Partida Rol por web

El cuerpo inerte de Émil permanecía tirado en medio de un charco de sangre. Sangre que había salido de su cuello por la fisura realizada gracias a las dagas de Xerine. No quedaba rastro de vida en él. Absolutamente nada. No había respiración, no había pequeños espasmos. No había movimientos involuntarios... 

Estaba muerto. Y bien muerto.

Desde la ventana podía verse el jardín, tal y como estaba antes. Solo que en los tejados algo había cambiado. Los centenares de cuervos con los ojos inyectados en sangre estaban posados a los lados del edificio, en las alas laterales, esperando que saliera todo el grupo al jardín.

Esperando ansioso.

Quint miró a Faliar, y ya que nadie se pronunciaba en contra empezó a contar con la mano.

Uno...

El mago entendió el gesto, y preparó su cuerpo para la envestida. Si trataban de ser sigilosos, en ese momento se había acabado la idea.

Dos...

El punto de equilibrio del cuerpo de ambos guerreros cambió para lanzarse a la carrera en un momento. El golpe sería con el hombro, los dos a la vez, y si eso no funcionaba, las armas harían su trabajo.

Tres.

La pareja comenzó a correr y se estampó con un gran estruendo contra la puerta que les cortaba el camino, que cayó varios metros por delante aplastando una zona de hierba. Un trozo de pared cercano cayó con ella, y los dos arietes improvisados cayeron hacia atrás, por la fuerza de reacción.

Quint miró a Faliar, y sonrió.

-No ha sido tan difícil. Ahora solo hay que llegar a la torre.

Aaron sonrió aliviado y apartó la vista del cadáver de Émil para posarla en el jardín. Se acercó con cuidado a la ventana y observó el exterior. ¿Habría salido ya el grupo? Porque si no lo había echo esos cuervos parecían dispuestos a lanzarse al ataque a la mas mínima. Cerró la ventana si estaba abierta y si no se aseguró de que ninguna de aquellas bestias tuviera ningún hueco por el que colarse, había algo en sus ojos que le aterraba.

Dispuesto a salir de allí se dirigió hacia la puerta, pero frenó en el último instante y miró por el rabillo del ojo el cuerpo del ex capitán de la guardia. Él tenía un arma y Aaron la necesitaba, podría cogerla pero nada le aseguraba que el marqués no hubiera puesto ningún conjuro sobre ella.

Intentó valorar mágicamente el lugar y el estoque aunque con su dolor de cabeza dudaba si podría sacar algo en claro.

El lugar apestaba a magia negra, al igual que toda la propia mansión, pero Aaron no sintió nada especial ni en Émil ni en su arma. Lo que sí despedía una fuerte energía era la torre, pero eso ya había sido mencionado por otros magos. Estaba claro. 

Faliar se sacude un poco y se levanta del suelo. 

- Lo cierto es que podría haber usado magia para cargarme el candado... Pero prefiero guardar la energía que me queda para el Marqués

Luego salió al jardín

Todos los que permanecían dentro de la extraña sala, que si bien podría haber sido una sala de baile, al tener esos componentes tan tétricos era realmente inquietante, salieron al jardín. Ese lugar parecía tranquilo y bucólico, si no fuera, claro, porque las hierbas estaban apagadas y todas las flores miraban al suelo. Estaban a unos 20 metros de la torre oscura, cuya puerta parecía cerrada, cuando de pronto.

Centenares de Cuervos con los ojos marcados en sangre se lanzaron a por el indefenso grupo. Era absolutamente imposible contarlos, y sobrevolaban la zona con clara intención de atacarles. La oscura influencia del marqués había enloquecido a esta bandada e iban a luchar hasta dar la vida por su...

"maestro".

Pero ellos tenían que llegar hasta la torre. No tenían tiempo que perder, no podían fallar. Pero lanzarse a correr con esa bandada en medio, era cuanto menos... peligroso. Aunque quizá no imposible. Sólo quizá...

