Partida Rol por web

Tanto Kylian como Lluvia se mueven en busca del mejor ángulo posible desde el que disparar a la somnolienta hembra de dragón con sus ballestas. Uno tras otro, aciertan al inmóvil blanco pero sus proyectiles rebotan inofensivos contra las duras escamas color zafiro.

También lo intenta Briand, desechando su temible ronca y situándose delante de la que-shu para disparar su arco entre los barrotes de la puerta. Su disparo, mucho más certero que el de sus predecesores, impacta de lleno en el cuello de la bestia y, para vuestro espanto, la flecha es rechazada como si hubiera impactado contra un escudo de acero.

Entretanto, Lowen urge a la sacerdotisa de Zeboim para que abra la puerta. En cuanto ella obedece, él echa a correr y se lanza literalmente al vacío tratando de llegar tan lejos como sus fuertes piernas se lo permiten. El peso de su armadura y los tres metros de caída, tienen un doloroso efecto en sus rodillas pero él aprieta los dientes y sigue adelante para parapetarse tras la columna natural más cercana. Desde allí, apresta su arco y dispara contra el dragón que se despereza. Su flecha sí consigue atravesar las escamas de su pecho y se hunde profundamente en la carne de la bestia, haciéndola rugir de sorpresa y rabia.

Armada con su tridente, la propia Lizbet traspone la puerta y se encamina con paso decidido hacia la escalera que conduce hacia el foso donde se encuentra la dragona.

—¡Márchate, Ysalla! —ordena con voz autoritaria la sacerdotisa—. Los aspirantes a caballeros de Neraka que custodiaban La Guardería están muertos y este lugar ya no es seguro para los huevos. Tienes que dejar que nos los llevemos si quieres que sobrevivan. Estos buscavidas van a escoltarme para que pueda sacarlos fuera de aquí. Si no te marchas ahora, te matarán y nos llevaremos los huevos de todos modos.

—Huelo tu traición, humana... —responde lenta y amenazadoramente la hembra de dragón, achicando los ojos— Apestas a mentira y a miedo. Quieres mis huevos para ti, para corromperlos; para convertirlos en asquerosos draconianos como has aprendido en los diarios de Wyrllish Parkane. No, no dejaré que te lleves a mis pequeños. Te arrancaré el corazón y me lo comeré. Y después quemaré toda tu asquerosa biblioteca para que nadie pueda volver a transformar a un magnífico embrión de dragón Azul en otro abominable draconiano de relámpago a las órdenes de los solámnicos.

Glinthalas aprovecha la conversación entre las dos para escabullirse hacia el extremo superior de la guarida, tratando de buscar una posición desde la que sorprender a la dragona.

El elfo decidió que las cosas se habían puesto demasiado tensas, que la furia de la batalla estaba despertando y, para su sorpresa, que Lizbet estaba entreteniendo a la joven dragona. Todo aquello precipitó que la prisa por llegar a un punto resguardado y oculto a los ojos del dracónido se convirtiera en algo demasiado importante como para perseguirlo a paso de tortuga. Debía llegar hasta su objetivo y debía hacerlo ya. Glinthalas comenzó a acelerar su paso.

Por fortuna era elfo, liviano, discreto, pero aquella no era la mejor de sus actuaciones. La prisa, la juventud y la falta de cautela podían vencerle en breve, si la dragona se percataba de su aislada presencia. Pero si fuera menos presuroso, mayor y cauto seguramente no estaría en una situación como aquella...

Arrojo a un lado el primer estuche de virotes vacío y saco el segundo. Miro con preocupación las diez saetas guardadas en su interior, lo único que me separan de tener que enfrentarme cuerpo a cuerpo contra el acorazado monstruo azul.

Coloco la punta de la ballesta en el suelo, la inmovilizo con mi bota y uso las poleas para tensar la cuerda una vez más. A continuación, ajusto el proyectil y apunto contra el enfurecido blanco temiendo que intente vengarse de Lowen.

Acciono el gatillo y el virote vuela relativamente certero, pero una vez más termina estrellándose contra las duras escamas sin conseguir hacerle ni un rasguño.

