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Cadena Alimentaria

Terror en la Novena

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15/10/2021, 17:41
Director

Terror en la Novena

El Cuartel General de la Unidad contra Delitos de Individuos Mejorados, o la UDIM como rezaba con vistosas letras amarillas en las chaquetas azules que llevaban en situaciones especiales, se encontraba en el piso superior de la comisaria de East Village, en Manhattan Sur. Era un barrio poblado de antiguas casas adosadas de grandes ventanas y estrechos edificios de ladrillo marrón que tan bien caracterizaban la visión predominante en el imaginario colectivo de los barrios residenciales de Nueva York, una vez te alejabas de los grandes rascacielos, la Estatua de la Libertad y todos esos lugares que solo servían para sacarles la pasta a los turistas. Normalmente se trataba de un barrio tranquilo, de origen obrero y que en los últimos años sufría del proceso habitual de gentrificación que amenazaba con convertir todo Manhattan en un varadero de postmodernos y seguidores de tendencias New Age.

Las oficinas de la UDIM no eran de las más modernas en cuanto a equipamiento, pero tampoco tenían mucho por lo que lamentarse. Tenían ordenadores decentes, una conexión a Internet que funcionaba la mayoría de los días y una maquina de café en la que apenas se sentía el sabor a metal, por lo que no estaba mal. Quienes habían sido policías antes del Evento de Mutación Repentina recordaban que la comisaría siempre había estado 'más o menos igual'. Su sección del edificio contaba con todo lo necesario para realizar su trabajo: un par de salas de interrogatorios, un gran espacio de mesas compartido y un despacho para cada uno de los cuatro mandos de guardia. También tenían taquillas, un par de vestuarios diferenciados según el sexo de los agentes y equipados con duchas, y una habitación oscura con un único catre excedente del ejército que servía para echar una cabezadita en los largos turnos de guardia, cuando poco más había que hacer. El edificio también contaba con celdas de retención, compartidas con las otras unidades de la comisaria, en la parte reservada a los agentes de patrulla uniformados. Un lugar donde los detectives no solían dejarse caer salvo para atravesar el registro de entrada donde el sargento Martínez controlaba y registraba a todo aquel que entraba y salía de la comisaria.

Al frente de la UDIM estaba el teniente Eric Krose, un antiguo negociador de situaciones con rehenes que había sido celebre diez años atrás cuando unos capullos disfrazados con trajes diseñados por ellos mismos y que actuaban bajo el patético nombre del Equipo Azul habían intentando frustrar sin éxito un robo a un banco perpetrado por individuos mejorados. El Equipo Azul terminó provocando la mutilación de uno de los rehenes y desencadenó una brutal pelea en la que varios miembros de dicho equipo de superhéroes aficionados terminaron en el hospital con graves lesiones, entre ellos el líder del mismo, Eugene "Tempestad Atronadora" Pavnicki. Finalmente, el teniente Krose se hizo cargo de la situación y logró neutralizar el incidente tras varias horas de negociaciones en las que no perdió la calma en ningún momento. No sería aquel el último incidente protagonizado por el Equipo Azul, ni tampoco la última situación en la que nuevamente destacó el genio calmado y asertivo del teniente Krose, lo que le valió ser situado al frente de la UDIM cuando esta fue formada cinco años después, aún a pesar de que el teniente no tenía ningún poder conocido.

Krose ha conseguido que su unidad tenga una tasa de resolución de casos ejemplar, y presiona continuamente a sus chicos para que mantengan el promedio en esas buenas cifras. Aunque todos saben que al teniente no le gusta que los casos se cierren de cualquier manera, ni aunque sea para mantener las buenas cifras. Su repetida frase "Quiero este caso cerrado de inmediato y en condiciones" se ha convertido en el lema de la unidad aún a su pesar. Krose inspira un aire de autoridad, y aún a pesar de sus arrebatos de mal genio cuando sus detectives no avanzan en un caso, es un comandante que siempre defiende a sus hombres hasta las últimas consecuencias.

Los otros tres mandos de la UDIM eran la teniente Nina Edwards, una afroamericana procedente de la brigada contra el fraude donde no hizo muy buen trabajo y por ello se dice que su promoción a la UDIM era para cubrir el cupo de minorías, algo que hace que no sea muy agradable al trato como mando; el teniente Hoyt Haigh, un policía de la vieja escuela engullidor de rosquillas del que se sabe que ostenta el poder de desintegración pero del que nunca suele hacer gala, como si se avergonzara de él, además no es difícil chocar con él en las oficinas y darse cuenta de que es un imbécil racista de primera categoría; y por último el teniente Sean Bevan, el más joven de los mandos y destinado a tener una brillante trayectoria en las altas esferas del departamento, ya que se dice que está muy bien relacionado, de hecho está en la UDIM sólo para hacer carrera y probablemente algún día llegue a concejal, alcalde o quizá gobernador si se esmera en lamer culos como ha hecho hasta la fecha.

El resto de miembros de la UDIM lo conformaban seis brigadas, cada una con entre tres y seis agentes que se encargaban de los diferentes casos que iban surgiendo y que debían responder ante uno de los mandos de guardia, que normalmente rotaban en turnos de dos. Lo habitual era que en cada brigada se designara un detective como agente investigador principal, que se responsabilizaba de la marcha del caso, aunque a efectos prácticos todos tenían el mismo estatus.

Aquella se presentaba como una mañana tranquila, un día más en la rutina donde aguantar a los mandos y poner al día el papeleo a la espera de un nuevo caso mientras los dossieres de los casos que habían llegado a punto muerto se escondían en algún cajón para que no los viera Krose o alguno de los otros gilipollas. Cada agente tenía una mesa en la amplia sala de despachos compartidos, con un ordenador, montones de papeles y algunos efectos personales. Apenas les separaba medio metro de la siguiente mesa, que por lo general presentaba un aspecto parecido. Al fondo de aquella sala había un pequeño rincón con armarios, una encimera, una nevera y la bienamada Dorothy, que era como llamaban cariñosamente a la máquina de café. Los días solían comenzar en aquella zona, antes de que se presentara el mando de turno y les pusiera mala cara por estar remoloneando y no dedicarse a los casos que se acumulaban en sus mesas.

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15/10/2021, 17:42
Vincent Valenti

Me llamo Vincent Valenti. Y soy un X-Men.

Vale, no ha colado.

Toma dos.

Me llamo Vincent Valenti y trabajo en el NYPD. Para ser más precisos, en la Unidad contra Delitos de Individuos Mejorados, más conocida por sus siglas: UDIM.

Lo has captado: Mejorado es el eufemismo de mutante.

Y sí, soy uno de ellos.

Esta es mi historia.

* * * * *

Crecí en el orfanato Lafayette’s junto a mi hermana melliza, MacKenzie. Alias Mac. Alias Kenzie. No conozco a mis padres. Hasta donde yo sé, puede que estén muertos, o puede que no. Alguna vez me planteé investigarlo en serio. Ya sabes, indagar en mis orígenes. Pero, ¿sabes qué? Que les jodan. No hicieron nada por mí ni por Mac. Nada. Que les jodan.

Mi infancia fue una grandísima mierda. El orfanato era un puto infierno donde no siempre tenías aseguradas dos comidas al día. No sé bien cómo acabamos ahí, pero sí sé que era una cuna de inadaptados y bichos raros. Había reglas y unas cuantas maestras durísimas, pero allí criaban a pequeños demonios, a auténticos enfants terribles. Y lo sabían.

Empecé a fumar con trece años. Nunca he terminado de dejarlo. Es mi vena autodestructiva. En el fondo de mi corazón, sé la verdad: soy un jodido nihilista. No creo en la humanidad. Soy un cínico de manual. Mi estilo vital se resume en una sola frase:

Nada importa realmente. Todo es sacrificable. Prescindible. Con una excepción: mi hermana.

Mi hermana…

Me avergüenza decirlo, pero aunque lo he intentado y lo sigo haciendo, nunca he sabido protegerla demasiado bien. Quiero decir, mírame. Soy un tío flacucho, algo desaliñado y eh, sí, puedes jurarlo, soy carismático y tengo magnetismo sexual, pero en una pelea a hostias nunca apuestes por mí, soy muy poca cosa. Me han partido la cara muchas veces por ponerme entre ella y los malos. Y siempre me ha dado igual. Lo hice casi a diario en mi infancia y seguiré haciéndolo hasta que me muera. Ya ni siquiera duele.

Siempre hemos tenido un vínculo especial. La infancia nos unió muchísimo. En la adolescencia ya éramos inseparables. Cuando nos dejaron en el orfanato, una de las cuidadoras –no recuerdo su nombre- advirtió que la abrazaba muy fuerte y que les costó despegarme de ella. Me lo contó poco antes de largarme de allí, como si quisiera que lo recordase. Creo que es la mejor anécdota que recuerdo de aquel lugar.

El plan del orfanato consistía en que no había plan. Tú te buscabas la vida. Tú decidías cómo salir de allí. Tú elegías si luchar o rendirte. Y juro por Dios que muchos –muchos- se rindieron por el camino. Las drogas acechaban en el barrio. Era fácil caer en ellas. Los traficantes, los camellos, las putas y los chulos poblaban las calles cercanas al caer la noche. El orfanato parecía a priori un oasis entre aquella madeja opresiva y asfixiante en lo más oscuro de Nueva York, pero la triste realidad es que el infierno, queridos amigos, tiene varios niveles. Y una vida puede durar suficientes años para pasar por todos ellos.

