Partida Rol por web

El primer envite había ido bien. El rocoso enano no había sufrido daño y se había conseguido aturdir al troll por unos instantes. Pero Mithgannel dudaba de que eso pudiera durar mucho tiempo. 

La elfa echó un vistazo al interior de las ruinas. Esperaba que la haradrim no tardara mucho más en desatar a sus compañeros y salir de esa ratonera.

En el calor del combate Mith notó las miradas de sus compañeros. No entendían qué estaba haciendo ahí parada, y tal vez tuvieran razón en que debería ayudar en terminar con la vil criatura lo antes posible.

Ella tampoco tenía claro qué efecto tendría el regalo de su hermana. Sólo recordaba esas palabras y de hecho un segundo atrás había notado... algo en ese medallón. Quería pensar que éste sería un buen momento para probarlo y proteger a los suyos. 

Antes habían tenido mucha suerte. Sabía que lo de la humana era un mero rasguño en comparación al daño que pueden llegar a infligir estos seres. Ahora el brazo que sostenía el arco le temblaba. Su cuerpo le pedía apuntar y disparar, como siempre. Su corazón, en cambio, le pedía confiar en sus compañeros y sostener el sortilegio un instante más para auxiliarlos en caso de necesidad.

"Va por tí, abuela Lana"  pensó el hobbit mientras descargaba su segunda estocada contra la pantorilla del trol, que era lo que le quedaba más a mano, dada su altura. Su abuela, que en tiempos había utilizado la historia de los trols que devoran a los niños para aterrorizarle, estaría orgullosa de la paliza que ahora su otrora temeroso nieto estaba dándole a aquella bestia. 

Mientras tanto, otro individuo de corta estatura, llamado Öter, se ensañaba con el trol, en su caso por delante. La bestia logró parar en su aturdimiento parte de la potencia del golpe pero aún así le produjo fastidiosos dolores.

Por su parte, las dos mujeres de la partida parecían estáticas, pero tal vez estaban guardándose para más altos designios: la elfa continuaba musitando palabras en voz baja mientras sujetaba el collar de su hermana, creyendo en las propiedades mágicas del mismo y esperando el momento adecuado para actuar; por su parte, la asesina Lèah cargaba con un nuevo virote su preciosa ballesta y apuntaba a la bestia aturdida, haciendo gala de la proverbial frialdad que acompaña a los de su profesión.

Ninguna ayuda parecía llegar del interior de la torre. Al menos, de momento.

Leah había preparado el virote, una acción que le llevaba el suficiente tiempo como para que a los guerreros que estaban más próximos al trol les pareciese que no estaba haciendo nada. Y es que usar el bello arte de la ballesta  comprendía el tensado del arma, la posición exacta del virote, el apuntar y el disparar.

- Bien ya estoy lista, no vas a salirte con la tuya, bicho asqueroso... - dijo la joven asesina antes de hacer disparar su arma, si el poder de su mirada otorgase un daño adicional, habría matado al troll unas cuatro o cinco veces, lástima que la realidad a veces fuera mucho más cruel, teniendo que conformarse la fémina, con herir la dura piel que asemejaba casi a la corteza de un árbol, o al menos eso le parecía a Leah.

 - ¡Ha, ha! ¡No te esperabas esto verdad, querido amigo apestoso? - reía Öter mientras balanceaba su martillo de nuevo en el aire para asestar otro golpe.

La estrategia había salido bien en el primer ataque. Si bien, la piel de los trol era dura y difícil de atravesar, los distintos golpes y cortes que había recibido desde varios ángulos estaban siendo efectivos: solo quedaba rematar la tarea.

"Desafiando todos los mitos de su niñez, el hobbit Ruby Moss se revuelve fieramente contra el trol de las colinas"

Para el trol, la situación ya había llegado demasiado lejos. Tenía un chinche, un roedor, una sabandija dolorosa en su retaguardia. Había llegado la hora de darse la vuelta y aplastar a aquel insecto. 

