Partida Rol por web

El grupo, con ánimos renovados comenzó a subir las escaleras. Quint iba a la cabeza justo al lado de Faliar. A pesar de la herida, el corazón del rubio estaba armado de valor, no se amedrentaría ante el marqués. Tras ellos, caminaba Xerine, con Catherine al lado. Las dos caminaban en silencio, respirando profunda y silenciosamente. Trataban de calmar los nervios de pensar fríamente la situación para una vez dentro, actuar con precisión y certeza. La última subía Nahia, la niña. El odio al marqués es lo que le había llevado hasta allí, y le había permitido no retroceder, no darse la vuelta ante las situaciones más adversas. Cualquier otra de su edad hubiera huído, pero el corazón de la niña era fuerte.

Un paso, otro... la esclera cada vez les llevaba más arriba, y más arriba, hasta que llegaron al piso superior.

Una alfombra azul cubría el suelo de la enorme habitación circular que había en el piso superior. Por las ventanas podía verse el jardín, y, a lo lejos la mansión, con una pequeña luz titilante que cambiaba de ventana en ventana. Pero allí, en aquel círculo azul, todo era distinto. Multitud de esferas metálicas colgaban del techo manteniéndose a alturas distintas, todas rodeando a una gran esfera metálica central. Era algo parecido a un planetario gigante. 

En el centro de toda esta magestuosa obra un hombre se mantenía se pie, con un libro en la mano. Un inmenso lobo negro permanecía a su lado, bufando. El marqués de Cavalcanti les estaba esperando. Una mirada perdida hacia el lugar donde se encontraban el grupo fue suficiente para identificarlos.

Con parsimonia, cerró el libro que tenía en sus brazos, y estiró su cuerpo, moviendo cada uno de los músculos de su espalda y cuello, como si supiera lo que iba a venir a continuación. Era lógico que iban a combatir contra él, lo sabía desde hacía tiempo. Pero esperaba que el tiempo en el que se dieran cuenta del pastel fuera más largo y pudiera haber disfrutado más con sus palos de ciego.

Al cerrar el libro, éste exhaló virutas de polvo que viajaron por el aire hasta caer al suelo, lejos de allí, ajenas a lo que iba a suceder. Con mucho cuidado, agarró la empuñadura de su estoque. Un arma de gran calidad forjada especialmente para él por el herrero del pueblo. La fina orfebrería de la guarda daba un aspecto distinguido incluso a la propia arma.

Acarició un momento al gran lobo negro que le acompañaba. Le serviría como compañero de luchas y estaba seguro de que sería una molestia interesante para ellos. Sus gemelos, por mala suerte no habían servido de mucho, a judgar por su presencia aquí después de haber visitado la catedral, pero Markelais era especial. Era incluso más grande que los dos lobos anteriores, y tenía un aspecto mucho más amenazador.

Apuntando a los presentes con el arma, y afianzándose en posición de combate, se aclaró la voz y saludó a los presentes.

-Vaya... Así que ya estáis aquí. ¿Sabéis? Desde el principio me di cuenta... Nada más veros, comprendí que seríais problemáticos. Y creo que no me equivocaba. Sobre todo contigo, señorita. Creo que has demostrado ser algo más que una prostituta. Mi enhorabuena.

Y lo mismo te digo a tí-dijo apuntando a Faliar- desde el momento en que conseguiste salir de esta isla supe que eras alguien especial. Pero mis informaciones eran que habías perdido la memoria. Esperaba que no volvieras a causar problemas. Que pena que me haya equivocado.

Catherine, querida, ¿al final te has decidido a matarme? Yo tenía otros planes para tí, mucho más... oscuros. Pensaba que podrías unirte a mi reino, tomar el papel de la reina en una partida de ajedrez, en la que el propio pueblo iban a ser los peones. Os iba a conducir a la gloria.

Que pena que hayáis perdido la oportunidad. Creo que va siendo hora de acabar con esto ¿No os parece?

Xerine colocó las dagas frente a ella, en posición de ataque. Parecía una mezcla entre avispa, araña y escorpión, con sus aguijones listos y preparados, dispuestos a clavarse en cualquiera que se acercara demasiado a ella

Ya te maté una vez, querido Dijo, con tono algo irónico Sangras como cualquier otro

Faliar escuchó las palabras del marqués, y esbozó una sonrisa. No le habían hecho efecto; susurros a una pared. No confiaba en él la primera vez que lo vio, y no iba a empezar a hacerlo ahora.