Mantener un perfil bajo en el orfanato no te aseguraba pasar desapercibido. Para evitar el acoso de los matones tenías que ser fuerte y hacerte respetar. Como ya he dicho, yo lo tuve complicado porque era un enclenque. Para colmo, mi hermana, que nunca fue una chica fea, se convirtió en una tía muy buena para cuando empezó la pubertad. Imaginad la frustración que llegué a acumular dada mi deplorable condición de guardaespaldas. Dios, hasta Kevin Costner lo hizo mejor con Whitney…

La formación que daban en el orfanato era muy básica y, como puedes imaginar, nadie espera que salgas de aquel lugar poniendo rumbo a la universidad. Me dije entonces que por mis cojones mi hermana iba a tener un futuro digno. No tenía idea de cómo iba a hacerlo, pero entonces, de alguna manera, pasó algo…

Hagamos un salto en el tiempo.

Enero de 2020.

Tengo 18 años y me juro a mí mismo que voy a sacarnos de allí como sea durante ese año. Conocía desde hace unos meses a un tío poco recomendable: Troy Teller. Doble T me enseña algo que, literalmente, me cambiará la vida: el póker. Se me dio bien desde el principio. ¿Talento? Sin duda. ¿Buena habilidad para el faroleo? No hace falta que os lo diga. ¿Hacía trampas? Entre tú y yo… No tenía igual.

A primeros de aquel año sufrí de modo repentino una gripe bastante agresiva. Se la pegué a mi hermana y me odié a mí mismo varias semanas por ello. De la misma forma que la padecimos, se volatilizó. Dejó propina en forma de una mutación genética que se desarrolló en ambos de diferentes formas.

Sé lo que estás pensando. ¿Superfuerza? ¿Supervelocidad? ¿Volar a la velocidad de la luz? ¿Rayos X? ¿Pijamas de licra? Joder, no. Nada de eso. Todos esos poderes no te dan dinero de forma sutil. “Hola, soy agente de Deliveroo. Le traigo su pizza volando”. Venga, no me jodas.

Hablo de poderes mentales. Poderes mentales, tío. Era capaz de leer los pensamientos de la gente. Calculaba variables a velocidad de vértigo. Y de algún modo, me volví aún más intuitivo. Procesaba la información a mi alrededor más rápido. Contestaba antes de que las frases se acabasen. Sabía lo que iba a pasar, pero mucho antes de que pasase.

Poderes. Jodidamente. Mentales.

Al principio me sentí como Mel Gibson en “¿En qué piensan las mujeres?”, sólo que sin sufrir una electrocución en la bañera, ya sabes. No controlaba nada esa mierda y creí que me iba a estallar la cabeza. Era un receptor de todas las movidas mentales que pasaban por los cerebros de los transeúntes de la Gran Manzana. ¿Sabes cuántos habitantes tiene Nueva York?

Es una pregunta retórica. Te leo la mente, ¿recuerdas? que no tienes ni la más remota idea. Y por cierto: más de ocho millones de mentes pensantes pululando por la capital del mundo.

Unas semanas después de aquella gripe mutante, empecé a dominar el asunto y fue entonces cuando me di cuenta de que aquel poder era la hostia para pillarle faroles a la gente, entre otras muchas cosas. Empecé a usarlo con regularidad para asegurarme ganar las partidas en las que participaba. Me convertí en una leyenda callejera. Era como el Cincinnatti Kid, sólo que yo no perdería contra el jodido Lancey “The Man” Howard. Ni de puta coña.

Me hice llamar el Hombre de Negro. Vale, no era muy original, lo admito; pero acojonaba cuando empezaba a hacer valer mi magia. Tuve una racha muy buena porque me trabajé muy bien mi interpretación del personaje. Aunque habría podido, no hice gala de mi don para ganarlo todo. A veces perdía adrede. Quería que mi personaje, el Hombre de Negro, fuese temible, pero no invencible. Un héroe del pueblo, ¿sabes? El tío que te alegra que gane en las pelis, aunque acabe maltrecho.

Me lo tomé con cierta calma y elegía las partidas en las que arrasar. Así, no levantaba sospechas innecesarias. Joder, desplumé a tíos muy famosos. Te diré que hice llorar de frustración a Matt Damon y a Ben Affleck en una partida con un bien calculado y muy dramático comeback. Era divertidísimo sentirse un ganador, para variar. Ganaba mucha pasta. Muchísima. Cuando alcancé mi máximo nivel y jugaba con algunos millonarios, una buena noche podía terminar con cinco o seis cifras en metálico en el bolsillo. Logré pagarle a Mac la carrera en química y comprar un apartamento para los dos en Manhattan. Le dije que iba a ser universitaria. Y lo conseguí, aunque dilaté todo lo que pude decirle de dónde salió el dinero. Eso fue cuando ocurrió lo inevitable.

Mi exitosa y fulgurante carrera como jugador de póker fue efímera y tuvo un precio. Siempre hay un precio. El poder me había hecho olvidarlo, pero la vida siempre se ha encargado de recordarme sus lecciones con sangre.

En cierta partida, le gané a un puto aristócrata ruso –como lo leéis- que no se tomó muy bien la derrota. Creo que tuvo que ver que el muy fantasma se apostó un fresco original de un zar que, para colmo, era uno de sus tatarabuelos o algo así. El tío invitó a toda la mesa a caviar de Beluga para amedrentar al personal. Tras cuatro horas de partida, se jugó a su tatarabuelo en su última mano tras un all in y todo Cristo se cagó encima. Todos, menos yo. Ahí estaba, el jodido Cincinnatti Kid 2.0 Black Version contra aquel hijo del grandísimo Putin rememorando la batalla de Stalingrado en una partida de Texas Hold’em.

Confieso que siempre he sido amante del espectáculo, así que le enseñé cómo jugamos al póker en América. Leí su farol en su mente como un libro abierto y me reí en su cara para deleite de todos los presentes. USA 1 – URSS 0. Volver a Siberia, cabronazos. ¿El resultado tras mi vacile? Cuando acabó la partida, me invitaron a un callejón y me dieron un tiro en la pierna sin miramientos, algo que en jerga mafiosa parece considerarse un aviso cordial de que vas por el mal camino. Putinov me dijo que hacía trampas. No podía demostrarlo, claro, pero lo sabía. Tras aquella maldita gripe era fácil intuir que cualquier tío podía tener algún poder raro.

El ruso me recordó que se quedaba el cuadro de su ancestro como ofrenda de paz y me perdonó la vida. Lucky me. Con todo, si volvía a verme en una partida de póker, pronunció algo en ruso que resonó en mi mente a “te cortaré los huevos y se los daré de comer a mis perros”.

Los mafiosos rusos suelen ser muy creíbles, así que sobra decir que me lo creí.

Hice balance de situación: Tenía veintipocos años, un poder acojonante pero delicado, una ligera cojera crónica en la pierna derecha, un montón de dinero negro ahorrado, una hermana a la que había salvado de cruzar al lado oscuro por el que yo mismo había transitado una larga temporada y mi miserable vida, mal que me pesase, parecía estancada. No era bueno en nada que fuese legal y me sentía viejo, como si hubiese empezado a correr a toda velocidad demasiado pronto y ahora estuviese completamente desfondado y tosiendo la sangre que encharcaba mis pulmones.

Fue entonces cuando tuve la Visión.

Fue entonces cuando le vi en acción.

Dicen que los jóvenes necesitan un modelo, una referencia. Alguien de quien aprender lo bueno y lo malo de la vida. Es la puta verdad. Quítale a un crío las referencias y jamás tendrá un horizonte, una meta que alcanzar.

Me di cuenta de que había consagrado mi vida a ser la referencia de mi hermana. Yo era su jodido Batman. Pero eso abría un interesante interrogante en mi interior: ¿Quién era mi Batman? ¿Quién quería ser yo? ¿Quién debía ser?

Le vi en acción en la televisión una noche mientras estaba tirado en el sofá, aguardando el mensaje del Universo. Tuve lo que los psicólogos llaman una visión panorámica de mi existencia al ver el incidente “Equipo Azul”. Su nombre era Eric “Fucking” Krose. El tío era un témpano de hielo. No en vano, le puse cariñosamente el apodo “Ice Man”. Estuve obsesionado con el tema durante semanas. Mac dice que no hablaba de otra cosa.

Supe que Krose era el negociador de una unidad de la Policía de Nueva York llamada UDIM. Fue entonces cuando supe la verdad.

Yo quería ser Eric “Fucking” Krose.

El resto, es historia.

* * * * *

Permitidme otro salto temporal.

Enero de 2032.

Un día más en la oficina.

Hace años descubrí que amo Nueva York. Descubrí que amo a los Knicks –un amor tóxico y no correspondido por esos putos perdedores que tantos disgustos me dan-. Y descubrí que amo mi trabajo.

Estás en lo cierto: conseguí meterme en la Policía, donde valoraron mis poderes como interesantes para integrar la UDIM. Las pruebas teóricas fueron un paseo, siempre he sido listo; pero las físicas fueron mi purgatorio personal. Puedo moverme con cierta velocidad sin el bastón, pero no soy el idóneo para hacer pruebas de velocidad. Gracias, Putin.

