Partida Rol por web

Innos se adelantó unos pasos hasta la altura del caballero rubí. Entonces de forma disimulada le agarró de la capa tiró de ésta llamando la atención del bueno de Alois el inseparable compañero de Haldir alzó las cejas y miró a Innos.

- Reconozca, Sir Alois, que es raro de cojones... - Le dijo entre dientes.

Sir Alois frunció el ceño y clavó su mirada inquisidora sobre el pastor. Parecía que su cerebro empezaba a carburar. Dio un paso atrás cediendo la iniciativa a Niren y a Haldir, pues parecía que estaban haciendo las preguntas correctas.

- Es evidente pues, que ustedes no son simples curiosos que por azares del destino han posado su culo en este islote y también lo esque, que yo no soy un simple pastor. - Afirmó aquel hombre. - Lo que no sé, es cuales son sus intenciones, pero por muy loables que sean, me temo que nono deberian permanecer mucho masmás tiempo aquí. Supongo que han venido en un bote. ¿Verdad?

Haldir miró al pastor como si fuera rematadamente estúpido.

—No, hemos venido caminando por el fondo del océano. Excepto ella, que ha venido volando agitando los pies —dijo, señalando a Niren—. Y ahora, amigo, dinos quién eres y qué haces aquí o no vas a tener océano para huir. 

- No me vas a amedrentar. - Respondió el pastor. - No sirve de nada amenazar con la muerte a alguien que ha consagrado su vida a un propósito más elevado que su propia existencia. Y ahora, si quieres respuestas, responde. ¿A qué se debe su visita? 

Haldir puso los ojos en blanco y se giró directamente a la elfa.

—Liadrel, este imbécil con nulo instinto de supervivencia debe ser amigo tuyo. ¿Por qué no hablas con él?

Liadrel asintió con la cabeza y dio un paso adelante. No es que ella fuera un miembro importante de la orden de los Siervos de Ella, de hecho pertenecía a una de los estratos más bajos de la misma, tanto que no se le consideraba un miembro de pleno derecho, pero aún así, conocía ciertas cosas y con ellas podría tratar de convencer a aquel hombre de que su presencia allí era necesaria.

- Mi nombre es Liadrel Rethrir. - Dijo al fin. - Soy una Guardiana del Secreto. - Afirmó con rotundidad y entonces se desabrochó varios botones de la camisa y desató las correas de su cota de mallas para mostrarle a aquel hombre el pecho. Cerca del corazón se encontraba aquel tatuaje, una especie de dragón retorcido, que Niren había localizado tras el combate. - Tenemos importante información que compartir con la orden. 

La apariencia de aquel pastor cambió por completo justo en ese momento. Dejó de parecer un humano, para asemejarse más bien a un reptil. Su piel cambió por escamas y su color paso de rosado a verde. Sus ojos eran ahora amarillentos, como los de una serpiente, pero mostraban inteligencia. 

- Una Guardiana del Secreto... - Afirmó con la cabeza mientras contemplaba a aquel extraño y variopinto grupo de visitantes. - Si estáis aquí, supongo que ellos también conocen lo que este islote guarda y las terribles consecuencias de que alguien optara por utilizarlo. 

Liadrel asintió. No dijo nada, pues parecía atónita ante la majestuosidad que aquel ser transmitía. 

- Bien, Liadrel... - Habló de nuevo. - No es a mi a quien corresponde analizar la importancia del mensaje que has venido a transmitir, pero si el impedir el acceso a las ruinas a toda persona ajena. ¿Quienes son ellos? - Preguntó entonces. - ¿Y porqué están aquí?

Liadrel miró entoces a Sir Haldir, Sir Alois, Niren y tamibén a Innos. Tomó aire. Ella misma se había opuesto a que esas gentes pudieran conocer nada sobre lo que en aquel lugar se escondía, pero le habían demostrado que podía confiar en ellos.

- Son buena gente. - Respondió la elfa. - Gente de fiar. Gente que me ha ayudado a llegar hasta aquí y gente que puede mantener el secreto a salvo. - No se extendió demasiado.

Sin embargo, aquellas palabras no parecieron convencer a aquel ser. El reptiliano miró a aquellas personas y sin decir nada, les invitó a que fueran ellos ahora los que hablaran. Necesitaba oír de su boca un solo motivo por el que no destruirles y permitirles acceder al siguiente nivel de conocimiento.

