Partida Rol por web

Lèah y Mithgannel acababan de hablar, dejando en el aire aquella pregunta lanzada a los bandidos cuando otro gélido alarido, similar al anterior, volvió a colmar el espacio confinado de aquella caverna.

Sigimun perdió el temple y, sollozando se precipitó hacia las escaleras de caracol, subiéndolas de tres en tres en un desesperado intento de huída. Las dos féminas y Cormac se quedaron quietos, mirando a su alrededor y en guardia. Tras unos segundos volvió a aparecer Sigimun, con el rostro descompuesto y las lágrimas rodando sin control por su rostro. 

- ¡Está bloqueado! ¡La salida, está tapada por la piedra! - acertó únicamente a decir entre sollozos.

Tratando de explicarse cómo había podido volver a cerrarse, creyeron recordar que el chamán había bajado el último por las escaleras, detrás de toda la comitiva. Tal vez tuviera tiempo de volver a conjurar las palabras que había utilizado para abrir el acceso, desplazando aquella mole de piedra.

Cormac tomó la palabra, mirando a Lèah y Mith con seriedad:

- Aunque sea lo último que hagamos, estaremos con vosotros hasta el final. Sigimun, toma un arma de los cadáveres y pórtate como un bandido de Cormac. 

"Viéndose acorralado, el chamán orco se quita la vida, no sin antes lanzar terribles presagios sobre el destino de Mithgannel y Lèah"

Los sonidos del interior de la caverna ponían los bellos de punta a la sinda, que intuía a que se podría deber. Mith encajó las noticias de Sigimun con una mueca de fastidio.

—En la roca de la entrada hay una inscripción que reza "De Valandur la muerte gloriosa en el valle angosto", pero está en Adunaico. Tal vez pronunciando esa frase se podría intentar abrir desde este lado. Lamentablemente yo no sé pronunciar esas palabras. Si ninguno de vosotros conoce esa antigua lengua, lo mejor será ponernos en marcha hacia abajo cuanto antes —respondió mientras echaba un último vistazo al mapa de la tumba.

—Bueno, en principio la ruta parece clara. Simplemente descender por esos tramos de escalera y luego seguir el camino, siempre tratando de hacer el menor ruido posible. De haber operarios ahí abajo, lo mas probable es que quieran salir del túmulo, así que es posible que nos topemos con alguno. Me gustaría llegar hasta esta pared del noroeste —dijo mientras señalaba la supuesta zona de distinto material—. Tal vez ahí podamos encontrar una salida, y quizá despistemos a lo que sea que esté produciendo estos lúgubres sonidos.

La salida bloqueada...Bueno, eso eliminaba una opción y les reafirmaba en la decisión de explorar el túmulo. Es cierto que supondría un problema cuando quisieran salir, pero ese era un momento que la asesina vislumbraba demasiado lejano. Sospechaba que dedicarían mucho tiempo a examinar las diferentes galerías de la excavación, entre otras cosas porque deberían ir con mucho cuidado. Aquel segundo alarido parecía dejar claro que allí abajo ocurría (o habitaba) algo siniestro.

En realidad Léah sí conocía algo de adunaico, y de hecho había comprendido al chamán cuando recitó la inscripción. Así que si Mith tenía razón y repetir aquellas palabras volviera a abrir el paso puede que fuera capaz de hacerlo. Pero sería más adelante en todo caso. Ahora tocaba avanzar. 

Ciertamente se alegró al saber que Cormac estaba decidido a acompañarlas. Había demostrado ser un formidable combatiente, y seguro que habría que batirse con más enemigos durante la noche. 

-Me alegra oír eso. Y hay que reconocer que se te da bien aplastar orcos.- comentó Léah guiñándole un ojo para rebajar la tensión del momento. Aunque con su desconfianza natural pensó para sí:

 “Y claro, con la salida taponada tampoco os han quedado muchas opciones...”

-Bien, yo podría ir delante con cuidado. Se me da bien caminar sigilosamente y acechar en las sombras. 

 Y así comenzaron a descender lentamente los peldaños, hacia las profundidades del túmulo. 

Mithgannel quedó unos instantes mirando hacia la oscuridad de la caverna. Cuando todos estaban listos, la sinda asintió a su compañera y comenzaron a descender.

