Partida Rol por web

INQUISIDOR EISENGAARD:

- No hay tiempo de ir a la parte más exterior del Vacío-Puerto en busca del Cargo-8, aparte de que os detendrían los Sancionarios del segundo control de inmediato. Posiblemente llamasen refuerzos del primer control y en caso de resistencia por vuestra parte, la situación degeneraría en un tiroteo.

Las Plataformas de Aterrizaje:

Plataformas de aterrizaje de diferentes tamaños dominan la mayor parte de la superficie del Gyre, dispuestas en diferentes elevaciones.

Muchas de las plataformas son propiedad privada de miembros del Consorcio; esas están generalmente en buen estado de mantenimiento. A menudo están adornadas con estatuas y arcos ornamentados, incluso las grúas de carga están decoradas con criaturas míticas, leones y otros símbolos de fuerza.

Otras plataformas son puramente funcionales, cubiertas con décadas de mugre y quemadas por siglos de constante exposición a las llamas de los jets orbitales.

Situadas entre las plataformas, algunas al nivel del suelo y otras suspendidas de puntales reforzados, hay pequeñas oficinas de representantes de las casas del Consorcio, así como varias casas mercantiles y empresas comerciales, así como un número nada desdeñable de tabernas y salas de apuestas en las que los trabajadores del puerto y tripulantes de naves visitantes ocupan su tiempo libre.

Muchos de esos establecimientos tienen salas traseras donde es posible adquirir por una miseria contenedores de carga “excedentaria” o “mal colocada”.

Las plataformas de aterrizaje son típicamente accesibles por medio de amplias escaleras, con escalerillas metálicas proporcionando un acceso secundario, y montacargas de gran volumen que descienden directamente a los túneles que pasan por debajo. Algunas de las manyores plataformas ofrecen entrada directa a magneto-trenes y tubos de tránsito de vacío que conducen a la Colmena Desoleum o a través de los páramos.

PLATAFORMA TERTIUS-9:

- El Equipo de Investigación está llegando a la plataforma Tertius-9 justo cuando una columna de fuego y humo (la lanzadera, aunque oscurecida por los gases y llamaradas) está a punto de terminar su aproximación final a la plataforma de aterrizaje...

El grupo avanzaba a la carrera entre las raíces de metal del sinfín de plataformas, sorteando a los numerosos estibadores y trabajadores del espaciopuerto en dirección a su destino. Tras unos minutos de carrera, el Sastre jadeaba por el esfuerzo y podía notar como la transpiración empapaba su camisa interior, aprisionada entre la xenomalla y los pesados ropajes del Collegium Medicae. Demasiado tiempo en el dique seco, Sastre... 

Entre el dédalo de plataformas apareció al fin la estructura de Tertius-9 y el equipo del Inquisidor refrenó sus pasos para aminorar hasta un trote ligero. Una densa humareda precedía la llegada de una lanzadera. ¡Justo a tiempo! Un escalofrío recorrió el cuerpo sudoroso del quirurgo: en breves instantes asaltarían esa lanzadera y sus ocupantes no les recibirían precisamente con los brazos abiertos...

El medicae escudriñó entre la telaraña de vigas que conformaban la base de la plataforma, intentando distinguir los puntos de acceso a la misma y la presencia de guardias.

- El Sastre alerta al Equipo de la presencia en una plataforma cercana de un grupo altamente sospechoso. parecen un Tecnosacerdote y sus cuatro Adeptos, algo más lejos, tras ellos hay varios servidores, tal vez ocho. Resulta difícil decir cuántos de ellos son de combate...

- El Equipo está llegando al borde Sur de la plataforma de aterrizaje Tertius-9. El grupo del Mechanicus está en otra plataforma situada al Nordeste...

- En ese momento, la lanzadera se posa y el lugar se pone insoportablemente caliente entre las llamaradas y el humo ardiente, por lo que el Equipo se ve obligado a detener su avance por un momento y la visibilidad se oscurece por completo.