Haldir devolvió la mirada al lagarto, como necesitara oír de su boca un solo motivo por el que no destruirle y acceder más rápidamente al siguiente nivel de conocimiento.

—¿Y bien? Venimos a cargarnos al tío que quiere encontrar tu caja apocalíptica de mierda y hacerlo picadillo —le espetó Sir Haldir—. ¿Vas a ayudar de una vez, o te vas a quedar a quedar ahí asoleándote un rato mientras regulas la temperatura de tu sangre o lo que sea que hacéis los reptiles?

A decir verdad, a Haldir no le gustaban mucho los hombres lagarto. Desconfiaba de una raza que se sintiera atraído por una hembra que careciera de mamas. 

- Mi nombre es Yāōtl-ha. - Desveló aquel ser reptiliano. - Puedo regular mi temperatura, sin necesidad de que un astro solar me aporte su calor, gracias. - Dijo sin un ápice de sorna. - Os agradecemos vuestra ayuda, intrépidos viajeros. Decidme vuestros nombres. - Les pidió. - Luego os mostraré el arca...

- Pues al final no era un past... - No acabó la frase. 

Sir Alois se mostraba contrariado. De nuevo se había visto superado por la apariencia de la gente y por confiar en la buena voluntad de ésta para no engañar a nadie. El disfraz que había utilizado, producto de la magia evidentemente, le había convencido por completo de que se trataba de un simple pastor, pero ahora que veía el verdadero aspecto de aquel ser. Estaba realmente estremecido. 

- Sir Alois. - Dijo entonces el caballero. - Caballero de la Orden Rubí. Miembro del Despacho para la Integridad Mágica de la Real Cofradía de Magia y Hechicería de Bythuador.

- ¡Phsst! - Innos llamó la atención del caballero. - Te ha pedido tu nombre, no hace falta que le digas la talla de zapato que usas. 

El enano se adelantó unos pasos y se plantó frente al ser verde y reptiloide.

- Innos Tharan. - Respondió él de forma mucho más escueta.

Entonces su anfitrión en aquel islote miró a Niren y a Sir Haldir de forma alternativa. Esperaba una respuesta por su parte, pero también una muestra de buena voluntad. Bastaría que rebajaran ese tono de superioridad que llevaban. Sobre todo el hombre de la barba de cabra.

—Espera, ¿ha dicho que somos buena gente sin gruñir?—Niren ignoró todo lo demás para hacer aquella anecdótica pregunta sobre la afirmación de Liadrel, se pellizcó un brazo mirando el resultado con el gesto concentrado de quien comprueba algo y tras unos segundos de silencio se volvió repentinamente hacia Haldir y lo agarró por los hombros con los ojos como platos—. ¡HA DICHO QUE SOMOS BUENA GENTE SIN GRUÑIR!

Al segundo siguiente lo soltó y volvió a recuperar la postura ociosa como si nada raro hubiera sucedido.

—Niren... —respondió. Hizo una pausa, aunque terminó por encogerse de hombros—. Niren a secas.

En otras circunstancias no le habría dado su verdadero nombre de pila a aquel tipo, pero si no lo hacía seguramente el idiota de Alois lo soltaría en voz alta, como hacía con todo lo que se le pasaba por la cabeza. De hecho ya lo había hecho antes.

A la tiefling no parecía perturbarla el aspecto de aquel ser reptiliano. Claro que, por otra parte, era algo que podía entenderse como normal viniendo de alguien que tiene cola y cuernos de demonio.

—Buena gente e intrépidos viajeros —enfatizó Haldir a Niren, alzando un dedo—. Es la segunda situación en la que alguien me trata bien desde que he pisado este país y creo que me voy a poner a llorar.

Y no serían lágrimas de lagarto.

La otra persona habría sido el posadero enano. Claro que entonces se habían ocupado de Jonsy utilizando un poderoso hechizo de sanación.

—Yo me llamo Sir Haldir de Iakhesis, Vengador de los Caballeros Rubí.

Removió la tierra con sus botas en un gesto de inquietud. ¿Podían acceder ya al siguiente nivel de conocimiento?

- Gracias por vuestra sinceridad, amigos. - Dijo el ser reptiliano. - Seguidme. - Se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia las ruinas. 