"Un hobbit!" pensó en su profundo monólogo interno el trol de las cavernas, cuyo nombre nadie recuerda. Conocemos el de Grunt, su compañero, porque alguien lo pensó, alguien lo echó de menos. Pero el del otro trol, nos es absolutamente desconocido. Y, si ha de morir pronto, tampoco nos importa.

La bestia de piel coriácea se giró sobre su propio eje para enfrentarse a aquel aguijoneante pilluelo, sin tener cuidado de lo que dejaba tras de sí, que no era nada menos que un enano de las Montañas Azules balanceando su martillo de guerra.

El tiempo se detuvo en el momento justo en que garrote y martillo rasgaban el aire en el claro de Bar-en-Dindol, y sólo la Divina Providencia nos podría decir quién vivió y quién murió en este loco juego que es la vida.

La sinda observó con pesar el desarrollo del combate. En su interior se mezclaban muchas sensaciones enfrentadas.

Por un lado sentía el deber de ayudar a sus compañeros y los desdichados cautivos junto con el sentimiento de justicia, e incluso un poso de venganza al estar enfrentándose contra criaturas retorcidas por las artes oscuras.

Por otra parte, comenzaba a dudar sobre esos sentimientos de venganza y sobre las ansias que sus amigos demostraban tener por acabar con estos seres. Al fin y al cabo, si no formaban parte de un ejército invasor, los trolls podían ser considerados como otros animales salvajes más. Cierto es que eran viles y que podrían poner en jaque alguna población humana de la zona, pero como cualquier manada de lobos que aceche los rebaños de cabras locales. ¿Hasta qué punto tenían ellos la potestad de impartir justicia sobre la posibilidad de cualquier criatura de vivir o no en Eriador?

Mithgannel continuaba pensando en las palabras de su hermana, atenta a los movimientos del gigante. Viendo como sus compañeros despachaban con tal soltura a la bestia comenzó a pensar que su postura había sido inútil. Pero en instante el rabioso troll se viró para aplastar a la abejita aguijoneadora que era el hobbit, y fue en ese momento cuando la elfa aferró el colgante con .as fuerza. 

Con una silenciosa palabra, una energía brotó de su pecho. Tal vez un fino hilo que enredándose a la compleja madeja del destino resultará en un pequeño cambio. Eso quería ella pensar. Y el certero mazazo del troll erró el camino hacia el cuerpecito del mediano.

Ocurrió casi al unísono: el garrote se desprendió de la mano justo un instante antes de aplastar al pequeño mediano, como si hubiera chocado contra una coraza invisible, y fue a parar contra la pared medio derrumbada de la torre; a la vez, un martillo de acero, firmemente sostenido por brazos khazad, se desplomó sobre la cabeza desnuda del trol. Con un mugido se vino abajo aquella mole coriácea. Estaba definitivamente fuera de combate.

Con el sol declinando, volvió el silencio al claro, o mejor dicho, volvieron los sonidos propios del bosque, de la naturaleza; los ruidos del combate anterior no había sido más que una breve disrupción en la sosegada calma de las Tierras Salvajes en aquella hora del atardecer. Pero ahora la naturaleza volvía a reclamar lo que era suyo: un buitre de Cardolan, especie a día de hoy ya extinta, estaba posado sobre el bulto ingente del cuerpo del primer trol, examinándolo con el pico. Y tal vez así debía de ser, devolver al bosque lo que era del bosque.

Los cuatro aventureros apenas tuvieron un instante para evaluar su nueva situación, aparentemente a salvo de amenazas inmediatas. Leah ya se había acercado a la puerta de Bar-en-Dindol, devuelta su ballesta a su posición de descanso cruzada sobre su espalda. También Mithgannel había soltado el collar que había sostenido firmemente en la mano todo ese tiempo y que finalmente había recompensado la fe depositada en él. Aunque los más obtusos en materia de magia - que precisamente coinciden con los que menos centímetros levantan sobre el nivel del suelo - dirían que el providencial desvío del garrotazo mortal se trató tan solo de torpeza del trol. "¡Cuánta paciencia hay que tener para contarse entre los Primeros Nacidos!" pensaría Mith con un suspiro.   