- Esperen a que la lanzadera apague los motores por completo. En cuanto comiencen a descargar actúen. Derriben a todos los que puedan. No hagan prisioneros salvo que vean que no hay peligro para el Equipo. -
Ordenó el Inquisidor. - Psíquica Ferris, si detecta cualquier actividad fuera de lo común o cualquier rastro de artefactos Xenos avísenos al resto. Recuperar esos artefactos es uno de nuestros objetivos principales. - El otro era principalmente descubrir el origen de esos artefactos y para ello debían eliminar a todos los de aquella plataforma.

El iniciado mantuvo el ritmo lo mejor que pudo, siendo totalmente consciente de que, al paso que iban, no estaban siendo precisamente discretos. Menos aún teniendo en cuenta la pintoresca composición del grupo. Pero, probablemente, no había tiempo para preocuparse por éso. Ésto quedó confirmado cuando, mientras avanzaban hacia la plataforma, y teniéndola ya a la vista, vieron aterrizar la lanzadera... Y también, en las cercanías, lo que parecía un tecnosacerdote y sus adeptos, además de servidores. Aquello cada vez olía peor, y Marius creía recordar una referencia a un tecnosacerdote en algo que dijo el prefecto. Por si acaso, fue desenfundando su cañón de mano. 

- Sí, mi señor Inquisidor- dijo con tono taciturno Caradoc. No era el mejor de los guerreros precisamente. Pero eso no importaba. Sólo la victoria importaba.

PSIQUICA FERRIS:

- Puedes hacer ya una tirada de Psinisciencia a +30.

TODOS:

- En cuanto el intensísimo calor del aterrizaje de la lanzadera se disipa un poco y la tremebunda humareda ardiente comienza a despejarse, comenzáis a ver formas que descienden de la lanzadera.

- Entonces, veis que las figuras se ponen alerta y preparan sus armas... ¡Os han visto!

Eisengaard no entendía nada. Hacía unos instantes se encontraba con su Equipo a punto de llegar al punto de aterrizaje de la lanzadera, y ahora el mundo daba vueltas y sólo veía el contaminado cielo del planeta lleno de nubarrones marrones.
Tardó un rato en darse cuenta de que estaba tumbado mirando hacia arriba.
Al menos podía respirar. El casco, al contrario de lo que podría parecer, no le ahogaba, más bien le ayudaba a respirar. En cualquier caso él era el Inquisidor Eisengaard. Había pasado por mucho, había sufrido cuando era interrogador del anterior Inquisidor y ahora era su deber buscar a los herejes que perturbaban al Imperio.
No dejaría que una mísera explosión le detuviera.
Recordaba perfectamente haber llegado a la plataforma y haber avanzado tras la figura de Enoch. El resto del equipo se había desplegado y comenzó el fuego cruzado. Aquellos mercenarios no durarían mucho. A Eisengaard le preocupaban más las figuras que transportaban la vaina, y el hecho de que su psíquica Ferris se hubiera quedado bloqueada al inicio del combate.
Se había agachado tras una cobertura junto al Arbitrador, y antes de que Enoch se lanzara al combate, Eisengaard trató de disparar a uno de los mercenarios. Un tiro certero, como estaba acostumbrado. Pero su primitiva arma no era suficiente para atravesar ese blindaje. Tendría que abrir al mercenario como a un melón. Llevó sus manos a la espalda donde solía descansar su enorme martillo de Inquisidor pero lamentablemente no estaba ahí. ¿Por qué no estaba ahí? No recordaba haberlo olvidado en la base... Pero no tenía tiempo que perder. Los disparos seguían sonando, Enoch había dejado aturdido a uno de los mercenarios y se estaba preparando para rematarlo. Eisengaard no vaciló. Los Inquisidores no vacilan. Cargó a por el otro mercenario con todas las opciones del resultado del combate ya calculadas en su cabeza. Le incrustaría la culata de su arma en la frente y adiós al mercenario.
Pero entonces sucedió el infierno. Un ruido y una explosión. Y ahí se encontraba de nuevo.
Se llevó una mano a la cabeza intentando despejar su aturdimiento. Notó el sabor de la sangre en la boca pero nada de eso iba a detenerle. Y despacio, trató de incorporarse mientras observaba los alrededores para hacerse una mejor idea de la situación.

