Partida Rol por web

- No es cosa fácil lo que nos piden. - Comentó.

No estaba seguro de que pudieran hacer los que les pedían. Nunca había hecho nada similar y no sabía si se veía capaz. No obstante, habían sido seleccionados por algo y veía que la señorita Marlowe era bastante capaz. Por otra parte Heinrich, parecía alguien reservado y con buena actitud. Quién más le preocupaba era el austriaco. Aquel hombre no podía mantener el pico cerrado.

- Haremos lo que podamos. - Afirmó. - Espero no tener que necesitar esas cápsulas. 

Miró el mapa. Sin conocer la zona era complicado hacer una valoración acerca del mejor sitio donde ser desplegados. No obstante, al noroeste parecía haber una zona elevada algo despejada que podía estar poco vigilada. Señaló con el dedo haciendo un círculo.

- ¿Qué opinan por esta zona? - Preguntó. - Parece la más desocupada. Podríamos pasar desapercibidos en el salto. 

Alzó la mirada encontrándose con la de sus compañeros y la de sus anfitriones. Estaban dando palos de ciego. No estaba muy seguro de que pudieran tener éxito, pero ya estaban metidos de lleno en aquello. 

- ¿Qué equipo nos van a facilitar? - Preguntó. - Y... ¿Cuando tienen previsto el salto?

Klaus extrajo de su chaleco un monóculo que ajustó con parsimonia en su ojo derecho antes de examinar con riguroso celo el mapa que el general Moravek les había mostrado. El austríaco alternaba una versión a todas luces grandilocuente e hiperbólica de sí mismo con otra completamente diferente, como si el mismo cuerpo estuviese habitado por una antítesis. Serio, preciso y silencioso, escuchó con suma atención las palabras del general y luego del cabo nombre en clave Tommy Gun.

Negó con la cabeza, se quitó el monóculo y suspiró, como si fuese obvio que la decisión de Penwater no era la óptima a su parecer.

-No soy un estratega militar titulado, peeeeerrrro debo señalar que dudo mucho que la zona que usted propone para el aterrizaje sea la más interesante para nuestro propósito, Herr Penwaterrrr-. Encontraba un oscuro placer en pronunciar el apellido del cabo. Uno podía apreciar el regocijo en su mirada al remarcar la R. Esta vez, su sonrisa era más moderada. Condescendiente, incluso.

-No puedo negar que esta zona puede ser bastante segura para aterrizar, pero es un lamentable espejismo, mi querido cabo. Y, además, nos mantiene lejos de toooodos nuestros objetivos. Creo...-. Alzó su dedo matizador, dispuesto a lanzarlo en picado sobre el mapa cual águila imperial. -...que el punto más interesante para nuestros intereses es Krupna. Incluso, algo al sur de Krupna. Aquí (*). Tendremos una doble ventaja: en primer lugar, estaremos relativamente cerca de la Resistencia y de ese enigmático padre Andrezj, para el cual he de pensar todavía un nombre en clave... Y en segundo lugar, pero no por ello menos importante, evitaremos toparnos con las patrullas alemanas que controlan la estación de Karlstein. Siguiendo su ruta, cabo, nos toparíamos con ellas a buen seguro si viajásemos hacia el Sur. ¿Coincide conmigo?-. Klaus alzó las cejas y arrugó la frente aguardando la respuesta de Penwater y cualquier aportación que quisieran hacer sus compañeros. Para él, el asunto estaba clarísimo. Y aunque era un tipo bajito e irritante, podía llegar a ser increíblemente asertivo y convincente en sus argumentos.

Miró a su querido colega nombre en clave Hideous Moustache cuando habló del cianuro.

-Oh, siempre tan detallista, querrrrrido amigo. Ahora entiendo por qué no hay pastas... ¡Os habéis dejado los cuartos en cianuro! ¡JI! ¡Humorrrr británico en estado puro!-. Sonrió con afabilidad, pero sólo por un fugaz momento. Su rictus serio e impenetrable volvió a hacer acto de presencia. Klaus tenía mentalidad germánica, después de todo. Ofrecer cianuro a los agentes constituía, para él, una actitud de loser. Fallar no era una opción. Y menos con Karlstein tan cerca. 

-Dígame, General...-. Habló a Moravek con profundo respeto y solemnidad, acercándose a él unos pasos. -¿Qué saben exactamente de ese tal padre Andrezj? ¿Tiene su Resistencia alguna forma de infiltrarnos en el castillo de Karlstein? Digamos... ¿Documentación falsa, por ejemplo? Usted y yo sabemos muy bien que Hitler y sus matones adoran la Bürokratie. ¿Quizás uniformes de infantería alemana? Habría que usarlos en el momento de la infiltración, claro. No queremos caer en el fuego cruzado con los simpáticos integrantes de su Resistencia, ¿ja?