Resignada, vuelvo a repetir la operación. Más tarde o más temprano terminaré acertándole en un ojo. Solo espero que sea antes de quedarme sin proyectiles.

Poco deseoso de enfrentarse con su bastón a la dragona azul, el clérigo de Gilean coloca un nuevo proyectil en su ballestia y dispara de nuevo, pero la saeta no consigue atravesar las duras escamas. Y lo mismo sucede cuando Lluvia Estelar intenta hacer otro tanto.

Los proyectiles se estrellan contra el cuerpo de Ysalla y se parten al impactar contra él sin causarle daño alguno, pero enardeciendo su colérico estado de ánimo.

Encorajinada, la hembra de dragón se levanta sobre sus cuartos traseros, batiendo furiosamente sus alas y vomita un relámpago con el que fulminar a Lizbet Valanta antes de centrar su atención en vosotros. Su chisporroteante aliento surca el aire e impacta de lleno en la sacerdotisa de Zeboim, atraviesa su cuerpo y se estrella contra el muro de piedra situado a su espalda, a escasos dos metros de donde se encuentra Glinthalas.

La carne de vuestra supuesta aliada comienza a ennegrecerse y recubrirse de ampollas mientras ella lanza un agónico alarido. O bien su diosa la ha abandonado por haberse aliado con vosotros, o no queréis ni pensar en lo que podría haberle ocurrido de no haber contado con su divina protección.

Briand permaneció unos segundos parpadeando ante la escena. No sólo su flecha había revotado en su piel como si nada. Aquella criatura... ¿Hablaba? Y no sólo parlaba perfectamente el común. El relámpago que despidió de su boca, había rostizado por completo a su única vía de escape, en un segundo. Aún en su hábil esfuerzo por ocultar sus nervios, aquella criatura era digna de temer. Su arco cayó al suelo ante el momentáneo shock de su portadora.

Tomando aire, hizo un llamado a la lógica y frialdad de su mente en pos de superar la situación. Atrás tenían un ejército de mercenarios. No podían huir. No podían razonar con esta bestia, y no tenían su salida secreta a la vista. Su única salida era luchar y vencer. Lizbet les había indicado que su arma de aliento dejaría al dragón sin suficiente aire por un buen rato, si a ese rayo se refería. Su mejor opción sería liquidarlo rápidamente, lo suficiente como para evitar que recargase sus energías y arriesgar a que su bello cuerpo termine de la misma manera.

- ¡No desfallezcan! - Gritó con firmeza la noble, en su mejor esfuerzo por mantener la moral intacta. Aún así, mentiría si no dijera que ya no contaba con las mismas energías mentales y un coraje verdadero como para inspirar realmente en sus aliados. La verdad era, hasta ella dudaba que pudiesen tener una salida ahora mismo. - No cuenta con las fuerzas para escupir otro ataque así. Acabemos con él antes de que tenga esa oportunidad. - Insistió con fuerzas, mientras se calzaba su escudo pesado y se dirigió corriendo hacia el dragón impetuosamente, esperando sus compañeros siguiesen de ejemplo mientras desenvainaba su espada al frente. Necesitarían abrumarlo descaradamente y con armas pesadas, jugar cuidadosamente y con débiles puntas de flechas, no serviría de nada.

Lowen contempló con aprensión cómo la criatura escupía su temido aliento, un rayo intenso y vibrante que alcanzó en el pecho a la sacerdotisa impía, fulminándola en el acto. No sentía pena el guerrero por ella, sacrílega adoradora del mal, pero la perspectiva de ser el siguiente en el menú le resultaba desalentadora. La voz de Briand resonaba en su cabeza.

No dejéis que escupa otro ataque.

¿Era acaso posible impedirlo? Sus dedos buscaron una nueva flecha, situándola con rapidez en la cuerda del arco, y soltando a continuación el proyectil en dirección a la dragona. El proyectil voló en su dirección, mientras Lowen rezaba a los dioses para que atravesara su coraza de escamas.

Estaba convencida de que el dragón sería algún tipo de bestia irracional como los lagartos gigantes que montaban los goblins y por ese me quedo muy sorprendida al ver que es capaz de dialogar en la misma lengua que nosotros. No es un animal, es un ser inteligente con el que podríamos llegar a alguna clase de acuerdo como hicimos con Lizbet. ¿O no?