Caradoc sabía que la quietud de esos cuatro, y esa extraña vaina de aspecto siniestro, eran malas noticias. Desgraciadamente los contrabandistas les habían descubierto y vencerles les había hecho perder un tiempo precioso. 

Si tan solo mi puntería hubiera sido mejor, se lamentó para sí. 

Había seguido a su inquisidor, y había disparado a los enemigos lo mejor que había sabido. Desgraciadamente el fuego cruzado no les había sido lo suficientemente favorable. Había percibido que la psíquica sufría importantes heridas, aunque se mantenía en pie. Sus disparos no habían sido buenos al principio. Sólo al final había acertado a uno de los contrabandistas, pero ya al poco, la lanzadera había estallado en mil pedazos hiriendo a Enoch y al inquisidor. Parecía, sin embargo, no estar heridos de gravedad. 

La vaina empezaba a abrirse. Los psíquicos no estaban y al parecer, tecnosacerdote y sus servidores se acercaban. El táctico trató de observar lo que ocurría para poder actuar en consecuencia. 

Cuando la humareda de las toberas de la lanzadera se posó, el Inquisidor y su equipo pudieron observar con más detenimiento la plataforma Tertius-9. La vieja nave había aterrizado lanzando una espesa nube de gases que olían a combustible quemado y a ozono. Una de las escotillas ya se había abierto y un pelotón de mercenarios ya se hallaban frente a ella, vigilando en formación mientras otros cuatro hombres de aspecto desastrado bajaban por la rampa una especie de vaina de estasis. No hubo tiempo para hablar de tácticas, pues al instante siguiente los soldados del Gremio Sable ya empezaron a vomitar su fuego contra el equipo. Les habían detectado.

El Sastre corrió hacia la base de la plataforma, desenfundando torpemente la dorada autopistola que empuñara días atrás el Desollador. Su peso era alarmantemente incómodo, o eso es lo que sintió el quirurgo al alzar el arma en dirección a sus atacantes. Las ráfagas láser silbaban siseantes sobre su cabeza, tanto desde la plataforma como desde su espalda. Uno de los haces de energía impactó en el brazo de un contrabandista, fundiendo la carne y el hueso como mantequilla caliente. El quirurgo sintió un escalofrío de pavor ante tan horrenda imagen, vacilando en el momento en que tenía a uno de los enemigos a tiro. Las manos le temblaban. Con esfuerzo consiguió apretar el gatillo, pero la bala se perdió en la lejanía, sin impactar en nada ni en nadie. ¡Nunca les acertaré!¡Vamos a morir!

El alarido de dolor de Liri, pocos metros a su espalda, le arrancó de su ataque de pánico. Esto era una lucha a muerte. O ellos o nosotros... El Sastre decidió salir de su escondrijo, consciente de que si no hacía algo, sus compañeros caerían y él detras de ellos. Con la autopistola bien agarrada y su bastón en la otra mano, el medicae se aupó sobre la plataforma y siguió los pasos del Inquisidor, manteniéndose lo más cerca de su acorazado cuerpo.

Entones estalló la lanzadera.

La fuerza de la onda expansiva hizo trastabillar al acólito, pero la peor parte del impacto fue amortiguado por los cuerpos del Inquisidor Eisengaard y del arbitrador Enoch, que se hallaban justo delante del Sastre. Después de pasar unos segundos tosiendo, doblado sobre su abdomen, el quirurgo pudo alzar la mirada para contemplar el resultado de la explosión.

Finalmente, habían dado con aquellos tipejos... Pero lo habían hecho sin tiempo. Ya estaban allí, y ya estaban descargando lo que fuera que habían traído en la lanzadera. Y, para colmo de males, además les habían visto. Ambos bandos empezaron a abrir fuego, y el iniciado, con el cañón de mano que había obtenido recientemente, se unió al intercambio de disparos. Aunque la puntería no era su virtud, consiguió atinar dos disparos a uno de los mercenarios, aunque ambos causaron poco daño, uno de ellos debido a la maldita grúa que se interponía entre ambos. 

