Partida Rol por web

La burra se sintió aliviada de volver a ver a un humano al que sí conocía y no la trataba como a un trapo. El animal, tomando de buen grado las caricias del infanzón, comenzó a rebuznar y salió de su cuadra. Tras ella le siguió el caballo de Bernat, que había estado oculto tras el resto, y otros dos más que estaban más relajados. El resto de caballos seguían enfurecidos y encabritados por completo. No obstante, con tres caballos y una burra sería más que suficiente.

Los animales comenzaron a salir de las caballerizas, estando listos para emprender la marcha. No obstante, ¿sus futuros jinetes estarían listos ya?

Tras las despedidas, Llanos, Leonnie, Pau y Don Claudio emprendieron el camino de regreso por las grandes escaleras de piedra que conducían al vestíbulo. Sin embargo, justo en la entrada se toparon con dos rostros familiares: Teolfo y Lluisa habían comenzado a bajar silenciosamente, tras sortear a unos guardias que habían bajado al vestíbulo desde las torres. Por suerte no les habían visto en ningún momento. Iban bien armados, así que parecía que todo había ido bien en el patio.

Don Claudio todavía estaba afectado por lo que acababa de ocurrir, y dejar atrás el cuerpo de su amigo le causaba una gran inquietud, pero ahora necesitaban centrarse en escapar de aquel horrible lugar.

-Com escaparem? El castell té dues eixides al pati, una cap al poble i una altra cap al bosc. No sé què podríem fer al bosc, però el poble ja no és un lloc segur. Què farem? -les preguntó.

Mientras Bernat sacaba los caballos de las caballerizas, dos guardias del conde habían salido del castillo alarmados por los ladridos. Pese a que Teolfo y Lluisa habían entrado dentro hacia las mazmorras, no parecían haber sido vistos. No obstante, los soldados no tardaron en descubrirles cuando divisaron los postes y cepos donde les habían atrapado completamente vacíos.

-¡Maldita sea, avisa al resto! -bramó uno de los soldados.

Uno de ellos se dirigió corriendo a la campana de alerta mientras que el otro avanzó armado con su hacha de armas. Debía ser uno de los de alto rango, ya que iba mejor armado y protegido que el resto. Al avanzar hacia las caballerizas no tardó en ver a Bernat. La imagen del infanzón completamente acorazado para el combate le resultó intimidante, pero no lo suficiente como para dar marcha atrás.

-¡Detente bellaco, ninguno de vosotros saldrá de este castillo con vida! -bramó mientras avanzaba hacia él cargando con el hacha.

Teolfo dirigió una mirada al grupo, notando que se habían reunido con Leonnie, Llanos, Pau y Don Claudio, resultándole de lo más extraño que Don Ramir no estuviese junto con el resto de sus compañeros. Le bastó con observar lo afectado que se mostraba el anciano capellán para intuir que algo no había salido bien.

-¿I Don Ramir? Què ha passat? -preguntó a sus compañeros, intuyendo que algo había ido mal.

Con paciencia pese a la premura del momento, fue sacando a los animales más mansos, contando entre ellos a Butifarra y a su corcel, dejandolos preparados en el patio para el momento de escapar, cuando regresaran los demás. Él mantuvo la posición, sabedor tanto de que sus compañeros tendrían que volver allí, como que más pronto que tarde los hombres del conde responderían a la fuga de los prisioneros.

Y en efecto, allí acudían los primeros. No podía impedir que la alarma se extendiera, pero al menos presentaría allí batalla mientras pudiera. Vestido de hierro de pies a cabeza y armado con su espada y su escudo, Bernat se encaró hacia el guardia que se dirigía hacia él — ¡A mí, bellacos! ¡A mí, malnacidos! ¡De a uno o todos a la vez, como os plazca, que igualmente comprobaréis cuanto vale un caballero de la Corona!

El guardia no se amedrentó ante las afrentas del hidalgo catalán, así que cargó contra él hacha en mano, lanzándose al combate de forma tan fiera como veloz. De hecho, Bernat a duras penas pudo prevenir el ataque que le llegaba de frente, con el hacha yendo directa a incrustarse en su coraza. 

El guardia cargó contra él, pero esta vez Bernat no tenía en la mano un vulgar palo o un hierro mediocre. Esta vez empuñaba el acero de su familia, y con una certera maniobra desvió el ataque de su rival y se lo devolvió con una estocada hacia el pecho, un tanteo para ver de qué estaba hecho aquél mequetrefe castellano.

El soldado hizo un rápido movimiento con el hacha y paró el golpe de espada de Bernat. El sonido de los filos chocando fue atronador, poniendo a los perros cada vez más furiosos y sedientos de sangre.

Aquel guardia no iba a ser tan fácil de abatir, así que no tardó en lanzar su siguiente ataque.

Su ataque no llegó a dar en el blanco, pero no esperaba que fuera a ser tan fácil. Sin perder impulso, bloqueó la nueva acometida del guardia y lo golpeó a su vez, buscando su punto débil.

