Aquel tipo miró la moneda en casi plena oscuridad. Carraspeó un poco antes de hablar.
Pedro es huraño. Hace poco, le contaré -comenzó a decir-, la tumba de un hombre recién fallecido apareció profanada, con el cadáver desenterrado y desollado. Las gentes decían que el cerero hacía velas con el sebo humano, con... bueno, grasa de hombres y mujeres. Y ahora, ha desaparecido ese niño. Los vecinos hablan de él..., seguro que él ha matado a ese crío para hacer más cirios -dijo-.
Mientras el vecino Pablo e Ignacio hablaban, Pablo el pastor y Julia abrieron la puerta trasera. Fue la mujer quien con grandísima habilidad logró colar una aguja en la cerradura y abrirla, sin esfuerzo físico alguno, sino con maña. Mientras tanto, Pablo el vecino acudió a la parte trasera para fisgar, pues Ignacio había notado su excesivo afán de olisqueo. El cazador lo siguió y los cuatro os reunísteis tras la casa del cerero. Julia y Pablo fueron los primero en entrar.
Todos pudísteis ver aquel taller de cera. Había un par de mesas grandes, palanganas de aguas y líquidos, cucharas, algún que otro molde y cuerdas. Todo lo necesario para fabricar velas. Un pequeño tiro de chimenea estaba adosado en una de las paredes. Otra puerta adosada a otra pared debía comunicar con la casa (en el muro que compartía el taller con ésta). También viste algo fuera de lo común: prendas ensangrentadas, resecas, tiradas por allí, en el suelo, bajo las mesas, así como un par de cuchillos ensangrentados sobre ésta. El olor del taller era rancio, realmente.
Hace días que no veo a Pedro... -añadió Pablo el vecino, mirando el interior del taller-.
El que quiera, con su siguiente intervención, que haga una tirada de Descubrir (o PER), y Escuchar (o PER), o ambas.
Nacho pensó que la moneda había sido bien aprovechada. El cerero llevaba días sin aparecer por su taller, y era un tipo de mala reputación, al que se le pensaban malas artes y el uso de cuerpos humanos para hacer velas. Y hasta la posible desaparición de un niño.
-Muchas gracias por la información.- Le dijo al vecino, poniéndose frente a la puerta, y haciéndole ver que ya podía irse de allí, y dejarles a ellos solos. Aunque, tal vez era un tipo demasiado curioso como para evitar cotillear sus acciones. Así, que si no entendía el lenguaje corporal, insistiría para que les dejase tranquilos. No era conveniente que nadie estuviese tan pendiente de sus acciones, y menos aun en un pueblo pequeño, donde las noticias vuelan y este Pablo parecía el pregonero del pueblo.
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 60-
Resultado: 41 (Exito) [41]
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 70 (Fracaso) [70]
Tan solo saca la de escuchar, pero de momento esta pendiente de evitar que el vecino se vaya para su casa, y les deje seguir con sus indagaciones.
¿Qué cantidad de monedas le das, Ignacio? (Efectivamente, lleváis el dinero de vuestro jefe).
Le daría la moneda que le ha enseñado, no más, que ya me parece suficiente. Y no creo que a Nacho le sobre el dinero, más bien lo contrario.
Al entrar en el taller me sorprendí de lo curioso de todo lo que allí vi: ropas ensangrentadas, un olor nauseabundo, cuchillos para desollar... El taller de un sádico, más que de un cerero parecía aquel. Me giré al oír a un tipo hablar y vi que era el de la posada, que había venido con Ignacio. Me volví de nuevo y avancé por el taller, investigando aquí y allá, por si encontraba algo que nos diera una pista. También cogí con cuidado los ropajes ensangrentados y miré si era prendas de hombre o mujer, o de un niño... Terminaría por investigar los botes o frascos que hubiera por allí, plantas o lo que viera. Algo sabía sobre fórmulas y mezclas y puede que sacara algo en claro de todo esto.