El relámpago que veo brotar de sus fauces me deja boquiabierta y paralizada durante unos preciosos segundos. Con los ojos algo deslumbrados y llenos de horror por la imagen de la sacerdotisa calcinada, avanzo un par de pasos tambaleantes hacia ella. Todo en mi interior me grita que eso es una temeridad y que voy a correr su misma suerte; pero, lo queramos o no, ahora es una de los nuestros. No es por el pergamino que firmamos, es porque es una persona desvalida que necesita mi ayuda y yo no soy capaz de mirar hacia otro lado cuando alguien sufre si puedo intentar aliviar su agonía.

Me arrodillo junto al cuerpo ampollado y suplico a mis ancestros que me concedan el poder para evitar que el espíritu de la sacerdotisa sea arrastrada por el Río de los Muertos.

Aparentando una mayor determinación de la que realmente siente, Briand abanadona su arco para desenvainar la espada y avanzar hacia la dragona Azul. Pero se ve obligada a detenerse al llegar al borde del desnivel de tres metros que la separa de su temible adversaria.

Por su parte, Lowen apresta una de sus cada vez más escasas flechas y dispara a Ysalla antes de parapetarse tras la columna de roca. Actúa tan deprisa, que ni siquiera se para a mirar si su proyectil ha dado o no en el blanco, aunque el colérico rugido de la bestia le confirma su buena puntería.

Haciendo caso omiso de lo que sucede a su alrededor, Glinthalas continúa ganando posiciones en la guarida de la dragona, decidido a mantener un perfil bajo y a dejar que sus compañeros atraigan la atención de la fiera para poder acometerla cuando ella no se lo espere.

Mucho más impaciente que el joven silvanesti, Kylian coloca su tercera saeta en la ballesta y por tercera vez esta se estrella inofensiva contra las escamas de la encolerizada hembra dragón.

Viendo que sus propios disparos van por el mismo camino que los del clérigo de Gilean, Lluvia Estelar abandona la relativa seguridad del pasillo para acudir en auxilio de la inconsciente Lizbet. La sacerdotisa de Zeboim abre los ojos, inyectados en sangre. Tiene los labios amoratados y el rostro cubierto de enrojecidas ampollas allí donde no se encuentra ennegrecido por las quemaduras. Con desesperación, se aferra a la mano de la mística que-shu mientras implora con voz casi inaudible que la saque de allí antes de desmayarse de nuevo.

Asaeteada con éxito en dos ocasiones por Lowen, Ysaya abandona su lecho de monedas para ir en su persecución. Con una velocidad sorprendente, la pequeña dragona recorre la distancia que la separa de su atacante, rodea la columna tras la que él se ha ocultado y lanza una voraz dentellada. Sus afilados colmillos perforan sin esfuerzo la coraza de Lowenherz y su hunden profundamente en la carne que hay debajo.

─¡Maldita sea, estate quieta, dragona estúpida! ─maldijo para si el joven silvanesti.

Con aquel cambio de posición Ysaya obligaba a Glinthalas a perseguirla por la caverna para tener un disparo claro, a una distancia suficientemente cercana como para tratar de atravesar efectivamente su coraza de escamas. Una coraza de escamas de dragón. Las leyendas hablaban de esas armaduras. Y Ysaya portaba una puesta de la manera más eficiente imaginable: como su propia piel.

El pícaro avanzó tan rápido como pudo por la caverna asegurándose de no tropezar y precipitarse al vacío, en especial cuando llegó al borde de la caída de 3 metros que anunciaban las escaleras talladas en la roca junto a las que se detuvo. Y desde allí, de forma apresurada y ansiosa, aprestó su arco a la lucha, por fin... pero sin resultado.

─¡No, no, noooo!

Viendo como el dragón se le venía al humo y atacaba a Lowenherz, la noble rápidamente torció ligeramente su paso y comenzó a bordear un poco la pequeña colina, en busca de una posición más estratégica. Vaciló un poco a la hora de su descenso, y en un no lo suficientemente precavido intento de saltar, terminó descendiendo deslizando parte de sus piernas sobre la roca y lastimándose un poco.

