Partida Rol por web

¡Marchaaaaaaaaaando! -Tadeo, el posadero y marido de Clara, vociferó a un cliente que hacía poco había llegado y estaba hambriento-. ¡Sancho! ¡Vete pa' la cuadra y cierra la puerta bien, no vayan a escaparse las bestias! ¡Voy voy, señor! -le decía a un cliente que esperaba su jarra-.

A pesar de que ya había escuchado la bellísima voz de Mariana antes de esta ocasión, David quedó una vez más prendado de su timbre y dulzura. La historia contada, además, le trajo a la memoria días de mar y velas, días de viento, de tempestad. Y otros días, de años ha, cuando el amor también esperaba en algún puerto.

Por eso, cuando el viejo le preguntó, le encontró absorto, aunque se rehizo prestamente.

-Disculpad mis modales, buen narrador Vallejo. Mi nombre es David ben Isahq, judío como habréis supuesto, marino y algo médico, más lo primero que lo segundo. Y aunque de mares sé relatos que podría contaros, es de ese lupino del que decís, el lobisome, del que me han venido a la cabeza historias que me contaron hace años, en las interminables noches de cubierta, cuando al pardillo más joven quieren asustar los veteranos. 

Le guiñó el ojo a su vez, devolviendo el gesto pícaro y de camaradería.

-Horrores dicen de ellos, bestias demoníacas que aúllan a la luna y facen desgracias a los pobres aldeanos que con ellos se topan...

Y así contó alguna de esas historias que recordaba, yantando y bebiendo, calentándose junto al hogar, y menos quejoso de lo que solía. Cuando acabó se dirigió al que antes había hablado, para preguntarle.

-¿Por qué están intranquilas las gentes de Cardenal, buen vecino? ¿qué perturba sus ánimos?

Mariana se sentó de nuevo, agarró su jarra y dio otro trago. Aquel vino no era el mejor que había probado, tampoco el peor... aunque quien era ella para juzgar de vinos. Mientras calentara el estómago y el alma era suficiente.

Escuchó entonces la historia que David contaba del lobisome. También ella recordaba esos cuentos, leyendas, historias para asustar a los niños antes de ir a dormir y para prevenirlos de no adentrarse en los bosques solos, y mucho menos de noche. No por aquellas criaturas de leyenda. Sino por sus mucho más reales parientes. Los lobos. 

Asintió con gesto grave a las palabras de Don Román, pues prudentemente no pensaba meterse en asuntos de otra Orden; sería de mala educación ser un entrometido, pero no por ello pudo dejar de intentar hacer una gracia, mezclando el asunto que llevaba al Caballero a estas tierras, con lo que se contaba en el animado grupo de al lado...

-Espero que no sea un asunto relacionado con los lobisomes esos... -se acercó en gesto cómplice- Personalmente, no creo en su existencia; más bien será una manada de lobos, y la gente asustada ve cosas que no existen...

Soltó una sonora carcajada; bien era cierto que había participado en batidas para diezmar la población de lobos en su baronía, y conocía de la astucia de los lupinos, pero... ¿lobismes? .... cuentos de viejas....

Echó otro trago, sin querer entrar a averigüar más de un asunto que, claramente, no era suyo; ellos iban de paso, y nada le ataba al Señor de estas tierras, que, bien es cierto, podría pasarse a visitar, pues entre nobles, esas cosas se estilaban, pero... prefería seguir el camino a Portugal, que era el propósito de este viaje.

-Pues sí que es una ventura haber dado con un lugar acogedor como este, con el tiempo que hace... a no mucho faltar, puede que los caminos que van por lo alto queden bloqueados por las nieves, y se tenga que parar todo, como cada año. Los lobos bajarán a buscar comida a la llanura, y el ganado estará en peligro, así como los buenos cristianos.

Ahora su ceño mostraba preocupación... era consciente de la amenaza real de los lobos, esa lacra para las gentes -y rentas- ded bien

Vallejo escuchó atento a las palabras del judío, acerca de algún que otro dato más que apostillaba su historia, y le gustó el saberlo. Después respondió el tipo al que se dirigió David. En la mente de Mariana quedaba los propios lobos, a quien el temor en cualesquier aldea de cualesquier reino hacía temblar, casi siempre, a sus vecinos.

Bueno, no sé, cosas que se cuentan en la aldea de aquí al lado -el tipo no parecía un campesino vecino de Cardenal-. Se oyen muchas cosas en los caminos o bajo éste techo. Buenos cuentos, como los suyos y los del este buen hombre -señalando a Vallejo-. Sin embargo, ninguna prenda soltó el espectador pese a las intenciones de saber del marino David.

