Partida Rol por web

- Navegaremos a un largo hasta perder de vista a esos infelices gondorianos y su flota. Cuando estemos a salvo viraremos el rumbo hacia el archipiélago. Esperemos no tener que alejarnos demasiado de la costa para lograrlo. Confío en la pericia de mis hombres... - Comentó pensativo el capitán corsario, añadiendo otra posible dificultad a la huida. Perder a la flota gondoriana iba a ser una ardua tarea, pero perderla antes de adentrarse demasiado en el mar podía ser peor todavía. Entonces solo quedaba confiar en la pericia de la tripulación y en la fortuna que los dioses le tuvieran preparada al Manawnul.

-¡Debemos al menos orzar dos grados, piloto!

»¡Señores, vamos a orzar!¡Rumbo Oeste!¡como bien dice Elenna, esos cerdos echarán de menos a sus hijos y a sus amantes, ya se cansarán de perseguirnos!¡Y después navegaremos a un largo!*

En pocos segundos rumiaban los aparejos al compás apagado del pito de Azrûbel, que cada pitada tenía sentido y dueño propio. Y todos os ponéis manos a la obra. Súbitamente, el Manawnûl había cobrada vida, con las llamadas estridentes del contramaestre, las carreras de los tripulantes hacia sus puestos, y el alboroto general.

Cuando el lejano navío largó las juanetes hizo a todos fruncir los labios. Eso significaba que aquél era casi seguro un navío de guerra; y seguro que un flamante palanrist.

Efectivamente, el palanrist, que se aproximaba brillando bajo el sol, tenía un aspecto impresionante por todo el velamen que tenía desplegado. Y por su amura de babor le seguía la estela un jabeque gondoriano, situado en el flanco por ser más rápido y maniobrero.

Entonces, comenzó una larga persecución, en la que cada capitán empleaba todos sus conocimientos de náutica y hacía hasta los más pequeños cambios en la jarcia y en la posición del timón para navegar más rápido que su adversario.

Elenna recorrió la cubierta en largas zancadas, supervisando el trabajo de los marineros con cabos y velas. Golpeteaba con el rebenque sobre su pierna casi sin darse cuenta, con una impaciencia apenas contenida. La ejecución de las maniobras había sido demasiado lenta para su gusto. Lenta y torpe. Verlos hacía que sintiese ganas de hacer trabajar a su látigo también en los hombres que estaban sobre la cubierta, quizás así aprendería a coordinarse y a trabajar con más eficacia. Indisciplinados y faltos de práctica, Cyaratan les concedía demasiadas libertadas, y eso iba a costarles el cuello algún día. Pero a pesar de sus preocupaciones, el barco viró y se situó en la posición adecuada a tiempo, y aunque muy poco a poco, estaban aumentando distancia con los gondorianos.

De un humor hosco, a pesar de tener por ahora ventaja, se acercó a donde estaban los demás oficiales. Aunque su mal humor no se debía tanto a la torpeza de los marineros como a la presencia de la pelirroja en cubierta. Si el capitán se había encaprichado de la niña aquella para mantenerse caliente por las noches, que así fuera. Elenna y él no estaban casados, y a pesar de las ensoñaciones de Elhediel, la la pelirroja no era la primera mujer ni sería la última que el capitán conocía bajo las sábanas. Pero no era Elenna alguien que llevase con paciencia que se la humillase, mucho menos para quedar bien con otra mujer, y no olvidaba los modos en que él la había echado de su cabina. Si no hubiese sido su capitán, o mejor dicho, si su capitán hubiese sido otro, ese otro aún estaría buscando los dientes en el suelo. O las tripas.

Pero tal y como estaban las cosas, tenían ahora asuntos más importantes a los que atender.

-Le hemos sacado algunas millas, pero si Kreontas está en lo cierto, no creo que esta sea la última sorpresa que encontremos. Si es verdad que saben lo del cofre y saben que nosotros lo tenemos, tendrán vigilada la isla.

-Señor, estoy preocupado por los marineros. Todos, desde la proa hasta la popa, están muy excitados, y si ese archimago... -el teniente del Manwnûl se interrumpió al ver que un chorro de agua se aproximaba a su cabeza y Cyryatan se protegía los ojos del agua con una mano y se agarraba fuertemente a una guindaleza, mientras el incursor se elevaba con una ola.

