Partida Rol por web

Escuchar tan próximo aquel horrible gemido hizo que a Léah se le erizara el vello. Estuvo tentada de salir corriendo, de largarse de allí retrocediendo a los túneles que habían dejado atrás, de cualquier cosa antes que permanecer allí mientras aquella entidad maligna se acercaba. Y cuando sintió que los ladrones echaron a correr más difícil le resultaba aguantar allí agazapada.

Pero su voluntad resistió la tentación, y la asesina apretó con fuerza sus dagas esperando a que se acercara aquel morador del túmulo. 

“Ya viene. Aguanta Mith por favor, no me dejes sola”

El cercano lamento atenaza los músculos de la sinda. Aprieta con fuerza los dientes pero no consigue resistirlo.

—Corre, Leah —brama antes de salir corriendo en la misma dirección que los bandidos.

-¡Mierda!- Maldijo la asesina al ver que se quedaría sola frente a aquella cosa si no reaccionaba rápido. Aguantó unos segundos más a ver si era capaz de distinguir la silueta del Mal que se acercaba, para a continuación echar a correr detrás de sus compañeros ya sin mirar atrás. 

Mientras destrozaban aquellos huevos y, sin querer mirar demasiado, veían los embriones de aquellos monstruos voladores a medio formar, Ruby no pudo evitar pensar en cuando, siendo niño, rompió sin querer un huevo de la gallina ponedora que tenía en su granja la Tía Margot. La visión de aquel pollito le traumatizó profundamente, más incluso que la bronca de su tía. Pero ahora sentía que lo hacía por un bien de orden superior.

Apenas habían terminado con aquella tarea, cuando otro grito espectral les llegó de nuevo desde la oscuridad, y esta vez seguido por unos gritos de pavor que incluso les sonaban familiares. Eran gritos de hombres y también alguno tenían un inconfundible tono femenino. De nuevo el sonido se ahogó y se quedaron en silencio.    

Por unos momentos se oyeron pasos apresurados y gritos de pavor, imposibles de ahogar, que echaban por tierra todo el esfuerzo previo realizado para mantener el sigilo. Huían, sí, presos del pánico en el caso de Mithgannel y los dos bandidos, y por conveniencia en el caso de la asesina. Aquel ser sobrenatural parecía ser demasiado para aquellas mentes puestas al límite durante tanto tiempo. 

En su huída, pudieron escuchar el grito de dolor de otro orco que caía sordamente sobre el suelo. Aquellos obreros desdichados estarían empezando a comprobar que, quien tomaba aquella tortuosa senda, ya nunca volvía. 

Los bandidos iban por delante de ellas, y en seguida alcanzaron un ensanchamiento de la gruta. Entonces, de pronto una hoja rasgó el aire en la oscuridad, dejando un resplandor metálico que se difuminó en el aire como un relámpago. Lo siguiente que se escuchó fue un sonido seco contra el suelo y una cabeza llegó rodando hacia sus pies.

Era el rostro del desdichado Sigimun.  

Una figura alta y fuerte se recortó contra la sombra y se acercó a donde la penumbra era menos densa. Lèah y Cormac no sabían si lo veían o tan sólo lo adivinaban, pero para la visión en la oscuridad de Mithgannel estaba claro. Aquella figura que acababa de rebanar la cabeza a Sigimun era su hermano. Aunque ya no era su hermano, y ella lo sabía bien. Ahora era Azaroth, servidor del Rey Brujo. 

Ruby abrió los ojos como platos al oír de nuevo los siniestros ruidos.

—¡Oter, eso ha sido un grito de mujer! ¡Nuestras amigas! —apremio al enano—. ¡Vamos! Deja al orco.  No tenemos tiempo que perder.

Echó a correr hacia los ruidos aferrando la antorcha con fuerza. Al internarse en el pasillo se detuvo a esperar al enano. Separarse aquí abajo tampoco era muy juicioso.