Actualmente, soy uno de los dos negociadores de la unidad y un jodido maestro de los interrogatorios. Si tienes un secreto, te lo sacaré. Y sin usar poderes, chaval. Me he moderado desde que la lectura del pensamiento se reguló legalmente.

Pero no te adelantes. ¿Crees que ya no estoy jodido?

Error. Craso y terrible error.

Para no variar, hoy me adelanto a Mac en madrugar y empiezo a prepararle el desayuno mientras me fumo el segundo cigarrillo. El primero ya cayó en la cama mientras remoloneaba al ritmo del piano de Red Garland. Los años de Cincinnatti Kid 2 han alterado mi rutina de sueño y mi biorritmo. Soy un hómini nocturna y abrazo mi sino sin remordimientos. Mientras hago las tortitas, no veo el momento de llegar a la oficina. Últimamente, es mi remanso de paz. Mi refugio. Mi Batcueva.

Y ahora tú te preguntas… ¿Por qué?

Hace cosa de unos meses, soñé que me follaba a mi hermana. Y a ella le gustaba.

Fue un sueño tan vívido, tan jodidamente turbio, que me desperté en mitad de la noche sudando a mares y vomité hasta echar bilis por la boca. Desde entonces, tengo episodios de insomnio y un remordimiento continuo, herencia de las clases de religión de la hermana Amanda, loada sea su alma inmortal allí donde sea que esté y su vocecilla insidiosa recordándome el pecado del incesto. Me siento sucio mentalmente, me cuesta mirar a Kenzie a los ojos mucho rato por miedo a que me note algo e invoque el Pacto de la Verdad y Nada más que la Verdad. Y tengo que confesar que he recurrido desde entonces a las benzodiacepinas para calmar los nervios y conciliar el sueño. Menos mal que el que lee la mente soy yo y no ella…

¿Por qué coño soñé esa mierda abyecta?

No tengo idea, pero no es, siendo sincero, la primera vez que me pasa. Es decir, he notado algo… Una perturbación en la Fuerza, si así lo prefieres. Y me ocurre desde hace poco tiempo. Es como si… Joder, es que no quiero ni pensarlo.

Mi hermana es la cosa más sagrada que existe en el mundo para mí. Es la jodida Jerusalén en mi reglamento, ¿recuerdas? El último bastión de luz. Soy su jodido Batman. No puedo fallarle. Ni siquiera en sueños.

¿Qué coño me está pasando?

Entro en su habitación con todo el sigilo que puedo. Premio. Compartimos apartamento. Sé lo que piensas. Mala elección con la mierda que me está pasando por la cabeza últimamente. Tienes razón. Y sin embargo… no puedo separarme de ella.

Sigue dormida. Está preciosa cuando duerme. Si algún hijo de puta le hiciese daño otra vez, yo…

Dejo las tortitas y el vaso de leche en la bandeja junto a su mesita de noche y le acaricio la oreja.

-Dormilona, es hora de combatir el crimen-, digo con tono peliculero mientras le doy un bocado a una de las tortitas rebañando el sirope de caramelo.

-Joder, qué buenas. Eh, Kenzie, voy tomando la delantera. Te veo en el H.Q. Si llego antes que tú, diré que te ganó un cojo. No tendrás excusa, tu fama se precipitará al vacío y serás la vergüenza de la UDIM. Con suerte, Umbridge se reirá. Vale, quizás me he pasado. Con “mucha” suerte pestañeará. Je-.

Antes de salir de la habitación la veo sonreír. Eso me basta.

Como me la siga imaginando desnuda, juro por Dios que me castraré yo mismo.

Me visto con mi uniforme de gala: negro impoluto. La americana, la camiseta con el estampado del Jefe Davis marcándose un solo de trompeta, los pantalones tejanos… Todo es absoluto, inmaculado y precioso negro cósmico. Me ajusto mis Converse y llevo el tercer cigarrillo a mis labios. Este no lo enciendo. Empieza la batalla con esa zorra llamada Tentación.

Me miro un último instante al espejo y mi reflejo, un rostro alargado de melena desaliñada y rasgos desmesurados me devuelve una mirada cómplice.

-He vuelto, nene-, digo emulando al Terminator en la secuela. Una forma de recordarme que la vida me ha enseñado una cosa: soy duro de matar. Sé que estoy jodido, siempre lo he estado; pero, de alguna manera, saldré adelante. Siempre lo hago.

Cojo mi abrigo largo, un tres cuartas que recuerda al que puso de moda Neo en Matrix. No tengo idea de qué me deparará el día. Sólo sé una cosa. La UDIM no tiene un puto agente más motivado que yo en estos momentos. Soy el jodido Hombre de Negro. El puto Cincinnatti Kid de Nueva York.

-Back in the game-, digo mientras salgo por la puerta recogiendo mi bastón y con Nina Simone recordándome por los auriculares que, por una vez en la vida, quiero sentirme bien.

Notas de juego

Este post es anómalo. Me gusta mucho escribir, pero no suelo escribir tanto para ningún PJ en CU. Este post es una rara avis, muy motivada por la inspiración que tengo con el PJ. Condensa la llegada de Vinnie a la UDIM con su potente background personal. Por lo general, seré más breve y conciso en el resto de mensajes, no se me alarmen ^^

Sólo quiero dejar claro que he venido a jugar ;)

Por cierto, hay varios pases al hueco para MacKenzie. A tu gusto, sis ^^

También he soltado alguno para Umbridge ;P

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15/10/2021, 17:42
Mackenzie Valenti

Alguien dijo una vez que las palabras duelen más que las balas y que sus heridas tardan mucho más en sanar. Está claro que el que lo dijo nunca había recibido un balazo. Aunque Mackenzie Valenti estaba de acuerdo con aquel buen samaritano en que recibir una bala no era ni de lejos lo más doloroso que podía experimentar un ser humano. Era joven, sí, pero había vivido cosas como para llenar dos vidas y esa experiencia la legitimaba para estar convencida de que el Karma o era un jodido invento chino o el muy desgraciado se la tenía jurada sin motivo.

Cuando era más joven Mackenzie era inocente, tierna, dulce. Demasiado pronto descubrió que esas eran cualidades que no se podía permitir. Fue en su adolescencia cuando finalmente le arrancaron la inocencia del pecho para aplastarla sin piedad contra el asfalto de aquella ciudad condenada. NYC. Su ciudad. El lugar donde todas las pasiones, los vicios y los pecados encontraban su satisfacción. Una jungla de asfalto que solo los valientes y los incautos conseguían llegar a conocer a fondo. Las cicatrices que pudieran exhibir al final del camino solo serían una prueba de que ellos fueron los afortunados… Los que sobrevivieron…

El peso del arma en su mano resultaba tranquilizador. Un ancla al que aferrarse en momentos difíciles. A Mackenzie le encantaba la galería de tiro. Se había convertido en parte de su rutina, un remanso de paz, la forma más rápida y barata de exorcizar sus demonios.

 - BANG! BANG! - 

Con la precisión de un cirujano, Mackenzie fue descargando su cargador contra aquella representación inanimada de sus miedos. Sin embargo, algo parecía ir mal. La diana estaba cada vez más lejos, un punto blanco envuelto de una oscuridad opresiva y creciente que cambiaba a cada instante.  Mackenzie se quitó las gafas de protección y con el arma aún en la mano avanzó por el campo de tiro. Donde debería encontrarse la pared se abría una calle oscura. Con un escalofrío reconoció aquel lugar. Unos pasos se aproximaban por la acera de enfrente. En un destello alcanzó a distinguir a una chica de cabello rubio que avanzaba distraída. Su vestido rojo ondeaba con la brisa fresca de finales de verano que arrastraba algunas hojas entre las escasas farolas difuminadas. Y Mackenzie supo quién era aquella chica y lo que estaba a punto de ocurrir. Corrió con el corazón encogido intentando alcanzar a aquella versión más joven de sí misma, pero sus pies parecían de plomo. Intentó gritar, pero su voz se había perdido.

Un golpe en la mandíbula súbito y devastador noqueándola en el suelo. Una sensación de terror e indefensión insoportables ante el desenlace inevitable.

No finjas que no lo deseas, zorra - dijo la voz ronca y áspera del violador. 

Una respiración agitada y nauseabunda en su oreja. Un dolor desgarrador abriéndose paso en su cuerpo. Lágrimas cálidas surcando su rostro y un grito atragantado en su garganta.

Fue entonces cuando lo vio. Aquella sombra enorme surgiendo entre los arbustos. Aferró el arma con fuerza mientras las lágrimas descendían por sus mejillas y apuntó. La sombra comenzó a darse la vuelta cuando…

Dormilona, es hora de combatir el crimen

Con la espalda bañada en sudor Mackenzie abrió los ojos con un respingo y respiró aliviada al ver la cara de su hermano a su lado.  A pesar de los años transcurridos, Mackenzie seguía teniendo pesadillas. Después de que sucediera se dirigió a la comisaría de Policía donde tuvo que pasar por un largo, extenuante e por momentos incluso humillante proceso de declaración y toma de muestras. Cuando finalmente se tumbó en la cama al romper el alba ni siquiera se sentía un ser humano. Al menos todo aquello había servido para poner a aquel monstruo a la sombra durante mucho tiempo. Al parecer Mackenzie había sido tan solo la última de una larga lista de jóvenes que, para su desgracia, habían pasado a engrosar el historial criminal de aquel depredador sexual. “Era solo un puto sueño…Joder… Tranquila… Respira".

