Partida Rol por web

Ivalice se quedó un momento mirando a Lena con expresión neutra pero enseguida cambió la mirada alternativamente del mago al espantapájaros.

—Sí... eso me parece a mi, que algo no cuadra. No tiene sentido esto—meditó en voz alta—. Ahora que lo dices es verdad que el campesino no dijo de haberlo visto matar a nadie (aunque se nos echó encima nada más vernos) es bastante posible que el verdadero problema esté ahí dentro.

Hizo una pausa rascándose la barbilla. Si le habían dado la orden de "ataca todo lo que pilles" realmente habría matado él a los granjeros pero si no, no. Deberían haberle preguntado al campesino desde cuándo andaba aquella cosa por allí, un constructo no podía haber salido de la nada... o se había activado tras haber estado años sin hacerlo por algún motivo, o lo había puesto alguien allí por algún motivo y se había largado.

—Bien, ante la duda mejor centrarse en lo que sabemos que sí es malvado: Lo que sea que se esconde en el granero—concluyó con un suspiro—. Ya veremos qué pasa luego con el espantapájaros.

Si nadie agregaba nada más, empezaría a andar con cautela.

Lena estaba más pendiente de encontrar una rima para espantapájaros que de descubrir el secreto del granero prohibido. Tenía que componer una canción al respecto y la musa apremiaba. No podía dejar de repetirse mentalmente:

En aquella noche fría un espantapájaros

hizo que nos cagáramos patas abajo

Como poesía funcionaba, pero no estaba segura de estar buscando un toque humorístico para el tenebroso relato. Tenía que trabajar más. Ensimismada en su canción estaba cuando la thaele propuso entrar.

-Ehm... sí. Vale, vamos. Tú primero.

—¿Ella primero? —se mofó Tokk, bufando como un toro—. Sólo yo pertenezco a la vanguardia.

Tokk apoyó el inmenso espadón en la hombrera de metal y se dirigió a grandes trancos al interior del granero, sin atisbo de vacilación.

Durravin se dio forma a los bigotes aceitados con las yemas de los dedos.

—Espero que Aristeo pague bien por esto. Muy, muy bien.

Dejasteis al espantapájaros anadeando alrededor de la casa y os dirigisteis al antiguo granero de los Deljack. Los cuerpos de los campesinos asesinados eran una muda advertencia de lo que podría acechar allí dentro. Un aviso mucho más sonoros era el graznar de los cuervos, cada vez más alto, estridente, enloquecedor.

Tal y como Eldar había predicho, pudisteis traspasar la barrera violácea que emitía el cristal flotante sin ningún problema. Ahora que lo observabais más de cerca, parecía tallado con unas runas que no se correspondían a ningún idioma actual conocido. Pero cuando ibais a acercaros a observarlo más de cerca ocurrió algo aún más sorprendente.

De la negrura surgió un ser pequeño y escalofriante, con la piel verde, lisa como la de una ballena. Las feas patas prensiles flotaban a escasos centímetros del suelo, pues la criatura batía en silencio unas alas oscuras y membranosas como las de un murciélago. De la desagradable boca brotaban unos dientes retorcidos y afilados como cuchillas.

—¡Amo, amo! ¡Los Intrusos han llegado aquí!

Como atraídos por los penetrantes chillidos del diablillo, los cuervos entraron en tromba en el granero, por la puerta, por las ventanas, por todos los resquicios. Pasaron por vuestro lado, picoteándoos, arañándoos con las afiladas garras, rozándoos al pasar con sus alas.

Las criaturas se arremolinaron y fundieron, tomando una forma... ¡humanoide!

De la bandada de cuervos surgió un hombre alto, espigado y de piel macilenta. Llevaba una túnica de buena calidad, una larga capa de plumas de cuervo y un macabro bastón de roble coronado por una calavera sonriente. Tenía el pelo negro, grueso, espeso y brillante. Su mandíbula era cuadrada, pero lo que más llamaba la atención de él eran sus ojos, negros, ojerosos, abiertos y enrojecidos. Lanzó una risa maníaca que helaba la sangre en las venas.

—¡Eldar! ¡Cuánto tiempo, viejo amigo! ¿Cuándo fue la última vez que mi maestro visitó al tuyo? ¿Cinco años? ¿Siete tal vez? —su voz era áspera, pero sin embargo hablaba con un tono infantil y burlón—. Ya ves, mi poder ha crecido mucho desde entonces.