- Lo siento, no voy a caer en ese truco tan viejo. Tal vez sepas algo de mi; tal vez hasta sea verdad que provengo de esta isla... Y si mi sentido del dramatismo no me engaña, sé que ahora revelarás alguna "verdad" terrible de mi pasado para intentar hundirme. Di lo que quieras; me da igual. No he venido a sacarte información; he venido a matarte.

Saca el hacha y el escudo, listo para combatir

- Y por cierto, antes de tratar a nadie con condescendecia, estaría bien que recordases que eres un puto don nadie que solo es poderoso porque ha robado un poder que no le pertenece... y que ni siquiera sabe utilizar. Eres como un niño jugando con una tea; aún estás a tiempo de volver llorando con tu mamá a decirle que te has quemado.

-Pues creo que para haberme matado, me encuentro en muy buena forma. No... querida. No me mataste, creíste hacerlo, y esa es tu debilidad, vuestra debilidad. Creéis en las apariencias, en lo que parece pero no es. 

Hizo una pequeña pausa.

-¿Por qué si no ibais a estar aquí?

Miró a Faliar, cuando soltó lo que tenía que decir.

-¿Yo un niño? ¿Yo estoy jugando? Es posible, pero creo que es un juego que os supera, está mucho más lejos de las ambiciones que vosotros, simples mortales, podéis aspirar. Sí, mi poder lo consigo exprimiendo el poder de otros. ¿Y qué? ¿No es lo que hace todo el mundo? No es nada especial.

Y... respecto a tí... no no voy a decirte nada. Si me matas, nunca lo sabrás. Piénsalo bien Faliar... tu pasado, escondido tras esta lengua. ¿Qué me dices? ¿Te unes a mi?

- Si mi pasado está escondido detrás de esa lengua, te la arrancaré de cuajo y te la meteré por el culo. Así tus mentiras tendrán la misma consistencia que la mierda, que es lo único que son. Basta de cháchara.

El bufón siempre es bufón, tenga las vidas que tenga. Da igual que se vista de seda, y hable con lengua de plata

Frunció el ceño

Suficiente. Me aburres

Una última mirada a Faliar. Asiente. Luego...

Quint desenfundó sus dagas, y miró a Cavalcanti. Estaban de frente al mayor reto desde que habían acabado en la isla. Respiró profundamente, y abrió los ojos, mirando a Guido. Luego abrió la boca.

-Sí, no eres más que un necio. ¿Qué pensabas cuando nos trajiste aquí? ¿Qué ibas a poder controlarnos? ¿Que caeríamos en tus redes como Émil cayó? Nosotros no vamos a ser así, vamos a matarte... ¿lo sientes?

Quint sonrió mientras miraba su daga y decía esta frase, no esperaba que el marqués supiera que podían matarle, y eso era una gran baza.

-Y por cierto... en cuanto a tu lacayo... la chica que ves aquí se encargó de liquidarlo. Y nosotros a todo tu ejército. Estás solo tío, muy solo. Y en nada... muerto.

Catherine estalló en ese momento.

-¡Hijo de la grandísima puta! Tú mataste al padre Scott, tú eres el maldito responsable de la angustia que cubre Corvinus desde hace años. Todo esto no es más que culpa tuya. ¿Pues sabes qué? Que vamos a acabar con esto. Seline nos ha dado el poder, y tus actos nos dieron la determinación. Despídete de tu patético reino de mierda. Vas a acabar muerto.

El marqués de Cavalcanti rió a carcajadas ante los comentarios de sus enemigos. Después, tomo aire, y sonrió.

-Muy bien caballeros. ¡En guardia!

Quint se quedó parado, veía el mundo pasar a cámara lenta ante él. Sabía que había sacado una milésima de ventaja a Cavalcanti, y podía atacar, pero la herida de su pecho hacía que sus poderes estuvieran mermados. Decidió esperar la mejor oportunidad para atacar. Iba a matarlo, pero no quería morir en el proceso.

Las mismas notas que comenzaron a sonar en el pasillo de entrada, comenzaron de nuevo a resonar en la sala circular. Nahia cargó su poder destructivo y lo desembocó contra el marqués sin dilación. Unas alas doradas surgieron en la espalda de la niña cuando usaba ese poder. Unas alas que enfocaban la esfera negra y verde hacia su enemigo.