No cabía ya otra cosa que entrar en la torre donde se encontraba el "botín" de aquellas criaturas, los prisioneros y compañeros de Asianne. La escena poco había cambiado desde que Öter y Ruby entraran en la torre hacía escasos instantes, salvo porque Asianne se afanaba, arrodillada en el frío suelo, en machacar unas plantas en una especie de pequeño mortero de plata. Los dos compañeros aún permanecían atados de pies y manos, y el gimoteo doliente lobo había entrado en una especie de ralentí. 

Atados de pies y manos, dos hombres con ropajes de caminante estaban en el suelo de la torre; también un lobo malherido, al que la bella Asianne intentaba reanimar por todos los medios.

Uno de los dos prisioneros no hacía más que quejarse cuando los aventureros entraron en la torre:

- ¡Por todos los demonios! ¿Será posible que estés pensando en curar a esa bestia? ¡Yo también estoy herido! - efectivamente, se veían sus ropajes manchados de sangre a la altura de su estómago - Cuando ese maldito perro sarnoso se recupere lo suficientemente no tendrá otra idea que atacarnos, ¿es que no lo ves? Brrrrrr ¡Mujer!

Asianne pareció hacer oídos sordos a estas palabras mientras continuaba preparando el ungüento, concentradísima en su labor. En un momento dado se dirigió al quejica, sin parar de mover su mano en el mortero.

- Entended que si no auxiliamos a esta criatura, morirá - dijo la haradrim con seriedad - y con ella morirá el misterio de su presencia en estas tierras, el enigma de sus heridas... ¿Qué hace un lobo de Forodwaith en estas latitudes? ¿Quién o qué le infligió estas terribles heridas? - tras estas preguntas retóricas, se dirigió con la mirada a Leah - Me alegro que hayáis podido cortar la hemorragia, señora. Vos también estáis herida, pero sólo tengo suficiente athelas para curar al lobo. 

- No me lo puedo creer... - comenzó a quejarse de nuevo el hombre herido - ni siquiera habéis soltado aún nuestras ataduras...me desangroooo - lloriqueó con exageración.

- No hay un minuto que perder - le cortó Asianne y siguió trabajando en silencio. 

El otro hombre, también atado, permanecía con la mirada perdida. Su semblante os pareció familiar, al menos para los más fisionomistas, pero no erais capaces a bote pronto de decir exactamente de qué. 

Los ataques fueron sucediéndose pero el definitivo lo propinó el enano, regalando un martillazo al troll que le quebró por dentro, haciendo que finalmente la criatura cayera inerte delante de los aventureros.

Leah sonrió, para ella el ser caído no era más que una vil criatura que se interponía en su camino. La asesina tenía unas firmes convicciones morales, aunque quizás no tan profundas como las de la sinda, bien podía haber surgido una interesante conversación entre ambas al respecto, quizás ante el fuego de una chimenea y con una buena copa de vino delante, pero claro, no habían cumplido su misión y no era el mejor momento para disertaciones éticas.

La asesina comenzó a caminar hacia sus compañeros y desde allí llegaron hasta donde Asianne intentaba reanimar al lobo de gran tamaño, intrigando este hecho a la joven Leah, escuchando de fondo los comentarios de los prisioneros y no era ilógico lo que decía, pero la palabra mujer dicha junto a un gruñido, le enervaba.

- Yo no sé curar pero soy experta en quitar la vida.... - miró al hombre con una sonrisa, casi sentándose al lado -...Y si no te callas estarás jodido, porque perderás mucha más sangre en el esfuerzo, ¿realmente quieres discutir?... - tras haber creado mal rollo se centró en lo realmente importante, ella misma -....Asianne, el lobo no va a hablarte para decir qué le atacó, pero yo si estoy dispuesta a poner mis armas para apoyar tu causa... Si muero o no estoy en condiciones, el misterio del lobo puede quedar sin resolver porque menos gente te ayudará... Sálvame y busquemos los enigmas, o déjame empeorar y me iré a la primera taberna a descansar y recuperarme... Tú eliges, al fin y al cabo todos somos testigos de haber visto el lobo, así como observadas sus heridas....