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 10-
Resultado: 36 (Fracaso) [36]
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 40 (Exito) [40]
Motivo: Alquimia
Tirada: 1d100
Dificultad: 60-
Resultado: 5 (Exito) [5]
En medio de aquel desconcierto que albergaba el taller, Ignacio le entregó el precio prometido a Pablo, el vecino de Cantalpino que hablaba sobre el cerero. Éste desapareció de allí mirando su pequeña recompensa, y después Julia comenzó a inspeccionar el interior. Las prendas tenían un tamaño pequeño, por lo que eran fácilmente distinguibles como de niño o niña. Los frascos que pudo advertir no contenían sino grasa y sebo, y pudo discernir la curandera, en su amplia experiencia como tal, que aquella grasa era humana. Conocía las partes del cuerpo humano, y aquellos restos eran tal cosa sin duda alguna. Pudo razonar, por tanto, que aquel cerero de nombre Pedro hacía velas con sebo humano, y allí andábanse las pruebas.
Por otro lado, Julia encontró un cuchillo de grandes dimensiones, fino y puntiagudo. Estaba muy usado en su mango y algo oxidado en el filo. Era un cuchillo para laminar carne... Por último, todos pudísteis ver unas pequeñas bañeras junto a la chimenea, bajo una mesita (parecidas a pequeñas escudillas o palanganas) con restos oscuros, resecos, parecidos a la sangre, pero no eran tal. Era como tinte, algún tinte negro...
Han pasado unos veinte minutos, casi media hora, desde que dejásteis a don Lope.
Escuchastes pues un ruido fuera. Pisadas. sin duda alguien andábase por allí, aunque Pablo, el vecino cotilla, ya se había marchado unos instantes. O era él, pululando de nuevo, o tal vez algún curioso añadido.
Pablo estaba horrorizado ante tal imagen de arta brujería, salió espantado del lugar en busca de Don Lope para informarle de lo encontrado.
—Señor, Señor!
Tras ver que el tal cerero era una persona de la peor calaña, y que las acusaciones de usar sebo humano eran del todo acertadas, siendo probablemente este el responsable de la desaparición del niño. Tenían que informar a Don Lope. Y en esas estaban cuando se escucharon unos ruidos fuera. Nacho se fue hacia ellos, tratando de descubrir de quien se trataba, podría ser el dichoso cerero o alguien que venía a buscarle.
Miro a Julia, ya que Pablo se había ido para avisar a Don Lope, y con un dedo en la boca, para indicarle que ni hablase ni hiciese ruido, se acerco despacio hacia el lugar del que procedían los ruidos.
Motivo: Sigilo
Tirada: 1d100
Dificultad: 75-
Resultado: 95 (Fracaso) [95]
Menuda tirada, que mala suerte.
Quedé asombrada y horrorizada de lo que allí descubrí. Ese maldito cerero era igual de perverso que el judío, dado que asesinaba niños y robaba muertos para hacer sus velas con el sebo de los cuerpos. Lo descubierto había que comunicarlo cuanto antes al alguacil de la zona para que se hiciera cargo del arresto de ese tipo. Pablo salió despavorido para buscar a don Lope y comunicarle lo que habíamos hallado, pero Ignacio me hizo una señal de que me parara en eco. Al parecer, por la pose que puso, había escuchado algo. Saqué mi cuchillo y me acerqué a él despacio y en silencio.
-"¿Qué pasa? ¿Has escuchado algo?" Le susurré.
Teníais ya claro, seguramente, que aquel cerero se dedicaba a hacer velas y cirios con sebo humano. ¿Estaría implicado en todo este asunto del judío? Trató Ignacio de salir afuera con sigilo, seguido de Julia (cuchillo en mano) pero el cazador se trastabilló un instante al ver salir rápidamente a su compañero Pablo. Ni el cazador ni la curandera pudieron ver nada aparte de las leves e ínfimas percepciones, en ese momento, de Ignacio.
Mientras tanto, volvió aprisa Pablo a la cabaña, pensando que su señor andábase en peligro alguno. Tras no encontrar nada de más importancia (aparte de lo horroroso que habíais encontrado en el interior del taller de cera), Ignacio y Julia regresaron tras él*. Primero el pastor, y luego sus compañeros, vieron cómo Gimeno, el posadero, había llegado con un saco y un fardo en su espalda hasta la vivienda de pernocta. Entrásteis los tres, y ya estaban don Lope charlando con el posadero.
*Doy aquí un empujoncillo a la historia.
Comprobó Pablo que su contratista estaba bien.
Asique ese hombre por el que preguntáis se marchó esta misma tarde... -decía Gimeno hablando con Lope, y luego se giró hacia vosotros-.
