Partida Rol por web

Guiados por el guardia hechizado, Llanos, Pau y Leonnie se dirigieron al interior del sombrío y cavernoso castillo, pasando por el vestíbulo, ahora en un silencio sepulcral, y llegando hasta la entrada a las mazmorras. El hombre abrió la puerta con cuidado, como sumido en un extraño trance. Probablemente había hecho más ruido que si lo hubiese hecho por voluntad propia.

Una vez la compuerta estaba abierta, el hechizado les guio hacia las tenebrosas profundidades. La luz tenue de las mazmorras les permitió ver los escalones de piedra que bajaron durante un rato hasta que llegaron por fin a la gran sala de las celdas.

El ambiente allí era muy viciado, y un terrible olor a humedad y sangre impregnaba el aire. Era el olor de la misma muerte. La luz les permitía ver una gran serie de celdas de hierro, y llegaban a distinguir varias figuras en ellas: en una había dos hombres, ocultos en la oscuridad, y en otra había una gran figura, durmiendo y roncando con unos ruidos endemoniados. Al acercarse pudieron distinguir que aquellos dos hombres eran los capellanes, pero uno de ellos estaba tendido en el suelo y apenas se movía.

Lluisa se inclinó para ver al herrero analizando su estado, luego se fijó en el camino que tenía que recorrer para poder pasar sin sobresaltos hasta su objetivo, el hacha que había apoyada en un banco y el gambesón que había en un lado a esperar a ser reparado. Llegó sigilosamente hasta cogerla y se quedó allí por si sus compañeros se pertecharan. 

Al llegar a la armería, Teolfo no pudo evitar maravillarse ante la gran cantidad de armas que había allí. Con suerte, podrían serles de ayuda para enfrentarse a los hombres del conde y liberar al hijo de Llanos y a los capellanes. El guardia dirigió una mirada a su alrededor para comprobar si allí se encontraban las armas que había llevado Bernat la primera vez que se habían visto, si bien no las divisó a primera vista.

Teolfo se dirigió hacia las armas y se apresuró a ponerse una de las lorigas de malla. Necesitaría estar protegido si iban a entrar en combate. Después, procedió a colgarse una ballesta a la espalda, además de agarrar una de las lanzas que permanecían en la armería. No era tan grande como la que acostumbraba a utilizar, pero confiaba en que le servía.

-¡Me encanta usar una de estas! -exclamó Teolfo, sosteniendo la lanza entre manos.

Sin embargo, sus palabras debieron sonar más alto de lo esperado, ya que Teolfo notó durante un instante que los ronquidos del herrero habían cesado. ¿Habría despertado a aquel hombre con sus pasos o voces?

Llanos se dirigió con ansiedad hacia las mazmorras, más cerca que nunca de conseguir aquello que había estado deseando desde hacía tanto tiempo. Sin embargo, el ambiente lóbrego del lugar la volvía si no temerosa, al menos más cauta en sus andares, por lo que no avanzaba con la rapidez con la que desearía para llegar a su pequeño.

Al divisar a los dos capellanes, dudó por unos instantes: deseaba abrir su reja tan sólo para causar más daño en el Conde, pero también podría dejarlos allí, no quería perder aquellos escasos minutos de subterfugio que habían ganado entreteniéndose con dos hombres que habían seguido los pasos de aquel Dios sin piedad. 

-Jo vaig a seguir -les murmuró a Leonnie y Pau, suponiendo que al menos el goliardo desearía liberar a los suyos-.

Tras su primer error con el casco, Bernat controló sus movimientos y logró no torpezar con nada más mientras trataba de encontrar sus enseres entre la colección de armas y armaduras allí guardadas. Entre la oscuridad y la cantidad de hierro presente, le suponía una tarea casi imposible, optando al final por imitar al soldado y agenciarse la otra cota de malla disponible.