 - Siempre a tiempo, hermanito. ¡Y con tortitas! ¿Qué haría yo sin ti? -  murmuró somnolienta mientras intentaba recomponerse. 

La respuesta a esa pregunta era clara para Mackenzie. Vincent era lo único en el mundo por lo que merecía la pena vivir y morir. El lado soleado de su carretera. El pilar de su existencia. Su héroe. Cuando eran pequeños siempre intentaba protegerla. No siempre lo conseguía, pero eso a Mackenzie le daba igual. Lo único que importaba es que siempre podía contar con él. Era poco probable que alguien llegara a comprender lo que Mackenzie Valenti sentía por su hermano. Con los años Mackenzie aprendió a defenderse sola y ahora era su misión protegerlo. Incluso de sí mismo.

Hacía días que la joven notaba algo extraño en Vincent. Él intentaba disimularlo, pero Mackenzie podía sentirlo. Pasaba algo y debía de ser algo gordo si no se lo había contado ya. Porque ellos se lo contaban todo. Siempre. Podría haber invocado su Pacto de la Verdad y Nada más que la Verdad, pero no quería presionarlo. Mackenzie suponía que acabaría por confesarlo, aunque empezaba a preocuparse.

Joder, qué buenas. Eh, Kenzie, voy tomando la delantera. Te veo en el H.Q. Si llego antes que tú, diré que te ganó un cojo. No tendrás excusa, tu fama se precipitará al vacío y serás la vergüenza de la UDIM. Con suerte, Umbridge se reirá. Vale, quizás me he pasado. Con “mucha” suerte pestañeará. Je.

Mackenzie no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia de su hermano. Cualquiera con dos dedos de frente sabría que la cojera de Vincent no lo incapacitaba lo más mínimo para lograr cualquier cosa que se propusiera. Era compensada de sobra por su inteligencia y una fuerte dosis de picaresca. Mientras los dos crecían en el orfanato siempre se las arreglaba para conseguirle algún postre especial, para librarla misteriosamente de los castigos, para darle alguna sorpresa en Navidad. Era como esos magos que se sacan un conejo de la chistera, solo que en su caso parecían elefantes. Mackenzie nunca llegó a saber cómo Vincent era capaz de lograr aquellas cosas que a ella le parecían imposibles. No le extrañó que después del Evento Vincent desarrollara poderes mentales aunque al principio les supuso un problema. Mackenzie había conseguido ocultarle durante algún tiempo lo ocurrido mientras volvía a casa sola aquella fatídica noche. Tuvieron una enorme pelea cuando Vincent se metió en su mente y lo descubrió. Ella gritó. El montó en cólera. Al final los dos acabaron llorando. Fue entonces cuando firmaron su Pacto de la Verdad y Nada más que la Verdad.

 - No te subestimes, hermanito. Además, no hay deshonra alguna en ser vencida por un tramposo… - le dijo con su sonrisa más beatífica.

Mackenzie se metió las tortitas que quedaban en la boca y con los carrillos a reventar salió disparada para arreglarse y acompañar a su hermano a la Unidad. Apenas había alcanzado Vincent el paso de peatones más próximo a su apartamento cuando Mackenzie lo adelantó por la derecha.

 - Pues sí que eres lento, sí… -  pensó divertida Mackenzie con la absoluta certeza de que su hermano siempre estaba a la escucha mientras le echaba el brazo por los hombros y lo apretaba contra su costado.

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15/10/2021, 17:43
Umbridge

Fuego. El televisor estalló, llenando de metralla el sofá. Podía escuchar gritos de auxilio en cada rincón del apartamento. La llamaban a ella. La necesitaban. Rebuscó por todas partes, moviéndose entre las llamas. No le hacían daño, pero era imposible avanzar. El techo se desmoronó sobre ella.

¡Mamá! —la llamaban desde el infierno.

Ya voy, cielo. Mamá está aquí…

Pero cuando logró acercarse a la voz, lo único que encontró fueron pilas de ceniza y escombros.

* * *

Un gruñido resonó en el salón en penumbra. La escasa y mortecina luz del amanecer se colaba incisivamente por entre los huecos de la persiana del apartamento, iluminando vagamente varias pilas de envases vacíos de fideos instantáneos, botellines de cerveza y libros de Derecho Romano. Umbridge había vuelto a quedarse dormida sobre los apuntes.

Con un gesto monótono encendió el rechoncho televisor de tubo para escuchar las noticias mientras se preparaba un café. Podría bajar, sonreírle al nuevo día, comprar un periódico y agradecer con una sonrisa a la dependienta de la cafetería mientras escribían su nombre en uno de esos vasos de plástico. Sí, podría haber hecho todas esas cosas. Pero el óxido de su cafetera italiana le daba un sabor especial a los desayunos.

Se desperezó. Tenía que encontrar algo de ropa y coger el metro hasta la oficina. Buscó a tientas el desodorante en spray y se vistió frente al espejo. Todavía olía a quemado.

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15/10/2021, 17:43
Nina Edwards

Aquella mañana los dos tenientes de guardia eran Nina Edwards y el zampabollos empedernido de Hoyt Haigh. Con Haigh no había problema, solía pasarse media mañana en la cafetería que había junto a la comisaria y siempre llegaba tarde y cargado con una caja de donuts que rara vez compartía con nadie. A pesar de ser un capullo integral y un puto racista de mierda, lo bueno que tenía Haigh era que la cuota de resolución de casos se la traía completamente al pairo. 

Lamentablemente ese no era el caso de Edwards. Desde que supo que se rumoreaba que su posición en la UDIM era para cubrir la cuota de minorías su objetivo en la vida pasó a ser el de superar la tasa de resolución del teniente Krose. Lo cual la tenía completamente obsesionada. Era capaz de taladrarte la cabeza durante más de media hora por cualquier gilipollez que otro pasaría por alto, echaba broncas a sus subordinados por el más mínimo indicio de falta de respeto y, sobre todo, odiaba ver a sus detectives parados cuando ella estaba de guardia. También era especialmente dura con cualquier miembro de la brigada que perteneciera a una minoría, argumentando que debían ser el doble de buenos que los agentes varones de raza caucásica contra los que competían. Sin embargo, ella se tenía a sí misma como una víctima del los prejuicios institucionales, aún a pesar de que era vox populi que la había cagado bastante como jefa de la brigada para el fraude.

Nina Edwards era una mujer pequeña y de anchas caderas que vestía con americana, camisa de un blanco impoluto y falda de ejecutiva. Sus piernas y tobillos eran gruesos, y casi siempre llevaba tacones, lo que provocaba que su caminar retumbara por toda la oficina. Andaba además encorvada hacía delante, como si pretendiera llegar antes que sus propios pasos, con el ceño fruncido y la boca en un rictus desagradable. Llevaba el pelo corto, al natural y su rostro tenía un aire maternal que se empeñaba en ocultar con sus muecas de enfado y frustración y su carácter agrio y disciplinario.

Como de costumbre, llegó en cuanto la aguja del reloj de la oficina marcó en punto. Ryo Fujimori, uno de los agentes de la UDIM que mejor se llevaba con Vincent Valenti decía, en su habitual tono jocoso, que la mujer debía estar esperando en la puerta hasta que la aguja del reloj marcaba en punto para poder entrar. Aquella mañana cruzó la puerta cargada con un montón de papeles y documentos que abrazaba fuertemente. Nada más ver al grupo que se arremolinaba junto a Dorothy frunció el ceño, carraspeó la garganta y se quedó completamente firme y con cara de malas pulgas hasta que los agentes se movieron a sus respectivos escritorios entre murmullos de protesta.

No pasaron ni cinco minutos cuando Edwards volvió a aparecer con los tacones resonando por la oficina hasta llegar al escritorio de Vincent.

-Valenti. ¿Dónde está Umbridge? - Miró el reloj y resopló. Apenas dejó que Vincent pudiera responder. -Que se presente en mi despacho en cuanto llegue.

Edwards dio media vuelta y volvió con su sonoro taconeo a su despacho. Por la puerta de la oficina apareció un repartidor de Fedex con un paquete y preguntando por Mackenzie. El paquete contenía una tarta del sabor favorito de Mackenzie y había una nota que simplemente decía: Que empieces bien la semana.

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15/10/2021, 17:51
Vincent Valenti

Debí coger el Mustang. Quizás así Kenzie no me habría adelantado como el maldito Steve Rogers hizo con su colega Falcon en El Soldado de Invierno.

-Te parecerá bonito... Reírte de un discapacitado. ¡Y por la espalda! Tu índice de crueldad empieza a preocuparme, Kenzie-, dije fingiéndome ofendido. No, ofendido no. Ofendidísimo. -Algún día me vengaré. Algún día... Quizás antes de lo que piensas...-. Entorné los ojos y adopté una mueca peligrosa, pero quedé como un triste villano de opereta. Nunca imponía demasiado. Cara de ángel, decía mi madre. Bueno, o eso quiero suponer.

* * * * *

Cuando llegué a la central de la UDIM acompañado por mi hermana apagué el Jungle Boogie de Kool & The Gang que resonaba en mis tímpanos y me paré a saludar muy afectuoso a mi colega Fuji a la Valenti, es decir...

