todas mis fuerzas. Pero... aún no estaba muerta. No, aún no estoy muerta...

No podía apenas hablar, el profundo corte no había seccionado lo bastante como para privarme del habla, ni impedía que el aire llegara a mis pulmones, pero la pédida de sangre me debilitaba a cada segundo que pasaba. Quería contestarle, gritarle. Apenas balbuceaba...

-Al que... busco... para eso... Embozado... se muestra... abiertamente... altanero... seguro... desalmado...

Seguía moviéndome. Era, es mi sino. Mi vida, desde que me vendieron al Harén, no ha sido otra cosa, es lo que sé hacer, y lo hago bien. Peligrosamente bien. Bailaba pues, herida, pero seductora aún así. Y aún así, casi por instinto, mis movimientos llevaban mis manos hasta su cuerpo, buscando el resquicio donde inocular mi veneno.

El oscuro encapuchado era rápido, y no lo logré. Se giró como un torbellino, mi mano tan cerca de él sintió el frío del acero, que dejó su huella desde la palma hasta el antebrazo. Una huella roja y tremenda. Apenas conseguí zafarme de la otra hoja, que se dirigía a mi muslo, por encontrarse mi otro brazo también camino del suyo, se trabaron las manos, y tras el fugaz encuentro, se destrabaron...

Llovió su cuchillo sobre ella, y llovió la sangre de ella sobre la arena. No se apercibía ya casi del dolor, y se movía por inercia. Una inercia debida a las horas de entrenamiento, a una técnica aprendida con lágrimas y miedo, y sí, también... a una fuerza interior más templada que el mejor acero.

A pesar del estupor que velaba su conciencia, del embotamiento de sus sentidos, pudo deslizar aún una aguja en el brazo de Hugo. Pero éste, antes, había dejado el suyo inerte, pendiendo de su cuerpo, con un corte largo de su daga que no sólo lo seccionó a la altura del hombro, sino que penetró por la axila y siguió un recorrido atroz hasta casi rozar el pulmón. La Bailarina estaba a un hálito de distancia de perder la vida.

-Mi... salvación... es... justamente... vencer.... solo.... si logro.... vencer....

Quizá ella supiera qué quería decir con esas palabras. Musitadas, arrancadas de su pecho con esfuerzo y dolor. Quizá en el fondo de su mente, de su voluntad, tuvieran un sentido. Dado su estado, no lo parecía...

Blanco. Una extensión infinita, un mar sólido, de oleaje inmóvil. Las gotas en mi mano se escapan entre los dedos, soy una niña... juego. El mar blanco es mi hogar, en las dunas cálidas mi cabello libre corre tras de mi, trenzas de azabache, una nave soy surcando el Desierto...

Amarillo. Brillas en lo alto, puedo sentirte besar mi piel, pintarla de oro, revestirla de reflejos y matices, mi piel canela... siento tus dedos en ella, Sol de Vida, tu caricia me recorre, y me estremezco, astro del verano, de mi verano, luz de mi juventud.

Rojo. Llegaste como el Viento, sin avisar, me tomaste desprevenida, perdí la inocencia de mi mirada con la herida abierta, herida de mi corazón puro. Ya no, pagué el precio, he crecido y te has derramado en mí, y yo te he derramado en otros, pero es mi turno, me dejas, sangre, escapas con mi vida.

Negro. No es necesario cerrar mis ojos, mis pupilas se han prendido de la noche eterna, te he visto en otros ojos, me miran y asienten, es mi hora, la muerte de nuevo, una y otra vez, mi muerte, tu muerte, la condena. Vivir...

Tenía ganas de enfrentarse a él de nuevo, habían luchado dos veces, y en ambas él había ganado. Hugo, un hombre extraño, esquivo... tocado por su propia senda, por su destino. Por otro lado... ¿quién no...?

Se adentró en el círculo del coso con los ojos entrecerrados, buscándole. Ahí estaba, una silueta oscura, envuelto en su capa, la capucha cayéndole sobre el rostro, ocultando sus facciones.

-Aquí me tienes de nuevo, hombre misterioso. No tengo nada contra ti. Pero me gustaría poder decir que he conseguido ganarte...

No esperó respuesta, la Guadaña inició su danza de acero.

Una noche de matices... así se asomaba en el círculo del Coliseo. Sin embargo, para Deseo ese manto rojizo del que se había revestido la luna no tenía nada de funesto. Su corazón aleteaba y cada pequeño cambio a su alrededor era una fuente más de belleza, algo que admirar, una faceta más del diamante perfecto de la vida, tal como ahora la percibía.

Así, la luna y su velo, o la suave caricia de la lluvia que empezaba a caer, que traía a su mente recuerdos de infancia, estigmas del pasado, pusieron una sonrisa en su rostro. ¡Qué riqueza a su alrededor, qué de belleza derrochada para quien pudiera gozarla!

La cálida cortina de agua los empapó, y como una señal acordada los llevó a la lucha, dejando atrás las ensoñaciones ancladas en la sensación. Miró a Hugo, buscó sus ojos entre las sombras de su faz escondida. Tenía curiosidad, no lo reconocería si un día se lo topaba con él frente a frente, en la calle, sin su capucha. Pero si conseguía atrapar su mirada... ¡ah...! Eso era otra cosa... asomarse al interior del alma, tantear la profundidad que yacía en el otro lado del espejo de las pupilas...

¿Quién estaba luchando con ella, quién se ocultaba en esa capa, quién moría, quien mataba...? Y... ¿por que...? "en serio crees que el ganador de la lucha había sido yo!?...", decía. ¡Quien podría saberlo...?! De cualquier modo, ambos compartían algo, tenían algo en comun: tenían un destino que les pertenecía solo en parte. Aunque seguían siendo un misterio, el uno para el otro, y ellos para el resto. Incluso... puede que para sí mismos.

Atrapó por fin una mirada. Justo cuando estaban impulsándose el uno hacia el otro, justo cuando se precipitaba el acero, cuando la muerte asomaba, justo entonces apenas un destello de entendimiento. No hubo color, no hubo reconocimiento. Pero sí comprensión... y asentimiento.

-Encuentra aquel al que buscas, cumple tu sino. Tu alma atormentada no merece la tortura del asesino, sino  la paz del peregrino...

La Guadaña habló, hablaron las dagas. Lo mismo daba. Habían hablado las miradas.