Partida Rol por web

Aërengoll, indica con un movimiento de cabeza a Atandil que avance, que se asome al corredor. Y el clérigo hace lo mismo tras de este. Antes de intentar nada había que ver cómo estaba la cosa. Tampoco había mucho espacio para la discreción, pues la luz de la antorcha la verían seguro, y además, cuanto más salierais al pasillo más veríais que acechaba en la oscuridad. Erandil les cubría las espaldas, con un ojo puesto en los individuos que todavía pupulaban en la mazmorra.

Al asomar al pasillo alzáis la antorcha a un lado y al otro.
Hacia el lado izquierdo -por donde habíais venido- estaban acumulados los habitantes de N´gurth, que retrocedían tímidamente según iba acercándose el ruido por el otro lado del corredor. Del lado derecho también provenía una luz, y los sibilinos cánticos que creísteis escuchar son ahora más nítidos. Pero había que avanzar, al menos un poco, para tener más detalles, pues apenas sí veíais una silueta recortada al contraluz de un candil de sebo, coronada con una inconfundible tiara elevada, que relucía pálidamente a la luz de la llama. El candil, lo sujetaba otra achaparrada figura, que más que andar pareciera que fuera dando saltos en un continuo murmullo de aleteos. Y del fondo del sinuoso corredor, oculto todavía por un recoveco, provenía un horrísono avanzar de lo que se auguraba una gran masa informe, y presumiblemente tentaculada, pues restallidos de látigo contra las paredes de roca parecían sonar a su paso. También un murmullo sordo pero incesante, como una especie de gruñido o sonido gutural inclasificable.

Atandil acercó la antorcha contra algunos individuos que hicieron ademán de avanzar. Y la agitó para que cejaran en su empeño. Y más lo que venía por el otro lado del corredor que la antorcha del propio Atandil los mantuvo de nuevo a raya. Aërengoll ya estaba a unos tres metros del bardo, y seguía avanzando, como encandilado por algún extraño suceso, mas no sabría adivinar muy bien cuál. Entonces, también notó un hedor fétido que venía junto a esa criatura -o lo que fuese- y su malcarado séquito, como a putrefacción extrema; parecido al de los peces-sapo pero a la vez diferente, y mucho más profundo.

Esa criatura podría ser su líder. Al menos su líder espiritual. Y es quien parece controlar a la criatura. Además de que el objeto que porta en la cabeza me interesa especialmente, por el valor arqueológico y ocultista del mismo. Avanzo hasta poder hacerme una idea de qué es esa criatura y qué es ese objeto, y cómo está la movida, pero si puede ser sin llegar a ver al bicho, no sea que tenga que superar una TR de nivel inverosímil ^^.

El individuo, más parecido a los horrendos pez-sapo que los hombre-pez de N´gurth, efectivamente, parece algún tipo de sumo sacerdote. También parece absorto en un sortilegio de control. Cuando percibe el arrastrar de pies a sus espaldas se gira, clavando sus taimados ojos saltones en ti y mirándote con inquina. Mas no hace ademán de atacarte, con todos sus sentidos en el sortilegio de control pareciera que no puede ocuparse de ti. Todavía. No obstante, lo que más llama la atención del clérigo es la tiara que lleva sobre su cabeza... pues Aërengoll estaba boquiabierto ante el extraño y misterioso esplendor de aquella opulenta fantasía extranjera. Era una especie de tiara ritual, alta por delante e irregular, como hecha para una cabeza grande y elíptica. Parecía ser de oro, pero un curioso lustre hacía pensar en alguna extraña aleación con otro metal igualmente bello y difícilmente identificable. Quizás alguno de esos maravillosos metales que otrora trabajaron los elfos en el Gwaith-i-Mírdain, allá en Eregion. Estaba profusamente decorado, mas no acertabas a discernirlos a esa distancia y con tan poca luz...

¡Si tuvieras ese objeto en tus manos!

Era excepcional, una tiara esplendorosa en la cabeza de un rufian. Un clerigo que sin duda habia errado en sus decisiones, adorando a los seres de las profundidades. Unos instantes se quedo mirando la brillante joya antes de volver en si mismo. - no, mi viejo cayado es cuanto necesito - penso recordando sus votos a la orden, no necesitaba, ni queria, bienes materiales. Su corazon, la razon y a El eran suficientes.

