Partida Rol por web

Hay una sombra acercándose a la puerta del invernadero. No ves quien puede ser, entre que las paredes son translucidas, la nieve y el viento, aunque ves que Esperanza, que ha permanecido en silencio absoluto desde el principio, la observa como tu.

Podrían ser Ana, o Alfonso... O el hombre de la máscara.

Me dispongo a comentar, bastante sorprendido, las despreocupadas palabras de Pedro sobre todos los miles de intentos que llevamos hasta ahora, pero algo cruza a lo lejos, algo aparece en el rabillo del ojo. Giro la cabeza hacia el exterior, donde moran la nieve, el viento y el insoportable frío. A través de las paredes translúcidas del invernadero veo una sombra, una silueta humana acercándose a la puerta del lugar... Miró a mi alrededor, asustado, a cada uno de los presentes y me doy cuenta de que Esperanza también lo ha visto y me mira aterrada. 

-¡Allí viene alguien! ¡¡Viene alguien!! -Digo, alzando la voz y apuntando con el dedo hacia la puerta del invernadero. 

Instantáneamente, pienso en esconderme. Es lo primero que me pasa por la cabeza, meterme bajo la mesa. -Es el fin, es el fin... Señor, líbranos de ésto. Líbranos del mal. -Me santiguo nervioso. -En mi estado no puedo meterme ahí abajo, que sea lo que Dios quiera. -Me santiguo de nuevo. 

El joven se giro como un resorte en la dirección que indicaba el cura. Las palabras se le ahogaron en la garganta, no pudo ni gritar ni decir nada. ¿Quién vendría? ¿Sería el señor oscuro del que hablo Pedro, o seria el asesino de nuevo? Estaba paralizado, como los conejos que al cruzar la carretera de noche son deslumbrados por los faros de un coche. Estaba quieto, esperando el desenlace.

Imposible. Lo que Pedro estaba contando no tenía ni puto sentido. ¿Cómo iban a llevar tantas repeticiones del accidente? Eso era imposible sin lugar a dudas. ¿O no? A Sandra la cabeza estaba a punto de estallarle, toda aquella situación se escapaba por completo de su lógica y se sentía tan cansada que, si alguien le preguntaba en esos momentos, seguramente contestaría que prefería rendirse.

Pero en cambio, cuando vio asustada cómo una sombra se acercaba hasta el invernadero desde el exterior, su primera reacción fue la de huir, salvar su vida una vez más si eso era lo que llevaba haciendo todas esas veces que Pedro decía. Sin embargo se quedó paralizada, notando cómo sus piernas se negaban a obedecer a su cabeza, mirando con terror a la sombra que se acercaba por si era el asesino y desviándola hacia Esperanza. No era ninguna alucinación de Sandra ya que la mujer también parecía haber visto algo. Y el cura también, pues fue él el que puso voz a su miedo.

—¿Y si es el asesino? —preguntó con la voz temblorosa. Tendrían que atrancar la puerta de alguna forma pero...— Quizás sea alguno de los otros Alfonso, o Ana, o... No lo sé...

Esconderse no iba a servir de nada, ya lo había comprobado con anterioridad cuando el asesino había matado indiscriminadamente. Si quería encontrarlos lo haría. Y tampoco podían huir, ¿hacia dónde? Correr en medio de la tormenta, en la oscuridad, con el frío y sin saber hacia dónde era una auténtica locura, y matar al loco homicida era misión imposible. Quizás Pedro tuviera razón y la clave residía en dejarse matar, o quizás lo mejor era que el mismo Pedro se sacrificara. Cualquiera de las opciones que se presentaban eran igual de terribles para Sandra así que, sin saber cómo reaccionar, se quedó petrificada mirando fijamente a la puerta para saber quién entraba... la muerte o un minuto más de esperanza.

La puerta se abre, y Alfonso entra en el invernadero. Lleva una pistola en la mano, y tiene sangre en los zapatos, los pantalones y el cristal de sus gafas. Os mira un segundo con la vista ida, y al observar a Pedro, en calzoncillos, le señala.

- Ja - dice. No se ríe. Lo dice.

Luego se da cuenta de la sangre en las gafas, y comienza a limpiarla con cuidado.

- ¿Quién eres? - pregunta a Pedro -. ¿Sabes quien soy yo? Porque yo acabo de descubrirlo - concluye.

El hombre asiente. 

- Eres Alfonso Ortega, ¿no? Tu hijo Carlos y tu mujer María estaban contigo, si, si, me acuerdo  - frunce el ceño, dubitativo, pensando sin decir más.

Le mira un largo segundo. Muy largo.

- Lo sabes, ¿verdad? - pregunta.

Su sonrisa es fría y distante. Como si hablasen de algo que solo ambos pueden entender.

