Partida Rol por web

Protegido por unos altos muro de piedra negra recubiertos de unas bellas a la par que peligrosas enredaderas de metal cubiertas de afiladas espinas, el gran coto de Gabriel aparece a la vista con sus grandes puertas de diamantina pulida abiertas mientras emiten destellos reflejando la luz del falso sol matinal que ilumina la ciudad. Alrededor del borde de las inmensas puertas hay símbolos incrustados con las fases del sol y la luna, y un simple círculo oscuro de una luna nueva sobre el vértice de la puerta. Alrededor de la misma se apiña una multitud de figuras disfrazadas montadas en carruajes o sobre bestias cuadrupedas engalanadas para la ocasión con múltiples piedras preciosas. Alrededor de estas figuras les rodean una multitud aún mayor si cabe de guardaespaldas, mayordomos y escuderos portando símbolos y emblemas en un caleidoscopio de libreas heráldicas. Sobre esta multitud, coloridas aves rapaces cuyos ojos han sido sustituidos por implantes cibernéticos, y de las cuales numerosas bandadas se extendían por el cielo profundamente hasta el interior del coto observan a la abarrotada multitud al entrar por la Puerta Lunar.

Los invitados atraviesan el umbral con rapidez, organizados y vigilados por un grupo de una docena de centinelas dorados que custodiaban las puertas, apoyados por dos arcáicos servidores militares que sirven de disuasión ante cualquier posible conflicto, además de una pareja de funcionarios vestidos totalmente de negro encargados de comprobar la autenticidad de las invitaciones.

Pronto llegó el turno a los acólitos. Como era de esperar, la invitación de Lady Melua les permitió un acceso sin incidentes. Una vez en el interior, quedó claro que los jardines de la ciudad de Xicarph, aunque delicados y elegantes eran una mera imitación de lo que contenían los muros de la que fuera el hogar de Gabriel Haarlock. De formas y frondosidad imposibles, daba la impresión de que el propósito de aquellos jardines exteriores fuera demostrar la belleza y el poder indomable de la naturaleza sometidas a una voluntad que la ordenase cómo y donde debía crecer, abriendo lo que casi parecía un camino natural hacia la mansión.

Se trataba de un recorrido largo, tal vez más de un kilómetro que recorrer a pie antes de poder distinguir entre los árboles la forma del gran castillo que era la mansión del coto. Por suerte a tramos regulares había unos sobrios mapas que indicaban la distribución general de la zona y la distancia que separaba a los acólitos de la mansión, aunque sin incidir en grandes detalles. A pesar de todo la campana ya indicaba que había pasado la segunda hora para cuando alcanzasteis los terrenos interiores.

La mansión era un edificio gigantesco digno de los jardines que la rodeaban, de tres plantas circulares, adornada con telas aún coloridas a pesar del polvo y la antigüedad y de estatuas metálicas de los santos del imperio que habían perdido el lustre y le daban el aspecto de una mansión abandonada y encantada; y situada directamente bajo el centro de la cúpula de la ciudad donde se prometía que la visión del eclipse sería espléndida. Casi todos los invitados se dirigían al interior de la mansión cuchicheando entre ellos, algunos presumiendo de guardaespaldas, negocios familiares, u otra multitud de temas que eran diversión común para los nobles, mientras que unos pocos admiraban el claro adornado de flores inmediatamente fuera de la mansión o se adentraban por caminos menores situados entre los árboles en pequeños grupos que no ocultaban unas risas de diversión y complicidad o mostrando en sus rostros un profundo interés y curiosidad por el resto de los terrenos de la mansión.

Como toda aquella ciudad, el Coto apestaba a decadencia, y los visitantes se le hacían odiosos a Arcturus. Asumió en silencio su papel como acompañante de Lady Melua, observando con aprensión las escoltas de otros visitantes; por nada del mundo le gustaría tener que medir su capacidad ofensiva con ellos. La frondosa flora resultaba todavía más inquietante para el tecnoscerdote, procedente de un mundo donde donde las plantas brillaban por su ausencia; le parecía estar siendo engullido por una especie de enorme serpiente vegetal. Se mantuvo en silencio cerca de los demás acólitos, cerrando la marcha como solía en aquellos últimos días de pesadilla. Parecía sumido en pensamientos oscuros.

La vista de la enorme mansión lo calmó un poco. Supuso que el académico al que en realidad escoltaban querría entrar allí a investigar, pero decidió preguntar con voz queda, casi en un susurro:

-Usted dirá por dónde quiere empezar, señor Dexter. Me reitero en mi disposición para colaborar con usted si lo considera pertinente.