Antes de continuar, miró a babor, por donde aparecía un nuevo navío, y que era digno de verse, pues parecía tener todas las velas desplegadas y tanta espuma a su alrededor que el casco parecía estar envuelto en la niebla.

Las dos embarcaciones-aunque ya habían asomado más velas en la difusa lejanía- avanzaban rápidamente, haciendo saltar el agua y la espuma a gran distancia hacia los lados y hacia atrás.

Mas el viento por la aleta y la agilidad del incursor, que además era un barco estanco*, consiguieron sacar algunas millas de más a la flota enemiga, que pese a que la habíais perdido de vista, no teníais claro que ellos os hubiesen perdido de vista a vosotros.

Entonces apareció Elenna de nuevo por la popa del Manawnûl, clavando los tacones por la tablazón y con una cara pocos amigos que aunque tratara de disimularla no podía.

-¿Es eso cierto, viejo?, si es verdad que saben que tenemos el cofre, ¿pueden saber también a dónde nos dirigimos?-inquirió Yazân.

-Y ese archimago que mencionabas... ¿podría vernos aunque desaparezcamos de su visión? Porque dicha circunstancia es muy útil para intentar cosas...

Kreontas meditaba ante la pregunta que le había hecho la cómitre, desabrida, y la que le había hecho su paisano Yazân, preocupado.

-Todavía no sé cómo pueden saber que tenemos el cofre. Es sólo intuición. Quizás sea más poderoso de lo que nos pensamos y su hechicero pueda detectarlo de alguna manera. Aunque lo dudo, a los archimagos navales no les veo capaces de tales sutilezas -Kreontas hace una pausa, como elucubrando de nuevo-... lo que no tengo tan claro es que sepan a dónde nos dirigimos.

»Podrían haber cogido a nuestro contacto en Pelargir y haberle sonsacado con malas artes. Aunque nuestro amigo era sumamente escurridizo, sobre todo para esos gondorianos altaneros y zoquetes. Además, por lo que dijo, muy poco sabía del cofre. Y no quería saberlo.

»Y tampoco sé cómo han actuado tan rápido. Quizás aquella sombra en el cielo...

-¡Bueno, basta de cháchara! Yazân, llévate a Elhediel y haz una medida de la velocidad que llevamos-gritó Azrûbel para que también pudiera oírle Elhediel, que a esta velocidad, el viento a veces se llevaba algunas de las órdenes.

Elhediel y Yazân abandonaron sus respectivos puestos y se reunieron junto al costado de babor, uno con la barquilla y el carretel y la otra con un pequeño reloj de arena. El oficial dejó caer la barquilla e inmediatamente el cordel empezó a separarse del carretel.

¡Vuelta!-gritó el haradan. Elhediel mantenía fija la vista en el reloj mientras el cordel se desenrollaba.
-¡Para!-dijo. Entonces Yazân examinó el cordel.

-Nueve nudos y poco más de tres brazas, señor. No está nada mal si podemos mantener este ritmo-gritó tambien Yazân-.Desgraciadamente pronto tendrán ellos el viento también por la aleta...

Estaba parada al lado de Yazân con el reloj en las manos, pensando en las cosas que estaban sucediendo, no tenía miedo. Había sobrevivido a muchas cosas y luego de lo del capitán, ya me daba lo mismo morir aquel mismo día pero no podía decir lo mismo de mis compañeros, todos ellos grandes marineros, incluso la cómitre, aunque no me agradar para nada aceptar aquello. Demasiado metida estaba en mis pensamientos que el grito de Yazân me hizo sobresaltarme de manera que casi tiré el reloj pero me recompuse enseguida.

-Ya podría el viento dejar de soplar con la venia de Eru cuando ellos estén en este punto...

Pero estaba claro que eso no iba a suceder, sólo un golpe de suerte nos pondría fuera del alcance de nuestros enemigos. Miré en derredor, todos demasiados ocupados en sus cosas pero todos resueltos a sobrevivir aquel día. Volví a pensar en mi cofre mientras resonaban las palabras de Kreontas en mi cabeza, quizás los cofres si tenían algo que ver entre sí pero ¿cómo íbamos a averiguarlo? Miré a mi compañero.

-¿Recuerdas los pergaminos de mi cofre?

