Partida Rol por web

- Si necesitas mi ayuda, hermano, yo te seguiré.- dijo Zavara a Urdamesh después de que él la mirara.- También yo quiero descubrir algo más que nuevas preguntas, y sobre todo quiero averiguar qué está ocurriendo exactamente con Mirari. Ya sea algo contrario o afín a mis deseos.- asintió para sí misma, pensando en lo que podrían encontrar en la esfera. Respuestas, si todo iba bien, o peligros si el viaje se torcía.- Gracias por vuestra... preocupación, Meseth.- dijo a falta de una palabra más adecuada.- Intentaré protegernos tanto como pueda y volveremos todos sanos y salvos.

Dicho esto, creó dos pequeñas joyas azuladas. Una se la colgó del cuello con una cadena plateada y otra se la ofreció a Meseth, dirigiéndose hacia él con pasos delicados.

- Si tenéis que comunicaros conmigo, hacedlo a través de esta gema. Espero dejarla a buen recaudo.- sonrió y dejó escapar una risita inocente y propia de la Zavara recién nacida que había entrado en Ruth-Adum décadas atrás.- Estoy preparada.- dijo girándose hacia Urdamesh y Sargolax, y también se dispuso a abandonar el palacio.

Lejos de la esfera, en Ruth-Adum, mis palabras, transmitidas por medio del guardián que había dejado en la Sala de las Profecías, resonó por la morada.

Hermanos, no he encontrado rastro de Mirari- les dije -Es posible que haya dejado la esfera, pero no estoy seguro… me dirijo al núcleo de la esfera, espero encontrar allí alguna pista sobre nuestra hermana- les informé -De momento, os he enviado mediante mis idhúns todo lo que he recogido y observado sobre los sucesos acaecidos en la esfera, deberían haber llegado a la Sala de las Profecías- añadí.

Mirari… Donde se encontraba era un lugar conocido, fuera de Ruth Adum.

No quiero guerra, no quiero matar… pero entre extinguir o extinguirse, ¿Qué debería hacer?

Sus pensamientos vagaban en aquel espacio, fuera de las murallas, fuera del mundo. Queria prolongar su ausencia, pues la carcomía la culpa, elegir dañar a sus hermanos le había costado demasiado, con todo eso en mente se sentía reconfortada en aquel lugar que la vio existir.

Mirari habia desaparecido. Ni en Ruth-Adum ni en el mundo se podia encontrar rastro de ella. Y con ello, parecia que el mundo habia vuelto a la normalidad, no ocurria nada raro ni en Ruth-Adum ni en el mundo. Todo parecia tener la misma calma que en el albor de los dias.

- Sus hijos siguen prosperando, no han sentido su ausencia, esto es, sigue vive en algún lugar - dijo la tenebrosa voz del Dios de los Muertos - Imaginamos que ha vuelto a cubrir sus movimientos como ya hizo entonces, para asegurarse de que sus hermanos y hermanas no saben de sus verdaderas acciones. Será cuestión de prepararse pues para saber cuándo golpea.

Mirari seguía flotando sin rumbo o dirección en aquel lugar primordial donde nació, cuestionando si debía haber elegido sacrificarse a si misma por el bien de sus hermanos.

Tal vez su decisión había sido egoísta, tal vez ella si fuera la culpable y su chispa creadora se había corrompido.

La duda la atormentaba y sentía titilar su esencia con tales pensamientos, sabía lo que hacían sus hijos, pues veía por los ojos de Luzbella, fuera de eso, solo otra Mirari, una copia debilitada estaba en el cuarto de ella. 

-Sólo podemos esperar a ver qué ocurre. Aunque ahora debo echar un vistazo a las muestras que trae tu mensajero, Urdamesh. Quizás haya alguna pista sobre todo lo que ocurre en la esfera-dijo el dios, para después echar mano de las pruebas que había traído el dios del Valor. 

AL observar la Darknita se puede sentir que tiene la misma neutralidad que el cristal qde Urdamesh o el espejo de la sala creada por los dioses, pero esta armonizada de forma diferente, como cuando un dios deja algun residuo al crear otra cosa y de ella, los restos se reagrupan creando algo inesperado.