-¡Fujiiiiiiiiiiiiiiiii! My man! ¿Cómo está mi dictador peruano favoritoooo? ¡Hostias! ¿¡Pero qué coño!? ¿¡Te has hecho un injerto capilar, cabronazo!? ¡Eh, Kenzie! ¡Mira esto! ¡Esta gloriosa calva...! ¡Qué digo! ¡Este brillante tótem dedicado a la precognición deportiva podría quedar mancillado por una obscena operación estética! Fuji, en serio. No profanes tu sagrada calva o perderé mis poderes de adivinación y te recuerdo que sin ellos nuestros calendario de apuestas con los Knicks se irá directamente a la mierda, tío. Si quieres, te regalo una peluca fucsia para este sábado... Vas a necesitarla.

El numerito lo tenía ensayado de sobra. Alcé unas entradas para el inminente duelo Knicks-Celtics y se las dejé caer en la mesa, que las saboreara. Era un auténtico partidazo. Los de la Gran Manzana necesitaban la victoria para asegurar meterse en playoffs y Luka Doncic, nuestra estrella y líder del equipo, quería su séptimo anillo. Le habíamos fichado para eso, cabía asegurar.

-Venga, Fuji, no puedes rajarte. ¿Qué mejor plan para la noche del sábado que ver al Lobo Esloveno y al mutante-no-confirmado Zion Williamson con tu colega Vinnie?-. Era una pregunta trampa, porque si había alguien a quien le gustasen más los Knicks que a mí, era al maldito Ryo Fujimori.

Entonces la voz aterciopelada y sexy de la teniente Nina Edwards -léase con fina ironía- emergió de un punto ciego a mi espalda y casi me hace trastabillar del sobresalto.

-Valenti. ¿Dónde está Umbridge? - Miró el reloj y resopló. Apenas dejó que Vincent pudiera responder. -Que se presente en mi despacho en cuanto llegue.

-A la orden, jefa. Sigilosa como una pantera, señora. En cuanto la vea se la mando-, dije valorando si cuadrarme y dedicar un saludo militar a aquella mala bestia. La autoexigencia personificada. Me tomaba cierta confianza con todo el mundo, pero con ella era, digamos, prudente. O al menos, lo intentaba.

-¿Qué mosca le ha picado hoy?-, pregunté en voz baja a mi colega Fuji mientra mis ojos se desviaban al escritorio de Kenzie. -¡Cooooooño! ¿Qué festejamos hoy, hermana? ¡Esa tarta tiene una pinta aberrante! ¡Fuji, hermano, maniobra envolvente! ¡No podemos dejar que la pruebe la homenajeada sin hacer cata de venenos!-. Era consciente de que estaba armando quizás un poco de jaleo, pero yo era así. Me gustaba animar los putos lunes. Intentarlo, al menos.

Mientras me acercaba con andares de depredador goloso a mi hermana, reparé en el sobre. Arqueé una ceja, carraspeé y adopté un tono algo más grave de lo habitual en mi voz.

-¿Un admirador secreto, Kenzie...? Qué calladito te lo tenías...-. La pregunta iba en broma, pero reparé entonces en que quizás molestase a mi hermana. Digamos que no era la típica chica accesible y fácil de tratar para un desconocido. Tenía motivos para ello.

Sentí la rara necesidad de leer la nota, pero supe aguantarme las ganas por un instante. Ya la cogería después en un desliz.

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15/10/2021, 17:51
Mackenzie Valenti

Algún día me vengaré. Algún día... Quizás antes de lo que piensas...

Por un instante, Mackenzie se quedó observando un tanto estupefacta el intento de su hermano por poner cara de malo, pero rápidamente le sobrevino un ataque de risa. - Será una venganza justa y necesaria... De hecho, si sigues poniendo esa cara puede que muera de risa... Sería la venganza definitiva... -  

Mackenzie se metía cariñosamente con su hermano y su ánimo empezaba a remontar. La pesadilla había dejado un poso de inquietud y de pesar que se desvanecía rápidamente. Vincent solía producir ese efecto en ella. Incluso era posible que visitara la galería de tiro más tarde... 

Una vez en la UDIM, Mackenzie se alejó negando con la cabeza y con una sonrisa bailando en sus labios mientras su hermano bromeaba con su amigo Ryo Fujimori. Vincent y Ryo hacían una extraña pareja. Aunque a Mackenzie no le extrañaba. Su hermano tenía amigos hasta en el infierno. Ella adoraba su trabajo en la UDIM y tenía una relación cordial con la mayoría de sus compañeros, pero no podía decir que ninguno de ellos fuera verdaderamente amigo suyo. Le costaba confiar en los demás. 

Con ganas de ponerse a trabajar se dirigió a su escritorio y comenzó con su rutina habitual agradecida de haber esquivado a la teniente Edwards. Esa mujer era demasiado intensa para enfrentarse a ella a primera hora de la mañana. 

Se encontraba planificando mentalmente el trabajo y meditando sobre el momento propicio para una sesión de tiro cuando un paquete llegó a su mesa. Una suculenta tarta de queso con una nota que en su simpleza le resultó desconcertante. "Que empieces bien la semana". Por un instante, pensó que debía de mandarla Vincent, aunque no era para nada su estilo. Él mismo se encargó de que aquella idea peregrina cayera por su propio peso. 

¡Cooooooño! ¿Qué festejamos hoy, hermana? ¡Esa tarta tiene una pinta aberrante! ¡Fuji, hermano, maniobra envolvente! ¡No podemos dejar que la pruebe la homenajeada sin hacer cata de venenos!

Mackenzie frunció el ceño observando la tarta como si contuviera C4 oculto entre la mermelada de frambuesa y con voz un tanto desapasionada comentó - Se habrán equivocado... -. Sin embargo, en el fondo no creía que fuera una equivocación. Había llegado a su nombre y la tarta de queso era su tarta favorita. - Todos sabemos que tu estómago está hecho a prueba de bombas, hermanito. - 

-¿Un admirador secreto, Kenzie...? Qué calladito te lo tenías...-

Mackenzie miró a su hermano sin poder evitar que cierta alarma asomara a sus ojos. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que eso fuera posible y, sin embargo, en cuanto Vincent lo comentó una mala sensación se instaló en la base de su estómago. Resopló, guardó la tarjeta en un cajón y tratando de quitarse la idea de la cabeza, les dijo con cierta sorna a su hermano y a su inseparable amigo - Lleváosla, pero si luego tenemos que enterraros en botes no me hago responsable... -. 

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15/10/2021, 17:52
Umbridge

Por las escaleras de la comisaría, subió un penetrante aroma a desodorante barato. Umbridge subía hasta la sede de la UDIM pesadamente. Lucía su look habitual: sudadera con manchas de café, una camiseta de Deep Purple, tejanos, cara de mala hostia y zapatillas de correr.

Buenos días —gruñó al aire, más como un trámite rutinario que como un gesto de cortesía, y se dejó caer pesadamente sobre su silla.

Obvió la miradita que le lanzó Haigh y revisó los dossieres. Me pregunto qué coño nos pedirán hoy.

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15/10/2021, 17:52
Vincent Valenti

Estaba metiéndome una cucharada de tarta de queso en la boca cuando vi aparecer a la Diana Ross de la UDIM. Adele Umbridge era una mujer difícil de leer. Nunca la había visto de buen humor... Mejor dicho: no parecía conocer el concepto de "sentido del humor", y desde que entré en la unidad me advirtieron de que era mejor no preguntarle por temas familiares. Era una forma sutil de decir que aquella mujer llevaba la marca de la tragedia grabada a fuego en la cara.

A pesar de todo, siempre que me la cruzaba me encargaba de remarcar que tenía la puerta abierta conmigo. Quiero decir, en el país de los jodidos, el cojo es el Rey.

Corté un segundo trozo de tarta con impunidad. A Kenzie parecía que se le había cortado el apetito, pero no hice bromas al respecto. Sabía que era culpa mía por remover la galería de los horrores. Me alejé con un plato en la mano tras acariciarle la oreja a mi hermana. La tarta era la hostia de buena, a decir verdad. Una buena forma de empezar el día, no había duda. Caminé con paso firme -menudo chiste- hasta la mesa de Umbridge y deposité el plato con el trozo de tarta en su escritorio.

-Eh, vaquera. Tarta de queso neoyorquina. Base de galleta, tres centímetros de queso con matices de limón y mermelada de frambuesa. Cortesía de los followers de mi hermana. Ya sabes: Poli de día. Influencer de noche...-. Sonreí. No esperaba contagiar a Umbridge, peeeero... nunca pierdo la esperanza.

-Te busca la jefa. Te diría que está cabreada pero... ¿Cuándo la has visto sonreír?

Consideré pecar de bromista y añadir "¡Podrías ser su hija!", pero otra de las advertencias que me habían hecho sobre Adele Umbridge se refería a su capacidad para controlar el fuego. Y sinceramente, no quería ver a aquella versión angry de una diva del gospel haciendo su imitación de Johnny Storm en los Cuatro Fantásticos con mi abrigo.

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15/10/2021, 17:52
Umbridge

Es un detalle —respondió Umbridge inexpresivamente cuando su compañero le acercó el plato de tarta—, pero no me parece profesional comer en horas de trabajo.

