Aquel desencuentro había dejado un amargo saber en la boca de Xilda. Su lealtad era para su señor y por extensión, para la mujer de éste. De nada conocía a aquel que decía ser legítimo propietario del castillo y respecto a la firma del rey, una persona como ella, había aprendido a despreciarla. Le hubiera gustado correr detrás de María de Luna para decirle estas palabras y explicarle que seguía bajo sus órdenes y que haría que se cumpliese su voluntad, pero no era factible. Al menos no de momento.
-Penso que sí, Uloxio. Mais non sei si será fácil ahora mesmo.
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 75-
Resultado: 29 (Exito)
Paso la tirada.
Notaste un nerviosismo generalizado cuando estábais en el patio del castillo. Los criados, los soldados allí presente, la señora María de Luna. Hasta Pedro Sáez parecía tener una cara más "larga" de lo normal.
Tampoco yo quisiera que hubíeraislo traído -susurró en igual sonido de voz a Uloxio-. Pero no puedo hacer nada, no puedo negarme a es cédula -dijo negando con la cabeza-. Sé lo que es la guerra al igual que vosotros, y los hombres del Rey estarían aquí en poco tiempo si su mandato se inclumpliese. Hablad si queréis con la doña -repuso- o tal verz con don Tomás, aunque no sé si conseguiréis algo. Adelante, ¡entrad todos, amigos! ¡entrad y descansad! Et aqueste... -mirando a Juan Luis-, ¡encerradle en la mazmorra d'este castillo de momento!
Podéis hacer lo siguiente:
-Hablar con doña María.
-Hablar con Tomás y Ernesto.
-Hablar con soldados y criados.
-Andar por el castillo.
-Dun modo ou doutro, acabaría por venir-contestó Xilda-mais desde modo vino con nos, e non con sus propios soldados.
Dicho esto, Xilda se dirigió a hablar con Maria de Luna. Pensó que la encontraría en su alcoba.
Fadrique asintió a las palabras de Xilda, refrendándolas con un asentimiento et con una mirada a Pedro Sáez. Et que luego se vino con la moza galaica por ver si también podía insuflar ánimos a la viuda de su señor. Pero no sin antes asegurarse de que la soldada pusiera en buen recaudo al hideputa que habían traído preso.
Con la viuda también.
Encogíme de hombros ante las palabras de Xilda, tenía razón. Mejor con nos que no con sus propios soldados, esto nos daba algo de tiempo para actuar. Viendo que Fadrique y Xilda iban a hablar con la señora, me dispuse a hablar con el de Fornás, quizás, quizás nada, si traía carta del rey no había nada que pudiésemos hacer. DE todos modos hablaría con el, por lo menos para asegurar la marcha de la señora.
Yo con Tomás de Fornás.
Viendo que Xilda et Fadrique dirigíanse a hablar con la viuda, decidí acompañar a Manuel. Quizá entre los dos pudiéramos esclarecer algo.
PNJOTIZADO.
Fui entonces con Manuel y Dámaso. Quizá a la señora de Luna no vendríanle bien tantas visitas.
Et que fuísteis a las dependencias interiores. Los criados, entonces, os señalaron dónde se encontraba la alcoba de doña María de Luna, et os acompañaron a ella. Tras subir unas largas escaleras, cruzásteis un pasillo y os detuvísteis en una buena y bonita puerta labrada. Era excesivamente grande. Una vez delante llamásteis a la puerta, y la dijísteis aún sin entrar que íbais a verla.
No quiero visitas... ¿qué querédeis? -dijo tras la puerta-.
Postead sólo para vosotros dos.
Et que fuísteis a las dependencias interiores. Los criados, entonces, os señalaron dónde se encontraba la alcoba donde estaban acomodando al nuevo invitado et el tal escribano real, et os acompañaron a ella. Tras subir unas largas escaleras, cruzásteis un pasillo y os detuvísteis en una habitación. Ésta se encontraba abierta, et que don Tomás y Ernesto hallábanse dejando las alforjas de los caballos allí, et instalándose. Os miraron al llegar.
¿Ocurre algo? -dijo Tomás al veros a los tres allí plantados-.
Postead para vosotros tres.
