Partida Rol por web

La sinda había llegado hasta el interior del túmulo manteniendo una postura firme y altiva, y un rostro inescrutable. Tratando de aparentar que no tenía miedo. Que estaba de acuerdo con la situación y que se dejaba llevar hacia su terrible destino como el esqueleto de un animal que llega con la marea hasta la orilla para convertirse en parte de la playa. Pero cuando comprendió lo que el chamán quería de ella, se vio una vez mas contra las cuerdas.

«¡Piensa! ¡Piensa, rápido!»

Mithgannel observó de soslayo la sala cavernosa donde se encontraban, y la situación en la que se encontraban aliados y enemigos.

—¿Pretendes que me deshaga de mis seres queridos, brujo? —respondió inicialmente a la silenciosa petición del chamán, mientras desenvainaba con parsimonia su daga.

«Respira, vamos, puedes hacerlo»

La elfa miró a Sigimun, se mordió el interior de su cachete con fuerza y alguna lágrima comenzó a brotar de sus ojos. Luego sus ojos grises se fijaron en el líder bandido, y gritando, con la daga en alto se abalanzó sobre él, empujándolo unos pasos hacia atrás.

—¡Aparta, deshecho! —gruñó al orco de al lado en su lengua, mientras tomando a Cormac del cuello se desplazaba hacia su espalda.

Allí, con la espalda pegada a la pared de la caverna, apretó la punta de la daga sobre el cuello del bandido y comenzó a arañar su piel lentamente. 

«Bien, bien, sigue así. Respira y sigue. No lo dejes ahora»

La daga paró una vez había rasgado unos centímetros de piel y carne. Había provocado un pequeño hilo de sangre comenzara a caminar por el pecho del bandido, el cual parecía mantenerse entero, esperando el final fatal.

—Espera a la señal. Lucha por tu vida* —susurró en la noble lengua sinda al bandido.

Siguiendo su improvisado plan, gritó con furia antes de comenzar a sollozar mientras hacía temblar su brazo. Mith escondió su mano tras el bandido y cedió la daga a las manos de Cormac. Luego agarró la cabellera del bandido, sacó la daga del mediano, se apartó de la pared y lo empujó una vez mas hacia la misma.

La elfa se derrumbó teatralmente en medio de la sala. Golpeó el suelo varias veces con rabia, para ayudarse a seguir llorando. Luego se arrastró con el mismo dramatismo a la pared cercana al místico orco, y se reincorporó con desidia. Todo para llamar la atención y dar tiempo al bandido.

Mithgannel respiró como para tratar de calmarse y dar la sensación de resignación. Gritó una vez mas y miró al chamán, maldiciéndolo con todo su ser. Después, y con la misma lentitud, se dirigió hacia la asesina en el otro lado.

—¡Oh, mi niña! ¡Oh, lo siento mucho! —fue gimiendo hasta quedarse junto a Leah, alzando los brazos en busca del perdón por lo que iba a hacer.

—Mi dulce niña. No has tenido el tiempo que esperabas. Pero siempre hay una oportunidad, decía mi madre. Debemos abrazar los cambios y seguir adelante con lo que se nos presenta, ¿verdad, querida? —dijo en voz alta, al tiempo que viraba la cabeza para que el líder orco la mirara. 

Mientras la mano izquierda acariciaba con ternura el rostro de la asesina y sus penetrantes ojos hipnotizaban durante un simple instante al orco que tenía delante, su mano derecha ofrecía la envenenada daga de Ruby a su compañera.

—¡Hay que abrazar el cambio y las nuevas oportunidades! ¡¿No es así, chamán?! —bramó una vez mas, apartándose de Leah y girándose hacia los bandidos.

La elfa respiró, tomó el arco y una flecha del carcaj, y preparó un disparo en dirección hacia su falso sobrino, aunque sus ojos estaban clavados en el chamán.

 Léah asistía como hechizada a la interpretación de Mith. ¡Que capacidad de actuación tenía la elfa! No dejaba de sorprenderla, cuando hacía apenas unos segundos parecía paralizada por la indecisión. 

