Partida Rol por web

Cuando veo que los animales salvajes se acercan, doy dos golpes con mi arma esperando a eliminar dos canes diferentes, y así poder ganar algo de tiempo. Giro mi arma por encima de mi cabeza y al primero que se me acerca le asesto un palazo que le hace chillar al pobre animal al impactarle en los cuartos delanteros, sonrío al ver que ha salido bien, y vuelvo a intentar golpear al segundo, pero sin éxito.

El próximo asalto iba a estar muy apretado.

A pesar de que el golpe que le ha propinado Xoan Manoel al mastín llevaba una fuerza considerable, estos perros no son normales; la jauría está enloquecida, hambrienta de carne humana. Las babas cuelgan de sus crueles fauces y atacan con una furia descontrolada, lanzándose hacia sus presas con toda sus fuerzas.

En un momento, el caballero y el soldado se ven rodeados de cuatro perros cada uno, que pronto comenzarán a lanzar dentelladas a diestro y siniestro. Íñigo aún puede defenderse con su cuchillo, pero Xoan Manoel no puede maniobrar con su espadón de madera y lo único que podrá hacer es liarse a patadas.

- ¡ LAMEDME LA...!

Grita el navarro mientras da cuchilladas a diestro y siniestro con desigual fortuna.

Los canes lanzan dentelladas a Íñigo desde todos los ángulos, suficientes como para convertir a cualquier persona en un amasijo de carne desgarrada por sus poderosos colmillos: el vascón siente la presión de sus colmillos sobre todo en el abdomen, pero también en el brazo con el que sujeta el cuchillo y en la pierna izquierda. Pero... ¡sus colmillos no pueden traspasar las mallas de su loriga! La están haciendo pedazos, pero la armadura permite a Íñigo seguir de una pieza. Esta vez sí que puede decir que la loriga le ha salvado la vida.

Envalentonado por ello, el vascón se lía a cuchillazos con uno de los perros y logra quitárselo de encima: el can yace inconsciente ahora en el suelo.

A Xoan Manoel le ocurre exactamente lo mismo: siente las dentelladas de los canes en su brazo, ambas piernas y el pecho, pero estas no penetran por su loriga. Sin embargo, el caballero tiene una dificultad añadida, y es que con todos esos perros encima de él, no puede usar su montante.

Al sentirme atrapado por los perros, decido atacar al que le golpeé en el pecho a puñetazo limpio, apuntando a la zona que ya le fue golpeada por mi "montante".

Los perros estaban apunto de matarle, pero uno de Arreba no iba a morir por un grupo de sarnosos. Su muerte tenía que ser gloriosa o graciosa, siempre lo había dicho. Y ésta no era ninguna de las dos, así que iba  a mantenerse con vida costase lo que costase, de manera que siguió a lo suyo, dando cuchillazos de un lado a otro metódicamente.

Xoan Manoel, abrumado por el masivo ataque canino, y sujeto por piernas y brazos por las fauces de las bestias, no alcanza a golpear a ninguno de ellos.

Ahora, los perros rezagados se suman al ataque contra el vascón y se lanzan hacia él. Los otros dos le muerden en piernas, brazos y pecho, con el mismo resultado que antes: desgarran la loriga, pero no dañan a Íñigo. Este, más afortunado que el caballero, se deshace de uno de los perros que se abalanzan contra él clavándole el cuchillo primero en una pata y luego rajándole la garganta y matándolo en el acto. El perro cae fulminado en un charco de su propia sangre.

Xoan Manoel de nuevo recibe dentelladas por doquier: siente cómo los colmillos se le clavan en ambas piernas y ambos brazos, en el pecho y en el abdomen, pero por suerte no le alcanzan a la cabeza, que es la única zona que no tiene protegida. Los canes están destrozando literalmente su loriga.

Otra vez, intento golpear al perro en los cuartos delanteros, esta vez con mas éxito y esperanzas de que el perro caiga y sea uno menos que destroce mi armadura:

-More, can do Satán...