Precedidos por Lèah, los cuatro aventureros se aventuraron por la cavernosa cavidad. La naturaleza la había dotado de una extraordinaria estructura, llena de recovecos. Tras unos toscos tramos de escaleras que partían de donde habían hecho la escabechina de orcos (A), ya no encontraron más rastros de obra hecha por manos diferentes que las de la Naturaleza. Pasaron por progresivos estrechamientos y ensanchamientos (B,C,D). Conforme se acercaban al noroeste, a la posición donde deberían encontrar la veta de piedra arenosa, unos ruidos de herramientas empezaron a dejarse oír.

Los cuatro se escondieron detrás de un recodo (E') desde donde, sacando la cabeza cautamente y escudriñando en la oscuridad - la elfa partía con ventaja en eso, debido a su visión nocturna, fueron capaces de ver la siguiente sorprendente escena:

La pared de la veta arenosa que aparecía en el plano del Libro de los Túmulos había desaparecido por completo. En su lugar, una galería subterránea recién excavada en aquella blanda roca se extendía por varios metros -unos 15 metros aproximadamente. Allí, en el fondo de la galería, hasta cinco orcos se afanaban en instalar un curioso artefacto incrustado en la roca. Desde su escondite pudieron ver todo el proceso. Un gran cilindro hueco de hierro (de 1 metro de largo y unos 30cm de diámetro) era embutido en un profundo agujero en la pared arenosa que previamente habían practicado los orcos. Entonces, por el hueco del cilindro, un orco rellenaba de abundante cantidad de brea. De hecho había varios barriles de brea escampados por la galería. Después, otro orco introdujo en el cilindro una especie de pistón que enroscaba en la pared interior del cilindro y que, dándole vueltas, iba entrando en el cilindro presionando la brea. Cuando habían dado muchas vueltas al pistón y la brea debía encontrarse a gran presión, un orco cogió una brasa ardiendo y, por una compuerta que se abría en la propia pared del pistón, la introdujo en la brea a alta presión. El orco salió corriendo y todos los demás se separaron del artilugio, echándose al suelo. Segundos después, una gran detonación se pudo oír y las paredes de la cueva temblaron. 

Cuando se disolvió la polvareda resultante, pudieron ver con asombro cómo la pared estaba totalmente agrietada - cuando no directamente hecha añicos - y la tropa de orcos se dedicaba con tan sólo simples palas a retirar la roca desgajada y amontonarla en carretas.

Con la primera carreta llena, uno de los orcos se aproximó hasta pasar junto a los aventureros (E'), que contuvieron la respiración. Por suerte para ellos, el orco pasó de largo, balbuciendo palabras de queja por el peso de lo que cargaba y siguió empujando la carreta llena de escombro hasta que dobló un recodo y ya no pudieron verle. Sólo entonces, cuando nuestros aventureros estimaron que se debía encontrar en el gran ensanchamiento (F) que recordaban haber visto hacía unos momentos el mapa del Libro de los Túmulos, un golpe seco y un terrible alarido de pavor y dolor - esta vez indefectiblemente orco - llegó a sus tímpanos.

Después de eso, el más inquietante de los silencios.     

Desde su posición, tras la desaparición de la espectral figura, Öter y Ruby se quedaron quietos esperando un tiempo prudencial. El orco seguía retenido en sus manos y silencioso. Tras breves minutos que se hicieron eternos, oyeron lo que sorprendentemente parecía una detonación, lejana y amortiguada sin duda por los recovecos de la caverna, y sintieron temblar incluso las paredes. 

Transcurrieron todavía más minutos y un golpe seco, seguido de un grito ahogado de dolor - en este caso muy diferente a los espectrales alaridos de antes - llegó de alguna parte de las profundidades. Después de eso, de nuevo silencio. La hoguera menguaba por momentos y el orco parecía ponerse tenso. Debía preocuparle mantener aquellos monstruosos huevos acondicionados adecuadamente en todo momento.  

Ruby se removió inquieto, escuchado aquellos ecos lejanos.

—¿Pero que diablos está pasando aquí? Tenemos que averiguar qué ha sido eso, Oter. Cojamos unas antorchas y vayamos a ver, ¿qué me dices? No podemos salir así que solo queda investigar. Podemos dejar a este aquí, atado. Hay que moverse y, con suerte, llegar a nuestras amigas.