Sin molestarse demasiado por aquel pequeño dolor, siguió con su enfoque en el dragón y buscándolo por detrás, colocó su escudo delante de ella y le dirigió una estocada directa y bien dispuesta a lastimar su carne. Debían acabar con ella rápido, si se ponía a hacer tiempo intentando bloquear sus fauces con su filo, sólo se lo daría para recargar su aliento. Debían ser rápidos.

Para mí es un alivio constatar que Lizbet todavía sigue con vida y, con ella, nuestras esperanzas de conseguir sacar con vida a los huevos de dragón. Aunque visto lo visto, cada vez estoy más convencida de que deberíamos destruirlos y que esas abominaciones no salieran jamás al mundo exterior.

No tengo tiempo de arrastrar a la sacerdotisa de Zeboim a un lugar apartado del peligro antes de que la dragona azul se lance a por Lowen. La escena me horroriza pero lo cierto es que no sé muy bien qué puedo hacer para ayudar a mis compañeros cuando todos nuestros disparos, salvo los del propio Lowen, han terminado rebotando inofensivos contra las impenetrables escamas azules.

Si hasta el momento me ha resultado imposible causarle daño alguno, no se me ocurre cómo podría conseguirlo ahora que mis compañeros están enzarzados en combate cuerpo a cuerpo con ella. Me temo que no me va a quedar más remedio que sumarme yo también, aunque solo sirva para atraer sobre mí la atención de ese monstruo y que deje tranquilo a Lowenherz.

Así pues, guardo la ballesta, empuño el tridente de Lizbet y comienzo a bajar los peldaños de piedra tan deprisa como mi pesado equipo me lo permite.

Complacido de su puntería, Lowen no tuvo tiempo casi de pensar antes de que la criatura salvaje cargase contra él como una exhalación. ¡Qué velocidad! Un escalofrío de terror invadió al guerrero, que vio, una vez más, cómo una bestia se arrojaba sobre él y atravesaba la protección de su armadura como si nada. El dolor le invadió otra vez, arrancándole un grito.

- ¡El tridente de la impía! - gritó, mientras echaba mano de su espada y su escudo, tratando de protegerse del embate de aquel - ¡Lluvia, por los dioses, tráemelo! - imploró desesperado.

Sabía que la mística estaba cerca de la sacerdotisa, y que aquel arma estaba forjada en un acero de mayor calidad que las suyas. Una última oportunidad, quizás.

- Aghh... Ya ríndete, bestia asquerosa. - Soltó con hartazgo la joven, resintiéndose fuertemente del corte en su pierna mientras hacía lo mejor que podía para cubrirse y esquivar sus colmillos. Intentó darle varias estocadas en contrataque, pero ninguna capaz de penetrar el choque de sus alas. Sus pies realmente querían hacerla ceder terreno y cubrirse, mas debía cubrir a Lowenherz y seguir rodeando a la criatura si querían tener un ápice de oportunidad. No tenían escapatoria, y ese pensamiento era lo único que la mantenía firme ahora.

Aquello iba mal, francamente mal. Sus compañeros estaban siendo heridos con eficiencia y rapidez, si seguían así no durarían demasiado. Y para colmo de males Ysalla volvía a inhalar, presuntamente para exhalar su aliento eléctrico y tratar de freír a alguien más. Ya había caído Lizbet, pero a esa no le tenía ninguna simpatía. Ahora le tocaría a alguno de sus compañeros y eso era otro cantar.

─No, no, no, bestia inmunda, deja de moverte. Y tú de ponerte en medio, maldita sea, Lowen. Vaaaale, ahora... ¡Briand! ¡Maldición! ─el elfo vilipendiaba mentalmente a sus propios compañeros por estropearle un disparo certero, uno que pudiera al menos debilitar a la bestia.

La flecha de Glinthalas salió del arco condenada a errar su disparo. Sus compañeros insistían una y otra vez en echarse al cuerpo a cuerpo, impidiendo que los arqueros hicieran su trabajo. Con semejantes trabas era imposible acertar. Imposible resultar de ayuda... Al pícaro casi le daban ganas de llorar de la frustración.

