Partida Rol por web

—¿Porqué diablos están cavando? ¿Tú le encuentras algún tipo de sentido a todo esto, Öter? —susurró al enano, quien parece más interesado en balancear su nueva maza—. Yo no me las vería con ellos aun. Son cinco y nosotros dos, por no mencionar que vamos en cueros. ¿No tienes curiosidad por ver lo hay por ese otro corredor? —señaló hacia el corredor este mientras se hacía con la daga que Öter había abandonado y con la antorcha—. Por cierto, no me trates de señor que no soy tan viejo.

Encendió la antorcha y se dispuso a internarse por el corredor este si a Öter le parecía bien. Se moría de curiosidad por ver donde les llevaba todo aquello.

—¿Vamos? —animó al enano entre susurros.

El asedio al chamán por parte de Leah y Mithgannel resultó productivo: el hechicero no conseguía materializar su malvado conjuro, cualquiera que éste fuese. Frustrado, vio como Mithgannel se colocaba por detrás suyo y le realizaba un ataque con puños desnudos, que hizo tambalear gravemente al chamán. Por otra parte, fintó las dagas de Leah con una habilidad sorprendente. 

Mientras tanto, Cormac asestaba una última y mortal estocada contra el soldado orco que quedaba, que murió entre alaridos de dolor. Sin siquiera esperar a verlo desplomarse frente a él, el pletórico jefe de los bandidos se reunió de un brinco al combate con el chamán, blandiendo su mortífera daga.  

Pero el chamán, a la vista de su situación de inferioridad, cambió de estrategia y dejó caer su báculo a sus pies, en señal de rendición. 

-  No saldréis vivos de aquí aunque me matéis - dijo con gran desprecio - ¿qué queréis?

La idea de prender a aquellos orcos le pareció divertida a Öter, pero quizás no tanto al señor Moss.

- Lleva razón, señor Moss - volvió a tratarlo de usted a pesar de su comentario¹, el enano respetaba a aquel mediano -. Quizás usted podría avanzar más para ver qué hacen, sus dotes de subterfugio son más duchos que los míos. Le seguiré en la retaguardia por si se complica el asunto, pero confió en su habilidades de escondite.

La idea de tenderles una trampa a sus enemigos se desvaneció, temporalmente.

- No obstante, coloquemos el barril a la vuelta del recodo, si nos descubren y nos persiguen, podemos cerrarles el paso con las llamas del aceite y tendremos tiempo para poder pensar y tomar una ruta alternativa.

Habiendo percibido la capitulación del brujo, Mithgannel ladeó la cabeza y cruzó la mirada con Leah para que no bajara la guardia y lo mantuviera controlado. No pensaba que realmente tuviera que indicar a la mujer como actuar. Sólo esperaba que tuviera la templanza para no acabar con la vida de un enemigo del que se podría obtener algo.

La sinda sacó una flecha del carcaj y preparó un disparo, al tiempo que pateaba el báculo del orco.

—¿Qué razón tenemos entonces para dejarte con vida, chamán, si no podemos sacar ningún beneficio? —respondió con sarcasmo mientras la punta de la flecha presionaba la nuca del hechicero—. ¡De rodillas! 

—Señor Cormac, las sogas de vuestras ataduras, por favor —pidió al bandolero de forma imperiosa, esperando con ellas poder inmovilizar al orco.

El líder bandido la había impresionado gratamente. Lo cierto es que Mith había tenido la tentación de ofrecerle la daga a su compañero, pero viendo la penosa actuación de Sigimun, la sinda certificó que había tomado la decisión correcta.

La cabeza de la flecha acompañó al cogote del brujo mientras éste se agachaba.*

—Dime, chamán. ¿Dónde está mi hermano? ¿Y dónde han llevado a los medianos y al enano?

Tras algunos momentos de vacilación, Öter y Ruby decidieron por el momento no arriesgar con los orcos y seguir explorando el subterráneo. No sin antes, por insistencia del enano, colocar uno de aquellos barriles de brea arrimado a la pared en la "V" entre los dos pasadizos que se dirigían a noroeste (donde estaban los orcos) y noreste. 