 La humana, que se había quedada petrificada cuando sintió la punta de la cimitarra orca en su espalda, intentaba comprender lo que planeaba su compañera. Le había dejado a escondidas la daga de Ruby...¿y si cuando se acercó a Cormac también le dejó un arma? Léah no lo había podido ver con claridad, pero su teatrillo con el ladrón tendría un propósito.

 La asesina intentaba procesar todo con la máxima velocidad. Había descartado hacer nada por la estrecha vigilancia del jefe orco, seguro que este no dudaría en descargarla un golpe en cuanto se lanzara al ataque. Por otra parte el chamán estaba relativamente fuera de su alcance, y él era su objetivo principal, debía de ser esencial en los planes de Azaroth. ¿O podría intentar arrojarle la daga? Léah no comprendía muy bien porque Mith se la había pasado. Ella todavía llevaba las suyas, y podría desenvainarlas en un instante. Quizá pretendía decirle eso, que la usara como arrojadiza antes de sacar las suyas. 

“¿Qué pretendes Mith??”

 El corazón le latía con fuerza mientras permanecía atenta a cada gesto de la elfa, con su cuerpo tensionado para pasar a la acción si su compañera iniciaba las hostilidades...

...su compañera, o Cormac claro....

Cuando pudo salir de las nieblas de aturdimiento, Moss balanceó la daga en su mano sana tratando de olvidar el dolor que le laceraba el cuerpo. Puso su ojo en la cuerda maestra de la tienda del jefe y, como si el resto de la escena desapareciese pae él, lanzó la daga con ímprobo esfuerzo. El cuchillo voló describiendo freneticos giros, directo hasta su objetivo, como si una mano mano invisible lo guiará. Con un corte limpio la cuerda se partió en dos y todo el tinglado tembló antes de venirse abajo para sumir la tienda en el caos.

Con lo que le quedaba de aliento trató de alejarse del jabalí enloquecido.

—Oter, corta la lona y deja salir al bicho para que pueda jugar con los del Este! —gritó. 

- ¡Oh, oh, ohhhhh! - gritó el enano de sorpresa al ver como su rechoncho cuerpo resbalaba en el barro antes de golpear al jabalí.

Pero aún así, la situación era favorable para ellos, y más cuando el señor Moss, con una gran puntería, cortó las cuerdas que sujetaban aquel techo, que poco a poco comenzó a caer lentamente.

- ¡Ha, ha! - rió el enano - ¡Ese es mi chico!

Y mientras caía la lona, el enano levantó el brazo en alto, esperando tener la altura suficiente para clavar la daga y avanzar varios pasos para hacer una abertura lo suficientemente grande.

- ¡¿No quieres darte un paseo, colmillos retorcidos?!

Khâmdur estaba enloqueciendo de placer al ver la sangre correr. Ahora había sido la del jabalí, pero a él poco le importaba. Era sangre al fin y al cabo. Y cuando, inmediatamente después, vio al enano trastabillar y enfangarse entero, tuvo un acceso de risa tal, que vertió el resto de su copa de vino sobre la cama. Mientras pedía que le llenasen de nuevo la copa a voz en grito, se giró hacia su desnuda compañera de cama, y con un ademán vicioso, se inclinó sobre ella, posando su enorme mano en sus pechos perfectos del color del bronce, en un intento de gesto suave, al principio; pero enseguida un frenesí sexual se apoderó de él y lanzó su boca sobre aquellos pechos, mientras daba su enorme espalda a los gladiadores del fango y abalanzaba todo su cuerpo sobre el de la bella y aterrorizada Asianne, separándole los muslos con brutalidad.

Entonces, como un velo vaporoso que cayera en la oscuridad de la noche, la lona entera de la tienda se vino abajo, dejando a todos a ciegas momentáneamente. Los prestos cuchillos de Öter y Ruby fueron los primeros en rasgar la tela y pudieron antes que nadie volver a ver las ansiadas estrellas que brillaban en aquel momento sobre el cielo del campamento. Justo después escucharon unos gruñidos animales y un grito desgarrador en la posición donde estaban Khâmdur y Asianne. Por suerte, no parecía un grito femenino. 