Registró al ayudante del champán en busca de una daga o algún tipo de arma útil. Si no la encontraba un a piedra serviría pero no se iría de allí sin destruir aquellos huevos de dragón que prometían calamidades para La Comarca. 

El enano notó un frío a su alrededor. Un frío que le congeló el corazón, cuando vio aquella figura oscura que se levantó hacia ellos desde lo más profundo de las sombras de aquella caverna. Öter apretó con más fuerza a aquel orco que tenía apresado, más por el miedo de aquella figura que por miedo a que se escapara.

- Cuidado... cuidado, señor Moss - le dijo en voz baja a su compañero mientras retrocedía lentamente.

Pero por suerte, aquella figura desapareció, dejando el silencio de nuevo presente, aquel silencio que había predominado en la caverna.

- Pero... Cuéntanos qué es esto - dijo el enano zarandeando al orco, esperando a que hablara. Después se giró hacia su compañero mediano - No me fio de dejarlo solo, señor Moss, lo traeremos con nosotros. Y si intenta algo raro, le romperé el cuello, ¿entendido? - dijo esto último mirando al orco- Vamos, señor Moss. ¡Y tú, cuéntanos qué es todo esto! - estranguló un poco el cuello, para después soltar la presa y permitirle hablar.

El enano siguió al hobbit.

En un principio la sinda había tenido sus dudas, pero conforme andaban se percató gratamente de lo bien detallado que había sido dibujado el mapa. Desde luego había sido providencial el tomar prestado el libro del enano. Ah, ese desagradable ser. Solo esperaba que se encontrara a salvo y que pudiera ayudar a los hobbits a escapar del peor de los destinos sin poner demasiadas pegas a todo.

Otro hallazgo que la sorprendió fue la explosiva magia orca. De poder crear un artefacto mayor, pensaba Mith, esos artilugios destructivos podrían hacerles muy sencillo la destrucción de murallas o puentes. Por otra parte, le parecía obvio que el enemigo había hallado la forma más directa de conectar el túmulo de Valandur con el de Arantar. Pero sentía que aún necesitarían mucho más tiempo para llegar a hacerlo. A no ser de que la tumba de Arantar estuviera ya excavada en sentido sureste, o que otra partida de mineros orcos estuviera trabajando por el otro lado. Lo cual le hacía preguntarse algo más. ¿Por qué no esclavizaron a los enanos para que trabajaran en estos túneles?

En su escondite pudo observar el arduo trabajo del enemigo hasta que el alarido orco volvió a escamarle la piel.

Con el arco presto, miró a sus compañeros y en especial a Leah. Mith no tenía claro si sería mejor esperar en silencio o desplazarse con cuidado hacia el tramo que habían hecho. Si lo que se avecinaba no se percataba de ellos, lo más probable es que pusiera camino al resto de orcos. Pero si los orcos también habían escuchado el grito de su compañero, es posible que en la huída se toparan con ellos.

Azuzado por Öter, que cada vez se estaba poniendo más nervioso, el orco empezó a hablar:

- La muerte venida del cielo - dijo señalando temblorosamente a los huevos - me han sido confiados por nuestro Señor.¡Yo debo cuidar de ellos! Qué..qué estáis pensando hacer? No! Nooo!- empezó a chillar el lisiado orco cuando vio que Ruby se acercaba a los huevos blandiendo la vara para atizar el fuego. Öter llegó justo a tiempo para taparle la boca con la mano al histérico orco.

Con éste ya neutralizado, Ruby hizo una seña a Öter para que tomara su improvisada maza y le echara una mano en aquella desagradable, si bien necesaria, tarea. "Qué pena de tortilla" pensó, con una sonrisa agridulce.

¿Pero que mal estaba allí abajo que atacaba incluso a los propios orcos? Léah estaba totalmente desconcertada. Habría propuesto a sus compañeros lanzarse a por los orcos, ya que aprovechando el efecto sorpresa y atacando por la espalda podrían reducirles fácilmente. Pero lo que había sucedido en la caverna de al lado la desconcertaba. ¿Qué le habría pasado al orco de la carretilla? ¿Avanzaría esa amenaza hacia donde estaban ellos? Quizá lo mejor fuese echar un vistazo. Susurró a su compañera:

-No sé Mith, creo que podríamos acercarnos a ver si vemos algo en esa caverna. ¿O piensas que “eso” se acerca hacia aquí? -Léah dudaba- En todo caso podemos esperar unos minutos antes de movernos, estando muy pendientes de lo que pueda acercarse desde allí. 