Al escuchar la entusiasmada exclamación de Teolfo, decidió no arriesgarse a ver si el herrero seguía conciliando el sueño. Rápidamente cogió una espada corta colgada de un estante, y se aproximó al hombre con la hoja desenvainada, lista para acercársela al cuello si hacía mención alguna de cualquier cosa que no fuese seguir roncando.

El herrero no era un hombre de sueño ligero, sus ronquidos lo atestiguaban, pero comenzó a revolverse en su cama cuando los intrusos comenzaron a coger armas y probarse armaduras. Cuando Teolfo hizo aquella exclamación de entusiasmo, los ojos del herrero se abrieron bastante molestos.

Se levantó y se preparó para dar una reprimenda al guardia, aunque al abrir la puerta de su habitación se dio cuenta del error. El herrero, un hombre orondo pero fornido con una poblada barba, 

-¡Guardias, los prisioneros han escapado! -bramó.

Estaba en clara desventaja, pero no se rendiría sin luchar, así que se armó con su martillo de forja.

Pau andaba con cautela, temeroso, sabiendo lo que se ocultaba bajo aquel pesado olor que se pegaba a los pulmones como la brea a la madera, y también tras aquellos ronquidos infernales. Recordaba cada recodo que había recorrido en aquel pasadizo y cuando llegaron al frente de la celda de los dos hombres dio un respingo, apresurándose a sacar su amuleto. Solo al escuchar la voz de Llanos detuvo sus pasos y se giró hacia ella, susurrando.

— Llanos, ves amb compte, és perillós, allò d'ahí al costat es la bèstia tractem de no despertar-la —señaló con cautela y luego señaló hacia el final del pasillo—. Cap allà al final hi ha una porta tancada, és on vaig sentir plorar el nadó. No faces molt de soroll, és difícil veure vindre els guàrdies ací avall... —Aunque era muy evidente el nerviosismo del joven, se notaba que mantenía la mente clara e intentaba hacerse entender.— Si necessites ajuda no tardaré gens en anar cap allà. Bò... esperem...

Inseguro como estaba sujetó el amuleto y se acercó a la puerta de la celda, frotándolo contra la cerradura susurrando aquellas curiosas palabras que había dicho antes, esta vez en voz muy baja.

Los caminos se separaron; Pau se quedó en la celda donde debían estar los capellanes, mientras que Llanos, acompañada de Leonnie, siguió adelante por el largo pasillo de celdas. 

El muchacho no tuvo dificultades en repetir la bendición de San Nuño para abrir la cerradura, si bien tuvo que hacerlo en voz baja. Aquellos horribles ronquidos denotaban que aquella cosa debía estar sumida en un sueño profundo, pero lo mejor sería no tentar a la suerte.

Mientras tanto, Leonnie llegó hasta la habitación del final, donde Pau le había indicado que estaba su bebé. No era una celda, sino una habitación de madera.

La habitación debería haber estado cerrada, pero en aquel momento la puerta se encontraba entreabierta. Al asomarse, Llanos pudo distinguir una habitación oscura, tenuemente iluminada por la luz de las velas, y a una nodriza sentada de espaldas a ella. Entre sus manos había un gran bulto envuelto en mantas. 

La mujer no tardó en percatarse de que estaba siendo observada, así que rápidamente se levantó y se giró hacia Llanos. Era una mujer joven, quizás de la misma edad que Llanos, aunque con la mirada desesperada. Parecía haber estado a punto de gritar ¡Guardias!, pero consiguió calmar su sobresalto.

-Vos... vos sois la madre, ¿verdad? ¡Lleváoslo, por lo que más queráis! -le imploró-. ¡Ahorradle el funesto destino que le depara, y huid de este horrible lugar para nunca volver!

Entre las manos de la nodriza estaba Vicent, el pequeño hijo de Llanos. 

Tras conseguir abrir la cerradura, Pau entró en la celda donde estaban los capellanes y de inmediato Don Claudio le recibió con tanto entusiasmo como con miedo. Tenía varios moratones por los golpes, pero por lo demás parecía estable.