Hay una tensión palpable de pronto. Pedro no responde, enarca una ceja como si no entendiese lo que Alfonso le acaba de decir, pero parece que algo va a ocurrir de inmediato... Salvo que vosotros hagáis algo. 

Miguel mira confuso a uno y a otro. Es la típica escena de película de acción donde el malo encañona al héroe y le cuenta sus planes para dominar el mundo. Una escena parecida aparecía en la Jungla de Cristal. Pero en esta escena, no sabía quién era el bueno y quién era el malo. Ni siquiera sabía de qué estaban hablado los dos sujetos.

Se quedó quieto, esperando. Pedro parecía tener las respuestas a todas las preguntas, así que sabría que hacer.

Aquel tipo parecía haber perdido la cabeza. Por la forma en que hablaba y su mirada parecía a punto de dispararle a alguien. Podría ser a Pedro, pero también a cualquiera de ellos. O a todos. La última vez que había intentado hacerse el héroe casi la había palmado, pero... joder, seguía vivo. Además Alfonso parecía más pendiente del otro loco que de él. Quizá tuviera una oportunidad de quitarle el arma. Ya había hecho cosas así en el pasado... aunque no con alguien que tuviera una pistola. 

Aprovechando que Alfonso parecía tener su atención en Pedro se abalanzó sobre él, tratando de agarrarle el brazo para arrancarle la pistola de las manos. 

La aparición de Alfonso dejó con la boca abierta a Sandra. Aquella historia, a cada minuto que iba pasando, se convertía en una sucesión continua de sorpresas y sustos. Lo que estaba sucediendo ahora no tenía ningún sentido para ella, sobre todo al comprobar cómo Pedro y Alfonso parecían conocerse. ¿De qué iba todo aquello? Ver la pistola en la mano de Alfonso le hizo pensar, por un segundo, si de verdad su comentario sobre matar a Pedro no habría sido toda una revelación.

Pero, con la actuación de Gero, aquella opción de ver si todo cambiaba con la muerte de Pedro se fue al garete. Sandra, en un gesto inconsciente, se apartó a un lado para evitar que, en el caso de que la pistola se disparase por accidente, no le alcanzara a ella.

Me sorprendo cuando vero que esa silueta se convierte en Alfonso. Entonces entra y parece amenazar a Pedro. El asunto comienza a descontrolarse. 

Alzo la voz. -¡No, Alfonso, hijo! ¿Qué vas a hacer? -Le hablo, asustado, con mis manos por delante. -Deja que hable, esa es la última opción... -Entonces actúa una de las únicas personas presentas capaces de parar ésto de verdad. El bueno de Gero, alguien en quien confiar.

Tengo la sensación de que Alfonso no me ha prestado atención, de que mis palabras han ido al vacío. Me consuelo pensando que, tal vez, mi intervención ha servido para que a Gero le haya resultado más fácil dominar la situación. Por un lado, me siento más tranquilo, pero otro, ahora es la vida del muchacho la que corre peligro. Y después, la de todos los demás. Me quedo quieto siguiendo con la mirada a Gero, a sus movimientos enfrentados con los de Alfonso. Miro al cielo, rogando que no le ocurra nada, que consiga detener al agresor. 

Alfonso observa a Gero abalanzarse por la pistola con curiosidad, pero no hace movimiento alguno para detenerle. Gero le quita la pistola de las manos, notando el calor en su superficie. La ha disparado, hace poco, sin duda. La escena es extraña, porque no hay violencia, solo una calma inquietante y fría.

Con una ceja enarcada, Alfonso recorre con su mirada a Gero, a Esperanza (y sonríe maliciosamente al mirar a la chica), a Miguel, al padre, a Pedro y unos atónitos Andre y Paco, y por último, a Sandra (torciendo de nuevo su sonrisa). 

- ¿Estás a gusto? - pregunta-. Vas a morir igual. La próxima probablemente sea vuestra última oportunidad. Métete un tiro y ahórratelo.

Luego se vuelve hacia la salida, y se detiene junto al umbral de la puerta.

- Voy a ver el amanecer.

Tras un largo, realmente largo, silencio, Pedro se rasca los calzoncillos y suspira. 

- Va a volver a empezar en nada... -comenta-. Si queréis entender algo, deberíais salir a ver el amanecer. 

Es extraño que hablen tanto del amanecer, porque es de día. Un día nublado y con un temporal horrible.

Pero es de día.

Con un rostro apático y frío, Esperanza mira a la puerta y dice, en un tono neutro, casi muerto.

- Creo que ya lo he visto antes - comenta, y comienza a caminar hacia allí.

A vuestro lado, Paco se aparta de la puerta y André se santigua. Ninguno de los dos parece por la labor de salir al exterior. Quizás sea mejor no saber.

Quizás sea mejor no ver nada. 

O puede que sea puro miedo, pero de una forma u otra, ninguno de los dos se encamina hacia la salida del jardín de invierno.