Fueron avanzando, con intención de detener lo que estuvieran haciendo. Más disparos volaban, hasta que de repente la lanzadera estalló. Vio como el arbitrador y el inquisidor volaban, y fue lo último que vio pues tuvo que taparse los ojos con uno de sus brazos para cubrirlos del polvo y la ceniza arrastrados por la onda expansiva. 

El mundo es una bola de fuego que crece y se expande. El calor terrible traspasa mi armadura, hendiendo mi carne en las zonas heridas por las descargas de los láseres del corrupto mercenario. El estruendo ahoga mi grito de dolor. Pronto esto será un hervidero de autoridades pero mis ojos no pueden apartarse de la vaina. Soy vagamente consciente de que mis compañeros han sido alcanzados de lleno y pueden incluso estar muertos. Pero no me importa.

Aún siento en mí la maldad que puebla la lanzadera incluso tras el fuego purificador. Tiene sustancia propia, se arremolina en mi paladar, en mis fosas nasales, me ahoga y trata de arrastrarme. Lo sé, sé que está ahí, lo he sentido desde que mis sentidos se acercaron y rozaron. Los brujos están muertos pero la maldad sigue ahí.

Los ramalazos de dolor que acompañan a cada respiración son el ancla que me mantiene en la realidad. Pero el Emperador no desea que sus hijos, los que vivimos y tomamos forma en Él sean mancillados. Nuevamente su poder se ha hecho sentir en este putrefacto y lejano lugar. Nuevamente uno de sus enemigos ha caído fulminado por Su Ira. Soy parte de Él y por Él debo destruir la maldad que emana aún de la vaina.

Después de desplazarnos rápidamente, habíamos llegado a la lanzadera justo cuando aterrizaba. Desgraciadamente sin tiempo de tomar posiciones y tenderles una econsiguiendo, en condiciones, tuvimos que enfrentarlos directamente, haciendo que todo fuese demasiado ruidoso y lento. Pero al parecer todo daba igual, un grupo de adeptos mechanicus dirigidos por un tecnosacerdote estaban presentes y nosotros tuvimos que responder al ataque de los contrabandista que habían descendido.

El humo y una gran grúa, me dificultaban la visión, pero viendo que eramos en apariencia mas, me dispuse a eliminar a los herejes con una ráfaga de mi fusil. Desgraciadamente mis balas fallaron, pero por bendición del Dios, ningún ataque fue dirigido a mí. Empecé a disparar a la escoria que tenía delante, viendo como al final fue la acólita Ferris, quién lo frió con su arma.

El sastre entró en parte de mi campo de tiró, pero gracias a su suerte o un favor de arriba, mis disparos consiguieron alcanzar al contrabandista en el brazo, consiguiendo en la siguiente ráfaga, un disparo que en principio parecía ir directo al fracaso, penetrara la grúa y le seccionara la pierna al maldito hereje. Intenté ver la situación y la localización de los adeptus mechanicus, pero ya fuera por el humo o los obstáculos, me fue del todo imposible.

Lo siguiente que vi fue la gran explosión, que al parecer arrasó con el resto de los contrabandista y a mí compañera herida a mi lado. El olor y la furia de la explosión captaban mis ojos, recuerdos de épocas pasadas albergaban mis pensamientos y una mueca surgió. No sabía si mis compañeros y el inquisidor estaban a salvo, aunque después de unos segundos me di cuenta de que todos estábamos al menos vivos, alabada sea la gloria del Dios.

PSÍQUICA FERRIS:

- Al morir los cuatro psíquicos y romperse la vaina de estasis sientes que se libera un poder absolutamente terrible e increíblemente maligno.

- Al abrirse la vaina de estasis algo emerge de ella y se eleva en el aire flotando de un modo antinatural. A primera vista tiene la forma de una figura alargada más o menos humanoide, pero se retuerce y se dobla de formas antinaturales conforme flota sobre el suelo. Sus uñas son largas garras que parecen rasgar la realidad y sus ojos son terribles pozos de luz disforme.

El cuerpo de la criatura muestra largas tiras de tela ritual y cadenas, además de extraños artefactos unidos por las cadenas a su carne.