La ruta que tomaron ambos supuso avanzar por un pasadizo que se hacía cada vez más angosto. Girando un recodo muy cerrado hacia la derecha, llegaron a un nuevo ensanchamiento, una estancia de unos 20 metros de longitud y unos 7 metros de anchura en su parte más ancha. Los aventureros torcieron el gesto con disgusto al aspirar la primera bocanada de aire: el olor no podía ser más desagradable: una mezcla de sudor y de cloaca sería una manera suave de describirlo. La estancia estaba iluminada por un fuego ¡encendido!. Los dos comprendieron que si había un fuego encendido es porque alguien debía estar cerca de él, vigilándolo. Todo lo quietos y silenciosos de lo que eran capaces, siguieron estudiando aquella desconcertante estancia: todo el perímetro de irregular roca estaba rodeado por lo que parecían unos pobres lechos o catres hechos a base de despojos. Contaron entre veinte y veinticinco de ellos, y ninguno de ellos estaba ocupado. Pero lo más sorprendente fue lo que vieron alrededor del fuego. Depositados sobre bases de mullida paja, reposaban una decena de formas ovaladas de unos dos palmos de diámetro, y que, por muy absurdo que fuera esa idea, sólo podía tratarse de huevos. Y desde luego, a tenor de sus dimensiones, de ningún ave que un campesino de la Comarca pudiera nombrar. 

Lo que Öter y Ruby estaban temiendo desde que vieron arder el fuego se materializó por fin. Una forma se movió en el resplandor de la hoguera, saliendo de detrás de unos peñascos que formaban una especie de reservado en el extremo opuesto de la estancia. Aguzando la vista pudieron ver claramente la silueta de un orco, cojeando intensamente y con una especie de muleta en una mano. En la otra llevaba lo que parecía un artilugio para atizar el fuego. El orco, sin ningún signo de haber percibido a Öter y Ruby, se acercó con lentitud a la hoguera, rodeando con gran cuidado los huevos y removió las brasas. La hoguera chisporroteó y el orco se quedó quieto observando las llamas, dando la espalda a los atónitos y desnudos héroes.

El chamán obedeció y se puso de rodillas, aunque en ningún momento traslució el más mínimo temor por la situación en la que se encontraba, antes al contrario, y eso producía en Leah y en Mith una gran inquietud. Cormac empezó a desatar a su secuaz Sigimun, cuidadosamente para no dañar las cuerdas que debían de servir de atadura para el chamán.

Entonces el chamán, con aquella frialdad que helaba la sangre y con el metal de la punta de la flecha élfica pegado a su nuca, empezó a susurrar en el mismo tono grave y despectivo.   

- Se os suponía una lealtad a vuestro hermano, pero el murciélago me dijo que no me fiara de vos. Por suerte, vuestro hermano está en camino, para daros el castigo que merecéis. Aunque, si os doblegáis a él y al destino que él os tiene reservado, vuestra situación puede ser muy diferente a un castigo. Pues este túmulo es solo el comienzo. Mientras hablamos, mineros orcos están prolongando las galerías para unirlo con otros túmulos y crear así una gran base subterránea, el germen del nuevo imperio del Rey Brujo al sur de Bree. El murciélago me dijo algo más - dijo entonces girando la cabeza en busca de Lèah - Me dijo que vos sabéis lo que va a pasar. Eso puede ser extremadamente valioso para nuestro señor. 

Hizo una breve pausa y prosiguió:

- ¿Me falta algo por contestaros? - reflexionó en tono burlón- ah sí, vuestros compañeros. Consideradlos un presente para uno de nuestros aliados. Sin duda, un honor mayor del que se merecen. Ah, y no pequéis de soberbia en este túmulo. La baratija que lleváis colgada al cuello era sólo el pretexto para convencer al enano Grimbrand y a sus temerosos esbirros de las Montañas Azules para que vinieran a hacernos el trabajo sucio de desvalijar los tesoros de los túmulos. Pero, más allá de su belleza y la nobleza de su material, esos objetos son totalmente estériles. Porque las única llaves que encierran los horrores de los túmulos somos yo, y otros como yo. Y ahora esta llave se quiebra... 

Y, haciendo un gesto rápido sacó una afilada daga de su túnica y se la clavó en el estómago, sin dejar de mirar desafiante a Lèah y a Mithgannel mientras se desplomaba de boca contra el frío enlosado. Entonces, justo en ese momento, un chillido espantoso emergió de las oscuras profundidades y llegó a sus oídos, gélido y espectral, apenas amortiguado por los sinuosos recovecos de aquellos pasadizos, reverberando unos segundos en el quieto y silencioso aire del túmulo de Valandur.      