El perro al que patea el caballero aún sigue entero, pero ha recibido tantos golpes, que el animal suelta a Xoan Manoel y se aleja chillando.

Colocando los brazos en forma de cruz empieza a dar vueltas como una especie de molino y raja todo lo que se le pone al alcance.

Los colmillos de uno de los perros encuentra una de las partes destrozadas de la armadura de Íñigo y se hunden en ella hiriéndole en la pierna izquierda, pero Íñigo le lanza una cuchillada que le rompe la pata, y el animal huye cojeando.

También uno de los canes que ataca a Xoan Manoel le hiere en la parte del brazo que ya no le cubre la loriga, y a continuación otro le muerde en la cara, aunque solo le hace un rasguño.

Íñigo vuelve a romper otra pata a uno de los perros hundiéndole profundamente su cuchillo. El vascón es una bestia luchando, mucho peor que los dos perros que aún le atacan.

El caballero vuelve a sufrir una herida, esta vez algo peor: uno de los perros le desgarra el cuello y el caballero se siente ya debilitado por las numerosas heridas de los canes. Para colmo, no logra alcanzar a ninguno de ellos con sus patadas. Su situación comienza a ser crítica.

En cambio, a Íñigo le va mejor: uno de los perros se tuerce la pata y se retira, y al otro el vascón le desgarra la piel cerca de sus genitales y el animal cae al suelo revolcándose de dolor. Ahora Íñigo puede ayudar a Xoan Manoel.

Sin embargo, el vascón no puede evitar que uno de los perros vuelva a morder en el cuello al santiaguista, y este cae inconsciente. Íñigo aprovecha que pilla a los animales de espaldas para romperle la pata a uno de ellos, que se retira chillando. Ya solo quedan dos.

Los animales se lanzan hacia Íñigo, pero antes de que puedan hacer nada, este vuelve a romper una pata y hiere al otro, haciendo que ambos perros se alejen.

A punto está Íñigo de cantar victoria, cubierto de la sangre de los animales que aún se arrastran por el suelo, cuando se da cuenta de que los ballesteros han aparecido de nuevo y le están apuntando con sus ballestas. Una saeta se pierde lejos, pero la otra se clava profundamente cerca de la ingle, causándole gran dolor a Íñigo.

Era una jodida masacre, el vascón no dudaba de sus habilidades. En toda Navarra se les conocía a los montañeses por su habilidad con el cuchillo y especialmente a los arrebanos, había acabado con casi todo antes de reparar en que su hermano de batalla estaba gravemente herido, iba a agacharse para cargar con él cuando se dio cuenta de que los perros no eran más que un señuelo, los verdaderos enemigos eran los hombres que se escondían como ratas.

- Aguanta mi Señor...- dijo respetuosamente, aquel noble le estaba empezando a caer con él, cuando tuviera un hueco debería pensar en lo que le había hecho y en cómo le había respondido el noble. Igual no eran todos unos hideputas... pero no había tiempo, tenía que terminar con los dos bastardos como fuese, así que se levantó y se lanzó a la carrera hacia el cobertizo primero con el cuchillo como una prolongación de su brazo y éste apenas distinguible de una masa sanguinolenta de sangre, piel y vísceras.

Cuando hubo llegado a la altura del ballestero - más rápido de lo que nadie hubiera podido imaginar de un hombre tan corpulento con armadura - lanzó su cuchillo hacia delante y esperó encontrar carne.

Tanto ímpetu lleva Íñigo cuando se dirige como una flecha hacia el ballestero, que su propia energía se vuelve contra él y acaba tropezando y rodando por los suelos, quedando a los pies de su enemigo. Sin embargo, aún conserva su cuchillo. Su enemigo alza el bracamante, dispuesto a descargarlo sobre él, mientras su compañero corre a su encuentro.

El navarro intenta ponerse en pie en lugar de atacar desde el suelo, pues como avezado combatiente que es, sabe que las posibilidades de cortarle las pelotas al ballestero en la penumbra y desde el suelo, son escasas.