La sinda asintió en silencio y apremió a los otros a estar atentos y guardando silencio.

Mithgannel rebuscó entre sus pertenencias el colgante de Grimbrand. Según el chamán no tenía realmente ninguna propiedad mágica que pudiera defenderlos contra las maldiciones de los túmulos, pero aún así prefirió tenerlo cerca. En determinado caso podría tratar de usarlo, aunque esperaba no tener que comprobar la veracidad de su poder. 

La luz era escasa en aquel recodo en el que habían decidido esperar, pues sólo pálidos resplandores llegaban de donde brillaban las escasas antorchas que había colgadas en algunos pocos puntos de las paredes del túmulo. Mithgannel, gracias a la visión nocturna propia de su raza, observó con detenimiento el colgante de mithril. Aunque no era la primera vez que lo hacía, pensó que tal vez ahora podría intentar a la desesperada averiguar algo más sobre este artefacto, sobretodo tras las palabras del chamán que lo convertían en poco más que una esmerada filigrana. Esperó un fulgor, o sentir una súbita sensación de protección. La elfa no era impermeable a los poderes mágicos en general, así que, si algo había que notar, tal vez pudiera percibirlo. 

Pero por desgracia nada ocurrió. La sinda pensó con angustia que el chamán podía estar en lo cierto. Aunque, en realidad, no le dio tiempo de pensar demasiado: pues de pronto, otro de aquellos gélidos y espectrales chillidos sonó de nuevo, pero esta vez mucho más cerca de ellos, a menos de 10m de su posición en la dirección donde antes habían escuchado gemir al orco.  

Todos conocían las leyendas que pesaban sobre los túmulos de las Quebradas del Sur y cuales son sus infaustos moradores, pero nunca quisieron pensar demasiado en ello mientras se acercaban hasta aquí. Ahora que lo tenían encima, tal vez era demasiado tarde. 

Cormac y Sigimun no pudieron con ello. Con un balbuceo creciente y totalmente achantados por la situación, terminaron lanzando un grito de puro pavor y salieron corriendo en dirección opuesta a la fuente de aquel espectral aullido (hacia C).

El hobbit comenzó la tarea de saneamiento del lugar. El enano pudo observar, mientras maniataba al orco, que había bastantes. Pero el mediano, con la agilidad que le caracterizaba, se deshacía rápido de ellos. Cuando Öter comprobó que había dejado a aquel malnacido neutralizado, se acercó al mediano.

- ¡Pórtate bien! - le dijo el enano al orco "maza" en alto, amenazador. Después lo miró unos segundos serio, y se dio la vuelta.

Se acercó a la par del señor Moss.

- La muerte venida del cielo... ¿Podría ser aquella criatura alada que nos atacó en las afueras de la casa? No sé... - pensaba el enano en voz alta mientras seguía destruyendo huevos -. ¿Ha visto lo que yo he visto, señor Moss? Esa aparición... ¿Cómo estarán los demás? - dijo con un deje de tristeza.

De vez en cuando, miraba hacia atrás, controlando al maniatado orco.

—Apuesto mis dos primeros desayunos a que sí, Oter —susurró haciendo una pausa para enjugarse el barro de la frente—. Pero estos monstruos ya no serán un problema para nadie más.

Cuando no quedaron más cáscaras que chafar, removió el fuego para avivarlo. Las llamas aumentaron iluminando un poco la cavidad. Encendió la antorcha que habían encontrado antes y trató de improvisar otra para el enano con parte de las vestiduras del orco y el atizador. Sabía que los enanos podían ver en la oscuridad, pero si ese fantasma volvía a aparecer quizá la luz le hiciera dudar de nuevo. Cuando estuvo satisfecho se la tendió a su compañero y empuñó la daga también para encarar el oscuro corredor por donde habían venido. Tuvo que hacer un esfuerzo para sacudirse de encima el temblor que le recorría las piernas. Aquello era aterrador. Se alegraba de que el barro no dejara ver lo pálido que debía de estar.