Ruby no podía creer lo que estaba viendo. ¿¡Huevos de dragón!? ¡No claro, debían de ser esas bestias inmundas que habían visto en la casa del bosque! ¡Estaban incubando todo un ejército traído con discreción desde el negro norte! ¡Malditas alimañas, pues no se iban a comer La Comarca! Allí no había nadie más así que ellos eran los indicados para el trabajo. Entrecerrando los ojos, agarró la daga con fuerza y asintió a Öter con decisión. Dos contra uno parecía un combate que podían ganar, aun en su lamentable estado actual. Debían de ser rápidos y no darle la oportunidad de dar la alarma. Esperó a que el enano se aprestara al combate para emboscar al desprevenido orco.

¿Qué demonios es eso? - musitó Léah mirando hacia el fondo del corredor, de donde pareció provenir aquel quejumbroso aullido. Lanzado justo al morir el chamán, no auguraba nada bueno. Pero la humana no esperaba respuesta, al menos no a esa pregunta. Pateó con sus botas el cuerpo del malvado hechicero, no sólo para asegurarse de que estuviera muerto sino también para dedicar unos segundos a procesar todas las preguntas que acudían a su mente. 

Se había suicidado. “Tanto mejor” pensó, eso lo tenía claro. Y es que de haberlo mantenido con vida no le podrían haber quitado el ojo de encima ni un segundo. De hecho, por cometer los captores un error parecido, un exceso de confianza, ellas habían dado la vuelta a una situación terriblemente fastidiada. Y Léah no creía que manteniéndolo prisionero les hubiera resultado útil, a diferencia de Mith. 

 Hablando de Mith. Azaroth. 

Miró a Mith.

-Joder Mith, ¡Azaroth es tu hermano! - por fin lo había visto claro. Se maldijo a sí misma por no haber caído en la cuenta antes, cuando la elfa mencionó que su hermano era el jefe de esos orcos. Lo pasó por alto, o simplemente se imaginó que sería un guerrero traidor con un cierto rango entre las filas del enemigo, pero maldita sea, ¡pues claro! ¡era el puñetero Azaroth! Eso explicaba tanto respeto de los orcos a Mith. La asesina se dedicó unos segundos a andar en círculos, pensando en las implicaciones que está revelación suponía. El gran objetivo de su viaje, aquel al que debía tratar de eliminar, era el hermano de la gran aliada que había encontrado hasta ahora. 

 “Bueno, estando junto a ella podré llegar hasta él, y eso quizá me de una oportunidad. Y al fin y al cabo ella estará segura de enfrentarle, ¿o no?” O quizá intentara convencerle, atraerle de nuevo al camino de la luz. Eso sería un error. “¿Se interpondrá si alzo contra él mi daga?”. Todas estas elucubraciones quedaron a un lado cuando Léah reparó en lo que Azaroth tenía preparado para ella. 

 “Me dijo que vos sabéis lo que va a pasar. Eso puede ser extremadamente valioso para nuestro señor”. Había dicho el chamán. Léah sintió un escalofrío. Ella venía del futuro para cambiar el pasado, para tratar de cercenar alguno de los males que habían asolado el mundo los siglos pasados y que constituían la semilla del mal que lo amenazaría después. Pero ¿y si en vez de arreglar algo lo empeoraba? Se le heló la sangre al pensar en lo que podría ocurrir si Azaroth extraía de ella información del futuro, que pudiera potenciar el mal que el Rey Brujo habría de perpetrar en los años venideros y lo elevara a un nivel superior. 

 Miró la punta de una de sus dagas. “En fin, será o él o yo. Pero no me puede coger viva.”

 Ya bastaba de darle vueltas a la cabeza, que aconteciera lo que marcase el destino.  Contempló el corredor oscuro que parecía era el camino a seguir, pese a que aquel horrible chillido venía justo de allí. 
- ¿Y ahora? - preguntó. 
 

- Aquí está bien - dijo el enano mientras se sacudía tras dejar el barril colocado estratégicamente.

La estancia a pesar de ser amplia no mostraba signos de algún enemigo, lo que tranquilizó al enano. A pesar de su fe ciega en sus habilidades, sabía que no podía poner en riesgo su vida y por consiguiente la del señor Moss, no podría perdonárselo. 

- ¿Qué es eso...? - preguntó el enano, sorprendido.