Tras unos largos momentos sondeando aquella darknita, el dios del metal emitió su juicio.

-Neutral. Parecido al mensaje que Urdamesh encontró, pero a la vez, diferente. Casi parece un resultado accidental de algo, hecho de restos de otra cosa. Puede que esto sea un resultado imprevisto de la "interferencia" causada a Ilkáne y que ha afectado a buena parte de los seres vivos. 

-Cuéntanos que dice o qué es, hermano -dijo Sevoriam alzando la vista de la esfera durante un momento- intenta exponer más datos.

-No dice nada. Parece ser simplemente ese extraño metal que yo no he creado, y que apareció de pronto en la esfera cuando nuestras más poderosas y singulares creaciones se volvieron locas. Es metal, pero a la vez no lo es del todo. Es algo así como si algo o alguien hubiera cogido la sombra y la hubiera convertido en una materia sólida. Sin embargo, como ya he dicho, parece neutral, aunque diferente a las otras cosas que hemos encontrado. 

Tras unos instantes de silencio, añadió.

-Como ya he dicho, y aunque sólo es una teoría... Apostaría a que esto es una especie de residuo involuntario del poder que ha alterado el mundo sin que nosotros lo tocáramos, esa oscuridad que ha traído la demencia a la esfera. Quizás por eso parecía repeler a los monstruos influidos por ella, por que tenga trazas de lo que les controló, o puede que por que estos restos sean aquello que acaba con el controlador. No puedo decir mucho más. 

- ¿Has sido tú, hermano? - la voz de Meseth parecía extrañamente complacida - Debemos decir que este ha sido a la vez un movimiento afortunado e inesperado.

Mirari lloraba, por todo lo ocurrido, por sus hijos, por la traición de sus hermanos, por ser débil.

Me traicionaron…

Se acurruco en el caldo primigenio, dolida.

…Mis hijos…

Su chispa danzaba entre el dolor y la venganza, se lamentaba por haber huido esperando proteger a sus hermanos, odiaba a sus hermanos por lo ocurrido.

Zavara…

Pensó en su hermana, debía protegerla.

Y entonces su chispa se modificó, el amor por sus hermanos desaparecía, pero no fue consumida por el odio, su poco amor hacia ellos impedía eso, confiaba en padre y otras cosas, pero ya no eran familia. Para Mirari ahora esos dioses eran extraños.

Miro a su alrededor, tomo su arma, la misma arma de sus hijos.

Su chispa ya no era pacifica, pero tampoco bélica, había sido templada… Pero dentro de su mente aún se preguntaba si debía abandonar todo o continuar. 

La silla se quiebra, lentamente, un sollozo puede ser escuchado, pero es fugaz, tan efímero como la vida de una rosa.

Pronto la silla es menos que escombros, también  desaparece el acceso a la habitación de Mirari.

El sollozo termina y eso influye en el mundo, pocas creaturas lloran, todas creadas por Mirari, pueden sentir algo triste.

Incluso Luzbella empieza a detenerse poco a poco, dejando con el paso de los años de recorrer el mundo.

La esencia de Mirari empieza a desvanecerse, desapareciendo por completo. 

Mirari oculto su esencia, destruyo su silla, ella había experimentado con eso, podía engañar a los sentidos de esos otros dioses.

Su vista podía ser engañada por la energía que oculto a sus Fararis un tiempo, así que sus ropas adquirieron esas características.

Su sentir podía ser engañado por la misma razón que no podían sentir las maldiciones, así que disfrazo su esencia.

Junto todo ese conocimiento con lo que sabía, la esencia de las rocas, las cosas que sus hermanos no podían ver cuando ella creo colores ocultos.

Aunque no sabía si debía hacer eso o dejarse desaparecer. 

Ayudo que también sus creaciones lamentaran lo ocurrido, Luzbella dejaría de patrullar el mundo, pero todo era adrede.

