Partida Rol por web

Miro a Simplicio. Creía que lo había dejado claro, pero sacando algo del poco valor que me queda, y tragando saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, digo— No... No sé que era. Sólo sé que era algo que estaba sobre un montículo de grano, y que después desapareció. No me quedé para averiguarlo, pero algo que aparece igual que desaparece en un lugar oscuro y siniestro, seguro que no es siervo de Dios ni mucho menos.

Tras esto, espero que los demás decidan algo. No me gustaría tener que volver a relatar lo que he visto. Espero dormir esta noche, eso ha sido para vivirlo y no para contarlo...

-¿ qué facemos zagales?, ademas de uir de aqueste granero.

- Antes de partir, maese don Cuero,¿ acaso por ventura, no tendría vuesa merced algun apero para tapar aqueste abujero?, pues juicioso parece dejar cerrado lo que otros cerraron antes, más aun desconociendo si lo de ahi es malvado o humano, que muchas veces la misma cosa son.

Durante unos instantes Ventura escucha atentamente el relato de Ruperto y, acabada la segunda exposición mira hacia el granero. La mirada es asustadiza pero a la vez curiosa. ¿Qué sería eso que describía Ruperto? ¿Acaso no sería alguna imaginación suya? Lo que decía no tenía sentido pero esta vez Ventura no iba a ser que retara a la razón de otro.

—Me placería más ir al castillo directamente pero me temo que allí será el sitio donde peor encontremos ayuda para nuestro amigo Ruperto así pues propongo ir al pueblo, pasar la tormenta allí y... mañana será otro día. Mas mi última decisión nos ha traído por el camino de la amargura, a unos más que a otros —dijo mientras miraba a Ruperto con algo de culpa en la mirada—, así que entiendo que no sea tomada mi opinión. Vos diréis.

Un instante después, movido por la pregunta de Simplicio vuelve la mirada hacia él.

—No, maese Simplicio, creo que no tengo nada pero, ¿de verdad creéis prudente perder un instante más aquí? Yo creo que lo mejor es partir de raudo.

-Maese ventura quiere pueblo, por mi sea.

Decidida la mayoría por visitar el pueblo (pues parece que a Ruperto le vale cualquier destino con tal de alejarse de allí cuanto antes), os preparáis para desandar lo andado hasta la parte en la que se bifurcaban los caminos, y desde allí camináis por el que se dirige al pueblo, que al poco desciende, dejando las dos altas colinas entre vosotros. La lluvia ahora no es tan intensa, pero aún es molesta, ya que cae con fuerza empujada por el viento.

El pueblo consiste solo en un puñado de casuchas apretadas en torno a una plaza central, con una iglesia casi en las afueras, situada al pie de la colina del castillo. Una de las casas es un poco más grande, podría ser una posada. No se ve a nadie, lo cual es lógico debido al temporal; estarán todos recogidos en sus casas. De la plaza central parte un camino marcado por cientos de rastros de ruedas de carro, cascos y pisadas; dicho camino, por la dirección que toma una vez que asciende por la colina, parece dirigirse a la puerta del castillo, que no podéis ver desde aquí, aunque sí su muralla occidental con su torre vigía. Al otro lado está la colina boscosa. Cuando bajabais por el camino, visteis que un arroyo fluye a media hora de camino más o menos, al norte.

Ahora mismo estáis en el centro de la plaza, sucios de barro casi hasta la cintura, más aún Ruperto y Ventura que cayeron al suelo y se llenaron de él también la parte de arriba de sus ropas. Solo oís el sonido de la lluvia acompañado de los aullidos viento. Parece que hayan pasado años desde que estuvisteis en la soleada Llerena, donde nada presagiaba este mal tiempo.

-En cuanto encontremos refugio debería examinaros a todos para comprobar que no hemos enfermado, que de situaciones menos malas he visto enfermar y morir a gente más sana que nosotros. Y tanto barrizal no ayuda en nada...- Susurra Roger a sus compañeros.

Ventura se encogió de hombros tras la afirmación de Roger.

—Si lo manda el doctor, sea —dijo afablemente.

Pasado un instante emprendió la marcha en dirección a lo que parecía ser la posada.

—Bien, vamos hacia aquel edificio. Tiene pinta de que podremos pasar la noche ahí... mañana por la mañana, si esto escampa iremos al río a quitarnos toda esta mugre y poder presentarnos como lo que debemos aparentar en el castillo.

El hombre parecía contrariado y, sin mediar más palabra ni esperar a que el resto le siguiera, caminó taciturno hacia lo que parecía ser la posada.

El edificio tiene una sola planta y está construido con adobe; se aprecia en él alguna grieta cercana al techo. La puerta de entrada es bastante gruesa. Ventura, que marcha primero, la empuja y se abre con pesadez y un chirrido lo suficientemente estridente como para poner alerta a cualquiera que esté dentro. Una vez que accedéis al interior, os encontráis en una habitación con cinco mesas rodeadas desordenadamente de taburetes, en uno de los cuales se sienta un tipo que viste un jubón pardo con una capucha que le oculta el rostro por completo; sostiene una jarra de vino y se calienta con un brasero que hay bajo la mesa en la que está sentado. Al fondo, en un rincón, hay una mujer de espaldas manejando una sartén sobre un fogón. Casi no os da tiempo a observar nada más, pues ante vosotros se planta un tipo que se ha acercado para recibiros.

"Bienvenidos seades a mi posada. Passad et sentarvos donde vos plugiere, vos traeré un brasero con el que calentarvos et secarvos, et una buena jarra de vino tinto, caliente et nuevo por que más ayna* vos llegue la calor."

Claramente está contento de tener clientes, lo que indica que no debe tener mucho éxito su negocio, pero no parece persona en exceso habladora. Rápidamente se dirige a otro rincón en el que hay cinco tinajas, cuatro abiertas y una cerrada sobre la que hay varias jarras, y comienza a llenar estas con el contenido de una de las tinajas, que recoge con un cazo.

La mujer se da la vuelta y os grita:

"¿Querrán aquestos buenos mozos probar el estofado? Si vos plaze, hay en la olla todavía para llenar cuatro escudillas."

—Con todo gusto probaré ese vino y su estofado, buena señora —dijo mientras caminaba hacia el brasero invitado por el posadero—. Mas también nos gustaría de un sitio donde pasar la noche. Mañana volvemos al camino, si se decide a escampar, y necesitamos un sitio donde pasar la tormenta.

Una vez sentado junto al brasero restregó las manos para entrar en calor y pronto volvió a la conversación con los tenderos.

—Lo cierto es que no viaja mucha gente por estos caminos... ¿hay una buena razón para ello buen hombre? —preguntó cuando el posadero acercó las jarras del vino caliente.