Sabía que el glotón de Haigh se daría por aludido, pero ni siquiera se molestó en comprobar si la estaba asesinando con la mirada; el anuncio de Vincent hizo que se le erizase el vello de la nuca. Que Nina llame a alguien a su despacho nunca es síntoma de nada bueno.

Dejó el plato con la tarta intacta en un rincón de su despacho y se incorporó. 

Iré a ver qué quiere. Gracias por la tarta.

Y así, desganada y avanzando pesadamente, se dirigió hasta la boca del lobo.

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15/10/2021, 17:53
Vincent Valenti

Adopté mi gesto más serio. Kenzie habría averiguado rápidamente que estaba fingiendo de forma manifiesta... pero el resto no. Entorné mis ojos, clavando la mirada en la espalda de mi compañera Adele Umbridge mientras se dirigía a Mordor.

Ahem. Matizo: Mordor es mi forma secreta de referirme al despacho de la Teniente Edwards.

Volví a mi mesa con la tonadilla que Spielberg dedicó a los velocirraptores en Parque Jurásico resonando en mi mente. Imaginaba a la Teniente emboscada justo detrás de la puerta del despacho, dispuesta a abalanzarse sobre Umbridge sin más motivo que entregarse al canibalismo más frenético con mi compañera la gruñona. Aún me sorprende mi imaginación enfermiza.

-Ha pronunciado más de dos palabras, una de las cuales ha sido un elegante, si bien afilado, "gracias por la tarta... ¡rrrrr-woof!", y no me ha arrancado la yugular. Confirmado: conserva suficiente humanidad. La licantropía no es su flowAlguien me debe pasta-, dije con corrosiva sorna alzando las cejas mientras sonreía a Ryo. Alcé las piernas y crucé los pies encima de mi escritorio. Dulce relajación para mis piernas. Cogí mi pelota antiestrés de los Knicks y la estrujé un par de veces.

-¿Qué estáis tramando, morenos? ¿Es que nunca habéis visto una tarta de queso en la escena de un crimen? Venga, coñññño... ¡Dispersaos de la mesa de mi hermana, que esto no es un cumpleaños!-, dije al resto de mis colegas emulando a Clint Eastwood mientras terminaba de comerme aquella tarta que sabía a gloria.

Se me escapó una mirada furtiva a mi hermana. Fue de esas que me recordaban lo jodidos que estábamos. Encendí el ordenador y recé porque tuviese correo que atender. Algo con lo que ocupar la mente.

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15/10/2021, 17:53
Nina Edwards

-Ya era hora. - Dijo visiblemente molesta la teniente Edwards cuando miró a Umbridge por encima del informe que estaba leyendo. -Pase y cierre la puerta.

El despacho de la teniente estaba más ordenado que el del resto de oficiales y tenía algunas plantas, fotografías de sus hijos y un pulcro escritorio donde las pilas de informes y el papeleo se ordenaban adecuadamente. La teniente disponía de clasificadores y bandejas de colores que ella misma había traído para una organización más eficiente. A Umbridge le sorprendió descubrir que el informe que Nina Edwards estaba leyendo tenía su nombre.

-Es de Asuntos Internos. - Explicó. -Está en el ojo del huracán, Umbridge. Y aún así sigue llegando tarde. Ya sabe que han abierto una investigación contra usted por lo que le pasó a su familia, debería demostrar que es una detective valiosa para esta unidad y despejar la pila de casos que se amontan en su escritorio. Pero no, usted sigue ahí con esa parsimonia que la caracteriza. Mire, Umbridge. Le voy a decir una cosa. Asuntos Internos nos dijo que querían que alguien del departamento la mantuviera vigilada, y yo me ofrecí. La voy a atar en corto, ¿me entiende? Estoy deseando que cometa un desliz para darle la patada.

Umbridge sabía que el hecho de que ambas fueran afroamericanas era lo que motivaba a Edwards a tratarla así. Para ella, Umbridge era una deshonra para los suyos, alguien que ensuciaba la buena imagen que debían dar trabajando el doble que el resto para compensar su triple desventaja: mujer, negra y mutante. A Edwards no le importaba que fuera mutante, tal vez porque esa condición no la compartían. Pero el hecho de que fuera negra y tuviera una tasa de casos similar al de cualquier otro policía y no superior, era algo que molestaba enormemente a Nina. Especialmente con la actitud que arrastraba Umbridge últimamente.

La teniente volvió a abrir el informe y se puso de nuevo a leerlo. Alzó la vista y clavó su mirada de desprecio otra vez en Umbridge.

-¿Qué hace todavía aquí?

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15/10/2021, 17:55
Ryo Fujimori

-Eh, eh, todavía puede ser un poder latente. - Le respondió a Vincent sobre el tema de la licantropía y se negó a aflojar la pasta. Ryo vio que Umbridge había dejado la tarta en su escritorio y se adueñó de ella con total descaro mientras su legítima dueña se dirigía a la boca del lobo. O como Vincent solía llamarlo, a Mordor. A propósito de lo cual Ryo solía hacer unos desagradables chistes sobre el Ojo de Sauron que por algún extraño milagro no pronuncio en aquella ocasión. La reunión de Umbridge con la teniente Edwards fue realmente breve, pero Umbridge salió de aquel despacho con peor cara que con la que había entrado. La detective camino con el ceño fruncido de vuelta a su escritorio,

-Oye, ¿qué le pasa a Umbridge? - dijo en tono jocoso con la boca llena de tarta. -Parece que está que echa humo.

El poder de Ryo era el de visión microscópica, aunque bien podría ser el de tocar las narices. Sin embargo su talento era bien recibido tanto en las escenas del crimen como en los laboratorios de la unidad. Además era una enciclopedia andante en cuestiones de anamorfología, pues había leído todos los libros del profesor Quade y conocía al dedillo cada termino científico para referirse a poderes, complejos, células S, residuos de energía y demás palabrería. Únicamente hablaba en serio cuando trataba aquel tema.

-Joder Mac, esta tarta es buena. Deberías decirle a tu club de fans que te envíen más a menudo. Oye, Vincent, pongámonos serios ya. Los Knicks llevan cinco victorias seguidas, pero los Celtics llevan más anillos seguidos que cuando jugaba Bill Russell, ¿de verdad crees que este es nuestro año? A ver, no quiero ser yo el gafe, pero el año pasado también quedamos primeros en la Conferencia y nos terminaron barriendo los puñeteros Hornets. En serio, tío, ¿hay algo más humillante que que te meta un cuatro cero un equipo que tiene como logo a un puñetero abejorro? - Vio que Vincent abría el correo y le miró arrugando la frente y enarcando una ceja. -¿Cómo? ¿Ya estás trabajando? Joder, tío. Eres un aguafiestas. - Hizo una bola con la servilleta con la que se limpio los labios de restos de tarta y la lanzó a la frente de Vincent. -¡Y triple de Doncic! - Alzó los brazos en señal de celebración mientras se alejaba hacía su escritorio.

Entonces un teléfono empezó a sonar en el despacho de Nina Edwards. Era habitual que cuando empezaban a llegar casos nuevos los agentes miraran para otro lado esperando no ser asignados a algo que, por norma general, terminaba convirtiéndose en más papeleo sobre su escritorio. El teléfono de Haigh también se puso a sonar y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos todos los teléfonos de la UDIM estaban sonando como un campo de grillos en plena época de apareamiento. Era como si la gente de la centralita se hubiera vuelto loca o algo semejante. Ryo contestó a su teléfono y puso una cara rara.

-¿Pero qué cojones? ¿Rehenes?- Se levantó y encendió un viejo televisor que tenían colgado de una pared para enterarse de noticias importantes. La imagen tomada desde un helicóptero de noticias de una calle cortada y un autobus cruzado en medio sorprendió a todos los agentes que alzaron la vista hacía la imagen. -Esta mierda parece gorda.

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15/10/2021, 17:55
Vincent Valenti

Reí con el chistazo de Ryo. Era malísimo, pero para ser honesto, la mala leche que traslucía en los ojillos rasgados de mi colega era superior a mis fuerzas.

-Creo que le han encargado llevar el café al Monte del Destino-, conjeturé mientras remataba la tarta. Sentí pena de dar fin a aquel manjar. -La Teniente y ella tienen bastante en común, si me preguntas. ¿La has visto sonreír alguna vez?-. La invitación al cotilleo era manifiesta. Esperaba que Ryo picase y satisfaciese mi curiosidad, porque la verdad es que Adele era la típica persona que llevaba escrito en la frente "Hola, soy la encarnación de Morticia Adams. Tengo un pasado turbio".

El ordenador se atascó para no variar y tuve que reiniciarlo. Una tostadora habría sido más eficiente. En el ínterin, Ryo empezó a blasfemar contra los Knicks y osó emular al Lobo Blanco y dándome un bolazo de papel en el entrecejo. Maldito francotirador nipón.

Oye, Vincent, pongámonos serios ya. Los Knicks llevan cinco victorias seguidas, pero los Celtics llevan más anillos seguidos que cuando jugaba Bill Russell, ¿de verdad crees que este es nuestro año? A ver, no quiero ser yo el gafe, pero el año pasado también quedamos primeros en la Conferencia y nos terminaron barriendo los puñeteros Hornets. En serio, tío, ¿hay algo más humillante que que te meta un cuatro cero un equipo que tiene como logo a un puñetero abejorro?

Alcé un dedo admonitorio.