La visión que, pocos instantes después, Öter y Ruby compartieron con decenas de orientales que estaban allí presenciándolo todo, fue espectacular e inolvidable para el resto de sus vidas: recortándose contra el fuego de una de aquellas hogueras que se habían encendido para la cena de los orientales, una mujer escultural, en la espléndida desnudez total de su cobrizo cuerpo, con negra cabellera ondeando al viento de la noche, apareció montando al lomo de un enorme lobo, blanco como la nieve. Las llamas de la hoguera refulgían lanzando destellos oro y plata a jinete y montura, respectivamente. La impactante aparición se detuvo un momento, mientras algunos de los atónitos esterlingas incluso se arrodillaban y realizaban toda suerte de reverencias, como si tomaran a aquella figura por una de sus exóticas criaturas míticas que hubiera descendido a la tierra de los mortales.

Öter y Ruby contemplaron un instante más a Asianne como ni en sus mejores sueños habrían podido contemplar, y con un grito de ella el lobo arrancó a toda velocidad, perdiéndose por el Oeste donde moría la última hoguera, en la plena oscuridad de la noche. Demasiado tarde para Khâmdur, que apareció hecho un basilisco, apretándose el brazo donde tenía una sangrante herida y con el otro brazo rebanó con su cimitarra las cabezas de un par de aquellos de sus súbditos que se habían arrodillado ante la aparición de la haradrim en lobo.

Pero los gritos de aquel gigante loco no fueron lo único que llenó el silencio de aquel campamento. Öter había encontrado el bulto del jabalí bajo la tela de la tienda, y apartando a Ruby y a él mismo de su trayectoria, le abrió una brecha en la tela para que saliera despavorido. Así lo hizo el pobre y aterrorizado cochino, recorriendo el campamento erráticamente arriba y abajo a toda velocidad, tropezando con los soldados orientales y metiendo las pezuñas en las hogueras; en definitiva, añadiendo una esperpéntica nota de comicidad al espectáculo circense donde el payaso principal había pasado a ser, muy a su pesar, el brutal y bárbaro Khâmdur.

Moss se retiró el barro de los ojos para mirar de nuevo y asegurarse de que lo que estaba viendo no era una alucinación. Ver a la escultural sureña montando al lobo blanco era una estampa embriagadoramente bella y salvaje. Cuando algunos esterlingas se arrodillaron Moss no perdió el tiempo.

—Vamos Oter, por aquí —susurró apremiante mientras se hacía con unas pieles y guiaba al enano entre los restos de la tienda del jefe, ayudándole a pasar desapercibido.

Su plan era ocultarse en la tienda grande desde la que sacaban carretillas de tierra. No quedaba demasiado lejos y conocían el camino. Esperaba que la mayoría de los orcos estuvieran fuera patruyando la quebradas. Allí pensarían que hacer, pero había que quitarse de en medio. Tenían que encontrar la forma de avisar al segundo grupo de expedicionarios. Además, se moría de ganas por ver que tramaban allí dentro. 

La situación se prolongó unos segundos que resultaron eternos. Mithgannel mantenía la postura sin moverse: el arco en alto, bien tensado, apuntando a Sigimun pero sin acabar de disparar, como si una mano invisible la retuviera. Y orcos y humanos conteniendo la respiración ante un flechazo que se hacía de rogar.

 De repente un resorte saltó en la mente de Léah y lo vio claro. ¡Ese era el momento!¡Mith estaba esperando a que fuera ella la que iniciase el ataque! Y era ahora o nunca, la elfa no podía mantenerse así por más tiempo. 

También decidió en ese instante el blanco: no tenía claro que pudiera acertar al chamán a esa distancia y con su compañera cerca de la trayectoria. Así que...

“¡Ahora!”

 En un movimiento súbito se agachó flexionando las piernas y al tiempo se giró hacia atrás alzando en su mano derecha el puñal, para lanzar una violenta estocada al orco que tenía a su espalda. 

Todo había quedado en silencio durante unos segundos, mientras el arco de la elfa clamaba por ser destensado.

Al escuchar el leve susurro de los pies de Leah agitarse sobre la gravilla de la cueva, la cadera de Mithgannel se giró como un resorte. Sus piernas ya se encontraban en la posición correcta, a esa pose marcial ahora solo le quedaba un último paso. 