Tras la sobrecogedora imagen del clerigo, aguantar su mirada le insto a actuar, debian marcharse de alli cuanto antes, no habia tiempo que perder. Se giro raudo y fue a buscar a sus compañeros...

Se le habia pasado por la cabeza arrebatar por la fuerza esa tiara, hacer perder la concentracion al clerigo, marchar con ella para estudiarla mas tarde, pero el no podia hacerlo solo, no necesitaba ayuda, y ademas lo primordial era salir de alli.

Habías oído hablar de ese tipo de elementos ceremoniales. Los sumos sacerdotes de la Congregación de Ulmo llevaban unas análogas en las celebraciones más importantes de la orden (aunque mucho más discretas; bueno, en realidad, tú nunca habías podido contemplar in situ ninguno de estos sagrados y poderosos objetos rituales).

Pero esta, a diferencia de las de tu orden, era diferente en manufactura y deidad, pues tenía toda la pinta de pertenecer al ancestral culto del maia Ossë. Mas nada que no tuvieras que corroborar con él en tus manos y noches de vela y estudio. Es decir, que más allá de su ostentosidad y poderes, era valiosísimo como objeto de investigación y posible fuente de secretos; pues sin duda, al menos pasaba con los antiguos relicarios de las tribus humanas que adoraban al maiar, alumbraría detalles sobre el oscuro y enigmático maiar de las profundidades. Para comprenderlo y quizás, aplacar su ira. Se sabía que los Hombres de la Primera Edad adoraban a Ossë además de a Ulmo -hasta el hundimiento de Númenor, los Hombres adoraron a Ossë incluso por encima de Ulmo-. De todas formas, aún dudabas de si haber perdido la oportunidad de obtenerlo sería gratificada por tus superiores por prudencia y desapego o, simplemente, serías reprendido por irresponsable y pusilánime. ¡En cualquier caso, lo primero en estos momentos, era salir de aquí con vida!

al salir tras Atandil de la estancia, le veo inmóvil y con la mirada fija, avanzo hasta la altura de mi viejo amigo Aërengoll, el cual esta mirando fijamente algo, pero por todos los altos elfos de Ea, que cosa es esa... oigo como mi compañero pronuncia casi sin querer algo de la tiara que este lleva puesta... y si ese fuera su foco de poder pienso, y si se lo arrebatásemos o lo destruyéramos?.....optemos por atacarlo entre todos, por lo menos seremos mas en numero y le podremos ganar los flacos... valor Atandil.. digo mientras escudo y daga en manos me encaro hacia el Sumo-pezcerdote.....pero que seamos todos a una, con suerte la salida estará detrás de ese ser....

Aërengoll se dirigia en busca de sus compañeros, cuando Erandil cruzo el dintel de la puerta a toda prisa. Se dirigia decidido hacia el sacerdote enemigo. Iba solo. Un rapido vistazo al interior de la sala de guardia mostro a un Atandil y a un muchacho atenazados por el terror.

El clerigo no sabia como actuar. ¿Atandil podria llegado el momento defender el solo a chiquillo?, por otro lado, ¿Que podian hacer Erandil y el mismo solos contra lo que se les venia encima?

El paladin apenas flaqueo,  se hubiese enfrentado solo, de haberle dejado, al monstruo que se avecinaba, al sacerdote y a su acolito. Por ello Aërengoll se armo de valor, pese a su inexperiencia belica, y corrio tras el paladin. Antes de salir corriendo tras el, dio un sonoro grito.

- ¡¡Venga, valentia, por vuestras vidas, sigamos a Erandil!! ¡¡A Elbereth Gilthoniel o menel palan-diriel, le nallon. Sí di-nguruthos! A tiro nin, Fanuilos!!* - Esperaba que sus palabras arrancasen de su atenazamiento a ambos incautos.

Agarro el baston bien en alto y corriendo busco su objetivo, no era otro que la testa del clerigo, su diadema, el servidor de Ulmo tenia la esperanza de lograr que el mosntruo que avanzaba se detubiera, o eso creia...

La grotesca criatura que sujeta el candil se interpone entre el sacerdote y vosotros, babeante, y tendréis que atacarle a él primero antes de poder atacar a su amo*.