Eldar no lo había reconocido al principio. Debía de ser Yorick, el aprendiz de Halavuntar y colega de su maestro. Eldar recordaba a Yorick como un joven sano y fuerte, que atraía las miradas de las jovencitas. Era probable que hubiera ganado poder, pero no cabía duda de que ese poder le había costado su salud... y quizá su cordura.

Tras murmurar para sí unas palabras de oración ante la visión de los cadáveres de los campesinos, Ivalice echó una mirada entre curiosa y extrañada a las runas grabadas en aquél cristal flotante. Tras un instante, enarcó una ceja entornando el ojo contrario.

—La verdad es que más que runas, parecen un puñado de patas de mosca.

Suspiró y continuó andando, ella había visto innumerables veces los símbolos arcanos en Nent... pero a saber qué dialecto era aquel porque desde luego no se parecía en nada.

Pero entonces apareció aquella cosa alada y horrenda, gritando con su irritante voz chillona, y el granero se convirtió en una tormenta de cuervos.
La paladina se cubrió tras el escudo ahogando un gruñido para que gran parte de las aves chocaran contra él, cosa que provocó un rosario de golpeteos tan seguidos que acabaron convirtiéndose en un estruendo continuo. Pero evidentemente no tenía cobertura total y tuvo que apartar a más de una de un guanteletazo cuando se le enredó en el pelo puesto que en el resto de su cuerpo, blindado pro la armadura, las garras y los picos no hacían más que arrancar sonidos chirriantes.

"¡Por todos los... !".

Cuando el fenómeno pasó, le escocía el cuello y una mejilla, allá donde alguna garra había logrado arañar. Bajó el escudo para mirar y descubrió que tenían compañía. La thaele entornó tanto los ojos que se convirtieron en dos finas rendijas doradas.

—Apestas a maldad—espetó secamente. Aunque no quedó muy claro a cuál de los dos se lo decía, de hecho miró de reojo a ambos lados como si por un instante tratara de localizar algo—. Y no es lo único.

Giró entonces la cabeza hacia Eldar.

—¿Le conoces?

El temor y la inseguridad de Eldar fueron creciendo conforme se fueron acercando al granero. El extraño resplandor, los cadáveres tirados en el suelo, las esferas de protección flotando en el aire y las declaraciones de la thaele sobre que algo maligno les aguardaba dentro. Todo se conjuraba para ponerle los pelos de punta. Sin embargo, avanzó detrás del enano e Ivalice, con paso firme y decidido, pues a pesar de su temor, la curiosidad predominaba. Nos han mandado a demostrar nuestra valía y si para ello hay que cruzar los siete infiernos habrá que hacerlo se dijo justo antes de que aquella espantosa criatura les saliese al paso y decenas de cuervos se avalanzasen sobre ellos arañándoles con sus picos y garras.

Cuando el ataque pasó, Eldar alzó la mirada, las mejillas y manos sangrando por aquellas zonas donde la protección no había suficiente y sus ojos se clavaron asombrados en el rostro del que antaño había sido Yorick.

- ¿Yorick?...- preguntó sin poder disimular su estupefacción mientras observaba con ojos desencajados cómo lo que quiera que había echo el antiguo aprendiz se había llevado todo signo de humanidad en él.- ¿pero...? ¿cómo?- incapaz de decir nada le miró con la boca abierta y solo la pregunta de Ivalice le hizo salir de su ensimismamiento- Sí...sí, es...era el aprendiz de un amigo de mi maestro, el mago Haluvantar...seis, seis años han pasado desde la última vez...- se oyó contestar a Yorick. Calló inseguro sobre qué más decir. ¿has sido tu el que mataste a esa pobre gente? ¿qué haces aquí?. Yorick había sido encantador en el pasado pero todo en él había cambiado y sin duda, había que estar preparado para cualquier posible enfrentamiento.

—Encantado de verte de nuevo, Eldar —dijo Yorick, en aquel tono infantil y cínico—. Pero las visitas breves son las mejores, ¿no estás de acuerdo? Si me disculpáis, estoy muy ocupado. Debo continuar con mis estudios.

-¡Wow! -soltó la bardo-. ¡Wow wow! ¿Cómo has hecho eso?

El susto le había hecho dar un brinco y levantar los brazos en un intento instintivo de protegerse la cabeza. Al escuchar lo dicho por la thaele, no le quedó duda de que él había matado a todo el mundo. Armándose de un valor que no tenía, Lena (desde su cómoda posición tras Ivalice) dijo:

-Tú has hecho esto, ¿verdad? ¿Por qué? ¿Cómo?