-Tu falta de fe me resulta molesta, pelón. ¿Acaso tienen los orgullosos verdes al seis veces MVP de la Regular Season? Noooooope. Vamos a aniquilarlos. A destruirlos. A erradicarlos. Ahem. He agotado mi triste lista de sinónimos, pero creo que captas el mensaje. Y por Dios... ¡Por Dios! No oses pronunciar el nombre de esos cabronazos de los Hornets. Aún me escuece lo del año pasado... Creo que no lo he superado-. Y era la pura realidad. Hasta me removí en el asiento notando un incómodo escalofrío recorrerme el espinazo. Menuda paliza nos dieron esos putos Hornets. -Necesito mi terapia, calvo. Uno, dos, tres...-.

Empecé a golpearme el pecho rítmicamente mientras emitía una especie de canto tribal. Era una mierda que me relajaba cantidad y me venía muy arriba si se la contagiaba a alguien.

-Hmmmm-mmmmm-hm. Hmmmmm-mmmmm-hm. Hmmmmmm-mmmm-hm. C'mon, Ryo-. Chasqueé los dedos llamando la atención de mi colega y miré de soslayo a Kenzie para guiñarle un ojo. Ella ya conocía de sobra la maniobra.

Entonces se desató el caos en toda la oficina con un insoportable coro de teléfonos graznando a nuestro alrededor en un crescendo desquiciante y estridente. No hizo falta que descolgase el mío porque lo vi en las caras de mis compañeros, especialmente en la de Ryo. Había pasado algo. Algo muy fuerte. Mi compañero sintonizó la televisión y las imágenes abonaron una intuición en mi mente: un secuestro con rehenes. Posible mejorado implicado. Eso explicaba la algarabía en la UDIM.

Me levanté del asiento y me llevé instintivamente las manos a la nuca mientras mis retinas asimilaban la información de las imágenes. Me quedé así un buen rato.

-Hostia puta... Se nos avecina un día movido-, dije en voz alta sin saber realmente lo acertado de mi precognición. Di una palmada en el hombro a Ryo y sin apartar la mirada del televisor, hice la pregunta del millón. -¿Cómo van las reservas de café, hermano? Creo que vamos a necesitarlas...-.

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15/10/2021, 17:56
Mackenzie Valenti

Mckenzie vio a Umbrigde llegar a la oficina haciendo gala de su habitual sentido del humor. Aunque tampoco podía culparla. Si ella hubiera perdido a Vincent... probablemente ni siquiera estaría viva. Y si lo estuviera desde luego no sería policía. Por mucho que ahora le encantara su trabajo, su motivación para entrar en la UDIM  había sido la de proteger a su hermano. A cualquier precio. 

 Joder Mac, esta tarta es buena. Deberías decirle a tu club de fans que te envíen más a menudo. 

Mackenzie frunció el ceño, pero no dijo nada. Solo esperaba que aquello quedara en una anécdota aislada. Había algo en la sola idea de que alguien se tomara el tiempo y la molestia de enviarle aquella tarta que le molestaba profundamente. Ella solo quería que la dejaran en paz. Aunque lo que más le jodía probablemente era el anonimato de la nota. Fuera quien fuera, aquel capullo no iba a arruinarle el día. 

Hmmmm-mmmmm-hm. Hmmmmm-mmmmm-hm. Hmmmmmm-mmmm-hm. C'mon, Ryo

Cuando Vincent le guiñó el ojo Mackenzie sonrió y a punto estuvo de seguirle en su ritual de autoafirmación cuando el caos reinó en la oficina. Mackenzie descolgó su teléfono con un seco - Valenti, ¿dígame? - aunque su atención se dispersó mientras observaba con interés las imágenes que comenzaban a inundar la pantalla que Ryo acababa de encender. - No me jodas... Rehenes... - Una situación complicada con rehenes y posibles mejorados implicados. Y su hermano como negociador... No es que Vincent no tuviera recursos, pero aquello lo colocaba en primera línea de fuego. Al final sí que habían terminado por joderle el día. 

¿Cómo van las reservas de café, hermano? Creo que vamos a necesitarlas...-

 Mackenzie se acercó a Vincent y lo miró con una sonrisa un tanto triste. - A mí desde luego me va a hacer falta uno bien cargado. Te traigo uno. -  Pasaba junto a él camino de la máquina de café cuando súbitamente le agarró del brazo con fuerza y lo taladró con sus ojos verdes. - Prométeme que no vas a hacer ninguna tontería hoy... - Su pensamiento resonó con fuerza y un mal presentimiento se le agarró al estómago. Mackenzie apretó la mandíbula y elevó una plegaria silenciosa para  que, pasara lo que pasara, ella pudiera interponerse entre Vincent y lo que fuera que les deparara aquel día. 

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15/10/2021, 17:56
Nina Edwards

El teléfono de la teniente Nina Edwards echaba humo. Mientras atendían las propias llamadas que llegaban a sus teléfonos de ciudadanos preocupados que pretendían avisarles de lo que sucedía, pudieron verla a través del cristal de su despacho intercambiar palabras con el auricular inalámbrico pegado al cuello mientras escribía en una libreta a toda prisa. Tenía cara de malas pulgas, si es que acaso esa no era su cara habitual. Su ceño fruncido indicaba que estaba a punto de pasarle un gran marrón a alguno de los detectives allí presentes y, como único negociador de guardia en aquel momento, Vincent sabía que estaba a punto de verse de mierda hasta las orejas. Edwards colgó el teléfono y Vincent no necesitó hacer uso de su poder para leer la blasfemia perfectamente en su rostro. La teniente se levantó de su sillón, asintió como reafirmándose a sí misma y después se dirigió al exterior, cuando abrió la puerta del despacho pudieron verla con un bloc de notas en la mano.

-¡Atención todos! ¡Tenemos un mejorado con rehenes en la Novena! - Se fijo entonces en que alguien había encendido el televisor y que todos estaban enterados de la noticia. -Bien, ya estáis al corriente. Valenti, te encargas. Llévate a tu hermana y a Umbridge. -La mirada que dedicó a Adele venía a significar algo así como "no la cages, te tengo vigilada". -Lauryn Pritchard es la oficial que se está encargando de la situación de momento. Preséntate ante ella para que os ponga al día con los detalles y le recuerdas que si hay un mejorado implicado, el caso es nuestro. ¡Vamos, muchachos! ¡En marcha!

Lo que Edwards no había contado se lo podían imaginar: algún jefazo se había enterado de que semejante bomba de relojería había sido provocada por un mejorado y pretendía pasarle el muerto a la UDIM con la escusa de que ellos se han cargo de los casos que involucran a mutantes y así liberar a sus chicos de la peligrosa tarea. No era nada raro que aquellas cosas pasaran, todos deseaban mejorar la tasa de delitos resueltos, pero pretendía hacerlo a base de resolver los más fáciles. Y un puñetero loco con un autobús lleno de rehenes era de todo menos fácil. Si algo salía mal, la brigada táctica le echaría la culpa a los negociadores y viceversa, a menos que apareciera una nueva hornada de chivos expiatorios a quien echar las culpas de forma satisfactoria para ambos. Y esos eran ellos. Edwards pretendía hacer creer que estaba entusiasmada con que les adjudicaran un caso tan gordo como aquel, pero en verdad era como el resto, aspiraba a que su tasa de casos resueltos alcanzara la del teniente Krose a base de casos sencillos, y ahora mismo estaba maldiciendo porque el teléfono de Haigh no hubiera sonado antes que el suyo.

Notas de juego

Podéis saber más sobre Pritchard gastando un punto de Jerga policial. Si os interesa sólo es necesario que lo gaste uno de vosotros. 

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15/10/2021, 17:58
Director

Tomaron uno de los coches del aparcamiento de la comisaría, era un Crown Victoria del 2008 de color verde oscuro y con una pequeña abolladura en la puerta trasera. Al contrario que los coches patrulla, en su interior no contaba con ordenador policial ni ningún tipo de material que le delatara como coche del departamento a excepción de la lampara de luz azul guardada en el interior y que podían colocar sobre el techo del vehículo para abrirse paso por las ajetreadas calles de la ciudad. Era un coche utilizado normalmente por los detectives de la UDIM, especialmente para el seguimiento y las largas horas de guardia frente a la casa de los sospechosos. Eso implicaba un alto grado de suciedad y desechos en el interior del coche. Se suponía que los agentes debían encargarse de limpiar los vehículos, pero algunos detectives eran tan cerdos que ni siquiera recogían sus propios vasos de refresco al terminar su día y devolver el coche al depósito.

Cuando llegaron a la escena, se encontraron con una intersección principal del centro bloqueada por barricadas de la policía. En el medio de la intersección, cortándola en diagonal, se encontraba un autobús de línea de la ciudad. Hojas de papel de periódico cubrían las ventanas, colocadas allí desde el interior. Alrededor del bus la escena era de creciente histeria. Los helicópteros de las noticias sobrevolaban el lugar. Los agentes de patrulla formaban líneas en las barricadas obligando a periodistas, curiosos y parientes preocupados a retirarse hacía atrás. De vez en cuando se formaba una ola en la multitud que amenazaba con tumbar las barreras, mientras los agentes aguantaban estoicamente y otros pedían a través de megáfonos que la gente se calmara sin conseguir ningún efecto apreciable. Los trabajadores de las torres de oficinas circundantes se asomaban a las ventanas. Parecía como si una de cada dos personas en la escena tuviera en la mano un teléfono con cámara, determinados a capturar algunas imágenes catastróficas a pie de calle. 