Miró al señor Moss, que de repente tenía los labios apretados y con un rostro serio. Pero poco tiempo tuvieron de hacer suposiciones pues un orco con mal aspecto y aparentemente poco peligroso, se acercó a azuzar las llamas que crepitaban en el centro de la estancia.

Con una mirada de asentimiento, el hobbit se agachó y avanzando con gran presteza y eficacia. Öter, nueva "maza" en mano, siguió los pasos del mediano.

Ruby y Öter parecían utilizar el tullido cuerpo de aquel orco como una válvula de escape para toda la angustia que habían vivido hasta entonces. Salpicones de sangre cayeron sobre aquellos inquietantes huevos cuando la daga de Ruby se clavó en el muslo del orco, mientras Öter culminaba la faena agarrándole con el mango de la maza y haciendo presa con ella en el cuello del desdichado.

En ese momento un espeluznante un chillido emergió de las oscuras profundidades del túmulo, gélido y espectral, apenas amortiguado por los sinuosos recovecos de aquellos pasadizos, y se quedó reverberando unos segundos en el quieto y silencioso aire de la estancia. El orco, aun apresado por el enano, pareció agitarse extraordinariamente con aquel alarido. Parecía estar queriendo emitir algún sonido, pero la presa de Öter lo hacía inaudible. El enano, mientras se pensaba si acababa con él o le daba una oportunidad, aflojó un poco para escuchar lo que aquel desgraciado tenía que decir. Con ojos que se le salían de las cuencas, el orco sólo acertaba a susurrar, una y otra vez, una única palabra:

- Valandur....Valandur! 

Por suerte, vuestro hermano está en camino, para daros el castigo que merecéis. 

Esa frase resonó un par de veces en su cabeza. 

«¿Está viniendo él hacia aquí realmente?», se preguntó.

A cada rato su mente volvía a rumiar sobre la misma pregunta, y aún más ahora con los recientes descubrimientos. ¿Qué hacer si se diera la oportunidad de tenerlo a tiro? Si le producen pena y deshonra los recuerdos del pasado, ¿podría alguien llegar a endulzar esos recuerdos e insuflar luz en su ser para transformar su desdicha y restablecer su ánimo como paladín de los pueblos libres? ¿Debería intentarlo ella, por su familia? ¿O desistir desde un primer momento, recoger toda la ira y ansias de venganza y acabar con su atormentada existencia?

Las palabras del chamán, desnudándolas del pesimismo que conllevaban hacia la causa que los había traído aquí, podrían serles de gran ayuda. Palabras de un ser que se ve partícipe de una victoria segura, sin fisuras. Y es que, ¿cómo podrían desbaratar sus planes y derrotar a un ejército si sus enemigos iban leguas por delante y conocían incluso de una mujer venida del futuro? Ese murciélago...

—Maldita víbora —masculló al no poder siquiera a reaccionar ante el suicidio del hechicero.

Pero no podían caer en el pesimismo. Debían seguir luchando, con el tiempo que habían podido ganar y con las armas de que podían disponer.

La situación de su hermano, el proyecto de base subterránea con origen en ésta tumba, y las llaves para controlar a sus originarios moradores.

Con la posible llegada de su hermano se podría quizá dar fin a esa invasión. Eliminando a las llaves se desharían las ataduras de los otros túmulos e impediría o retrasaría el trabajo del enemigo. La destrucción de ésta tumba también podría entorpecer sus planes.

—Si, Leah. O al menos lo fue, antes de sucumbir a la sombra —respondió con pesar—. Es un guerrero formidable y un gran estratega. Y según parece, sus aliados poseen poderes desconocidos, y tienen ojos y oídos con los que han podido controlarnos. Si llegamos hasta él, no podemos confiarnos.

—Lo habéis hecho muy bien. Gracias por confiar en mí. Sigimun, espero que te encuentres bien y puedas andar. Ahora... No tenemos mucho tiempo —dijo mientras recogía la daga del mediano —. Rápido, tomad sus armas. Quitadles todos los ropajes que podáis conseguir con la menor cantidad de sangre posible para taparos la cabeza, brazos... Con ellos además será más complicado que os descubran por el olor. Yo, mientras tanto...

Sin llegar a terminar su última frase, Mith echó mano de los garabatos que había hecho y del propio libro del enano. Se acercó a una de las antorchas que daban luz a la sala. Y con avidez comenzó a pasar las páginas en busca de la estructura de la tumba de Valandur, los túmulos cercanos y cualquier otra información que pudiera parecerle relevante.

