Partida Rol por web

En ese mismo momento, Jack aprovechó el arma que tenía en la mano para asestarle una fuerte estocada en el pecho al cainita que tenía enfrente, acertándole el corazón y dejándolo completamente inmóvil. Después se giró, raudo cual centella, para esquivar justo a tiempo a otro que le saltaba encima por la espalda. No quedaban muchos, pero aún había algún Sabbat desperdigado por el salón central del Elíseo. 

-Que no escape ni uno -dijo entonces Ángela en voz lo suficientemente potente como para que la escucharan todos en la sala.

"Y si hay estacados o medio heridos, rematadlos, cortadles la cabeza" añadió con un tono de rabia contenida reflejado en su voz. 

Isaac reconoció al instante a la joven que había conocido cuando siguió a Aaron. En su mente se formaron al instante unas palabras que no conocía y que era incapaz de pronunciar "Trân trọng và tất cả sự tôn trọng, anh trai mạnh mẽ".

Dudaba. La eficacia con que la joven atacaba al resto de miembros del Sabbat le haría parecer un inútil, pero el corazón de Isaac veía a una niña en medio de una batalla. Se acercó hacia Ahínoa pensando en ¿protegerla?. Se sentía ridículo.

Preparó la pistola y se acercó cautelosamente a ella. La saludó con una inclinación de cabeza.

- Saludos nuevamente, hermano poderoso. ¿Puedo ayudarte?

Ahinoa podría deshacerse de cincuenta Isaacs antes de empezar a sudar... pero Isaac no podía evitarlo.

John continuo atacando a los pocos enemigos que quedaban cerca, cubriendo a la Akashika lo más posible, ya afortunadamente las cantidades habían mermado y era más fácil acabar con los enemigos restantes...

Bueno, pues ya va siendo hora de recoger y marcharse.

El encendido de las luces de las farolas era la señal de que era el momento de ir preparando las cosas para irme a casa. Aún me quedaban algunos minutos de actuación para intentar ganar unas pocas monedas más, no llevaba la cuenta de lo ganado, eso lo haría en casa mas tranquilamente.

Pasado el tiempo, recogí el dinero guardado y lo puse a salvo en un pequeño compartimento que tenía la funda de la guitarra. Terminé de recoger lo poco que llevaba conmigo y me encaminé con paso tranquilo hacia casa para descansar un rato.

El fresco empezaba a ser notable, lo que provocó que cerrase bien el abrigo hasta el cuello y me llevase las manos hasta los bolsillos para guardar el mayor calor posible.

Roberto caminaba por las calles oscuras, aledañas a la suya, ya casi estaba en casa. Dormiría bien, una noche más, al abrigo del frío que comenzaba a arreciar en aquel otoño de variopintos colores y curiosos cambios de tiempo... Algo sucedía en la ciudad, incluso el viento estaba alterado de vez en cuando... 

Pero la música y el dinero que conseguía con aquel maravilloso hobbie hacían sonreír al joven que, queriendo llegar lo más pronto posible a su hogar y poder estar caliente de nuevo y hacerse algo de cena, aunque tardía, decidió atravesar por un callejón estrecho. Técnicamente había una pequeña valla en el medio del mismo, pero no era difícil pasar por encima, pues estaba medio rota, y así se ahorraba dar la vuelta a dos manzanas. 

Una vez saltada la verja, ya podía divisar, al fondo del sinuoso callejón, la parte trasera de su edificio...

Poco a poco, las cosas se fueron calmando. A falta de la Príncipe y el Senescal, a los que no se veía por ningún lado, y ante el preocupante estado de shock en el que se encontraba Rafael en esos instantes, que se había retirado a un rincón apartado y hablaba agitadamente con Azara, Aarón decidió tomar el mando de la situación el el exterior, mientras Ángela organizaba el interior del Elíseo. Con la ayuda de los dos magos y todos los cainitas que quedaban por allí, poco a poco fueron haciendo una pila en el centro del Paseo de Recoletos con los cuerpos de todos los Sabbat decapitados y sus cabezas y pronto Aarón mandó a todo el mundo adentro. La Akáshika se encargarían de quemarlos, bajo su supervisión, pues el fuego era algo que pocos -si no ningún- cainitas toleraban. Él podía resistir su visión desde lejos, pero el resto era mejor que se quedaran en el interior, pues iba a alzarse una gran pira aquella noche. 