Habladurías... -dijo el caballero Román-. No dudo que la gente no haya visto cosas malas en los caminos, pero seguro que son gentes de mal, puesto que ahora cualquier rufián los invade: saqueadores, bandidos y ladrones. Yo mismo enfrenté a uno ha mucho, de camino para acá.

Y entonces apuró su vaso de vino.

20:15 horas.

La noche era ya total hacía poco, y el frio gélido del exterior se colaba en la posada. Sin embargo, la chimenea era grande y podía albergar calor en todos sus clientes. Algunos de ellos se marchaban (los menos, los que tenían casa en Cardenal, y por tanto eran campesinos cuyos hogares caían cerca de La Barquera), y otros más llegaban acuciados por el frío y la nieve que golpeaba fuera. Los posaderos y sus dos camareros seguían yendo de acá para allá; el caballero santiaguista seguía charlando un poco con don Lorién, y Vallejo dejó de contar sus historias de hombres peludos y peligrosos para hablar de anécdotas de la vida con Mariana y David. Éstos supieron que antaño trabajó en diversos oficios: sirviendo, domando bestias, un tiempo como buhonero y también como cazador, pero sus mejores años habían pasado ya.

Una de las veces que se abrió la puerta de la posada, entró por ella un par de tipos altos (uno de cabellos y barba rojiza, como la posadera Clara, otro con los cabellos largos y marrones), ambos vestidos con prendas de abrigo y envueltos en una capa. Nada más hacerlo, se quitaron la capucha que ésta tenía, se sacudieron la nieve y, sin decir nada (sin ni siquiera echar una ojeada a los posaderos), se dirigieron raudos a las escaleras del piso de arriba. En pocos segundos pasaron junto a Lorién y el caballero, y otros tantos clientes más, y se perdieron arriba, en la primera planta.

No supiste si alguien se dio cuenta de ello pero viste que uno de aquellos tipos, al sacudirse las nieves de la capa, ésta se levantó en un repliegue asomó, una fracción de segundo, un cuchillo largo sujeto en la espalda, con el pantalón. Era parecido al de tu compañero David, un bracamante. Tú como bandida sabías que esas armas hacían mucho daño.

¡¡BUAAAAAAAAGGGGGG!! -entonces uno de los tipos vomitó en la mesa-. No estaba bebiendo vino, y ni tan siquiera había probado un par de vasos. Se trataba del tipo, ese tal Gregorio que mencionó la posadera Clara, que estaba apoyado en la mesa, ensimismado y como dolorido. Los que estaban a su lado, atendiendo a su descanso y charla, se apartaron enseguida, fruto del asco de la vomitona. Si no fuera porque reinaba un ambiente tranquilo le hubieran dado lo suyo por las manchas... Mientras tanto, los dos pastores quedáronsele mirando, sin hacer mucho en realidad (más bien expectantes que prácticos).

¡Joder! ¿Qué pasa allí? -preguntó Tadeo, que andaba en la barra preparando bandejas al fondo del comedor, en la cocina-.

Gregorio... Esta vez la ha liado -apostilló el mozo de cuadras y camarero deteniéndose en medio de la gente con una bandeja llena de platos en la mano-.

¡Pobrecillo! ¡Beatriiiiz! -Clara dio una voz, en medio de los clientes, y la joven muchacha, hija suya, salió en su búsqueda-. Ve a arriba a avisar a la curandera, ¡ya! Ese hombre no está sino enfermo.

Voy, madre -y la joven clara, de unos quince años, salió espetada hacia arriba, subiendo de dos en dos los escalones de piedra-.

-Oh, vaya. Si no fuera porque el vino sigue en su copa, pareciera que el pobre hombre pagaba el andar beodo. Ha vaciado las tripas, y sin despertarse. Esperemos que no sean...

Se acercó al tal Gregorio, sólo para observarle más de cerca, y con aire habitual, sin dar muestras de asco, palpó su frente.

-A ver qué dice la curandera...

Miró a los tipos según pasaban , que se dirigían directos escaleras arriba...

-Inquilinos, supongo....

Comentó en voz baja, pues al ir tan directos, era de suponer que conociesen ya el lugar y supiesen a donde ir; además, si los regentes del lugar no decían nada, es que era normal...

... Lo que no era normal... bueno, si.., era la vomitona del vecino; Lorién no era especialmente escrupuloso; había visto cosas peores, y descomido de ese modo más de una vez, en algún banquete, solo para hacer sitio y meter más comida a la tripa...

-Pardiez, que el vecino tiene mala cara; sobre todo si no ha bebido... Quizá sea por el frío, que le haya sentado mal, aunque las gentes de esta terra parecen estar ya hechos a los rigores deste invierno.