Miraba atento cualquier rastro de presencia enemiga en la zona. Temía especialmente a los mutantes de Hayte, ahora que había sentido en sus carnes el siniestro poder que ejercían sobre la disformidad. También bucaba ansioso un cogitador de datos desde el que poder extraer cualquier información relativa al lugar en el que se hallaban.

El psíquico miró a su alrededor mientra iba unos pasos por detrás de la noble buscando algún signo de sus enemigos o de peligro. Sus ropas eran más cómodas y que estuvieran más limpias que los sucios restos de tela con os que había salido de los pozos de lucha las hacían aún más cómodas. Se había decantado por una gabardina de sintepiel de color crudo con unos pantalones a juego y camisa. Su rostro iba cubierto por una máscara grotesca que hacía una mueca derivada de una sonrisa. 

Al escuchar las palabras de Arcturus quedó a la espera de la respuesta por parte del sabio. Aunque de repente le asaltó una duda que no puedo evitar expresar.

-Lady Melua, ¿quién le envío esta invitación y con que excusa? Según nos ha dicho usted es ajena al planeta. 

-Lady Melua, ¿quién le envío esta invitación y con que excusa?

Las palabras del psíquico hicieron detenerse en seco a Arcturus. Lo miró de reojo, preocupado. Tenía razón; ¿qué pintaba allí un vástago de los Haarlock con invitación para meterse en la boca del lobo?

Isolda había decidido guardarse el comentario sobre que si el Viudo los encontraba separados o unidos iban a hacer exactamente lo mismo, morir. Recordó lo que había hecho con los enmascarados y no pudo evitar murmurar de nuevo una ristra de oraciones para poder sentirse más fuerte. Aceptó unas ropas que fueran algo más dignas de un guardaespaldas que las que llevaba hasta ese momento, de aspecto militar y cómodas para vestir. Mantenía sus armas a mano y miraba para todos los lados en busca de lo que pudiera necesitar.

-Me parece que tendríamos que averiguar antes donde se supone que tenemos que ir para hacernos con lo que necesite nuestro amigo -señaló con la cabeza al Académico mientras inspiraba profundamente- tenemos que ir poco a poco y paso a paso, no podemos hacer que todos los guardias se nos echen encima y nos obliguen a irnos.

El arbites abría la marcha, incómodo a pesar de los amplios ropajes, que no evitaban que siguiera cubierto con el armazón de tiras de cuero y hebillas. Nada deseaba más que poder abandonar aquel odioso planeta, ducharse y quemar aquella ropa inmunda.

- Iremos al edificio central. A partir de ahi veremos qué hacer.

A ambos lados se abría una extensa vegetación. Sin indicaciones, sin un propósito claro los acólitos inquisitoriales podían vagar entre árboles durante horas. Un tiempo, que al parecer, no tenían.

- Manteneos juntos, alerta. Puede que el ambiente sea el de una merienda campestre de la nobleza, pero nuestros... "conocidos" podrían aparecer en cualquier momento y sabemos que la presencia de inocentes o de testigos, no les molestan en absoluto. Con ojo profesional el arbites evaluaba los bordes del camino y a aquellos grupos que les iban adelantando o a los que superaban. Medidas de seguridad, dispositivos de grabación e incluso robots de Lady Araña, el arbites, como siempre sospechaba de todo y de todos. Tener a lady Meula a su espalda tampoco le agradaba, por fácil que hubiera sido el acceso al recinto gracias a ella.

Artemius: Lady Melua, ¿quién le envío esta invitación y con que excusa? Según nos ha dicho usted es ajena al planeta.

Aquella pregunta oportuna aunque tardía levantó ciertas sospechas entre los acólitos, pero antes de contestar la expresión de Lady Melua no reveló más que un levísimo desconcierto. - Nadie me la envió, pagué por ella; utilicé todos los recursos a mi alcance para encontrar a mi hermano. Cuando algunos rumores y un vidente del sector me dieron una pista de que podría encontrarse aquí compré un pasaje con acceso a toda la ciudad. -

Arcturus: Usted dirá por dónde quiere empezar, señor Dexter.
Hieronymus: Iremos al edificio central. A partir de ahi veremos qué hacer.