Tuvieron que dejar el coche bastante lejos de la zona del suceso por culpa del atasco originado por el follón y avanzar andando entre las hileras de coches hasta el meollo del asunto. Abrirse paso entre la multitud no iba a ser tarea fácil.

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15/10/2021, 17:58
Umbridge

La voz de Nina sonaba como el pitido posterior a una explosión. Agudo, monótono, irritante. Ensordecedor. Umbridge se limitó a asentir. Sabía de antemano que su jefa se iba a tomar mal cualquier tipo de respuesta que le diese, así que prefirió ahorrarse cualquier atisbo de comentario ingenioso.

Su expediente no era de los mejores, pero era decente. ¿Y le pedía que hiciese más? A Nina nada de lo que hacía le parecía suficiente. Umbridge volvió a asentir, procurando recordarse por qué se había unido a la UDIM. 10…, 9…, 8…

Cuando salió del despacho pudo permitirse dar un largo suspiro. Era libre y tenía demasiada tensión acumulada. Prueba a contar hasta diez unas cuantas veces, había dicho su psiquiatra, las que necesites. La doctora Peabody era el clavo ardiendo al que se aferraba para no perder los estribos. Había seguido casi todos sus consejos y había notado una mejora sustancial en su estado de ánimo. Solo había uno que todavía se le resistía: relacionarse más con sus compañeros de trabajo y hacer amigos.

Un paso lento y demasiado difícil.

-¡Atención todos! ¡Tenemos un mejorado con rehenes en la Novena! - Se fijo entonces en que alguien había encendido el televisor y que todos estaban enterados de la noticia. -Bien, ya estáis al corriente. Valenti, te encargas. Llévate a tu hermana y a Umbridge. -La mirada que dedicó a Adele venía a significar algo así como "no la cages, te tengo vigilada"

De nuevo, se limitó a asentir y a prepararse para la acción. Los hermanos Valenti le parecían demasiado "extrovertidos", pero eran sustancialmente mejores compañeros que Nina. 

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15/10/2021, 17:58
Vincent Valenti

Fue instintivo.

Cuando la Teniente dijo aquello de “Valenti, te encargas”, me vine arriba. Arribísima. Arriba hasta el punto de que la entrada de Space Truckin resonó en mi cabeza.

Así de arriba.

Todos aquellos polis buscaban mimar la estadística. Maquillar sus cifras. Putos funcionarios. Yo no estaba en la UDIM para eso. Yo quería, necesitaba el espectáculo. Mierda, lo había querido toda mi vida. Y ahora me ponían a un puto tarado con un autobús lleno de rehenes en prime time. Era mi momento y, a diferencia de Edwards o el gordinflas de Haigh, no me preocupaban las estadísticas. Ya tenía un pasado lidiando con esas cabronas y no me daban ningún miedo. Cuando desde que naces conoces bien el rostro de la derrota, haces lo que sea para ganar. ¿Recordáis? Era el puto Cincinnatti Kid. En Nueva York.

Sentí la vibración en la mente de Kenzie cuando pasó a mi lado dispuesta a traerme un café. Una especie de eco consciente. “Léeme”, decía. La cuestión es que no tuve que hacerlo. A veces me gustaría que no supiese que podía leerle la mente, porque la verdad es que no me gustaba nada hacerlo con ella desde que… Desde que le ocurrió aquello. Pero lo cierto es que también podía leerle la mirada, y supe lo que estaba circulando por la autopista de su mente. Situación de rehenes. La pasma envía a un negociador. Si la UDIM se encarga del caso, ese negociador soy yo. Su hermano.

-Tranquila, Kenzie. Controlo, ¿vale? Nos llevamos ese café para el viaje-. Sonreí tranquilizador. Me conocía demasiado bien como para saber que me estaba entrando una incontrolable excitación de imaginar el pifostio en la Novena.

-Calvo, ¿tienes envidia? Venga, confiesa: ¿estoy guapo para las cámaras?-. Invadí adrede el espacio personal de mi colega Fuji y besé su calva de la suerte. Va en serio. ¡Me daba suerte! –Ten el teléfono encendido. Quizás te necesite cuando esté sobre el terreno. No me eches demasiado de menos. ¡Ah! ¡Y déjame algo de tarta!-. Le guiñé el ojo y le di una palmada amistosa en el hombro mientras volvía a ponerme mi abrigo largo y cogía el bastón.

-Como diría Magic… It’s showtime-, pensé sin sentir una ligerísima mácula de remordimiento por mi frivolidad.

-Yo conduzco-, dije con media sonrisa a Kenzie. Había desenfundado primero. Otra vez.

Miré a nuestra Diana Ross particular y alcé ligeramente las cejas mientras me llevaba un cigarrillo a los labios. –Eh, Umbridge. ¿Tienes fuego?-. Vale, era un riesgo calculado. Quería saber si iba a estallar en llamas en mitad de NYC cuando la tensión fuese en aumento.

* * * * *

-Joder, lo sabía. Debí traerme el Mustang esta mañana… Conducir este coche me hace plantearme el sentido de mi existencia-, deslicé con desgana mientras atravesaba –quizás demasiado rápido- las calles de la Gran Manzana. -¿¡Quién coño deja pegado un chicle en la palanca de cambios!?-. Había que endurecer la entrevista personal de acceso a la unidad. Lo tenía clarísimo.

Había abierto la ventanilla del conductor para que el humo de mi cigarrillo no molestase demasiado a mi hermana. Supuse que nuestra diosa del fuego no le incordiaría un poco de tabaco en el ambiente. Lo contrario sería un sarcasmo cruel.

-Esa Pritchard… Me suena de algo… Hmmm…-. Empecé a pelearme con la radio por si alguna emisora estaba comentando algo sobre el incidente con el autobús. –Eh, Umbridge. ¿Estás bien? He… Ahem. He notado cierta tensión antes. Ya sabes. Con la Teniente y todo eso. Si quieres desahogarte… Aunque si no tienes ganas de hablar, no pasa nada-. Calada reflexiva al cigarrillo y mirada al frente, en la carretera. Nada de atosigar a la bestia escurridiza con melena Fructis de Garnier. Acercarse a ella era tan difícil como sostener en la palma de la mano un trozo de metal al rojo. –Es sólo que me preocupa el estado de ánimo de mis ángeles…-. Miré de soslayo a Kenzie y no disimulé mi sonrisa más canalla. –Me gusta cómo suena. Los ángeles de Vinnie. Yeeeeah-. Hice un silencio y consideré relajar el ambiente, no fuera a que aquellas dos me dieran de hostias. –Eh, aclaro que era un comentario sin sexismos ni mierdas de esas, ¿vale? No os pongáis susceptibles, nenas-.

Vale, lo reconozco: quizás estaba demasiado relajado. Demasiado confiado.

Notas de juego

Por alusiones :D

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15/10/2021, 17:59
Mackenzie Valenti

-Tranquila, Kenzie. Controlo, ¿vale? Nos llevamos ese café para el viaje-

Mackenzie levantó una ceja inquisidora mirando a su hermano y maldijo su confianza en sí mismo aunque prefirió no decir nada. ESE era el jodido problema. Su hermano tenía tanta seguridad en sus capacidades que podía llegar a olvidar que no era intocable. Uno podría pensar que estar cojo con 32 años habría sido prueba suficiente de ello, pero, en el caso de Vicent, eso solo lo convertiría en un puto idiota.

Mientras Mackenzie se colocaba su chaleco antibalas y seguía a su hermano y Umbridge hacia el aparcamiento no dejaba de darle vueltas al mejorado. Una situación con rehenes siempre era jodida, pero si además había un mejorado involucrado el asunto se complicaba. ¿Qué poderes tendría ese cabrón? Tal y como había empezado el día no le extrañaría que el tipo pudiera lanzar rayos por el culo. Al menos llevaban a Umbridge con ellos. Con ella a su lado sus posibilidades mejoraban. 

Yo conduzco.

Mackenzie le lanzó las llaves a su hermano por encima del techo del coche y se metió dentro con gesto de disgusto. Aquel coche apestaba. Estaba lleno de mierda y olía en consecuencia. 

Joder, lo sabía. Debí traerme el Mustang esta mañana… Conducir este coche me hace plantearme el sentido de mi existencia ¿¡Quién coño deja pegado un chicle en la palanca de cambios!?

- Eras tú el que quería conducir esta chatarra, hermanito... Míralo por el lado bueno. Si alguien termina volando por los aires este trasto no será una gran pérdida. -  comentó la joven sonriente, mientras abría la ventanilla y aspiraba el aire fresco de la ciudad. - Esa mierda que fumas acabará matándote... -. Mackenzie controló el impulso de arrancarle el cigarrillo a su hermano de la boca y lanzarlo por la ventanilla. 

Es sólo que me preocupa el estado de ánimo de mis ángeles… Me gusta cómo suena. Los ángeles de Vinnie. Yeeeeah. Eh, aclaro que era un comentario sin sexismos ni mierdas de esas, ¿vale? No os pongáis susceptibles, nenas-.

Sin poder evitarlo Mackenzie suavizó el gesto ceñudo con el que observaba fumar a su hermano y puso los ojos en blanco. - Mientras no tenga que perseguir a ningún capullo en tacones... -