Partida Rol por web

Ante la fugaz esperanza de la victoria, la funesta rueda del destino se cierne sobre el grupo, cumpliendo el compás fatal de su existencia: El desenlace final a su increíble aventura, la nota última de la nefasta invocación: El fin de los tiempos.

El malvado se desmorona. Derrotado y humillado, su enorme cuerpo se ahoga en su propia sangre mientras se descuartiza y se precipita como una torre en ruinas. El Abad de los Bosques no puede frenar su caída... Su magnánima y poderosa forma se transforma en la de un viejo acabado: Magullado y esquelético, roto y enfermo... A las puertas de la muerte. Pero está resuelto a hacer valer sus palabras: Sea como sea, cueste lo que cueste.

El último resquicio de su poder es suficiente para finalizar la catastrófica y desgraciada canción: 

...Plaga del mundo

Aflicción de los dioses

Purgado sea todo

Entregado a su fin.

La espada infernal clavada en la tierra se alza, descubriendo la herida mortal en el planeta...

El arma maléfica hace implosión. El metal infausto e inquino se rompe en innumerables fragmentos oscuros. El estallido se convierte en un torbellino de materia negra: una espiral sin fondo que lo traga todo a su paso. El tornado rasga el velo de la fábrica de la realidad: Destruye cuanto toca, engulle la propia existencia a su alrededor, transforma todo lo que "Es" en "Nada"... Es una lesión mortal de la Existencia que desangra la Creación hasta vaciarla de sí misma. 

El vórtice negro y vacío se expande. Los colores se pierden. Los sonidos se ahogan. La sustancia de las cosas se acaba y los aventureros sienten su fría mordida acercarse. En cuestión de segundos ellos también habrán desaparecido, junto con todo lo demás.

En medio de la desolación total la voz de el Abad vuelve a ellos, renqueante y al borde de expirar...

- Ya habéis visto… Cómo he cumplido mi promesa. - Una tos raquítica le interrumpe, pero se apresura a continuar. - Entonces... Verdaderamente es el fin. - Sentencia con esfuerzo. - Incluso yo me niego a creerlo... Esto no debería ser así. No se supone que deba ser así. - La endeble llama de la esperanza se ilumina en sus pupilas ciegas, todavía ardientes con el deseo de vivir. - En vuestras manos está detenerlo...

- La guerrera no os lo ha dicho, pero ella conserva la más importante de mis reliquias: los ojos de mi cabeza. En ellos, todavía podría contener mi esencia, hacerla perdurar más allá del tiempo, conservar mi ser indefinidamente... - El tiempo se acaba y el agónico Abad intenta concluir. - ¡Es todo lo que pido...! ¡Devolvedme mis ojos de diamante, y la prisión de la eternidad volverá a ser mi casa...! 

- Si cumplís... - Asegura con toda la honestidad que puede ofrecer su voz vil y renegada. - Evitaréis el desastre. El conjuro se interrumpirá. El agujero quedará sellado. 

Dos gotas de sangre resbalan como lágrimas implorantes por sus mejillas huesudas y marchitas...

- Os lo prometo.

La aspiración de vacío arremolina los largos cabellos de Nörsil que habla sin prestar atención a la figura derrotada.
- Las mentiras desesperadas de un perdedor no te valdrán ahora. Con mentiras conseguiste que los incautos te entregaran su sangre para alargar tu existencia. Ahora rendirás cuentas ante los verdaderos inmortales - dice mientras enfunda su espada. Acercándose al clérigo le tiende un brazo.

Lelouch se incorpora rápidamente con la ayuda de Nörsil y lo mira a los ojos. Ambos entienden que tienen que hacer un llamado a aquellos que están por encima de la vida o la muerte, a aquellos seres verdaderamente todopoderosos. Con una voz fatigada Lelouch comienza

- Pacífico y magnánimo Ulesh, tranquilo y poderoso Daenthar, justo y valiente Gorhan, ruego vuestra presencia en el mundo terrenal con el fin de...