El académico no había llegado a contestar al tecnosacerdote antes de que decidieran por él, pero asintió satisfecho. - La poca información sobre los Haarlock de la capilla hablaba de que guardaban sus propios secretos. Yo buscaría su biblioteca privada, o un plano detallado de la zona si cabe la posibilidad de que esta no se encuentre en la mansión. -

Los pasos del grupo se dirigieron a la mansión, ahí una discreta tropa de adeptos y mayordomos estratégicamente repartidos por los alrededores servía al mismo tiempo de guías, sirvientes y en resumen para prestar ayuda a los diferentes invitados a los terrenos de la mansión. Les caracterizaban sus vestimentas: uniforme azul celeste con fajas o chalecos carmesí; además de ser los únicos en toda la mansión sin llevar una máscara. De hecho, se apresuraron a ofrecer un puñado de ellas a los acólitos, Septimus y Melua "para no alterar el ambiente festivo de la celebración".

Los sirvientes hicieron una pronunciada reverencia cuando el grupo entró en la mansión. Como se esperaba, toda la construcción denotaba poderío en los portones enormes y techos elevados. A pesar del aspecto exterior, el interior de la mansión se había limpiado a conciencia para los invitados, y las paredes casi relucían con estandartes, tapices, trofeos de caza, cuadros de paisajes casi a escala real, e hileras y más hileras de vitrinas con reliquias diversas custodiadas por armaduras feudales huecas. Los invitados exploraban ese salón a placer, deleitándose con los adornos y las reliquias (los sirvientes de azúl no parecían poner pegas a que algunos nobles levantasen las reliquias para examinarlas, siempre que las devolvieran a su lugar) o simplemente descansando en bancos y divanes repartidos por todas partes, casi siempre en grupo discutiendo animadamente.

Nervioso por el suceso anterior con los mutantes Arcturus miraba en todas direcciones convencido de ser atacado en cualquier momento, aunque sus temores parecían ser infundados, ya que todos los invitados parecían inofensivos y estar disfrutando inocentemente de los divertimentos de la celebración. Incómodo e incapaz de procesar las emociones humanas como el resto de los invitados, su mirada pasó distraidamente de un objeto a otro, hasta que unos gruesos trazos hacia el techo le llamaron la atención.

Allí, sobre las cabezas de los invitados, había una representación gigantesca que cubría toda la bóveda del salón. Representando una gigantesca nave estelar con la heráldica de la Araña Dorada de los Haarlock alejándose de un mundo moribundo a la luz de una imponente estrella negra. Unos indescifrables símbolos bordeaban toda la extensión del marco de la pintura, pero en el centro, en el universalmente comprensible idioma del imperio rezaba el título: "La Muerte del planeta Tanis"

En tu incesante examinar de los rostros de los invitados, descubres rápidamente 3 figuras que te llaman la atención:

La primera es un noble de baja altura y aspecto anciano; algo raro, ya que los nobles tienen acceso a tratamientos rejuvenecedores que aunque tienen sus límites a la hora de alargar la vida, logran que el cuerpo aparente una juventud permanente. El segundo rasgo característico del anciano es que ha ignorado totalmente a los sirvientes y sostiene su máscara en la mano en lugar de llevarla puesta. Aparenta cansancio y aburrimiento, y aunque entabla conversación con los otros invitados, nadie parece querer mantener su compañía por mucho tiempo. Arrastrando los pies, se dirige por el pasillo central, el más grande de todos, acompañado solamente por un adepto escriba y ningún guardaespaldas armado.

El segundo es un hombre de aspecto rudo que da la impresión de haber venido preparado para una batalla en lugar de a una celebración. De mandíbula cuadrada y ropas elegantes de corte militar, el noble va acompañado por nada menos que séis acompañantes armados, todos con el emblema bien visible de Armetálica, una ciudad famosa por sus forjas y armerías. En su caso son otros invitados los que acuden, aunque cautelosamente, a intentar entablar una conversación con él, pero sus modos rudos y su voz autoritaria parecen espantar a la mayoría. Ese noble permanecía en la sala, admirando sobre todo las armaduras feudales y los tapices que representaban escenas de batalla.

El último, aunque no menos importante, es una figura que aunque sabías que podía encontrarse allí te llamó igualmente la atención. Semioculta entre las multitudes de nobles, casi como un sirviente privado más, había una figura envuelta en túnicas negras y máscara de pico afilado, idéntica a los sirvientes de Garza que habíais enfrentado hacía pocas horas. No sabías si él os había visto y reconocido, pero a los pocos segundos se dio la vuelta y avanzó en dirección a un pasillo lateral poco transitado, calmadamente pero a buen ritmo. Dentro de poco desaparecería totalmente por el pasillo y le perderías la pista.