A pesar de la parca iluminación de la caverna, sus lunas refulgieron al instante en que se cruzaron con los negros ojos del chamán. Y con el rostro envenenado de rabia, la sinda descargó la flecha con la esperanza de que fuera mortal.

La tensión dramática del momento había ido creciendo silenciosamente, hasta que de pronto se desbordó: fue Lèah quien, con un movimiento sorpresivo, lanzó hacia atrás la hoja impregnada en slota, adivinando perfectamente la posición del vientre del orco. No fue un golpe fuerte, pero el pequeño desgarro en el peto de cuero del jefe orco y una pequeña gota de sangre negra tras extraer la daga de Ruby le dieron a Lèah toda la información que necesitaba. Con un aspaviento final, el jefe cayó de rodillas, rígido como un espantapájaros, y de ahí de boca contra el suelo. Estaba muerto. 

Casi al mismo tiempo la flecha de Mithgannel silbó en el aire y se clavó en el pecho del chamán, quien en cuanto vio las trazas del ataque inminente había empezado a musitar las palabras inconfundibles de un hechizo. Sin embargo, el impacto de la flecha élfica le dejó aturdido y se inclinó dolorosamente hacia el suelo un instante. 

Mientras tanto, Cormac el jefe bandido había entendido a la perfección la estratagema de las féminas, y aunque el soldado orco más cercano le tenía bien vigilado, tuvo éxito en su acción combativa: una vez liberado discretamente de las ataduras con el filo de la daga, fintó la cimitarra del orco y después, con un movimiento felino y mortal, le incrustó la daga que acababa de deslizarle Mithgannel en el gaznate, provocándole una muerte inmediata entre aullidos. El otro soldado orco, en un movimiento casi reflejo y preso del espanto, eligió a Sigimun, la víctima más desfavorecida por encontrarse aún atado, y le descargó la cimitarra, provocándole grandes dolores.   

- ¡Hijos de perra! Veníd aquí si tenéis cojones! - Ruby y Öter, que acababan de entrar en la gran tienda de la que habían visto entrar y salir las carretillas anteriormente, se quedaron petrificados al escuchar las voces de ¡Bit y Zoz! gritando de esa forma en mitad del campamento. El sonido procedía precisamente de la tienda de Khamdur, que se acababa de desmoronar después de la maniobra de tramoyista recién practicada por ellos. 

Parapetados junto a la puerta de la tienda grande, en su interior, Ruby y Öter pudieron observar como gran cantidad de esterlingas se dirigían hacia la posición de Bit y Zoz. ¿Habrían presenciado los exploradores hobbits, a quienes se les había visto tan gravemente heridos, la maniobra y el posterior escondite de Ruby y Öter y se estarían sacrificando ahora para distraer a los enemigos y darles una via de escape? 

Öter y Ruby echaron una mirada a su alrededor en medio de su miedo creciente. La gran tienda se encontraba totalmente vacía. Había varios montones enormes de tierra y un agujero de un metro y medio aproximadamente de diámetro en el centro. La estancia, totalmente a oscuras, resplandecía tenuemente por una luz oscilante que procedía precisamente del interior de aquel agujero. 

El griterío en el exterior crecía. Se oían los bramidos de Khamdur, pero no podían entenderlo. Pero algo les decía que el brutal bárbaro estaría chillando a sus súbditos que faltaban dos "contrahechos" más aparte de los exploradores hobbits... 

Las pupilas de la joven sinda se dilataron al ver no sólo que su flechazo no había sido definitivo, sino y sobre todo por el conjuro que había comenzado a articular el líder religioso. De reojo, sin embargo, pudo entrever que el improvisado plan había dado sus frutos. Al menos sus compañeros sí habían aprovechado ese instante.

Su primer impulso fue el de recargar la flecha, pero luego entendió que no pasaría mucho tiempo hasta que el chamán se reincorporara y culminara su ritual, provocando un efecto del todo incierto para la elfa. Mith decidió lanzarse hacia el místico orco y tratar de interrumpir sus próximas acciones.