Un líquido espeso y de un olor poco agradable emanaba de cada uno de los huesos que el mediano y el enano rompían. A medida que se iban quebrando, el suelo se convirtió en un escurridizo barrizal de fluidos.

- Buag, señor Moss... - se quejó el enano mientras levantaba sus rechonchos pies para intentar pisar lo menos posible - Yo creo que ya con esto...

Pero unos gritos a lo lejos hicieron que Öter se girara rápidamente, empuñando su improvisaba arma, en guardia. De reojo, miró al orco maniatado, esperando cualquier reacción, pero no llegó. El enano afinó el oído, pero no tuvo que esforzarse mucho, pues el eco de la caverna había todo el trabajo: habían gritos conocidos para ellos. ¿Mith, Leah...? ¿Los medianos...?

- Está usted en lo cierto, tenemos que ir a ver qué pasa. Vas a tener suerte... vas a quedarte aquí a tu suerte, pero como intentes hacer algo... ¡Te arranco la cabeza de un bocado! - dijo el enano juntando su cara amenazadoramente a la del orco - ¡Vamos, señor Moss!

Öter y Ruby corrieron como no lo habían hecho en su vida. Con aquel sprint a través de las estrecheces de la gruta, consiguieron alcanzar la estancia en la que habían aparecido por primera vez cuando descendieron por la cuerda de la grúa desde el exterior (F). Vieron el barril de brea donde lo habían dejado antes, y dirigiéndose por el ramal que iba hacia el noroeste, vieron a la figura espectral que habían visto antes, arrastrando sus harapos y haciendo tintinear sus joyas mientras avanzaba. Algunas de las joyas caían al suelo en su camino y una espada, de enorme y oxidado filo, era blandida por su esquelética mano repleta de brazaletes de oro. 

Oter y Ruby no podían ver qué había más allá en el itinerario que seguía el tumulario, aunque a tenor de los sonidos que habían escuchado, se jugarían la mano derecha porque fueran sus compañeras. 

El miedo por aquella desdichada y maldita criatura se había esfumado de un plumazo. La visión de aquel rostro desfigurado, que le producía a la vez dolor y rabia, retrotrajeron esos sentimientos y crearon a su alrededor una momentánea sensación de aislamiento.

—¡Cuidado! ¡Es él! —indicó Mith a sus compañeros.

Dudó. Era el momento que llevaba esperando desde hace mucho tiempo, pero la situación ya era bastante complicada y dudó. Quería desquitarse y de paso desbaratar los planes del enemigo, pero también sentarse con calma y hablar con él de lo ocurrido, y dudó.

Una flecha surcó el aire, con casi mayor intención disuasoria que otra cosa.

—¡Arphengolf! Sé que eres tú, aunque tu cuerpo y tu mente hayan sido destrozados —gritó en sindarin—. Años hace que tu querida familia te busca. Gilmith aún lo hace. Tienes un hijo precioso que ansía conocer a su padre. También tuviste un sobrino, al que estos sucios orcos no dieron ni una oportunidad. ¿Aún recuerdas la dulce voz del arpa gris?

Mientras los otros se posicionaban Mith esperó, tal vez ingenuamente, una respuesta positiva por parte de aquel ser que tenía delante.

Moss se detuvo en seco al volver a ver a aquella cosa macabra arrastrarse por el corredor. El mediano aferraba la antorcha con fuerza. ¡El espectro iba a llegar a sus amigas! Se percató el barril de brea que Oter había situado estratégicamente y compartió una mirada cómplice y de urgencia con el enano. ¡Quizá pudieran verterlo a los pies de aquel terror y prenderle fuego! El hobbit corrió hasta situarse tras el barril y trató de empujarlo para verterlo a los pies de la abominación, esperaba que con la ayuda de Oter. De hecho si el fortachón enano lo empujaba, él podría prenderlo con su antorcha. ¡Sólo tendrían una oportunidad! El tumulario no tardaría en percibir su presencia.

-¡Sí, son ellas! - susurró el enano, sin dejar de ver de nuevo aquella figura - Por las barbas de Aulë...