Bueno, al fin nos habíamos metido en la boca del lobo, todo cuanto veía a mi alrededor era decadencia, todo aquello necesitaba de una purga, pero por desgracia nosotros poco o nada podíamos hacer, eso me ponía de muy mal humor, con cara de pocos amigo escrutinio a la gente que por allí pasaba intentando encontrar alguna amenaza a la vez que controlo las distintas salidas de la sala, el tiempo apremiaba y teníamos que encontrar la biblioteca de la que hablaba el Académico.

La sala central de la mansión era realmente esplendorosa. Repleta de enmascarados como estaba, resultaba algo inquietante, pero sin duda sofisticado. Arcturus se sentía atraído por las reliquias, y le hubiera gustado poder vagabundear tranquilamente por la sala a solas durante un tiempo indeterminado, descifrando el pasado de cada uno de aquellos objetos.

No obstante, se quedó largo rato mirando el techo abovedado de la sala. Le pareció interesante, signficativo; si algo había aprendido de los Haarlock es que no hacían las cosas a tontas y a locas, pero le faltaba sabiduría para alcanzar los recovecos de las intenciones del artista que lo realizo y de los mecenas que lo pagaron. Al final terminó señalando discretamente con el dedo hacia arriba, mientras preguntaba a los demás: -¿Se han fijado en eso? ¿Les dice algo?

Allí, sobre las cabezas de los invitados, había una representación gigantesca que cubría toda la bóveda del salón. Representando una gigantesca nave estelar con la heráldica de la Araña Dorada de los Haarlock alejándose de un mundo moribundo a la luz de una imponente estrella negra. Unos indescifrables símbolos bordeaban toda la extensión del marco de la pintura, pero en el centro, en el universalmente comprensible idioma del imperio rezaba el título: "La Muerte del planeta Tanis"

El arbites recogió la máscara que le ofrecía uno de los sirvientes - que oportuno - murmuró. Si alguien quería pasar desapercibido u ocultar su deformidad o la marca del Caos... aquella "casualidad" resultaba de lo más favorable.

El sabio había solicitado acceder a la biblioteca y aquellos sirvientes poco parecían hacer para evitar que los invitados vagabundearan, más bien parecía que se alentaba a ello. Contempló un momento la estructura que había señalado Arcturus pero no vio nada que le llamara la atención* y se volvió en busca de un mayordomo.

- Entiendo que el resto de la mansión es asi mismo visitable ¿no es así? - preguntó a uno de los sirvientes empleando un tono que habría enorgullecido a la instructora de la Schola.

- ¿Podría indicarnos dónde se encuentra la biblioteca? - preguntaría si la respuesta era favorable.

Aquel tono de edulcorada nobleza, riqueza y educación no hacían olvidar al arbites que se encontraban rodeados de herejes, sectarios y un notable número de guardaespaldas procedentes de cien casas distintas. Quizás hasta Magyar el cazador se encontrara allí.

Isolda entró con paso firme en la sala y casi dio un golpe por reflejo a uno de los sirvientes que les ofreció una máscara antes de darse cuenta de que eran los únicos que no la llevaban puesta, así que la cogió y se la puso para intentar pasar lo más desapercibida posible, aunque eso ya era tarde.

El Viejales volvía a imponer su criterio sin escuchar opiniones y el académico o cedía o iba a decir lo mismo, por lo que se encaminó con el grupo mirando a todos lados hasta que, de pronto, los vio. 

-Eh -dijo a todos haciendo un gesto hacia un noble anciano, que parecía renegar de todos los posibles tratamientos para mantenerse atemporal, y que llevaba la máscara en la mano. Nadie parecía querer estar mucho tiempo con él- podría soltar algo de información.

Frunció el ceño al ver a un tipo de aspecto rudo y en uniforme militar de gala con una escolta de seis militares armados con el emblema de Armetálica, una ciudad famosa por sus armerías- cuidado con ese.

Entonces se paró en seco y volvió a mirar hacia un lado, como si quisiera asegurarse de lo que acababa de ver. Un hombre en túnicas negras y la máscara de pico afilado de los sirvientes de la Garza que habían atacado el lugar de trabajo del académico.

-Mierda, creo que nos han reconocido. Voy a ver, ¿vienes? -preguntó a Gianna un segunda antes de ponerse en marcha.

El psíquico se debatía entre perseguir al hereje o vigilar a Dexter y Melua. Finalmente decidió que se encargaran de el sus compañeros, con más experiencia en la persecución e interrogatorio de los elementos indeseables del Imperio.