El martillo de Öter produjo un sonido en el gigantesco del trol, que poco a poco, fue perdiendo la vida. El enano, que en sus viajes desde que había dejado las Montañas Azules había vivido muchas aventuras, en muy pocas ocasiones había combatido con semejante criatura.

Al ver que el combate había finalizado y dentro del alboroto que se había armado en pocos segundos en el interior de aquella torre, el enano se acercó a su compañero Ruby para interesarse por él para después acercarse a la elfa y la humana, que si no llega a ser por ellas, se habría complicado la situación.

- ¿Os encontráis bien? - preguntó a sus compañeros el enano sin perder de vista a aquellos que allí se encontraban amarrados - ¿Qué... qué hace la dama Asianne?

La curiosidad fue más allá cuando la dama hizo mención a las tierras de Forodwaith. ¿Un lobo de tal al norte de la Tierra Media... en las fronteras de Bree? ¿Cómo había llegado aquel ser allí? Öter, fan de los lobos y su forma de vida, lo miró con fascinación, mientras escuchaba a aquellos hombres quejarse.

Öter quería ayudar, pero sus medios no disponían de dotes curanderas. Leah, que había sufrido una gran herida se mantenía en pie, pero necesita de primeros auxilios.

- Dama Asianne, si bien está comprobado que usted sabía de la existencia de esta criatura de lomo blanco y su existencia... ¿Sería tan amable de auxiliar a nuestra compañera? No me malinterprete, pero esta valiente mujer ha arriesgado su vida para entrar en esta torre donde descansaba el trol...

La fatigada sinda resopló, liberada de la angustia del intenso momento y satisfecha al considerar que su paciente y enigmática estrategia había servido para evitar la desgracia del hobbit.

Una brillante lágrima iluminó fugazmente su mejilla. «Comienzo a entenderlo, hermana», pensó con alivio al sentir que sus sensaciones acerca de la energía del collar eran acertadas.

Sin tiempo que perder Mith accedió junto con sus compañeros a las ruinas de la torre. Sus ojos se entrecerraron sorprendidos de ver a la haradrim abrazando a un lobo blanco. Algo había en la escena que le resultaba familiar, pero aún no sabía qué.

Ante la tensa conversación entre Asianne, uno de los cautivos y la asesina, Mith trató de poner paz tomando a Leah del hombro.

—Tranquilos, estamos en el mismo bando... ¿No? —comentó la elfa mientras trataba de comprender no tanto las palabras sino lo que los rostros y las actitudes querían decir. «¿De verás son ellos sus compañeros? De serlos, ¿por qué en este momento de tal urgencia se ha centrado en salvaguardar la vida del animal y no en desatar a sus compañeros para escapar lo antes posible? ¿Conocía ella a ese lobo? Ese lobo...»

La elfa interrumpió por un momento sus pensamientos para apremiar a sus amigos, y entretanto ella se acercaba a los prisioneros y los examinaba por encima. Su estado, su rostro, sus vestimentas.*

—Ruby, Öter, por favor, ¿podéis desatar a los cautivos? —pidió a sus compañeros con tono amable —. Debemos buscar a Bit y Zoz. Espero que se encuentren a salvo.

Algo seguía sin cuadrarle a la elfa. ¿Sería la supuestamente fortuita presencia de la haradrim, o...?

—¡Un lobo blanco! —gritó al recordarlo por fin—. Ruby, ¿recuerdas la historia de tu primo Mut? Cuando encontró la banda de orcos, dos huargos se percataron de su presencia y trataron de darle caza. ¡Tu primo solo pudo escapar por la providencial aparición de un lobo blanco que se batió en combate con los huargos! ¿Será éste el salvador de Mut?

Mithgannel se acercó con curiosidad a la hermosa bestia. Despacio, con suaves zancadas para no alterarlo. Controlando su respiración, calmando sus agitados latidos para dar al majestuoso lobo la sensación de sosiego y cordialidad.