John e Isaac entraron en ese momento y se encontraron con Verónica, Jack y Víctor, que trataban de arreglar lo más rápido posible la entrada del lugar bajo las órdenes de Rodrigo, el primogénito Tremere. El Eterita también estaba con ellos y parecía estar haciendo un gran trabajo reconstruyendo la pared. 

Una vez en el interior, poco a poco, los clanes se fueron reagrupando; las miradas recorrían el lugar en busca de sires, chiquillos, hermanos... Los muros y el suelo aparecían cubiertos de sangre, la mayoría de los vampiros también y las puertas de la Biblioteca estaban reventadas. Dentro, muchos niños estaban tirados por el suelo, rotos, empapados... El ambiente era pesado, cargado de estática, imposible de respirar un aire tan viciado... Si hubieran necesitado respirar... El silencio reinaba de pronto, roto solamente por algunos murmullos momentáneos, como la calma que trasciende a la tempestad... 

Ya no sabría decir cuántas veces había pasado por aquellas calles, pero no por ello me resultaba menos tedioso y aburrido, ¿por qué mi casa no podía estar mas cerca? Aunque cualquier distancia se hacía casi infinita cuando volvía después de un día de trabajo.

Las ansias por volver y tirarme a descansar en cualquier rincón de casa que fuese cómodo me hacían echar por todo tipo de callejones y lo que hiciera falta. Descansar era algo muy importante para un músico callejero, y mucho más descansar bien, si no a ver quién madrugaba para ir a coger un buen sitio a la mañana siguiente.

Y entonces, cuando ya estaba a punto de girar la esquina de su padre, creyó percibir algo a su lado. En la esquina aledaña, en los brumosos recovecos de un rincón en penumbra, había una figura. Roberto se giró disimuladamente y vio una figura de una altura muy parecida a la suya, apoyada su espalda contra la pared, observando su paso por el callejón. 

Mirando detenidamente logró distinguir la silueta de lo que parecía una gabardina, hombros anchos, probablemente un hombre, y un sombrero de ala. 

Aquel hombre era bastante sospechoso, pero sería muy raro que estuviese allí observándome a mi, después de todo ese atajo no solía cogerlo, ¿cómo iba a saber que pasaría por allí? Por muy desconcertante que pudiese parecer esa figura, me decía a mí mismo que lo mejor era no prestarle atención.

Mejor ignóralo - Me repetía.

Haciendo caso a lo que me decía mi sentido común pasé de largo e ignoré por completo aquella figura. Seguía teniendo un mal presentimiento, pero no tenía la sensación de haber hecho algo incorrecto con mi decisión.

Roberto continuó caminando sin darle demasiada importancia. Cuando llegó al final del callejón, a punto de salir al fin a la calle más iluminada, se volvió por última vez sólo para percibir que la silueta había desaparecido. ¿Habría sido una imaginación suya?

El músico se encogió de hombros. En cualquier caso, ya no estaba. Se giró de nuevo para alcanzar su calle y fue entonces cuando se encontró con que frente a él, bloqueándole la salida a la misma, había una figura. No alcanzó a distinguir su sombra en la penumbra ya que llevaba un sombrero de ala. Del estómago de su gabardina chorreaba un líquido oscuro. El hombre -porque claramente se trataba de la silueta de un hombre- se quedó mirando fijamente al joven, con unos ojos que, al pasar un coche con las luces encendidas por al lado, brillaron amarillos. 

¿Pero qué...? - El hombre que creía haber visto en el callejón y que había desaparecido de repente estaba de pie frente a mí, bloqueándome el paso. Por sus pintas tenía mas parecido a algún vagabundo medio borracho que a cualquier otra cosa. Pero bueno, esperemos que no me causase ningún problema.