Infiltrarse tenía siempre sus riesgos, pero para Klaus aquel grupo tenía evidentes ventajas, aun a pesar de que, al igual que Penwater, empezaba a ver un patrón en sus interlocutores que le invitaba a pensar que su cometido tenía mucho, quizás demasiado, de improvisación. Con todo, tres de ellos podían pasar por alemanes con facilidad. Y la doctora en sí misma era un diamante en bruto para ganarse la confianza de la Resistencia. Klaus pensaba rápido e intuía que la zona en guerra las medicinas serían un bien muy cotizado. Se le ocurrían múltiples formas de negociar con los checos para averiguar dónde estaba el tal Andrezj.

¿Qué nombre en clave debía ponerle a aquel tipo...?

Tras bautizarse a sí mismo como Velvet Thunder, Klaus debía reconocer que había regalado al mundo su obra maestra y su inspiración había sufrido un leve agotamiento. Y es que donde los pusilánimes creen que conseguir la Corona es lo más difícil, lo cierto es que lo más complicado es... mantenerse en la cima.

Emil no aparta la mirada del general mientras este da los detalles de la misión y mete caña a todo el que se preste a ello. Parecía un tipo serio, imponente, y extremadamente aburrido. Se llevaría de perlas con el cabo.

Cuánto más oía del plan y de las razones de éste, más se daba cuenta de lo poco que tenía que ver todo esto con él. Pero se le había ofrecido un buen dinero y, al menos por ahora, la misión no parecía especialmente "arriesgada". Al menos no en comparación con las cosas que había hecho en el pasado. Si de algo sabía el contrabandista, era de infiltrarse en las líneas enemigas. Aunque, normalmente, éstas no eran las alemanas...

Emil escucha divertido el largo monólogo de Heizinger. Sidewinder. No le faltaba sentido del humor. Sus chistecitos le ayudaron a enmascarar la risa que se le escapó cuándo se mencionó el cianuro.

- El austriaco tiene razón - apuntó Emil tras echar un rápido vistazo al mapa, mientras dejaba la figurita en su sitio otra vez -. Nuestra mejor opción Krupna - y la más segura -. Una vez allí, ya veremos como infiltrarnos en el castillo. A fin de cuentas, si alguien va a dispararme, prefiero que lo haga sobre tierra, no mientras caigo lentamente de un puto avión.

Nadie había hablado a Emil de tirarse en paracaídas, y no le hacía mucha gracia. Lo había hecho solo una vez antes, y al llegar abajo tuvo que cambiarse de ropa.

- Bien... - Comentó Penwater al escuchar la réplica de con Heizinger y Heinrich. - Ciertamente tendríamos que dar un gran rodeo para llegar a la zona donde se oculta la resistencia. Esa era la idea, pero supongo que saltando cerca de Krupna ganaremos tiempo. El camino será más directo y entiendo que el riesgo es aceptable. - Alzó la mirada y buscó al general. - ¿Puede una aeronave sobrevolar Krupna con seguridad? Es una zona bastante poblada, podría ser que nos localizarán desde tierra y bueno... - Ladeó la cabeza a la vez que alzaba las cejas. - Eso podría acabar con la misión antes incluso de tomar tierra...

Heizinger:

-Dígame, General... Qué saben exactamente de ese tal padre Andrezj? ¿Tiene su Resistencia alguna forma de infiltrarnos en el castillo de Karlstein? Digamos... ¿Documentación falsa, por ejemplo? Usted y yo sabemos muy bien que Hitler y sus matones adoran la Bürokratie. ¿Quizás uniformes de infantería alemana?

 — Como comprenderá, señor Heizinger, no he entrado en tanto detalle con la Resistencia. Mantenemos contacto por radio, pero no podemos arriesgarnos a discutir demasiados detalles. Ya sabe usted que los alemanes son muy buenos —hace hincapié en eso, sabe que es una buena cualidad conocer y admitir los puntos fuertes del enemigo— interceptando y descifrando comunicaciones. Me han dado a entender que tienen algún contacto en el castillo, pero me temo que no le puedo decir más.

Heizinger:

[...] y de ese enigmático padre Andrezj, para el cual he de pensar todavía un nombre en clave... [...]

  Moravek se apresura a levantar la mano y hacer un gesto con la cabeza para parar los pies al austríaco en su razonamiento antes de que asigne unilateralmente otro nombre extravagante.

 — Me temo que al padre Andrej ya se le ha asignado el nombre de Ángel. Así es como se refieren a él en la Resistencia.

— No sabe cuánto odio decir esto, pero estoy de acuerdo con Heizinger y Heinrich —admite Morty a regañadientes. Han pasado la primera prueba—. El área que rodea el castillo es demasiado montañosa como para aterrizar con seguridad. Estoy seguro de que ya ha sido desplegado en peores condiciones, señor Penwater, pero esta gente... —mira a los demás con una ceja levantada— podría quedarse enganchada en un árbol. ¡Eso sería un problema como la copa de un pino! ¡Ja, ja, ja! —ríe celebrando su propia ocurrencia.