El señor Moss, con una fugaz mirada, indicó que le ayudara para poder lanzar el barril sobre aquella criatura.

- ¿No cree, señor Moss, mejor atraerlo y emboscarlo lanzando las antorchas? Si nos asomamos a la galería y después seguimos de largo tendrá que doblar hacia nuestra posición y se encontrará de golpe el barril, ahí lanzaremos las antorchas, ¿qué me dice?

Moss asintió nerviosamente en silencio.

El enano asintió. Durante un segundo se miró hacia abajo y vio que su aspecto no era el más indicado para pelear con una figura como aquella, pero su dura cabeza decía que no era momento de luchar.

- Esta elfa... me debe una grande. Lo que daría por una cerveza... - susurró.

Se pasó las manos por la cara frotándose para envalentonarse y después le dio en la espalda al señor Moss para iniciar la estrategia.

- ¡Eh, tú! - el enano golpeó la pared con su arma improvisada llamando la atención - ¡Muerto viviente! ¡Vaya sábana para un fantasma de tu clase, no te da vergüenza! - Öter nunca se había enfrentado con algo así, improvisaba posible insultos - ¡Ven aquí, somos nosotros a quién buscas!

Poco a poco fue cubriéndose con el recodo del muro, no sabía que tipo de ataques podría lanzar aquella criatura. En el momento que se abalanzara sobre ellos, correrían con las antorchas preparadas para lanzarlas una vez que pasara.

- Póngase detrás de mí, señor Moss - pidió el enano echándolo para atrás con la mano.

"Pero ¡¿qué!? No puede ser...¡justo ahora!"  Léah no se lo podía creer. ¡Azaroth estaba allí abajo! La situación se tornaba demencial por momentos. Ya de por sí la aparición del tumulario había transformado su sigilosa incursión en una carrera desbocada, y estaba por ver si tendrían capacidad para enfrentarse a esa maligna criatura y sobrevivir. Pero ahora, en un giro caprichoso del destino, su gran enemigo, el malvado Azaroth, se había personado allá abajo cortando la única vía posible de escape. El momento esperado había llegado, pero la asesina no hubiera podido contemplar un escenario peor. Por la espalda les acechaba una criatura mortífera, y al frente les esperaba un enemigo muy poderoso. Y francamente, quizá Mith pensara que iban a tener tiempo para parlamentar, pero Léah lo dudaba mucho.

La asesina esperó el choque entre Azaroth y Cormac, y pegó su espalda a la pared de la cueva, blandiendo sus dagas. Esperaba permanecer así oculta al malvado hechicero, al menos por el momento, porque contaba con que este tuviera capacidades para detectarla. Al mismo tiempo se fijaba en el pasadizo por el que podría aparecer el tumulario, agudizando también su oído para discernir si venía tras ellos o si por contra se habría entretenido con los restantes orcos. Y una esperanzadora idea cruzó un momento por su mente: ¿se volvería el tumulario contra Azaroth?

- ¡Eh, tú! ¡Muerto viviente! ¡Vaya sábana para un fantasma de tu clase, no te da vergüenza! ¡Ven aquí, somos nosotros a quién buscas!

Lèah y Mith se quedaron estupefactas. Era la voz del enano Öter la que había resonado a través de los pasadizos de la caverna, y no muy lejos de ellas. De pronto, en un instante se iluminó todo, a lo que siguió el inconfundible ruido del fuego devorando de golpe todo el oxígeno a su alrededor.

Desde la posición de Öter y Ruby, desde el barril de brea se había levantado una tremenda columna de fuego, en medio de una tremenda deflagración. Lo que antes hubiera sido un terrorífico chillido espectral, tornóse ahora en un lamento de dolor. Con el pecho envuelto en llamas, la figura espectral del tumulario volvió a dar media vuelta, alejándose de aquel barril de brea en llamas y enfiló una huida a través del angosto pasadizo que conducía al lugar donde Mith, Lèah, Cormac y Azaroth esperaban atónitos.