Las notas surgieron de la voz de Catherine como disparadas por un resorte, casi sin pensarlo la voz de la maga estaba creando una nube blanca a su alrededor. Unos hilos de luz empezaron a aparecer alrededor, no solo de Cahterine, sino de todos los presentes. Parecían unas recias cadenas luminosas que soltaban latigazos a todo lo que se acercara. Si cualquier cuervo quería acercarse al grupo, se las vería con el conjuro.

Pero... eran muchos. Sería muy complicado.

La bandada de cuervos acosó al grupo a base de picotazos, hincando sus picos en todo lo que pasara bajo ellos. Eran muchos, quizá demasiados. Las cadenas conjuradas por Catherine espantaban a muchos de los animales que intentaban atacar, pero algunos eran capaces de salvar las barreras mágicas, volando en picado hacia cada uno de los asistentes.

Catherine recibió el impacto de varios cuervos. Al estar tan concentrada en la defensa del grupo, no vio a varios animales negros que picaron su cuerpo. Era doloroso, no muy peligroso, pero sí molesto, muy molesto.

Nahia por su parte, también recibió a unos cuantos córvidos, pero dando un pequeño salto fue capaz de quitarse de su trayectoria. Los animales, habiendo fallado el impacto y estando en el interior de la nube de cadenas creadas por Cath, salieron de allí, lo que dio a Nahia tiempo para pensar.

Faliar asustado y casi temblando de miedo, no pudo hacer otra cosa que interponer su escudo entre los cuervos que lograron pasar y él. No le hicieron nada ni siquiera le rozaron, pero estuvo demasiado concentrado en tratar de que no le dieran, que en realmente escapar. Los movimientos de su escudo fueron raudos, eso no se le podía negar, pero no encontró el camino de huida.

Xerine por su parte, contorsionó su cuerpo, que aún estaba azotado por un intenso escalofrío para librarse de los pocos cuervos que habían penetrado en las defensas de Cath. No tuvo problemas en evitarlos y en quedar en una posición propicia para escapar.

De hecho, Nahia en vez de atacar a los cuervos, comenzó a tocar la flauta mientras corría hacia la puerta. Una hoja de madera se interponía en su camino, pero tratando de buscar en su interior descubrió la manera de hacerlo más fácil. Su melodía rompía el aire cuando caminaban, y casi dolía a los oídos de los presentes. Pero... la propia puerta de entrada comenzó a resquebrajarse. No cayó, permaneció en el lugar donde estaba, pero visíblemente desmejorada, casi destruída.

Quint,Xerine y Nahia no se lo pensaron dos veces, no estaban acosados por los cuervos como Faliar o Catherine así que salieron a toda prisa hacia el interior de la torre. Más raudos que el viento, los cuervos no pudieron seguir el ritmo de los tres a la carrera. Pero aún estaba la puerta que les cortaba el paso. Tanto Xerine como Quint a la vez, chocaron con el hombro por delante contra la lámina de madera.

La puerta no resistió el impacto, se desplomó hecha trocitos en el interior de la estancia. Y tras ellos entró Nahia, jadeando. Quint y Xerine estaban en el suelo, pero estaban dentro de la torre. 

Los cuervos que les seguían a la zaga cambiaron de rumbo al acercarse al umbral, al parecer no iban a atreverse a entrar en la torre.

Pero tanto Catherine como Faliar continuaban en medio del parque, esquivando golpes y envites de los picos de los pájaros. Ya no había tantos, los cuervos no tenían que disgregarse para atacar a todos los que estaban allí. Cambiaron de formación cuando los que habían perseguido a los tres escapistas volvieron. Ahora la bandada de cuervos eran algo parecido a una flecha, una flecha que apuntaba a Faliar.

Tanto Catherine como Faliar trataron de correr hacia la torre, ignorando el movimiento de los pájaros. Pensaban que les iba a dar tiempo, creían que podían llegar. Pero los cuervos se reorganizaron y se lanzaron contra el mago. Volaban a una velocidad endiablada, y la punta de la flecha estaba perfectamente dirigida hacia Faliar. 