Detrás, el pez-sapo titubea. Sea lo que sea lo que avanza por el corredor cada vez hace más ruido, y no tardará en asomar por el último recoveco... ¡Demasiado cerca como para perder el control sobre él, parece maldecir el nigromante**!. Aún así, parece que aprecia más su pellejo de lo que a un fanático de su ralea le correspondería, y se gira hacia vosotros con los ojos inyectados en sangre -unos ojos que parecen salírsele de las órbitas a causa de una extremada ira-, y extendiendo su brazo, os apunta con el dedo índice de su zarpa membranosa.

Al aproximarme a la luz, veo que la porta un sirviente... pero todo sirviente del mal y la corrupción de este antro ha de ser limpiada y erradicada... así pues a la que avanzaba contra su líder, un golpe certero aseste con fiereza, esperando que sucumbiera de forma letal y dejando el camino despejado a mi compañero que por atrás le oía pronunciar palabras que enaltecieron mi espíritu por unos segundos.... tras dejar a un lado al malherido intente propinarle senda estocada al cabecilla....
Por Luthien Tinuviel y por Beren... por la luz de Arda que ilumine estas estancias y purifique lo que en su interior haya...

El repelente ser se defiende como un berraco para proteger a su amo. Y golpea fuera de sí con su impía daga, alcanzando en la pierna a Erandil y en el pecho al clérigo (que no podrá atacar el asalto siguiente). Dos heridas poco profundas pero de las que sangran. Después, trata de arrojaros el candil, para que ardais en el Infierno, pero ya os habíais echado encima de él, también como posesos -apellidando a todo el panteón de los Señores de Arda de los que os acordais-, y un bastonazo en el pecho y un tajazo en la cara lo precipitan contra la pared, donde queda aturdido, sangrando abundantemente, y dejando paso...

AAARRRGGGG, grito de dolor pues no solo duele sino que la ponzoña que cubría tal arma además hacia que escociera infecta y vil como era..... pues morirás de todas todas .. susurre ..... tras la estocada de gracia que le  propino por fin me encaro con el sacerdote de la tiara...al que no con demasiado éxito le intento sesgar la garganta...

Inmediatamente, el pontífice de aquella inicua secta del Mal empieza a susurrar unas palabras siseantes e ininteligibles. Como de miles de serpientes que murmuraran entre sí y cuyas voces se llevara el viento. Un rumor que iba en crescendo según iban pasando los segundos.

Mientras, Erandil remataba con saña al desdichado sirviente. Desjarretándolo en una muy fea herida: había huido el cuerpo para evitar una cuchillada al corazón y la daga había acabado por seccionarle la pierna, hasta golpear contra una piedra del mismo suelo, donde el filo perdió su punta. Finiquitado el secuaz, cargas contra el de la tiara, con unas ganas locas de hacerle callar. Mas ya casi no te quedaba impulso y apenas pasas trastabillando a su lado, pues te esperaba, y se había apartado levemente viendo tu ímpetu. Después, simplemente aprovecha tu fallo para tocarte. Este no era tonto...

¡Error, Erandil! Pensaba Aërengoll horrorizado, mientras con una mano se apoyaba en la pared de roca viva y con la otra se sacudía la capa, pues un poco de aceite le había salpicado y ardía tímidamente. ¡Nunca, nunca te acerques tanto a un clérigo maligno!¡Nunca puedes permitir que te toque!

Erandil no había acabado de atacar al nigromante cuando, con una súbita sensación de pánico, comprendió su error. Pero ya era tarde, pues de repente, sintió un dolor punzante en un costado. Y se estremeció hasta la médula cuando sintió como si algo llegara hasta los huesos de sus costillas. El paladín, ojiplático, no entendía nada ¡ese traidor sibilino no iba armado!¡¿cómo era posible?

Sonreía el nigromante con mucho aplomo, oscuro como Melkor, la luz sucia del candil ahondándole unas branquias -y otros extraños orificios- que resultaban escalofriantes. Las llamas se reflejaban en sus acuosos ojos saltones, más abiertos de los normal, si cabe, en insano regocijo.

- No, no debiste hacerlo - pensaba Aërengoll mientras veia como Erandil se retorcia de dolor. El acolito estaba herido, fuera de combate por unos instantes, o al menos eso parecia, nunca se sabe con estos asquerosos seres.

El clerigo de Ulmo no sabia como actuar, su bastonazo no habia resultado en un gran ataque. Solo habia conseguido recibir heridas en su pecho, heridas que resquemaban con cada gota perdida, y no eran pocas. Agarrandose de la pechera, presionando su herida con la mano izquierda intentaba taponar la perdida, mientras, con la derecha se apoyaba en su cayado, presto a levantarlo llegado el momento.