—Dama Asianne, ¿fueron provocadas por los trolls? —dijo mientras se acercaba a las heridas del animal para comprobar si tenían sentido con los golpes y mordiscos que los grandullones abatidos podían haber producido, o si por contra podría tratarse de otra amenaza.

«¿Tendrá esta criatura alguna relación con Arphengolf? Como me gustaría que padre pudiera hablarme ahora sobre las historias del norte...»

La presencia de aquella peluda criatura del extremo Norte era la gota que colmaba el vaso en la sucesión de elementos exógenos que aquellos bisoños aventureros habían presenciado en muy pocos días. Sorprendentemente pocos días. 

Pues pareciera que un loco caleidoscopio geográfico había enfocado su lente en Bree y sus alrededores: primero habían sido los guerreros esterlingas del lejano Rhun. Después, los asesinos haradrim del Sur. Ahora aquel lobo blanco de Forodwaith. Ah, y no nos olvidemos de una viajera que ni siquiera venía de la misma época. Al final, lo más local y rutinario de toda esta historia iban a ser aquellos trols cuyas cabezas estaban siendo picoteadas por el solitario - y hoy ya extinto - buitre leonado de Cardolan.

- No sé de esta criatura mucho más de lo que sabéis vosotros - dijo Asianne ante las observaciones del enano, sin apartar su vista del mortero. Había dejado de machacar y ahora estaba modelando con los dedos el ungüento. - La hemos encontrado en este deplorable estado en unos arbustos cercanos, lo hemos arrastrado aquí dentro y yo he salido en busca de hierbas para salvarle. Cuando volvía ya estaban los trols, pero pude huir sin ser vista y os encontré.

Parecía que la insistencia del enano y las reflexiones de la asesina habían surtido algo de efecto. Asianne se levantó y se acercó a Leah. Levantó levemente el improvisado apósito y observó la herida:

- Esto no requiere athelas. En un rato cambiaremos el apósito para que no se infecte - dijo concisamente, sin dar grandes muestras de empatía por Leah. Mientras se dirigía de nuevo junto al lobo, el quejica no perdió ocasión de volver a reclamar atenciones.

- Déjalo, Sigimun - dijo Asianne con hastío, y en aquel momento los aventureros percibieron que existía un tono de familiaridad entre ambos, como un viejo matrimonio condenado a aguantarse - basta escucharte hablar para saber que no tienes nada grave. Aquí el único que morirá si no le damos el athelas es este lobo. Y aun así, dudo que la dosis me baste. Pero se hará lo que se pueda. 

Y dicho esto, sin esperar más consenso, comenzó a aplicar el ungüento en las terribles heridas del lobo, masajeando con sumo cuidado mientras el lobo emitía unos gemidos más propios de un cachorrillo de perro que de una bestia de sus hechuras. Öter, declarado amante de estos animales, no podía por menos que asistir embobado a la curación de aquel bello aun maltrecho ejemplar.

- A su pregunta, señorita elfa - dijo Asianne sin dejar de mirar las heridas - esto no lo han hecho los trols. Esto son dentelladas de otras bestias del mismo tipo, o similares. Grandes colmillos y una saña desmesurada, eso sí.

 El otro hombre atado, que hasta ahora había asistido a la escena sin decir nada, por fin intervino:

- Sigimun, eres un maldito idiota, y un bobalicón quejumbroso - dijo con una voz que infundía gran respeto - pero lo que he oído por aquí me parece una excelente idea. Valerosos guerreros, me faltan palabras de agradecimiento para vosotros, pues nos habéis salvado de una muerte casi segura, a la par que horrenda. Perdonad a este botarate con quien tengo la desgracia de compartir penurias. Agradeceremos todavía más vuestro milagroso advenimiento si nos cortáis estas ataduras, ya que la dama de Harad está ocupada salvando a este, esperemos que amistoso, ejemplar lobuno.

En aquel momento Mith pudo verle bien e inmediatamente supo dónde había visto ese rostro por última vez. 