—¡Acabemos con el chamán, rápido! ¡Está tratando de conjurar un sortilegio! —bramó al tiempo que se abalanzaba sobre el chamán para tratar de desestabilizarlo una vez mas.

Léah estaba ya vuelta hacia el orco, presta para continuar la lucha. Habría jurado que el golpe que asestó al jefe enemigo no iba a ser suficiente para derribarlo. Pero cuando vio que este caía desplomado, súbitamente muerto, fue consciente de que aquella daga que Mith le había entregado tendría algún tipo de potente veneno. ¡Que de recursos tenía la elfa, nunca dejaba de sorprenderla!

Pero la asesina apenas tuvo tiempo de pensar en ello. El grito de su compañera exhortando al ataque sobre el chamán la atrajo rápidamente al combate. Moviéndose veloz se dirigió a por el hechicero orco, lanzándole la daga envenenada para no darle tiempo ni a respirar. La sinda también se había acercado buscando el cuerpo a cuerpo, pero no estaba en la trayectoria del arma. 

El intento falló por mucho, tanto que Léah no pudo menos que sonreír para sí: 

 “Está claro que lanzar cuchillos no es lo mío, pero empuñarlos es otra cosa” 

Sin dejar de caminar desenvainó sus dos preciadas dagas y se abalanzó sobre el chamán. 

Apretó los dientes ahogando una maldición. No podían hacer nada por Bit y Zoz, salvo hacer que su sacrificio valiera para algo. Tenían suerte de haber encontrado la tienda de la excavación vacía, pero sabía que eso podía cambiar en cualquier momento. Cogió varios puñado de tierra y trató de cubrir sus huellas hasta que agujero.

—Venga Öter, abajo, antes de que venga algún orco apestoso. Vamos a ver qué diablos traman. Con suerte encontrarás algo que usar como arma ahí abajo —susurró al enano—. Y quizá algo con lo que podamos disfrazarnos de orcos para poder llegar a nuestros amigos. Ya vamos cubiertos de mugre hasta las cejas y tenemos al altura adecuada. Podría colar a ojos de los esterlingas.

Apremió al enano para que se dirigiera escaleras abajo por el hoy y, dedicando una mirada satisfecha a su rastro cubierto, bajó él también.

Audazmente, la elfa se acercó al chamán aturdido, cambiando su arma favorita por una llave ensayada. Sin embargo los reflejos del chamán, a pesar de estar mermados por el aturdimiento, consiguieron burlar la presa. Lèah, por su parte, arrojó aquella daga con la que había dado muerte al jefe orco contra el chamán, intentando repetir su anterior éxito, pero el disparo erró y se perdió la daga en la oscuridad. Empuñando sus dagas favoritas, se quedó cerca para poder ensartarle en la siguiente oportunidad.

Por su parte, Cormac había tomado las riendas en el combate contra el soldado orco que quedaba, mientras Sigimun se colocaba cobardemente a resguardo detrás del cuerpo del jefe de los bandidos. Con un rápido estoque consiguió provocar graves lesiones en el brazo del orco, aunque este lo devolvió tímidamente. Aquella resistencia no parecía gran cosa para Cormac.

La tela comenzó a caer lentamente para sorpresa de Öter, que entre el combate con aquel jabalí y el resbalón andaba desorientado. Pero el plan salió a la perfección, lo que hizo que aquella carpa se convirtiera en un túnel sin luz durante unos segundos, lo suficiente para poder escapar.

Entre los gritos y el caos se formó en aquel lugar, las voces de Bit y Zoz retumbaron en sus oídos, haciendo desaparecer la imagen que tenía la bella Asianne a lomos del lobo blanco, que se perdió en la lejanía. El enano notó como el señor Moss tiraba de su brazo, animándolo a continuar en busca de sus compañeros.

- Lleva razón, señor Moss, vayamos a ver si podemos encontrar a los demás. Si ve alguna cosa dura que sirva como maza, me servirá de mucho - dijo observando la pequeña daga -, con esto no iremos a ninguna parte. 

Estaban en un momento crucial... no podían fallar.