La primera esfera impactó en su cuerpo, pero no causó ningún daño. Aunque, a pesar de eso mantuvo al marqués demasiado ocupado tratando de esquivar el golpe. La segunda bola, aunque bien apuntada fue fácilmente esquivada por el marqués con un movimiento de su cadera. En cambio, la tercera impactó en su cuerpo sin remedio, causando una quemadura mágica en su traje y en su cuerpo, una quemadura bastante seria.

Y... ese fue el momento de Quint. Salió corriendo, con sus dagas por delante, casi patinando con el suelo, gotas de sudor caían por su frente, ya que el esfuerzo era algo sobrehumano. Respiró hondo y se abalanzó contra Cavalcanti. Los dos se enzarzaron en un combate muy igualado, pues el marqués había tenido que defenderse ya de la magia lanzada por Nahia, y los espadazos de Quint le llegaron por sorpresa. 

Pero el combate fue muy igualado, y solo consiguió acercamientos superficiales, un par de arañazos en la mano y uno en el carrillo. Pero nada grave. Eso sí, Cavalcanti estaba siendo acosado por un aluvión de golpes tremendo.

La sonrisa había desaparecido de la cara del marqués. Sus contrincantes tenían habilidades, quizá no superiores a las suyas, pero en grupo eran realmente letales. Estaba sudando la gota gorda para no ser impactado por los ataques de Nahia, cuando aparecieron las dagas de Quint, esos impactos, aunque superficiales hicieron que el marqués cambiara la expresión. 

Un arma con la sangre de Seline le había herido, y había sentido la mortalidad. Ahora, su cara era distinta, expresaba una mezcla entre terror y diversión, como si supiera que por fin había encontrado alguien con quien divertirse. Pero el juego, empezaba a ser peligroso.

Catherine comenzó a cantar, liberando el mismo conjuro que había liberado ya unas cuantas veces. La sobra de un guerrero luminoso apareció, y se estrelló contra cavalcanti al ser consumido por una muerte luminosa. 

El marqués chilló de dolor y cayó hacia atrás, herido. No estaba muerto, no señor, pero sí gravemente herido.

Por su lado, Faliar luchaba sin cuartel contra el lobo, un ataque mediocre por parte del lobo, había sido defendido de manera magistral por Faliar. El lobo había acabado patas arriba, justo delante del hacha de Faliar. Que empezó a adquirir un tono verdoso. Pero, cuando fue a dar el toque final, el lobo... 

¡no estaba allí!

Había cambiado de posición... moviéndose más allá del tiempo y el espacio. Estaba delante de él, preparado para atacar de nuevo.

Cavalcanti recibió el primer impacto de Xerine estoicamente, aunque le hizo un corte en la cara que empezó a sangrar a raudales. Le dolía el pecho, que también sangraba, y la cara, pero aún así, hizo una maniobra magistral para evitar el segundo embate de Xerine.

Había sobrevivido a la marea de golpes, pero ahora no estaba tan seguro de su victoria. Le dolía todo.

-Ahora me toca a mí, en este momento sabréis a quién os estáis enfrentando.

Cavalcanti armó su brazo, y se dispuso a atacar a Quint, con su estoque. EL filo cortó el aire hasta llegar al dominio del rubio, que aunque lisiado pudo evitar la trayectoria del impacto, consiguiendo una posición realmente ventajosa desde la que realizar su ataque. Levantó su primera daga, y comenzó un descenso hasta el cuerpo del marqués.

Guido se giró hacia la daga, con intención de esquivarla, pero sus pies se trabaron entre ellos, evitando cualquier intento de esquivar el golpe. Tropezando consigo mismo y cayendo al suelo a los pies de Xerine y Quint. Realmente esta "estratagema" le salió "bien" pues la daga de Quint tan solo le rozó ligeramente, sin causarle apenas dañó. Pero...

Quint tenía dos dagas.

La segunda daga se elevó en el aire, y acuchilló el cuerpo del marqués que aún seguía en el suelo. Pero no una, ni dos ni tres veces... los giros de muñeca de Quint fueron casi infinitos, salpicando sangre a su alrededor como si no hubiera un mañana. Nadie podía detenerlo, el marqués se ahogaba en su propia sangre mientras Quint seguía perforando el pecho de Guido. Ya no había juegos malvados, ya no había risas, ni aires de superioridad. El acero encantado del cazabrujas había dado buena cuenta de Cavalcanti.

Un río de sangre corrió por la alfombra azul cuando por fín Quint dejó de acuchillar al marqués.

Guido estaba inerte en el suelo.