La inhalación del dragón me hace temer lo peor. Me basta un rápido vistazo a mis compañeros para hacerme a la idea de que ni Lowen, ni Briand sobrevivirán en su actual estado a semejante fuerza de la naturaleza. Tal vez yo, protegida por mis ancestros, tenga una oportunidad.

Avanzo con determinación hacia su retaguardia, le tiendo a Lowenherz el tridente de Lizbet y empleo mi propia lanza para acometer por detrás a la dragona al tiempo que le grito:

—¡Estoy aquí, lagarto gordo! ¡Aquí, detrás de ti! —como intentos de provocación me suenan bastante pobres y creo que Ethani se avergonzaría de mí— ¡Vamos, demuéstrame lo que sabes hacer a parte de dormir sobre el tesoro ganado por otros mejores que tú!

Lowen dejó caer la espada, para echar mano del tridente que le lanzaba la mística en un gesto a la desesperada. Si el arma de aquella impía no bastaba para romper su armadura, no sabía qué lo haría. Lowen preparó el golpe, lanzando una estocada torpe. Quizá el acero fuese más fuerte, pero su destreza con un arma como aquella, con un peso y agarre muy diferente a las que Lowen usaba normalmente, no era la misma. La inútil estocada anunciaba la llegada del momento que todos temían: un nuevo relámpago de la criatura.

- ¡Cuidado, poneos a cubierto! - gritó a sus amigos.

Lowen trató de dar un paso lateral, buscando instintivamente cubrirse con la columna que tenía junto a él.

- ¡Aquí, lagarto inútil! - le gritó a la dragona, tratando de atraer su atención.

Uno tras otro, vuestros ataques se estrellan contra las duras escamas de la dragona azul, tan impenetrables como la armadura completa de un caballero de Solamnia. Los esfuerzos combinados de los dos espadachines atacando los flancos de la bestia con sus espadas rebotan inofensivos y esta incesante danza de sus compañeros es la que impide a Glinthalas y a Kylian realizar un disparo certero por temor a alcanzar accidentalmente a cualquiera de los dos en lugar de a la dragona.

Ésta, furiosa, vuelve su atención hacia su izquierda; hacia Lowenherz cuyos insultos tratan de atraer sobre sí la atención de la bestia. Tras una estocada fallida, el escudero solámnico ha maniobrado hábilmente para situarse tras la columna de piedra y Lluvia Estelar baja los escalones a la carrera para arrojar el tridente encantado a los pies de su compañero.

La dragona está a punto de vomitar su aliento mortal sobre Lowen cuando los improperios de la mística que-shu llegan a sus oídos. Rabiosa, Ysalla gira la cabeza levemente hacia atrás de forma involuntaria y su relámpago se estrella se lleno en la columna, haciéndola estallar en pedazos y provocando algunos desprendimientos de estalactitas del techo.

Por fortuna, Lowenherz consigue interponer a tiempo su escudo para bloquear la tormenta de piedras que se le viene encima.

Por poco no vuela la cabeza la dragona a Lowen con su aliento. Mal parada salió la columna, pero eso importaba bien poco al elfo, salvo por el hecho de que Ysalla había volatilizado en un momento la cobertura de su amigo. El siguiente aliento podía ser mortal... como podría haberlo sido este último.

Había que pararle los pies a aquel dracónido y había que hacerlo pronto. Pero sus amigos poco podrían hacer contra aquel aliento, eran lentos y poco ágiles para esquivar golpes, mucho menos aptos que él para esquivar algo como el aliento de un dragón... Él era sin duda el más capacitado para sobrevivir a uno de esos ataques, pero ahí tenían a Lizbet para constatar que lo que uno creía no tenía por qué ser la verdad.

Así las cosas Glinthalas se mordió la lengua para no revelar su posición antes de lo necesario y disparó un nuevo proyectil contra la joven dragona, procurando siempre que su ataque no fuera a herir accidentalmente a sus compañeros de grupo. En el mejor de los casos no se podía hacer otra cosa que llamar mediocre a su intervención. Ojalá pudiera actuar mejor.