¿¡Se puede saber qué estái haciendo aquí!?
¡Mañana hay algo muy importante y no permitiré que no estés al 100% de vuestras capacidades!
¡Ve a tu Habitación de Inmediato!
Y tras esto, Monokuma saltó por la borda, la otra, del barco y desapareció.
Esperando a que el grupo se alejaba, esta también decidió irse en silencio. A fin de cuentas, no había motivo alguno para quedarse, más allá de recibir la ira de Monokuma sobre sus carnes, algo que no parecía ser lo más óptimo.
En la zona de las habitaciones pudiste ver dos cosas de interés, la primera a Tsumiko Komachi, a aquella persona desconocida, esconderse en la habitación de Akira Kimura junto a ella. Y además de eso, en el interior de tu buzón, encontraste tu PDA. Al parecer con todo eso del reset, no la tenías encima.
En el Velero se encontraba ya Tsumiko Komachi tras una búsqueda infructuosa de su abrigo. También notó que la entrada hacia el interior del velero estaba bloqueado desde dentro, pues por mucho que lo intentó, esta no pudo entrar en la cabina del capitán. Pese a ello, si la situación era favorable, quizás podía sacar el barco de la orilla.
Aunque para eso haría falta una buena luna llena, la marea bien subida, y quizás alguien con conocimientos suficientes de manejar un trasto de esos... aunque eso parecía que sería opcional, a fin de cuentas. ¿Qué tan difícil podría ser eso?.
Para fortuna de Tsumiko, esta pudo ver como alguien se acercaba a la Playa, era Akira Kimura. Esta se encontraba mirando aquella tumba improvisada que esta había hecho para su querida pareja. Al parecer, desde el velero ella tenía una ligera ventaja a la hora de ver quien se acercaba y podía ver sin ser vista.
Sin dejar tiempo a que Tsumiko pudiera hacer nada; Akira Kimura se marchó de la playa.
Un profundo dolor emergió del estómago de Tsumiko Komachi, al parecer no había podido comer en todo el día, además de eso, se encontraba sedienta y cansada. Si seguía así, no solo podría morir, sino que además estaría debilitada para la hora de enfrentarse a Akemi Eiji o a cualquiera que quisiera atacarla.
Tenía dos opciones: o me arriesgaba a ir al comedor del hotel de la isla, donde seguramente me verían, o me arriesgaba a bajar del punto de vigilancia para ir a la cocina del barco. No se me olvidaba: había estado a punto de ahogarme, había dormido en el suelo, sentada, agotada, había enterrado a Katsumoto, me había escondido... todo ello sin parar a beber ni comer nada. Si seguía así, no aguantaría. Decidí bajar hasta la cocina del barco. Dado que la isla estaba bien aprovisionada, muy probablemente no la hubieran saqueado.
La puerta al interior del barco seguía fijada. O quizás las escasas fuerzas de Tsumiko fueran las causantes de no poder abrir aquella puerta de madera. Sea como sea el motivo, el caso era evidente... no podía hacer nada.
"Mierda. Mierda." susurré para mi misma. No quedaba otra: tenía que ir al hotel. Pero eso era un suicidio, me verían sin duda alguna. Las otras opciones que tenía eran la tienda 24 horas y la cabaña. Me decidí por esta última, quizás por la cercanía al barco, quizás por ser la cabaña un edificio más cerrado y con más sitios donde esconderse que la tienda. Solo esperaba este no fuera a ser mi último viaje.
Y con ese pesar en el cuerpo, Tsumiko Komachi se dispuso a marchar hacia la que quizás sería su mejor opción.
Aquel grupo, o quizás mejor dicho dúo, decidió investigar la Primera Isla en busca de algo que les pudiera servir, por desgracia en aquel velero no parecía haber nada que pudieran relacionarlo con ningún asesinato, al menos que encontraran. Con las manos vacías regresaron a explorar otro sitio. Eso sí, el paseo romántico bajo la luna era lo que les quedaba como premio de consolación.
Tsumiko Komachi llegó al lugar ayudándose de la linterna.
Puse la linterna sobre el barril a la izquierda de la puerta y con la palanca me ayudé para tratar de abrirla.
Por mucho que Tsumiko Komachi golpeara la puerta, tratara de meter el filo entre las tablas, no era capaz de hacerlo, quizás fuera por la oscuridad y que la linterna no ayudaba a que esta apuntara bien, o cualquier otra situación que impedía que la muchacha lograra echar la puerta abajo.