Tras la revelación que había supuesto para Lèah conocer el estrecho parentesco entre Mithgannel y Azaroth y las reflexiones que siguieron, ambas compañeras de fatigas se sentían más unidas que nunca. Hasta Cormac se estaba revelando como una útil incorporación. Y ahora Sigimun, liberado por fin de sus ataduras, parecía haberse vuelto menos timorato y colaboraba en despojar a aquellos cadáveres de sus ropajes para disimularse de la mejor forma posible.

Por suerte no volvió a escucharse nada más después de aquel desconcertante alarido, y todo trascurría en la más absoluta calma. "Un silencio sepulcral", se hubiera dicho con humor negro. Pronto estuvieron todos vestidos como orcos, soportando los fétidos y mohosos ropajes de los enemigos. Se inclinaron sobre la página del libro que hacía referencia al túmulo de Valandur: la primera peculiaridad de este túmulo, según el volumen, es que no estaba excavado sino que estaba constituído por una caverna natural. Al parecer, cuando se empezó a excavar para inhumar al Rey Valandur, los obreros se toparon con una amplia caverna. Aprovecharon la feliz coincidencia para enterrar allí al rey difunto, en el recoveco más oculto de la cavidad natural para mantenerlo más a salvo de los saqueos. Por este motivo, era el túmulo más amplio, ya que todos los demás estaban excavados. Solo hubo que construir las escaleras de caracol que conectaban con el orificio por el que habían entrado, a todas luces el único acceso del túmulo. En el extremo noroeste, el plano indicaba la presencia de una veta de piedra arenosa, más blanda que la dura roca que delimitaba el resto de la cueva. En relación a la propia tumba del Rey, se hablaba de su tesoro, contenido en tres cofres y de las trampas que protegían el acceso a su cámara mortuoria.

Posteriormente encontraron una página que ubicaba el túmulo de Valandur con respecto a otros túmulos cercanos. A unos 800 metros al noroeste se encontraba el más cercano de ellos, el túmulo de Arantar. Los siguientes túmulos más cercanos ya distaban más de 3 kilometros de allí. 

El aire se notaba estancado en la posición en que se encontraban. Se hubiera podido pensar que la apertura por la que habían entrado tras el movimiento de la roca por parte del chamán tendría que mover o renovar mínimamente el aire, pero no era así. Tal vez sería porque habían descendido bastantes metros por aquella angosta escalera de caracol y la apertura quedaría demasiado lejos. Si no, ¿qué?

Moss se detuvo horrorizado por el desgarrador grito de entre las tinieblas. Valandur ¿Sería el fantasma del rey dunedain que daba nombre al túmulo? El orco parecía aterrado, desde luego le tenía más miedo que a nosotros. Se dio cuenta de que él también estaba conteniendo la respiración.

—Trae a ese desgraciado, Öter. Hay que esconderse —susurró señalando al fondo de la cueva mientras se llevaba el dedo índice a los labios para indicar al orco tullido que guardase silencio y que colaborara.

Ruby apremiaba al enano temeroso de lo que pudiera arrojar la oscuridad.

Öter andó torpemente por la caverna. El pisar de los pies desnudos se le hacía complicado a pesar de que sus rechonchos pies tenían la suficiente base para caminar por la piedra irregular del terreno. El ataque del señor Moss, que hizo bastante daño al orco, fue suficiente para que el enano pudiera amordazar a aquella criatura con facilidad.

- ¿Qué dices? - dijo dejando de apretar la boca de aquel orco - ¿Valandur?

Trae a ese desgraciado, Öter. Hay que esconderse

El enano hizo caso de su compañero mediano, y rodeando el cuello con un brazo y tapando la boca con la mano del otro, fue retrocediendo. El chilido que rompió el silencio encogió el corazón de Öter, a pesar de su valentía, sabía que en esas condiciones sería muy difícil hacer frente a cualquier tipo de criatura, así que inteligentemente, el enano comenzó a retroceder doblando algún recodo donde poder esconderse.

- ¿Quién es Valandur, amigo orco? - le dijo el enano apretando su cuello, pero dejando la boca libre - Vamos a llevarnos bien, nadie quiere ser herido aquí.

-¡Pfiuuuu! - resopló Léah cuando examinó el mapa del túmulo- Es muy extenso... - Agradeció en ese momento disponer de aquella información; en el dibujo se veían bastante detalladas las galerías y recovecos de aquella excavación, sin duda les sería de gran ayuda. 