Los cinco extraños le siguieron sin demasiadas dudas, al fin y al cabo, no había mostrado hostilidad alguna y estaban allí para proteger aquel objeto y neutralizar a Rataxes, si es que finalmente daban con él, claro estaba. Cuando se colocaron a la altura de aquel ser, éste comenzó a hablarles de nuevo.

- Ahora que estáis aquí, que os he revelado mi verdadera apariencia y que sabéis más de lo que deberíais, el consejo de sabios determinará si podéis marcharos o no. - Dijo aquello con tranquilidad, sin cambiar el tono de voz. No parecía una amenaza, pero su contenido si lo parecía. - Pero estad tranquilos. Si sois tan sinceros, estoy casi seguro de que podréis marcharos libremente.

Justo al decir aquellas palabras, se adentraron en las ruinas del islote. Se trataba de un montón de piedras antiguas, posiblemente pertenecientes a un antiguo templo derruido por el paso del tiempo. Había algunas inscripciones en las paredes, pero estaban bastante deterioradas. Grandes columnas aguantaban el cielo, pues el techo había cedido muchos siglos atrás y algunas de éstas columnas estaban tumbadas, fracturadas y medio enterradas en la tierra. Algunas paredes aguantaban todavía en pie, delimitando lo que otrora fueran las estancias del templo, ahora invadidas por la tierra y los arbustos.

Yāōtl-ha se detuvo entonces ante una de aquellas paredes. En ella estaba representada una imagen. Se trataba de una especie de hombre con cabeza de halcón, el cual vestía con una túnica y portaba un cetro. El reptiliano alargó uno de sus brazos, bastante más largo de lo que aparentaba y tocó sobre lo que parecía la hebilla del cinturón de aquel ser híbrido representado en la roca.

La pared empezó a ceder con un ruido mecánico desvelando una pequeña estancia tras la misma. El lugar que se encontraba del otro lado era realmente extraño. Se trataba de un recinto de pocos metros cuadrados, máximo dos metros por dos metros. Pero eso no era lo más extraño, sino que aquella habitación estaba construida en su interior, completamente de metal resplandeciente. El reptiliano se adentró en la misma, miró a sus invitados y les hizo un gesto invitándoles a pasar a aquella claustrofóbica habitación.

Sir Haldir murmuró una plegaria que revelaba auras mágicas en cuanto el lagarto les dio la espalda. Ahí estaba, un aura mágica rodeaba al falso pastor aunque por suerte (para él) no era un aura de ilusión sino una de abjuración. Si hubiera sido un tejido ilusorio, lo había enviado escaleras abajo de una patada de forma instantánea.

—¡Eh, eh, eh! ¡No vamos a meternos ahí! —se negó Haldir—. Hemos venido a ayudar matando a aquellos que quieren encontrar la caja, pero gestionar su custodia es cosa tuya y de los de tu orden, Yāōtl-ha.

Si es que eres realmente quien dices ser.

- Entonces puedes quedarte en el islote y esperar a que aquellos que quieren encontrar la caja, vengan a buscarla. - Respondió el reptiliano. - O si quieres, puedes venir conmigo y ayudarme a buscar a esos que quieren encontrar la caja. - Dijo de forma amable.

- Creo que deberíamos ir con él. - Intervino entonces quien solía tomar las peores decisiones del mundo. - Me fío de esa criatura. No parece que quiera nada malo para nosotros. - Y realmente, a Sir Alois le mataba la curiosidad de lo que aquel ser reptiliano podía mostrarles en el interior de aquella caja de metal.

A decir verdad, era extraño que allí dentro pudiera enseñarles, algo pues el recinto era realmente muy pequeño, aunque podía ser que al entrar en aquel sitio, descubrieran que había otra puerta a otro lugar que desde fuera no podía verse o quien sabe que otro misterio podía encerrar. Lo cierto era que Sir Alois estaba convencido de que si accedía a entrar en aquella caja, no iban a permanecer mucho tiempo estrechos.

- Yo me fié de vosotros. - Dijo entonces Liadrel. - Fiaros ahora de él. - Les pidió la elfa.

Liadrel se acercó al reptiliano y ella si entró en la caja. Se plantó frente a sus compañeros y les miró esperando una respuesta por su parte.