¿que debia hacer? si el nigromante llegaba hasta su posicion, cosa no muy improbable, y tambien era tocado... tenia que marcharse de alli, pero Erandil... no podia dejarle alli. - Dificiles decisiones en momentos tenebrosos, oh Ulmo, señor de las aguas - comenzo a murmurar cual lamento, pensamientos en voz alta - Oh mi señor, sabedor de donde esta la justicia, haz sonar los Ulumúri, que su rugido haga temer a mis enemigos, desear a mis amigos y esperanzar a los perdidos, ¡oh Ulmo, mi señor...! - su voz se hacia algo mas fuerte, parecia desfallecer de puro agotamiento, pero no, de repente sono mas alta, mas potente.

Entonces dejo que sus heridas sangraran, agarro a Erandil, y tiro de el, como pudo, con todas las pocas fuerzas de que disponia, debian alejarse de alli, volver, recuperarse, morir...

Aërengoll, cuando estaba apoyado sobre la pared, creía haber oído un prolongado lamento, como que llegara desde muy lejos. No supo ubicarlo ni clasificarlo y tampoco le dio importancia (de sonidos extraños estaban estas catacumbas llenas). Cuando vio caer de dolor al paladín saltó en su ayuda, y como influído inconscientemente por aquel susurro imploró a Ulmo, y al ánimo que el tronar de los Ulumúri insunfla en el corazón de los hombres del mar y de los Hombres de fe. Y entonces, mientras trataba de cargar a su amigo volvió a sonar; y aunque Aërengoll no lo escucho -pues andaba en otros menesteres más urgentes-, sí lo debió de digerir su subconsciente, pues de repente, se sintió más fuerte. Y así, alzó a Erandil sobre su hombro, que ahora era más recio y más robusto que nunca.

El clérigo sintió algo húmedo y caliente sobre su espalda, el paladín estaba sangrando. O algo peor. Debía darse prisa. Y empezó a correr hasta Atandil, dejando atrás al avieso nigromante. Corriendo no le alcanzarían sus impíos sortilegios. Y como si las plegarias de Aërengoll hubieran sido escuchadas (¡Y nunca mejor dicho!*), el clérigo creyó oír de nuevo el prologando lamento, esta vez hueco, sordo, más nítido. Como el fuego sobre brea hirviendo recorría los angostos corredores hasta llegar a sus oídos... Sin duda provenía de estas catacumbas. Y le era extrañamente familiar. 

ooooooh, por todos los dioses, que es este dolor..... es punzante y penetrante  lo que se hiende en mis carnes, pero no vi ningún arma, talvez una daga... pero es  ooooooh! la fuerza se me va no por cansancio, pero no veo el suelo, ya no lo veo... el frío corre por mi frente como si me hubieran metido la cabeza en la nieve.. pero por dentro, en mi interior el calor me hiere por salir, y noto como rompe y sale como un manantial saca su agua, mi cuerpo mana mi sangre.... no tengo fuerzas ni para ver la gravedad de mis heridas, pero aquella luz... oh que bonito día hace el sol y las nubes... el viento en mi cara es una visión agradable.. atrás quedo ya el dolor, pues ya no lo siento, se siente bien, se siente taaaan bieeeennn........ tendido quedo con una mueca torcida entre de dolor y alegría, el sentido ya no tengo, pues las fuerzas se fueron.....
Aun así en ese campo de flores, de amapolas rojas, me siento deslizar suavemente, como si una fuerza extraña me empujase a moverme doy un paso tras otro en esa llanura florida y hermosa, un paso tras otro andando sin rumbo ni dirección, trastabillando y tropezando sin obstáculos entre las briznas, algo no me deja moverme con libertad, algo me arrastra hacia un lugar oscuro, del que no quiero volver a oír, ni a oler, ni a sentir... el calor que siento en la espalda, como sin 100 rayos del fruto de Laurelin se cernieran todos juntos en mi costado... el calor es intenso, y a  intervalos el frío vuelve, cada vez mas fuerte, cada vez mas duradero...
El viento sopla y trae consigo sus arrullos y sus cánticos, las voces de los que fueron, y de los que aun son... voces que ya no me generan reconforte alguno, son distantes, ajenas, olvidadas....