Dice el posadero que no está, ese cerero... -Lope estaba algo angustiado, pues era como si todas sus pistas se diluyeran en el momento de vuestra llegada-. Que marchó esta mañana, más bien al mediodía..., a Salamanca. Pero no ha podido ir por el camino por el que vinimos aquí, sino que tomó una vereda... ¿Cómo dices que se llamaba?
La vereda de tio Pinto, señor -respondió Gimeno- ... Atraviesa el bosque del Amarrado y una posada antes de llegar a Salamanca...
Don Lope resopló. Vuestra pista se había esfumado, al parecer, por otro camino. Tal vez hubiérais cruzado caminos, por distintas vías, y era como si el destino se riera de don Lope y de vosotros.
Señores... -os dijo, aunque ningún rango de ello teníais a su lado-. Os he arrastrado hasta aquí, y os lo agradezco. La bolsa de monedas que os día, después de pagar a Gimeno por su atención, es ya vuestra. Yo marcho a los caminos ahora mismo, aun sin descanso. Iré a esa venta, a preguntar por el cerero y regresar a Salamanca, en tal caso. No pienso dejar que ese judio arruine el patrimonio de mi padre -y el suyo futuro, claro-. Os doblaré la bolsa si seguís acompañandome... En vuestra mano queda.
No era exigente don Lope sin razón en quienes no eran sus siervos, como vosotros; pero sí que os ofreció la oportunidad de enriqueceros algo más, si alumbrábais su estela de viaje sin descanso.
Os toca decidir.
Menuda jugarreta que les estaba gastando el destino, su única pista se había desvanecido. Era normal un cierto abatimiento del ánimo, y hasta la flojera de espíritu. Pero si algo tenía bien aprendido el joven Ignacio, es el arte de la paciencia, de las largas esperas hasta cobrarse la presa. Por mucho tiempo, frio y demás calamidades, la espera casi siempre daba sus frutos, y le labró una gran templanza, nada común a su temprana edad. En ningún momento había pasado por su cabeza la posibilidad de dejar aquello, sino que más bien aquellas muchas dificultades aumentaban las ganas de cobrarse la presa, que en aquellos momentos sería Eleazar, y también el cerero y aquellas gentes de mala calaña, que parecían estar esquivándoles.
-Señor Don Lope, cuente usted conmigo en esta tarea, atrapar a Eleazar, al cerero y a esas malas gentes, es algo de que debemos hacer. Y cuanto antes. Tal vez esté el cerero en esa venta haciendo noche, y eso es algo que no podemos desaprovechar. Así que le acompaño, noche caída a esa fonda y a Salamanca si fuese preciso.- Como perro que ha olfateado presa, pero que a punto esta de perder el rastro, bien sabía el cazador que habían de apresurarse y tal vez, la suerte no les sería equiva.
-Pero tomemos algo para ir llenando la tripa mientras comenzamos el camino, que la noche ya será dura, pero más lo habrá de ser con nuestros estómagos vacíos.- Tal vez aquel saco, y el fardo del posadero, tenían algunas viandas que mientras andaban podrían comer.
Nacho no se retira, a por el cerero, el judío y quien haga falta. Aunque ya veremos que pasa cuando les encontremos, esperemos no convertirnos en sus siguientes víctimas.
Volvimos a la casa de pernocta y allí estaba el posadero informando a don Lope sobre el cerero. Cuando parecía que íbamos a llegar a algo, las pistas se volatilizaban en el aire. Pero aún no estaba del todo perdido, ya que si alcanzábamos a ese malnacido en esa posada que mentaba Gimeno, le podríamos hacer hablar.
-"Cuente conmigo, don Lope. Allá donde vaya, yo le acompañaré." Dije escuetamente.
Asentí a las palabras de Ignacio, dado que si íbamos a viajar de noche, sería prudente ir con el estómago lleno. También habría que abrigarse, que las noches eran frías en estas comarcas, y habría que llevar antorchas o algo de luz para no perdernos por los caminos.
—Por otro saco lleno de monedas como este? Claro que lo acompañó señor… Sobre las atroces fechorías del cerero, tal vez deberíamos hablar con el cura, tal vez pueda apoyarnos a buscar a ese lacayo del brujo.