En ese momento oscuro que las armas no van a alcanzar a resolver es la hora de encomendarse a poderes superiores.

Sosteniendose ambos conjuradores de los antebrazos sus palabras no parecen gran cosa envueltas en el estruendo creciente:

- narG noraE, orellabac ed sol soña selbatnocni, roñes ed sol sonimac sodidnocse, ut euq saligiv sol soiretsim: a it et omall ne etse aíd ed airotciv y nóiccurtsed

¡Qué extraño! Todos fueron capaces de comprender en su mente las palabras del elfo: Gran Earon, caballero de los años incontables, señor de los caminos escondidos, tu que vigilas los misterios: a ti te llamo en este día de victoria y destrucción

La esfera mágica de un portal azul destella débilmente en lo más alto, más allá de las nubes, los cielos y la negrura que todo lo cubre. De ella emerge la manifestación de Ulesh, batiendo sus alas de ángel y permaneciendo en las alturas, alejado... Casi temiendo acercarse más a la brecha espacial: El sumidero que todo lo está tragando por momentos...

- ¡Mortales, es evidente, este es el triunfo del Caos! - Anuncia con su llegada. - Desconozco las verdaderas intenciones de el Abad, pero hasta donde dice, creo en su promesa... 

Ulesh intenta persuadirles. - ¡Devolvedle los ojos a ese loco! Por el Orden, el Bien y la Paz de la creación, es lo necesario... - El emisario alado intenta infundir sus ánimos en este trance desesperado. - ¡Encontraremos un modo de vencerle, pero necesitamos tiempo! Si no actuamos rápido, vuestro universo se consumirá para siempre en el olvido... ¡Incluso la morada de los dioses podría correr la misma suerte!

Solo disponen de un efímero instante para decidirse. - ¡Vamos! ¡No dudéis ahora!

Como quien lo hubiera escuchado todo y levantara un manto de invisibilidad, la manifestación de Earon se aparece entre ellos, salvaje y en desacuerdo con el ángel...

- Ulesh se equivoca y no debéis seguir su consejo. - Sus frases vienen cargadas con enorme responsabilidad. - El Abad ha tratado con fuerzas extra-planares, corrientes cósmicas que nunca deberían haber llegado a su alcance... Y ha extendido su conciencia mucho más allá de los límites permitidos. Este plano ha adquirido una grave deuda por la muerte de ese hombre: Una tan grande que su sola vida ya no es suficiente para satisfacerla... - Afirma, rotundo.

- Cada instante que se prolonga la existencia de su ser es un insulto y una ofensa a las leyes inmutables de la naturaleza. ¡El equilibrio se ha roto y debe restaurarse! Si la única forma de hacerlo es borrando nuestra dimensión del cosmos... ¡Así sea! - Su voz retumba severa ante la negra perdición que se abalanza sobre ellos, a punto de desvanecerles...

- ¡No le entreguéis las reliquias! ¡No pretendáis huir del destino!

Grombar se agarraba con fuerza a una gran roca para no ser absorbido por el letal vórtice cuyo hambre parecía no tener fin. Sus greñas se arremolinaban violentamente alrededor de su rostro cubierto por sangre y sudor.

-Eyra! Los ojos! Tírale los malditos ojos! -gritó para hacerse oír por encima del estruendo de la tormenta que estaba a llamada a devorarlo todo- Dale lo que pide y vivamos para ver amanecer! Que los dioses salen sus propias cuentas con él!

-¡Eyra!

Nörsil echa a correr hacia...

¡Dale los diamantes! gritó Bratynne casi a coro con Grombar

Notaba todas las miradas centradas en mí. Yo, sí... yo, tenía los diamantes; eran míos.