-Déu meu Pau!, què fas aquí, com has...? -trató de no hablar alto, siendo consciente de la amenazante figura que había unas celdas más allá-. El Doctor Llorenç t'ha ensenyat bé.

No obstante, su rostro pronto cambió el entusiasmo por tristeza. Junto a él, Don Ramir yacía en el suelo inmóvil, lleno de heridas y contusiones. Don Claudio se arrodilló ante él y posó su mano sobre su hombro.

-Al comte li van ofendre les seves paraules i va descarregar tota la seua ira contra ell -comentó con un lamento.

Ramir no podía articular palabra alguna, y su respiración, dolida y entrecortada, se iba apagando lentamente.

-Ja no li queda temps -sentenció.

Teolfo maldijo su mala suerte. El herrero había despertado a causa de su exclamación, lo que les había puesto a todos en un claro aprieto. Si conseguía alertar a los hombres del conde, tendrían un serio problema.

Por ello, Teolfo no lo dudó. La lanza que había agarrado era mucho más corta que las que acostumbraba a utilizar, pero confiaba en que sería suficiente punzante para enfrentarse al herrero. Armado con la lanza, el soldado de Quart de Sacre se lanzó contra el herrero para tratar de atravesarlo con la lanza antes de que pudiera defenderse con el martillo.

El herrero se despertó antes de que tuviera tiempo de ponerle la espada en el cuello, por lo que, aunque reacio a enfrentarse a alguien inocente, no le quedaba otro remedio que hacerlo. Teolfo ya estaba sobre él, de modo que se unió al soldado y trató de dar un tajo al herrero. Acostumbrado a la mayor longitud de su espada respecto al arma que empuñaba en esos momentos, calculó mal y erró el golpe por mucho.

Lluisa vio como actuaban sus compañeros, con el sonido que emitió Teolfo se puso en alerta y cuando observó al herrero exclamar se temió lo peor. Debian acabar pronto con esta situación así que decidió actuar con premura y blandiendo su hacha se lanzó a por su único contrincante rezando que no llamasen la atención de nadie más. 

El fiero herrero no tuvo oportunidad; Teolfo le atravesó con la lanza en el pecho, dejándola clavada, mientras que Lluisa clavó la enorme hacha de guerra en su pierna derecha. No se la llegó a cortar, pero sí le causó una enorme y sangrante herida. El herrero todavía no estaba muerto, pero el dolor le impidió continuar el combate.

Menos suerte tuvo Bernat, quien al intentar atacarle erró y e incrustó su nueva espada accidentalmente entre el gran yunque de hierro y el tocón de madera que lo sostenía. Al tratar de sacarla la espada se partió en dos, quedando inservible. Gracias a Dios que aquella no era su auténtica espada.

Finalmente, presa de sus heridas, el herrero cayó muerto al suelo. Sus gritos de auxilio quedaron ahogados tras los muros de la herrería y no fueron escuchados por los guardias del castillo, pero no lo suficiente para que los oyeran los salvajes sabuesos de las perreras, que comenzaron a ladrar endemoniadamente. Aquello fácilmente podría atraer a un guardia, pero quizás les daba una oportunidad de encontrar los pertrechos de Bernat.

Al divisar la figura acunando al bulto de mantas que debía contener un bebé, a Llanos se le cayó el corazón a los pies. ¿Era él? ¿Al fin? ¿Podía ser posible? ¿Y quién era aquella mujer de mil demonios que le estaba sosteniendo? La bruja dio un paso al frente con decisión, dispuesta a arrancarle la cara con las uñas si se le ocurría ofrecer alguna resistencia.

-Vos... vos sois la madre, ¿verdad? ¡Lleváoslo, por lo que más queráis! ¡Ahorradle el funesto destino que le depara, y huid de este horrible lugar para nunca volver!

Sorprendida por la actitud de la mujer, Llanos deshizo su postura de ataque, y en su lugar, recibió a su hijo de brazos de la preocupada nodriza.