-Si vamos a adentrarnos por ahí, creo que deberíamos tratar de ocultar los cuerpos de los orcos al menos mínimamente. Si alguien baja que al menos no se los encuentre enseguida. -se dirigió a Cormac y Sigimun- ¿podéis mover aquellos dos de allí? Nosotras moveremos el del chamán, a ver si no es una tarea demasiado engorrosa. 

Cuando los ladrones se separaron un poco, la asesina aprovechó para dirigirse a su compañera.

-No sé que opinarás tú Mith, quizá el adentrarnos en esos túneles sea la opción más razonable ahora. - dijo.-Creo que dentro puede haber alguna pista o clave importante para el plan que tienen trazado nuestros enemigos. - Léah sentía que si querían saber más sobre el plan de sus enemigos en el interior del túmulo encontrarían respuestas, y se preguntaba por qué el chamán las habría llevado hasta allí. ¿Querría enseñarles algo? Aunque también tenía otra preocupación:
-Pero aún así pienso que en algún momento alguno de nosotros tendría que tratar de llegar hasta los hombres de Galeof para que la gente de Bree pueda ser avisada. Puede que ninguno de nosotros salga vivo de aquí, y lo que hayamos descubierto habría sido en balde. -Léah continuó su razonamiento- Sin embargo yo no confiaría en que si mandamos a estos ladrones cumplan ese cometido y no aprovechen para fugarse, es una tentación muy grande.

 Tragó saliva antes de continuar:

- Pero yo no pienso ir. No voy a dejarte aquí sola. - Apoyó su mano sobre el hombro de Mith y mirándola a los ojos añadió: -Cuando Él venga, yo estaré ahí para apoyarte. - Aguantó así unos segundos, hasta que las pisadas de sus compañeros rompieron ese momento íntimo. Entonces se incorporó, y disimuladamente comentó:

-Bueno, ¿estamos listos?

- Valandur...! - siguió diciendo el orco tullido en un oestron casi irreconocible, mientras que Öter le azuzaba para que hablase - él no debería haber despertado...¡nunca! la llave ha debido quebrarse...se vengará por este expolio, acabará con todos nosotros! - y su imprecación seguía, rozando el sollozo. Prestándole algo más de atención, Öter y Ruby se fijaron en que ese tullido llevaba unos ropajes algo peculiares, alejados de la marcialidad habitual de los orcos que se dedican a la guerra y alejados igualmente de los harapos de aquellos que se dedican a trabajos manuales en régimen prácticamente de esclavitud, como los que habían visto antes en los orcos que empujaban las carretillas. Más bien les recordaba al atuendo que llevaba el chamán orco que les había recibido a la entrada del campamento, pero con mucha menos ornamentación, así que pensaron que podría tratarse de un ayudante del chamán o algo similar. O tal vez no era más que un orco inservible al que habían encomendado la tarea de atizar el fuego por no ser capaz de hacer nada más. 

En cualquier caso, aquel vaticinio terrorífico dejó a Ruby y Öter petrificados en su escondrijo, que era precisamente la pequeña oquedad en el fondo de la cueva de donde habían visto salir al tullido. Desde el escondite al fondo de la cueva, veían la hoguera con los huevos alrededor y más allá, donde terminaba la luz, la más absoluta oscuridad y silencio.

De pronto, una sombra, más oscura incluso que aquella insondable negrura, pareció recortarse en aquel vacío. Antecedido por un lúgubre coro de voces torturadas, en cuanto se expuso a la luz de la hoguera, pudieron ver aparecer un rostro esquelético, envuelto en un pálido sudario y rodeado de antiguas joyas. Aquella forma volvió a emitir un espeluznante alarido, similar al anterior. Sin duda, los había percibido. Una súbita e intensa sensación de frió empezó a subir por los miembros de Ruby y Öter. Incluso el orco tullido contenía la respiración.   

Aquella aparición dió un paso mas, dejando escucharse el tintineo de las joyas y acercándose ya al círculo de luz de la hoguera, que en aquel momento ardía intensamente. Entonces se detuvo, y pareciera que la súbita luz que cayó sobre aquel rostro esquelético fuera intolerable para la criatura, con lo que, emitiendo horrísonos quejidos, dio media vuelta y desapareció entre las sombras.

Enseguida volvió a reinar un silencio absoluto.