Señor, es por todo este asunto de los papeles y Cornago. No entiendo como la pobre señora, Doña MAría ha perdido de golpe su marido, que murió valientemente en combate y ahora sus tierras. No creo que sea justo que os alzéis en el lugar del muerto cuando hace poco que se le dió sepultura, dejadla a la señora digerir su luto, y si ha menester hablaremos con ella para que atienda razones, pero sed pacientes y dadle un poco de tiempo para que digiera la noticia. Esto hablé con la mayor humildad que pude, hablaba con un noble y aunque ahora estaba en inferioridad, ese mandato real le daba gran poder, quizás, solo quizás habría sido mejor dejarlo que se pudriera en casa Carrillo, no me conocía, cada vez albergaba pensamientos más siniestros. Pretendía ganar tiempo para la señora, no se si lo lograríamos.
Tal vez fuera buena idea nombrar esa aparicion que nos encontramos hace tiempo ya... susurra Uloxio antes de encontrarse con el reclamador. Habia algo en todo esto que no le gustaba nada, demasiadas casualidades.
Fuimos a esa hacienda donde os hicieron prisioneros a defender los intereses de la señora de Luna y... os hemos traido a vos. La señora no ha podido tener mas mala suerte... ¿que hara ahora con lo que le queda de vida? Sola... viuda de guerra...
Escucho el susurro de Uloxio y apresúrome a adelantar.
-¿Sois temeroso de Dios, Don Tomás?
Dedico a mis compañeros una ligera sonrisa tras decirlo.
Fadrique se ruborizó. Hizo el amago de irse, pero se resistía a ello. Titubeó, por tanto. Miró a Xilda por ver si a ella se le ocurría algo bueno que decir, pues él, en cosas de mujeres, siempre andaba in albis.
Como hablando para el cuello del chambergo, balbuceó: si queredes, podemos volver más... ¿Tarde, iba a decir? Pidió ayuda sin palabras a su compañera.
-Queremos que sepa que a nosa lealdade esta con vos-dijo Xilda con diligencia-Para nos esta plaza pertencia ao noso señor Juan de Luna, e ahora, a súa morte, pertencevos a vos como herdeira. Quen saiba de min, sabrá que non me importan las cédulas reales. Farase con eses homes o que vosdete ordene.
Eso, confirmó con su actitud Fadrique. Puso la mano en el pomo de la espada. Aunque, en realidad, más bien prefería no matar al tipo ese, que ciertamente era un bocazas pero... no había sido malo de veras.
No sé nada de ningún luto -dijo don Tomás, soltando sus alforjas con irreverencia y encarándose a Manuel, en calidad de noble-"lacayo"-. He sido nombrado por un familiar y por órden Real de mi señoría en esta tierra, de aquí en adelante. Si dudáis de lo que es justo o no es justo es que dudáis de la palabra de Su Majestad... ¿¡Dudáis!? -dijo imperativo y de forma casi retórica, don Tomás a Manuel-. Y su escribano y los criados que por allí había se asustaron un poco del elevado tono de voz que profirió durante un segundo.
Luego miró a Uloxio, escuchando lo que decía.
¿Acaso no habéis oido el parlamente ahí fuera? -le preguntó-. No vengo en son de guerra, y la señora tiene vía libre et la mía ayuda para hacerla salvaguardarse hasta lugar seguro -luego esbozó una pequeña sonrisilla-. Le queda eso o quedarse aquí... conmigo. No hace falta que esté... "sola" -y se imaginó algo lascivo que prefirió omitir-. Acto seguido, os cerró la puerta en las narices, sin ni siquiera tomar aprecio al bueno de Dámaso, el cual ni fue respondido.
Finalmente, estando ya plantados en el pasillo, oísteis un pequeño estruendo en una habitación contingua (en realidad un par de habitaciones al lado de la de don Tomás). Era como un enorme crujir, como si un mueble hubiérase quebrado en mil pedazos...
Eh... ejem... yo... -doña María estaba harto de los hombres. Hombres por todos lados: sirvientes, soldados, Pedro Sáez, los clérigos de Campolapuente... por eso las palabras de Xilda, tal vez, no lo sabíais, la reconfortaron, hasta el punto de hacerla dudar-. Bueno, podé... pod... ughhh.. ¡¡¡aahhghgh!!!
Silencio.
Uloxio entrecierra los ojos un instante para al siguiente correr presto a la habitacion de la que proviene el ruido,guardandose para si unas ultimas palabras a aquel malhechor.
Si solo tuviera un poco mas de coraje te partia la crisma en dos con mi hacha malnacido.No me tenteis...
Hideputa-pensé. Y acto seguido seguí a Uloxio al sitio del que provenía el ruido.