¿Es una broma? Sólo quiero volver a casa y descansar un rato, ¿podría dejarme pasar, por favor? - No era mi intención buscar problemas, ni encontrármelos, estaba bastante cansado y lo único que me apetecía era descansar y relajarme un rato.

Pero algo de repente perturbó mi calma, los ojos de aquel hombre brillaron, aunque fuese gracias al reflejo de las luces de un coche. Esos ojos no parecían nada normales. - Esos ojos... ¿Está usted bien?

-Descansar... Sí, yo también lo necesito... Pero... -el hombre levantó los ojos al cielo, tratando de escrutar el horizonte, como si buscara algo- Pero no llegaré a tiempo, la guerra... 

Bajó una mano a su estómago y entonces, Roberto pudo ver que la mancha que tenía allí era de sangre y, donde debería haber habido piel, había un boquete bastante grande, un desgarro, en el centro del estómago, que dejaba ver las vísceras... 

-A no ser... -levantó los ojos de nuevo y los clavó en el joven; su mirada brillaba cristalina, vidriosa, como si estuviera a punto de llorar y no pudiera hacerlo por alguna razón- Lo siento, colega, de verdad que lo siento. 

En ese preciso instante, Roberto supo lo que estaba a punto de suceder décimas de segundo antes de que ocurriese. No pudo hacer nada para evitarlo cuando el hombre le saltó encima, haciendo alarde de una fuerza que jamás se habría imaginado en un tipo así de esmirriado, desestabilizándolo y tirándolo al oscuro suelo del callejón. Y cuando creía que no podría ponerse peor, de pronto, abrió la boca y Roberto vio un rostro deformado, casi inhumano, y cómo unos colmillos largos y afilados se acercaban peligrosamente a su cuello... 

¡Ahhhh! La impresión que me llevé al ver el agujero que tenía aquel hombre donde debería de estar su estómago me hizo soltar un grito ahogado que no llegaría muy lejos.

En un principio intenté apartarlo de mí por si era algún tipo de broma de mal gusto, pero me faltaban las fuerzas, por una parte el susto me había dejado casi congelado y por otra parte el mismo peso del hombre era suficiente para anular sus fuerzas.

Un intento desesperado de zafarme de aquel "hombre", si se le podía llamar así a aquella cosa deforme que se abalanzaba sobre mí, llegó justamente después del primero, pero no tuvo ningún fruto. Pude ver como acercaba su boca y colmillos a mi cuello, incluso pude sentirlos penetrándolo sin haberme llegado a tocar aún.

Susto, terror, horror... Eso y más es lo que sintió Roberto cuando aquel ser de pesadilla le mordió el cuello. Miedo, dolor... Placer, éxtasis... Inexplicablemente, todo el dolor y miedo desaparecieron, ocupando su lugar un placer que nunca hubiera imaginado. De hecho, si de pronto se hubiese detenido, Roberto no le habría dejado, quería más y más... Mientras poco a poco llegaba a un éxtasis igual al que sentía al hacer el amor, su consciencia se fue apagando, sus ojos cerrando... Y en medio de tanto placer, llegó la oscuridad...

Roberto despierta, no sabe cuanto tiempo ha pasado. Los ojos le pesan demasiado, pero poco a poco, con gran esfuerzo consigue entreabrirlos. Lo primero que ve es piedra; todo piedra. A medida que su vista se vuelve a posicionar con la realidad, empieza a observar el entorno que lo rodea. Se encuentra en una habitación limpia, de piedra. En ella no hay ventanas, solo una puerta, es la única salida de la estancia. La habitación está adornada con una cama, sobre la que él yace, y un pequeño lavabo.

El único alivio es que el ser monstruoso ha desaparecido. De hecho, no hay nadie. Roberto está solo.

De repente nota que tiene la garganta seca, rasposa. Y que tiene sed, mucha sed.