—Si el enemigo pretende establecer una base utilizando los distintos túmulos interconectados y han estudiado el terreno, probablemente haya orcos ahí abajo picando un túnel en la pared noroeste. Cormac, ¿sabes qué túmulos saquearon los enanos? —preguntó sin quitar la vista de os documentos.

—Buena idea. Es posible que un poco más abajo podamos esconder los cuerpos –respondió a la acertada propuesta de la asesina.

Mithgannel apretó los dientes y emitió un ligero bufido al tirar del cadáver del chamán.

—Coincido con tu planteamiento. Ahí abajo es posible que nos espere una de las claves de este asunto. De encontrarnos en otras circunstancias, estaría complacida de haber dado con el túmulo de forma tan rápida —contestó Mith entre susurros, mientras se esforzaba por cargar el cuerpo—. Pero ahora no lo tengo claro, Leah. Nuestra situación es complicada y tenemos muchos frentes abiertos.

—En cuanto a ellos —dijo mientras levantaba una ceja y señalaba con la mirada a los bandidos—, no tenemos otra opción que confiar en ellos. Al menos el líder ha demostrado ser un hábil y astuto luchador, y...

El rostro de la sinda se coloró ligeramente cuando la mujer le posó la mano y le dijo aquello. Mithgannel clavó sus enigmáticas lunas sobre los decididos ojos verdes de la asesina, hasta que sus miradas fueron apartadas de improviso cuando los hombres volvieron a reunirse con ellas.

En otro momento habría podido pensar sobre lo que la asesina le decía con mayor profundidad, pero en esos instantes no había tiempo para nada. Mith tenía ya claro a lo que la mujer había venido. Sabía que de toparse con Arphengolf, Leah no dudaría. Había dejado su vida atrás para tratar de detener el mal que se estaba cociendo aquí y ahora, y que de no pararse desataría una terrible oscuridad sobre Eriador. Pero, ¿podría ella no dudar? ¿Tendría el valor de hacer lo que su mente sabía era lo correcto, aunque su corazón aún se negara a confirmarlo? ¿Podría ella volver a casa y decir a sus padres que había encontrado a su hermano, y que lo había tenido que matar por el bien de los pueblos libres?

—Bien, caballeros, por desgracia y aunque los hados nos han llevado hasta el lugar requerido, digamos que no habéis podido cumplir vuestra parte del trato. Ahora tampoco es que nos encontremos en posición de reteneros u obligaros a cumplir nada. Pero me gustaría apelar a vuestra moral, y a vuestra compasión por las poblaciones y sociedades de Bree y alrededores. Esas sociedades que, de una forma u otra, os han permitido medrar y vivir dignamente hasta ahora —dijo con una media sonrisa, sin tener muy claro cómo podrían tomárselo—. Ya habéis visto a lo que nos enfrentamos. Este contingente no es uno con el que Bree pueda competir. Probablemente ni siquiera las fuerzas de Arthedain junto con las de otros pueblos sea suficientes para derrotar a este enemigo. La única forma que creemos puede servir para desbaratar sus planes es cortar la cabeza que los comanda. Necesitamos vuestra ayuda.

La elfa hizo una pausa para reordenar sus ideas antes de continuar. Mithgannel portaba un semblante solemne, serio, sabedora de lo que se estaban jugando.

—En está caverna podemos encontrar algo importante. Además, traernos aquí formaba parte de mi conversión. Y si mi... hermano está de camino, no vendrá sólo. Conocer la caverna y planear una emboscada podría ser crucial para nuestra supervivencia. Sin embargo, no tengo claro que Arph... Astaroth esté viniendo. Por otra parte, nuestros amigos se encuentran, espero que aún vivos, en algún lugar de ese dichoso y extenso campamento. Ellos no merecen ese final, y me niego a darlos por muertos. Finalmente, había otro grupo viajando con nosotros. Nos llevaban un día de camino por lo que, con suerte, si alguno pudiera salir de esta caldera sin ser descubierto, podría encontrarlos y dar así la alarma en Bree. Entiendo que vuestro primer impulso sea el de querer salir de esta tumba y huir hacia el sur. Yo también tendria esa idea en otras circunstancias, pero esos orcos me han quitado lo que más quería y no puedo permitir que hagan lo mismo a otra gente. Si no nos queréis ayudar aquí, os pediría que al menos alertéis a la guardia.

Los oídos de Mithgannel permanecieron pendientes a la respuesta de los bandidos, al tiempo que sus ojos saltaban de uno a otro con determinación.