Su silla destruida ahora servía como una manera para espiar a esos dioses, Luzbella seguiría reportándole, pero todo oculta, no desde las sombras, sino por sus creaciones, aprovecharía el ego de los demás, su orgullo, ella ahora carecía de eso. Se arrastraría por el lodo para conseguir lo que quería y es algo que ya había hecho con sus hijos, trabajar a su lado, ya se había arrastrado, eso no era nada nuevo para ella.

Ahora solo faltaba una cosa para que su engaño fuese casi perfecto. 

En cuanto aquella fuerza desatada golpeó la isla flotante con rabia, más y más nombres comenzaron a ser garabateados frenéticamente por la negra pluma del Dios de la Muerte. El pergamino que guardaba cada muerte de Umbra ahora sólo se estaba rellenando con nombres en el lenguaje de los Fararis, y Meseth pareció querer mirar con sus propios ojos. Luego, cuando su hermana Mirari empezó a desfallecer, se incorporó de su asiento y tomó la pluma con sus propias manos.

- La muerte de un Dios es algo que no sucede todos los días - sentenció, y miró dónde se encontraba el asiento, expectante, hasta que desaparece por completo. Entonces, con lentitud y parsimonia, escribió con grandes letras el nombre de Mirari en un idioma común entre los dioses - Sea.

-Era el momento apropiado. Estaban distraídas, el mundo había debilitado su capital, y yo necesitaba que estuvieran en tierra para que mis ejércitos pudieran machacarlos; pero sobreestimé la resistencia de Mirari y fue destruída. La debilidad desaparece de este mundo.

Zavara apareció de súbito en Ruth-Adum acompañada de un gélido viento que removió su cabellera y sacudió violentamente su propio vestido. Tan solo llegar, se levantó de su trono helado y corrió hacia el de su hermana.

- No...- sollozó cuando éste empezó a quebrarse. Intentó detener el avance de las grietas, aunque nada podía hacer. Recogió los pedazos que se desprendían, pero no había remedio.- No, no, no...- repetía una y otra vez, alzando cada vez más su tono y llegando casi a gritar.

Cuando el trono quedó reducido a escombros, cogió algunos de sus restos y los aferró fuertemente con sus manos. Al fin resignada, dejó con cuidado estos trozos de lo que antes había sido un digno trono divino y contempló desolada lo que había intentado salvar y recomponer. Se quedó arrodillada sin decir nada durante un rato, derramando lágrimas silenciosas al sentir que la esencia de su hermana se descomponía y desaparecía en la nada. Apretó los puños en su regazo y negó con la cabeza. El día aciago que tanto temía había llegado.

Se levantó lentamente. Se irguió de nuevo, pero no con elegancia. Su postura era rígida, tensa. No secó sus lágrimas, porque sería una falta de consideración hacia su hermana. Se giró y miró a Sevoriam con la mirada más vacía y fría que jamás mostraría a sus iguales. Avanzó unos pasos. Sus pies congelaban el suelo que pisaban y a su alrededor se arremolinaban corrientes que parecían no tener ningún control. El viento se alzó y todo rastro de dulzura desapareció en Zavara. Aparecieron cristales de hielo en la tormenta que acompañaba a la diosa, y a su paso crecían estacas heladas que la rodeaban y apuntaban a todas las direcciones. Al llegar a estar a un palmo del dios de la Guerra, la tormenta se disipó en un gran estruendo y el silencio volvió al palacio.

- Tú.- le dijo con una voz rota.- Tú has matado a mi hermana y a sus hijos.- dejó que aquella afirmación flotara en el aire y con su mirada insensible la cargó de significado.- Sin ninguna duda, sin piedad... ¿Qué eres, criatura?- sonrió, perpleja, y miró a través de los rayos de su interior.- Nunca lo olvidaré.

Y, dicho esto, se esfumó de la sala de los tronos, dejándola llena del hielo que había surgido con la tormenta.

- Ahora es momento de seguir purgando este mundo, querido hermano. No tenemos fuerzas suficientes como para desatar una tormenta sobre el reino de Zavara, pero nuestros hijos ya han olido las cenizas de la guerra, y pronto se movilizarán. Ella se centrará en ti, pero no sabe que la garra de la Muerte se cierne sobre su garganta...