Caíste en que habías visto, en una de las paredes de las dependencias de la Guardia de Bree, los retratos a carboncillo de los más buscados por las autoridades de Arthedain. Allí estaba el suyo, por encima de cualquier otro: Cormac, el jefe de los bandidos.

La sinda arqueó una vez mas las cejas al recordar donde había visto la cara de uno de los cautivos.

—¡Eres tú! —dijo primero con cara de asombro.

—¡Vaya día de sorpresas! —siguió con gesto algo mas divertido mientras daba algunos pasos en círculo—. Nos encontramos a la dama Asianne en medio del campo. Luego un par de terribles trolls, un lobo blanco, y ahora al bandido mas buscado por la Guardia de Bree. ¿Qué tratos tiene usted, mi señora Asianne, con el señor Cormac? Por favor, Ruby, Öter, no desatéis aún a nuestros cautivos.

Desde luego parecía una broma del destino. Historias personales, viajes en el espacio y tiempo, seres de todo tipo y lugar, estaban coincidiendo y colisionando en un área reducida y al mismo tiempo. Preguntas y más preguntas llegaban a la mente de la elfa. ¿Qué podrían esos dos tener en común? ¿Tendrían también alguna relación con la incursión de orcos? Cruzándose de brazos esperó la reacción de sus compañeros y las respuestas de la haradrim y el malhechor.

Leah frunció el ceño, ¡hasta a Mith le parecía interesante cómo estaba al lobo!... Y no es que le deseara nada malo pero entre que se curase del todo él o ella, pues había un claro vencedor. La gota que colmaba el vaso era que encima Asianne afirmara que no sabía más de la criatura que ellos mismos.

Aquí están todos locos... - inevitable pensar eso, sobre todo aquella asesina que tendía a ser más bien práctica con todo y no conocía la historia del primo de Ruby, un animal era lo que era y ahora mismo lo salvaban frente a vidas humanas -...Será por la piel... Bonita es, pero no creo que valga tanto la pena....

Por fin la mujer pareció hacer algo lógico y mirarle la herida, ¡¡¡loados fueran los dioses!!!... Tras levantar el apósito indicó que no necesitaba athelas.

- Vale, eso será que no hay que coserla.... - imaginó Leah creyendo que al final la cosa no iba a ser grave, tan solo cambiar las vendas -... Bueno, al menos me ha antepuesto al lobo..., ¿cómo sentaría el chiste de hacerse una capa con su piel?... - Una suerte que no pusiera en marcha sus propios pensamientos.

- Agradezco tus atenciones.... - se calló justo ahí para no decir "tardías, pero atenciones... Los humanoides te aplaudimos" -... Eso Sigimun, a callar que el lobo es importante... No sé porqué pero lo es, ¿no ves a todos preocupados?... - a ver si había suerte y explicaban algo más.

El otro tipo hablaba y la sinda pareció reconocerle, indicando que no le liberasen aún, estaba claro que algo había hecho -... Mith, si quieres le rebano el cuello... - y es que andaba algo mosqueada con el sonido quejumbroso del lobito -....Oh un bandido..., qué maravilloso.... - se sienta al lado de Cormac -...¿te he contado alguna vez el chiste del bandido y la asesina?... 

Una asesina mata a un bandido y en el juicio le pregunta el juez.

- ¿Mató usted a la víctima?

- No

- Le recuerdo que está bajo juramento. ¿Sabe cuál es la pena por perjurio?

- La verdad es que no, pero seguro que menos que por la de asesinato.

Le había puesto arte al chiste pero el bandido no parecía dispuesto a reír, así que Leah sacó su daga para animar el cotarro.

- ¿No te ha hecho gracia?.... - sonrió Leah mostrando sus blancos y bien cuidados dientes, parecía disfrutar el momento, seguramente Mith iba a tener mucho trabajo con ella, sobre todo a la hora de explicarle que no podía ir por el mundo amenazando a la gente, aunque había que reconocer que sabía sacar humor hasta de los peores momentos.