-Yo me quedo cuidando de que no les pase nada. Aunque alguien debería quedarse conmigo. Aprisa- terminó apremiando a la Hermana que ya salía detrás del sujeto.

Por su parte y sabiendo que estaban comunicados por los vocotransmisores pequeños, Artemius decidió que sería buena idea buscar esa biblioteca...

Sin apenas tiempo a prepararos tras su aviso, Isolda se alejó todo lo rápidamente que podía sin llamar la atención hacia un pasillo lateral del hall de entrada, seguida casi de inmediato por la inquieta Gianna, ahora solo quedaban tres de los acólitos, junto con el académico y Lady Melua.

Hieronymus: - ¿Podría indicarnos dónde se encuentra la biblioteca? -

La mirada del sirviente pasó por un momento de Hieronymus a Lady Melua, que no andaba lejos, y de nuevo al Arbites, dudoso, pero al instante se recompuso y respondió directamente a quien le había preguntado. - Por su puesto, toda la mansión está a su disposición. Creo que se exactamente lo que buscan. Segundo piso, un despacho magnífico, con una vista espléndida del mecanismo del reloj de acero visto desde arriba. ¿Desean que les acompañe? -

Isolda no había perdido el tiempo, y gracias a eso la pareja de acólitos no perdieron la pista al mutante que se iba alejando por los pasillos. En lugar de entrar en ninguna habitación, simplemente parecía seguir un camino relativamente largo a través de los corredores de la mansión que parecía dirigirse a la parte trasera de la misma, donde los recodos de la casa estaban cada vez más desocupados tanto de invitados como de sirvientes.

Isolda dio la alarma cuando vio a un enmascarado con un aspecto demasiado familiar. La hermana y la soldado Anzerani se ocuparon del asunto de inmediato. Arcturus seguía seducido por la imagen de la bóveda, tanto que apenas prestó atención a las explicaciones que un mayordomo daba a Homron acerca de la ubicación biblioteca.

Se concentró, doblando el cuello al máximo. Aquello debía tener algún significado. Contener, a su manera, algún código encriptado. El tecnosacerdote disfrutaba con la criptología, la revelación de secretos a la vista de todos pero accesibles sólo a unos pocos. Estaba convencido de que allí había algo que aprender si se sabía mirar. Se fijó en cada línea, en cada elemento, en cada detalle de la magnífica representación. Repasó cada línea del texto, a pesar de no comprender la mayoría del mismo, en busca de patrones o señales ocultas a primera vista. Rebuscó afanosamente en su memoria cualquier referencia a Tanis, a estrellas negras y a arañas doradas. Miró y remiró la escena de forma minuciosa, pero también desde una perspectiva general. Hacia tiempo había aprendido que, con frecuencia, la verdad revelada era una composición de pequeñas piezas, pero era su funcionamiento como un todo lo que daba sentido y lógica a su misma existencia.

Tras las palabras de Isolda me voy tras ella sin pensarlo, si la cosa se complicaba iba a necesitar ayuda, miró al grupo antes de seguir sus pasos, estad atentos y manteneos a salvo hasta que volvamos, intentando tomar todas las precauciones posibles intentamos seguir a nuestro objetivo, dejó que Isolda abra la marcha manteniendome unos pasos detrás controlando que nadie nos sorprenda por retaguardia.

Isolda mantenía el ritmo para no perder de vista al enmascarado, aunque algo en ella la hacía sospechar de las posibles intenciones tal vez no se hubiera dado cuenta. 

Solo esperaba que el Viudo no estuviera cerca.

- Toda la mansión está a su disposición - había respondido el mayordomo solícito - ¿Desean que les acompañe? -

- En absoluto - respondió el arbites rapidamente - gracias - se obligó a añadir, manteniendo el tono cortés que había empleado. 

Por el rabillo del ojo vió alejarse a Isolda, seguida dos pasos por detrás por Gianna. Si alguien sabía cuidarse eran aquellas dos. El arbites se dió cuenta de que Plex dudaba, abandonar o no a aquellos dos invitados que debían vigilar y proteger. Arcturus por su parte parecía embobado contemplando los frescos. Aquel hombre-máquina no dejaba de sorprender a Hieronymus... sentido artísitico ¿quién lo hubiera dicho?

El arbites, por su parte echó un vistazo a los guardaespaldas que había señalado Isolda antes de irse y luego al anciano - ¿conoceís a ese hombre? ¿sabeís algo de él?- preguntó a Lady Meula y al Académico.