  Ya con sus armas prestas Léah se lanzó a por el chamán, que la veía venir de frente. Como buena asesina hubiera preferido no atacarle de esa forma; se hubiera deslizado entre las sombras para atacarle desde un flanco o incluso por la espalda, aumentando así enormemente las posibilidades de clavarle las dagas. Pero la situación la exigía la mayor celeridad posible. De otro modo aquel oscuro hechicero tendría tiempo para conjurar algo realmente peligroso o incluso, por qué no, escapar por el pasadizo de su espalda. Al menos quizá su atención se dividiera entre su ataque y los movimientos de su compañera elfa.
 Así que Léah atacó descargando con toda su furia las dagas de Dol Amroth.

Öter y Ruby se escabulleron por la apertura, aprovechando aquel instante de relativa calma para bajar por la apertura. Sobre ella se había instalado un tosco mecanismo de polea con una cuerda desde donde se elevaban una gran cuba de hierro, presumible para ir sacando la tierra. Öter y Ryby descendieron silenciosamente por la cuerda unos cinco metros hasta llegar a un espacio abovedado y oscuro, con un gran olor a humedad. Una tenue antorcha dejaba adivinar las proporciones de aquella estancia subterránea, de un diámetro aproximado de 15 metros. 

Un primer vistazo permitió a los aventureros vislumbrar varios barriles que parecían contener brea - una sustancia inflamable para prender las antorchas - y varias herramientas y efectos relacionados con las tareas de excavación: palas, picos, antorchas sin estrenar, y hasta un perno de hierro con un ensanchamiento en la base del que Öter se apropió con satisfacción, haciendo de él una improvisada maza¹. 

Sus cuerpos desnudos y embarrados sintieron un cierto alivio con respecto al frío que estaban sintiendo en la superficie. En el subsuelo, parecía reinar la calma, pero se escuchaban ruidos de excavación no muy lejos de allí, amortiguados por los recovecos de las galerías. Ambos recorrieron con suma cautela algunas de estas galerías, para hacerse una composición de lugar. En el extremo noroeste vieron a cinco orcos enfrascados en su excavación, que se alejaba, según sus cálculos, del centro del túmulo. Si, como presumían, se encontraban ahora mismo en el interior del túmulo de Valandur, aquellos mineros estaban excavando en dirección nororeste. Sin atreverse a acercarse más, regresaron a la amplia estancia donde habían aterrizado, pensando en cuáles iban a ser sus próximas acciones.  

Una sensación de alivio recorrió el cuerpo de Öter al sentir como la temperatura de aquella galería estaba por debajo de la de la superficie. Además, la adrenalina había encendido el cuerpo del enano, y por qué no decirlo, la imagen desnuda de la bella Asianne.

- Concéntrate, Öter... - se dijo así mismo en voz baja mientras agitaba la cabeza.

La antorcha que alumbraba la estancia era la única fuente de luz que podían ver a primera vista.

- Quizás sea buena idea ayudarnos de ella... y de esto también, Señor Moss - dijo sonriente el enano, al ver el barril inflamable - No habría nada que me encantara más que enfrentarme con aquellos orcos pero quizás debemos prevenir y ser más... eficaces.

El enano avanzó unos pasos, intentando ver si el terreno le sería de ayuda.

- Si hay pendiente hacia la zona de los orcos, podemos lanzar el barril hacia ellos y prenderlo con la antorcha una vez cerca de ellos. Otra opción sería llamar su atención y atraerlos para hacerles caer en la misma trampa... ¿Qué piensas, amigo mediano?

Öter sopesó la arma improvisada dándole un par de vueltas para comprobar su peso.

- Puede valer...

Aunque tenía claro que sus habilidades en combate cuerpo a cuerpo distaban bastante de la depurada técnica de su disparo, la elfa también sabía de las historias sobre los poderes que podían desplegar los místicos experimentados. Tenía que intentar entretenerlo hasta que sus socios pudieran venir en su ayuda.

Así pues, Mith trató de rodear al chamán en busca de su espalda, con tal de confundirlo. Esperaba que al tener enemigos por varios frentes el orco dudara y fuera mas vulnerable. 

Luego intentó atizarle una vez mas para interrumpir su ritual, o con suerte dejarlo inconsciente o desarmado.