Pero en ese momento, Catherine se detuvo, y entonó una nota tan aguda, que la luz que emitía se multiplicó cegando a la bandada de cuervos como había hecho con los oscuros. Un graznido de dolor cruzó el jardín y penetró en los oidos del mago guerrero que aún corría hacia la torre. 

No todos los cuervos habían perdido el rumbo. Algunos aún volaban en dirección a Faliar con claras intenciones asesinas. Estaban cerca, muy cerca, y el mago también estaba muy cerca de la puerta. En un último intento de escapar, Faliar pegó un salto, tratando de evitar de una vez por todas a los cuervos. Algunos chocaron contra su escudo, y otros cocharon contra su gabardina, sin causar un rasguño a Faliar, que cayó en el interior de la torre, respirando entrecortadamente.

Catherine siguó a Faliar, corriendo tras él. Los cuervos se habían centrado en el mago y ella le habían dejado avanzar. Quizá el que controlara a esos animales, conociera el miedo de Faliar a los cuervos. Quizá...

Pero ahora estaban a salvo. De nuevo.

Aaron miró una vez más por la ventana. Estaba preocupado por sus compañeros, por todos, lo cual era curioso. Que hubiese discutido con Xerine no significaba que hubiera dejado de apreciarla (O fuera cual fuere el sentimiento que tenía hacia ella) y que sintiese cierta animadversión hacia Quint no implicaba que lo quisiera muerto. Con todo ellos tenían razón, su lugar estaba allí y tenía que aprovecharlo.

Girándose hacia Émil agarró su estoque con ambas manos y tiró de él, pero no consiguió nada más que hacerlo rodar por el suelo. Con un fuerte pinchazo en el pecho se vio obligado a soltar el arma, pesaba demasiado para él y ni siquiera podía arrastrarlo por el suelo. Si no podía sujetar eso no podía sujetar nada.

Con un bufido de resignación salió de la sala, dispuesto a seguir explorando la mansión. Pasó por el dormitorio que ya había inspeccionado sin pararse y siguió hacia delante.

Aaron tenía miedo, todo su ser temblaba ante la idea de encontrar algo y no poder hacerle frente. ¿Así se sentía la gente normal y corriente? No se había dado cuenta de cuanto había dependido de sus poderes hasta que no pudo usarlos.

Empezó a tararear en voz baja una canción de cuna. Le reconfortaba, en cierto modo le hacía sentirse mejor, a gusto, pero no podía paliar la atmósfera siniestra que le rodeaba. Era como una pequeña luz en una oscuridad demasiado densa como para dejarla brillar.

Sin pensar demasiado en el sonido que los cuervos del exterior producían abrió la puerta inmediatamente después y aguantando la respiración entró dentro.

Faliar estaba al borde de la histeria nerviosa. Temblaba de pies a cabeza. Podía hacer frente a soldados, Oscuros, cualquier cosa.... menos una bandada de estúpidos pajarracos. Se recostó contra  una de las paredes de la torre y se sentó en el suelo, tratando de recuperar el aliento y la calma. Empezó a sacudirse de forma nerviosa en aquellas zonas en las que los cuervos le habían picado, como si aún estuvieran ahí.

Entró en otro dormitorio. Una cama muy lujosa, un armario repleto de ropa, una estantería, un espejo y una mesilla de noche. Todo era muy lúgubre aunque parecía que a la luz del día sería un lugar precioso.

Los cuervos se alejaron del lugar. Al parecer no iban a entrar en la estructura, estaban libres.

El lugar dónde se encontraban era una estancia circular, llena de armarios y estantes, plagados de pergaminos en blanco. En un lado, y subiendo por la habitación, unas broncíneas escaleras de caracol ascendían hasta el piso superior. Pero... había algo que llamaba la atención entre la nube de pergaminos, un halo blanquecino marcaba el lugar. Catherine se acercó, y le quitó el polvo acumulado.