Estaba un poco desconcertada, buscando respuestas dentro de mi cabeza. Quizás lo único que me mantuviera en silencio respecto al actuar del capitán, era el agradecimiento que tenía por haberme salvado la vida, ya podía quedarse con la vieja Elenna, mejor que yo me concentrara en otra cosa.

-Quizás haya en el nuevo cofre algo que tenga que ver con los pergaminos y que nos explique o al menos nos haga ver las cosas más claras o quizás no pero nada perdemos con intentar...

Miré a Yazân a los ojos fijamente, parecía que le hablaba a él pero más bien estaba cavilando en voz alta. Cyryatan nunca me dejaría ver qué tenía el cofre. ¿Por qué lo guardaba tan celosamente? ¡Maldito!

-El cofre. Qué cofre-por un momento el haradan parece meditar, está claro que tenía la cabeza en otra cosa. Miraba la grímpola incesantemente. Como role el viento, el Manawnûl podría derivar hacia el enemigo. Y una avería inesperada podría cambiar las tornas radicalmente. Y además, sus tripas empezaban a rugir de hambre-... ah, sí, el cofre de tu padre. Siempre lo guardaste con mucho celo. Y no recuerdo que nunca confiaras sus secretos a Yazân...-las palabras, teñidas de reproche, parecen suspenderse en el aire. Un silencio incómodo. Las olas golpeando en la amura, alguna voz o un pito de Azrûbel y el viento despeinándoos muy a su gusto...

Quedé mirando al hombre con cara de confusión, a veces uno hacía cosas que no debía, cosas que olvidaba y cosas que estaban totalmente contra todo pronóstico. Me decidí a responderle, no era una especie de disculpa porque no estaba acostumbrada a ello, simplemente me parecía que merecía más la pena compartir cosas con Yazân que haberlas compartido con el pérfido capitán.

-En cuanto tengamos un tiempo, ¿querrías venir conmigo a ver de qué te estoy hablando?

No podía hacer mucho más, notaba la desilusión en el rostro de mi compañero pero no encontraba las palabras para reivindicarme, sólo esperaba que él pudiera ver en mi rostro que era sincera.

-Es algo importante para mí y a veces no sé en quién confiar...

Eso era lo más cerca de una disculpa que estaría.

El haradan entornó los ojos, tratando de taladrar la distancia que os separaba de la flota enemiga. No consiguió ver nada.

-De momento los hemos dejado atrás-dijo por fin-. A ver qué dice el capitán. En cuanto a tu ofrecimiento, seguro-continuó, a la vez que te sonrió con torpe dulzura- pero que sea después de comer y de conciliar un poco el sueño. Este sistema de dos guardias* y la escasez de alimento, me matan. ¡Alabados sean los Profetas del Señor de las Aguas! -hizo un gesto, sagrado en su religión. Los haradrim lo solían hacer cada vez que nombraban a Eru o a algunos de los valar, más exactamente las versiones que los haradrim tenían de estos-. Pero cuando quieras. Sabes que puedes confiar en Yazân.

Asentí suavemente. Me parecía divertido el modo en que mentaba a Eru o bueno, como yo lo veía, a Eru, como sea que le llamase él pero no me reí, no quería que pensara que estaba burlándome de él.

-Entonces esperaré. Yo también necesito descansar y comer algo...

Miré en derredor, segura de que el capitán aparecería pronto. Muy pronto. La suave brisa era gloriosa para mí, una delicia, un recuerdo de quién era y todo lo que habíamos pasado pero era también la premonición de lo que podía venir. Los mares eran una constante incertidumbre que me atrevía a jugar que todos en el Manawnûl.

Elenna miró hacia el cielo, como si la sombra aún estuviera vigilándolos desde allí arriba. Poco le gustaban los asuntos de magos y sortilegios, y ahora parecía que no había manera de revolverse sin topar con algún hechicero. Si la isla de los brujos y el malhadado cofre no eran suficiente, ahora tenían en los talones aun rchimago naval.

-Si el viento no rola antes de la noche, y si conseguimos poner suficiente distancia con los gondorianos, cuando llegue la oscuridad podemos apagar los faroles y poner sumbo SO navegando en silencio.-Muchos sí le parecían a ella, pero peores apuestas había hecho y ganado.-Si es verdad que no saben a donde vamos, a lo mejor podemos despistarlos.