-Gràcies... gràcies... -al sentirle entre sus brazos  al fin, la bruja dejó escapar un sollozo de alivio, y estrechó al niño contra su pecho como si pudiera fundirle con él para nunca más perderle-. Està bé? Què li han fet? -Preguntó, retrocediendo hacia la puerta de la habitación, examinando la carita de su bebé en busca de marcas.

El herrero había sido derrotado por el ataque conjunto de Teolfo y Lluisa. El hombre había intentado enfrentarlos, aunque no había tenido muchas posibilidades. Teolfo observó el cuerpo del herrero, tendido en el suelo, y respiró hondo. Lamentaba haber tenido que matar, aunque al menos habían evitado que alertase a más guardias del conde.

-Bien hecho -felicitó a Lluisa, habiendo visto que se había desenvuelto con bastante soltura con el hacha que había utilizado.

Teolfo se dirigió entonces hacia las armas que había en la fragua y, observando si había otras armas más largas que la lanza que había agarrado antes, decidió coger una horquilla. Puede que no fuese exactamente igual que una lanza, pero le gustó cómo se manejaba.

-Esta servirá... -comentó el soldado.

Después, Teolfo dirigió una mirada a su alrededor, intentando encontrar las armas de Bernat. Tenían que estar en algún lugar de aquella fragua.

Se quedó mirando la empuñadura de la espada rota sin acabar de creérselo todavía, y por suerte sus compañeros pudieron acabar rápidamente con el herrero, aunque le supo mal su muerte, pues realmente no tenía culpa de nada. La parte mala de aquello era que se había acabado cualquier posibilidad de salir de allí en silencio. Y si iban a tener que abrirse paso luchando, mejor que fuera con algo decente, pensó mientras reanudaba la búsqueda de sus enseres.

 on Claudio estaba bien, su padre, el hombre que la había criado, aquel que le había dado una vida, que la había querido, que la había cuidado... Pau no pudo estar más agradecido de ver a su padre bien, con algún que otro golpe de más que hizo que algo similar a la ira ardiese en su pecho, pero bien al fin y al cabo, no parecía haber corrido la misma suerte Don Ramir. No quiso evitar abrazarlo cuando por fin abrió la celda, aguantando las lágrimas que se habían quedado congeladas en sus ojos.

— He aprés molt d'ell pare... —Miró al fin hacia el monje, con la tristeza inundando su ser. Podía no ser el más pío de los siervos del Señor, pero era un buen hombre y desde luego que no merecía morir así.— Aquest home es ben bé de la pell del dimoni pare, hem d'anar amb molt de compte. Pobre Don Ramir...

Pau se santiguó justo antes de arrodillarse al lado del hombre, acariciando su rostro suavemente y colocando después su cabeza apoyada en sus propias rodillas. Torció el gesto con infinita pena y miró a su padre desde abajo asintiendo. 

— No podem deixar que faça el camí sense guía... Sé que tenim presa, però necessita almenys l'extremaunció. ¿Creus que si t'ajude podrem fer-la més de presa pare?

En algún momento deberían dar sepultura a sus restos, pero por el momento aquello debería servir para que no fuese atrapado por los designios de la bestia que dormía a penas una celda más allá. Pau agachó entonces la cabeza, murmurando un rezo que acompañaría al de su padre, mientras ayudaba a Don Ramir a despedirse de aquella vida terrenal.  

Con los ladridos de los feroces perros resonando en el exterior, los tres desaventurados se dirigieron hacia la salida, pero tanto a Teolfo como Bernat les pareció ver algo tras unas mantas. Bajo ellas, un acero oculto reflejaba la ténue luz de las antorchas. Se acercaron y allí descubrieron el caro y letal equipamiento con el que Bernat había llegado al castillo, incluyendo las armas como la espada y el martillo, y la poderosa armadura y el escudo.

Probablemente tendrían que hacer frente a los guardias que salieran alarmados por los perros, pero estarían mejor preparados. Fuera todo estaba desierto salvo por los ladridos, a los que se sumaron el relinchar de los caballos, que habían comenzado a ponerse nerviosos desde las caballerizas.