Quint se levantó del suelo, y sacudió un poco su ropa. Respiró hondo. El lugar estaba muy cerca, sólo quedaba subir las escaleras. Según los magos habían dicho, Cavalcanti estaba en esa torre, y a judgar por la altura, no podría tener más de dos pisos. Por lo tanto, si no estaba en el piso de abajo, sólo quedaba una opción.

Al subir, se encontrarían con él.

-Chicos, creo que hemos llegado al final del camino. En cuanto subamos esas escaleras, todo esto habrá acabado. Todo lo que hemos luchado, todo lo que hemos sufrido- se llevó una mano al pecho, el lugar de la herida sanada con magia- no valdrá para nada si no rematamos la faena. 

El marqués nos espera, y la batalla no tiene pinta de presentarse fácil. Según nos contó Seline, aunque no me fíe del todo de esa... cosa... el marqués realmente es un ente muy poderoso. Yo pude verlo cuando caí inconsciente. Una figura oscura, como una sombra tras él que trataba de matarme. Hay mucho más dentro de él, de lo que parece, o eso creo.

Luchemos, luchemos por la isla -miró a Cathrine y a Nahia- por enmendar nuestro pasado-miró a Faliar- o símplemente por pura supervivencia-miró a Xerine- pero luchemos. Y ganaremos. Devolveremos la maldita esperanza a este lugar.

Quint se giró, esperando que sus palabras hubieran calado hondo en los corazones de los que le escuchaban.

Vaya sarta de tonterías.

Ciertamente, las palabras no habían calado muy hondo en Faliar, que seguía espantando cuervos imaginarios

Aaron comprobó que no se dejaba nada por investigar, incluyendo posibles dobles fondos y recodos varios y salió de aquella sala en dirección a la siguiente habitación. No todo serían dormitorios…

Catherine guardó la extraña nota, y se agachó junto a Faliar. Acariciando sus mejillas con ambas manos, se agachó junto a él.

-Vamos hombretón, los cuervos ya se han ido. Tenemos que acabar el trabajo. Te necesitamos. Levántate. Vamos a subir las escaleras de una vez.

Faliar no dice nada, solo mira a Catherine a los ojos, y luego la abraza. Deja que su luz ahuyente todo el miedo y el horror, y cuando los graznidos de los cuervos finalmente se van de su mente, la suelta, vuelve a mirarla y.....

....nada. Por un momento ha estado tentado, pero no cree que sea el momento; no hasta que no derroten a Calvacanti. Además, están sus recuerdos, esos pequeños flashbacks que ha experimentado hace poco. No puede, no hasta que sepa más... Simplemente agradece a Catherine su atención con un tenue "gracias", y se levanta. Intenta disimularlo, pero sus ojos están ligeramente humedecidos. Sin embargo, el miedo ha desaparecido. Está listo para hacer frente al marqués.

Menos charla, rubito. Tenemos trabajo que hacer

No lo dijo. No habría ayudado en nada, y dejar que Quint se recreara en sus propios discursitos idealistas no haría ningún daño. Si el chico quería hacerse el líder, que se lo hiciera. Al fin y al cabo, cuanto más motivados estuvieran los demás, mejor. Y, con un poco de suerte, entraría primero, comiéndose de lleno cualquier trampa que Guido hubiera preparado

Al fin y al cabo, todo buen cazador necesita un cebo

Xerine asintió, solemne, cuando Quint terminó su discurso. Y luego se permitió esbozar una media sonrisa, la segunda desde que habían entrado en la mansión. Y, probablemente, desde que la habían conocido

Estamos contigo

Sus palabras, para variar, parecían mostrar respeto, o incluso admiración

Le encantaba escuchar hablar a aquel muchacho, pero ahora tenía la mente puesta en otro asunto:

Por fín. Papá, mamá no volverá a morir más gente como vosotros a manos de ese engendro.. Os lo prometo.

Estaba decidida, iba a darlo todo. El Marqués tenía que pagar por el daño ocasionado...con su vida.