El guardia consiguió parar de milagro el espadazo que trató de asestarle Bernat, y pronto contraatacó con su mortífera hacha.

Faltó un pelo para que su espadazo diera en el blanco, por lo que no cesó en su ofensiva sobre el guardia, esperando vencer su guardia con una serie de golpes rápidos, aunque debido a ello no podía imprimir tanta fuerza en los mismos.

El guardia hizo lo posible, pero en un momento de oportunidad Bernat clavó su espada con todas sus fuerzas en el abdomen, atravesando su armadura como si fuese papel y clavando el filo a lo largo de todo el vientre, asomando la espada por el otro lado. El herido bramó con un ensordecedor grito de dolor, se retiró y se desplomó el suelo. 

Más soldados no tardarían en aparecer, pero aquel ya estaba completamente fuera de combate.

Sacó la espada de las entrañas del guardia mientras este caía al suelo, muerto a todos los efectos. Jadeante por el esfuerzo, si bien breve, miró a su alrededor, esperando más enemigos, pero por el momento, estaba solo. Aquello no duraría mucho. ¿Dónde estaban sus compañeros?

Se planteó ir en au busca por si necesitaban ayuda, pero entonces los animales quedarían desatendidos y seguramente puestos bajo fuerte custodia por los guardias, por lo que prefirió montar guardia junto a ellos, asegurando el escape de los suyos... Siempre que no tardasen demasiado.

El resplandor de velas y antorchas encendiéndose comenzó a verse en las ventanas del castillo, y tras él el ruido de soldados apresurándose y marchando, alertados por las campanas de alarma. La situación comenzaba a ser preocupante y el resto de sus camaradas todavía no aparecía. 

No tardó en aparecer un primer guardia en la entrada principal, armado con una ballesta.

-¡Alto, malandrín! -exclamó mientras le apuntaba con su arma.

Dado que estaba ya cargada, Bernat apenas tardó unos instantes en escuchar el silbante y estridente sonido del virote siendo disparado contra él.

Com escaparem? El castell té dues eixides al pati, una cap al poble i una altra cap al bosc. No sé què podríem fer al bosc, però el poble ja no és un lloc segur. Què farem?

-Al bosc -respondió Llanos sin pensárselo-. Allí tenim tants enemics com al poble, però preferisc fidarme de les bèsties abans dels humans.

 En su camino de vuelta al patio, se encontraron con Teolfo, quien preguntó por su padre. La bruja torció el gesto, dolida.

-Ha sacrificat la seua vida per la del seu nét -replicó, haciendo notar el bulto envuelto en mantas que llevaba entre los brazos. Afortunadamente, Vicent dormía y no había que preocuparse de sus gorjeos de felicidad, o sus llantos de comodidad por ir en brazos de su madre al fin. 

Mientras hablaban, algo extraño e inadvertido había ocurrido, y no lo descubrieron hasta que el joven Pau notó los roces en la pierna. Miró hacia abajo y pudo ver a dos serpientes que siseaban y se enroscaban a su alrededor. Estas enigmáticas alimañas reptantes no solían gustar de la compañía de los seres humanos, pero aquellas parecían extrañamente a gusto en su presencia, como si hubiesen sido atraídas.

No obstante, aquello fue un suceso que apenas pudo requerir atención, ya que algo mucho más primordial estaba ocurriendo arriba: comenzaron a escuchar sonidos de combate y la campana de alarma sonando. Sin duda Bernat estaba haciendo frente valientemente a los soldados del conde. Sería necesario apresurarse.

El castillo empezaba a ser despertado, y pronto no sería uno o dos guardias sueltos los que acudiera corriendo a la llamada a las armas. Confiaba en que los demás regresaran antes de que eso ocurriera, pero por lo demás, estaba dispuesto a enfrentarse a todos con tal de asegurar la vía de salida, en especial al conde.

Otro guardia apareció, solo por el momento. No pensaba darle tiempo a que pudiera reunirse con los suyos, y mucho menos después de ver el arma que llevaba. Lanzando un grito de desafío, echó a correr hacia el ballestero, evitando con el escudo el único disparo que le permitiría hacer, antes de caer sobre él y tratar de atravesarlo con su espada.

Bernat se cubrió con el escudo con presteza y el virote rebotó contra el metal. El soldado comenzó a recargar la ballesta rápidamente, pero el hidalgo catalán estaba cargando hacia él, profiriendo un terrorífico grito de batalla. Aterrorizado, el soldado arrojó a un lado la ballesta para enfrentarse a él con su lanza, pero no tuvo ninguna oportunidad; Bernat le había estampado la espada contra su pecho con una fuerza digna de las bestias del bosque, destruyéndole costillas, órganos internos y la columna vertebral. Al instante el filo asomó por el otro lado del soldado, dejándolo clavado en la espada como si fuese un muñeco de arpillera. 

El guardia que estaba haciendo sonar la campana miró atónico el monstruoso espectáculo, entendiendo que no iba a tener ninguna oportunidad y huyendo despavorido hacia el otro lado del castillo.