Yorick soltó una sonrisa desquiciada, sádica.

—¡Bárbaros ignorantes! ¿Cómo podríais comprender a alguien como yo? —se mofó de vosotros, utilizando aquel tono infantil.

Detrás de él aparecieron cinco pares de ojos que brillaban con un fulgor verdoso. Ivalice reconoció en ellos el mal que había sentido. Yorick los miró brevemente por encima del hombro antes de volver a clavar su mirada en vosotros.

—Pero mi búsqueda es la búsqueda de todo mortal —dijo en tono grandilocuente—: ¡la inmortalidad!

Ivalice miró un momento a Lena con una ceja más alta que otra, no escandalizada pero sí adecuadamente extrañada.

—¿"Wow"?

A ella más que una exclamación de sorpresa más bien le inspiraba una de asco todo aquello. Pero aquél no era el quid de la cuestión así que volvió a mirar a Yorick, su voz de terciopelo tenía ahora un tinte frío.

—No necesito comprender a ningún demente—dijo—. ¡El don de la inmortalidad pertenece a los dioses y a nadie más! ¿Qué tenían que ver los campesinos con tu maldita ansia?

Miró entonces los pares de ojos flotantes, la parte buena era que al menos ya había localizado lo que había sentido antes y no tendrían sorpresas. La mala, obviamente, era que la aparición de aquellas cosas no significaba nada bueno.

—Habla, ¿de qué va todo esto? ¿Y qué hacen ahí esa guarda y ese espantapájaros de fuera?

—¿De verdaaaad? —arrastró la pregunta—. ¿No te has fijado en que los reyes de Mourna son muuuuy muuuuy longevos?

Yorick rió entre dientes.

—No, claro que no. No eres capaz de ver más allá de tus narices. No voy a perder el tiempo con gente como vosotros. ¡Marchaos! O seréis parte de mis experimentos.

Como espoleados por la voluntad de Yorick, cinco esqueletos surgieron de la negrura del granero. Iban armados con toda suerte de rastrillos, azadas y hoces. Algunos de ellos aún conservaban colgajos de carne, piel, o vestiduras desgarradas. El pequeño demonio siseó y desapareció en un parpadeo.

-¿Quiere eso decir que los reyes son hechiceros? ¿O muertos vivientes? -inquirió Lena, justo antes de que los esqueletos hicieran aparición. Su voz se estranguló y corrió a resguardarse tras Ivalice.

Estaba claro que Yorick había perdido el juicio tal y como quedó confirmado en el diálogo que siguió a su saludo al mago. Aún así Eldar permaneció en silencio, aún estupefacto por lo que un exceso de ambición y buen juicio había operado en el que en tiempo pretéritos había sido considerado como "el terror de las nenas" de su comarca. Ante las últimas palabras de Yorick y la aparición de los esqueletos, el joven mago asintió. Solo había una solución por aquello, y pasaba por su muerte o la de ellos. Nadie podía cometer semejantes asesinatos y salvajadas y permanecer impune. No se molestó en contestar a la bardo, era momento de que comenzaran los fuegos artificiales. Imitándola, retrocedió para interponer a los guerreros como escudo entre él y los muertos vivientes alzó la mano y murmuró unas palabras.

Ivalice no respondió a la pregunta de Yorick, se lo había quedado mirando con gesto desapasionado como si estuviera pensando en algo amargo, como si acabase de escuchar la barbaridad más grande de la historia. Cuando desapareció el demonio se limitó a fruncir el ceño y finalmente, cuando lo hicieron los esqueletos soltó un suspiro y volvió a levantar la espada lista para hacer lo que debía hacerse.

—Qué vacío estás...

En su línea, Ivalice tiende a quedarse delante del grupo. Se mueve dos casillas a la izquierda y una abajo.

Orden de Iniciativas

Eldar (armadura de mago)
Lena
Ivalice
Durravin
Esqueletos
Babamushka (invisible)
Yorick
Tokk

Mapa en grande: http://oi44.tinypic.com/19bn8n.jpg

Lena soltó un alarido de sorpresa y de horror, acompañada con una mueca de pánico. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar salir corriendo, y sólo el pensamiento de ser perseguida por Ivalice y por Tokk después le permitió conservar la calma y buscar la manera de colocar la flecha sobre la cuerda del arco. Se mordió el labio cuando se le enredó la cuerda sobre los muñones y consiguió tensar la flecha y apuntar a uno de los esqueletos.