Retrocedí un paso con cierta zozobra, luego otro aún más insegura si cabe que el primero. Mi mano fue lentamente hacia mi bolsillo y tanteó los diamantes que reposaban cómodamente en él. Eran tan redondos... tan perfectos. ¿Quién podría deshacerse de algo así? ¿Quién en su sano juicio no desearía quedarse con ellos?

Dudé, mientras aferraba en mi mano ambos ojos incapaz de decidir qué hacer...

¿Así es como terminará todo?

Sabía que de nada me servirían los diamantes si todo terminaba. Lo sabía con toda mi alma, aún así, me costó horrores sacar la mano del bolsillo. Temblaba, y no por miedo, sino por saber que de nada habían valido nuestras heridas y nuestro esfuerzo. Al contrario, lo único que habíamos hecho era empeorar las cosas.

En mi interior, una lucha imposible de superar se cernía. Los dioses eran caprichosos después de todo...

–¿Quieres tus ojos? –pregunté, mientras alzaba la mano–. Tú que lloras... afronta tu destino y púdrete en el infierno del que procedes. Aceptas tu mortalidad... ¡MALDITO SEAS!

Con toda la fuerza que me fue capaz, lancé los ojos al vórtice que se había abierto.

–Si los quieres... ¡VE A POR ELLOS! ¡TUYOS SON!

Nörsil al ver los brillantes salir despedidos de la mano de Eyra, frena en seco antes de chocar con ella.

Vio como los diamantes salían lanzados por la mano de Eyra y describían una parábola en el aire en dirección al vórtice. Todo sucedió como en cámara lenta, el corazón le iba a cien por hora, la frente le sudaba… ¿Habían hecho lo correcto?

Ante la mirada fija de sus amigos y de los dioses, las encantadas piedras, preciosas y mágicas, abandonan la mano temblorosa de la guerrera. Arrojados con rabia van directos hacia su final, igual que todo lo demás atrapado en la virulenta espiral... Los ojos de diamante son tragados, su absoluta perfección desmaterializada en un instante.

El rostro aquejado del Abad esboza una mueca maquiavélica. Descomponiéndose por segundos, se encamina hacia el vórtice oscuro. Sus dañadas piernas, más huesos que carne, le llevan lento... Y tampoco él parece tener ninguna prisa por llegar.

El tornado multiplica su potencia, su viento absorbe todo lo que alcanza. La negrura se expande como una mancha imborrable. El suelo se corrompe y todo sobre ella es arrastrado al fin. La tierra, las rocas, los árboles, las nubes, el fuego, el aire... Todo se desmonta , todo se hace añicos y, trozo a trozo, se deshace y se extermina.

Sin parar de crecer, la brecha dimensional consume al Abad hacia sus adentros. Su tamaño sigue aumentando y en un soplo alcanza también al grupo. Nörsil, Grombar, Bratynne, Lelouch y Eyra son sumidos en la Nada.

La Vorágine es como un firmamento sin estrellas; un océano infinito y sin agua... Su definición: algo incomprensible por la mente humana. Pero una cosa es sabida: La existencia no tiene cabida allí, y todo en su interior está abocado a terminar infaliblemente.

Desprovistos de fuerza gravitatoria que atraiga las cosas, los aventureros flotan en la Nada. Justo frente a sus cuerpos desanclados y suspendidos, entre un amasijo irresoluble de materia y color, el cuerpo ya esquelético de el Abad toma sus ojos en sus manos descarnadas y los conduce hacia sí. Las piedras, reconociendo a su dueño, se incrustan por sí solas... Y el ritual vuelve a ocurrir: Primero, la forma consumida y escuálida de El Abad se hace polvo y luego, transmudándose en corriente espiritual, se insufla en el interior de los receptáculos de diamante.

La Vorágine cesa en su furia destructora. Lentamente, todo lo que contiene empieza a volverse etéreo y desaparecer. Los aventureros se sienten disiparse por momentos: El tiempo hecho ilusión, la realidad privada de sentido. Ya dispuestos a fallecer, sus pensamientos les hablan por última vez...