¿Puede una aeronave sobrevolar Krupna con seguridad? Es una zona bastante poblada, podría ser que nos localizarán desde tierra y bueno...

 — Ni lo dude, la Royal Air Force cuenta con los mejores pilotos para la misión —sonríe.

Penwater: ¿Qué equipo nos van a facilitar? - Y... ¿Cuando tienen previsto el salto?

— La incursión está programada en 12 días, el 5 de agosto. Por supuesto, deberán partir antes hacia allí. Viajarán de forma segura hasta Estrasburgo y, desde allí, cogerán un vuelo nap-of-the-earth para no ser detectados por los radares alemanes hasta Cheb, en territorio del Protectorado de Moravia. —Da una gran calada a su puro, llenando sus pulmones de la satisfacción de un plan perfectamente trazado.

»No se preocupe por el equipo, tendrán ustedes armas de fuego, explosivos, cuchillos... —mueve la mano mientras enumera, restándole importancia—, you name it. Aunque no tengo muy claro que todos se desenvuelvan bien con ellos. Por eso mismo, recibirán formación para poder desenvolverse adecuadamente en territorio enemigo. ¡Así que nada más que hablar! ¡No perdamos más el tiempo! —da una palmada al aire, dando por finalizada la reunión y dirigéndose a la puerta.

La doctora Marlowe no lo admitiría jamás, aunque sintió que se ruborizaba ligeramente ante su reciente bautizo de guerra como "Deathblade". Siempre había sido menospreciada por sus colegas varones y despreciada por muchas mujeres, entre ellas su propia hermana. Petunia era una clásica inglesa temerosa de Dios. La doctora siempre había sospechado que aquella era la excusa que se ofrecía para permitirse ser una persona horrible. Era una mujer estirada, envidiosa y llena de prejuicios que odiaba todo lo que se saliera de su canon de normalidad. Eleanor estaba tan lejos de ese canon que su hermana mayor se lo había tomado como una ofensa personal. Deathblade sonaba peligroso, excitante, interesante... Desde luego no era un ápodo apto para una damisela en apuros. El austríaco empezaba a caerle bien...

Pasando por alto el error cometido por el checo con su apellido y que habría hecho que su anciano padre se retorciera presa de una furia bíblica, la doctora tomó el sobre y lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. Examinó el mapa con detenimiento y llegó a la misma conclusión que Heizinger y Klein. 

- Por mi parte nada más. Al parecer todo dependerá de nuestra capacidad de adaptación e improvisación en territorio hostil... Van a darnos explosivos y cianuro... ¿Qué podría salir mal? - Por un instante no quedó claro si la doctora tenía una fe ciega en el éxito de aquella misión o estaba usando el sarcasmo. Mientras se dirigía a la puerta andando con garbo agarró a Heizinger del brazo dispuesta a arrastrarlo con ella - Dígame, Klaus...¿Le importa que le llame Klaus? Ya que vamos a ser compañeros de entrenamiento durante una intensa semana, confiese... Usted ha llevado bigote como Mortimer... - 

Dígame, Klaus...¿Le importa que le llame Klaus? Ya que vamos a ser compañeros de entrenamiento durante una intensa semana, confiese... Usted ha llevado bigote como Mortimer... - 

Klaus estalló en una atronadora carcajada ante la atrevida insinuación de la doctora Marlowe. Tal fue el arrebato que el austríaco se dobló de la risa y enrojeció como un tomate mientras se palmeaba la pantorrilla con la mano abierta. Tras un instante consagrado a recuperar la respiración, el peculiar hombrecillo se enjugó las lágrimas que brotaban de sus ojos y resopló antes de adoptar el gesto más serio del que era capaz -y eso era decir mucho- y clavó sus ojos de un azul teutónico en la británica.

-Jamás de los jamases, Fraülein. I'm a man of wealth and taste-, dijo Von Heizinger regocijándose en cada palabra antes de esbozar una sonrisa tan encantadora como canalla.

Tras unos duros días de entrenamiento y sentiros más que preparados para la dura misión, sois aprovisionados con nuevas armas del ejército británico. cada uno de vosotros recibe las armas de fuego elegidas, además de una navaja multiusos sin serigrafiar —estáis de incógnito, así que una navaja de la Royal Ground Force no cumpliría este cometido—. Dos granadas de mano, una máscara de gas, un casco, una pala plegable y suministros para varios días.

Einfield .38 (pistola)

Sten Gun (ametralladora)

Lee-Einfield (rifle)

5 de agosto de 1939, 0617 horas — Espacio aéreo checoslovaco

El eco que produce la corriente de aire cuando entra y resuena por el fuselaje del avión hace que dejéis de oír al piloto, quien termina con la cuenta atrás para que empecéis a saltar.

En ese momento, al reincorporaros y desentumecer vuestros cuerpos, notáis las chapas de identificación pegadas a vuestros pechos, calientes por el contacto con vuestra piel. Eso os hace recordar la acalorada discusión mantenida entre Morty y Heizinger el día antes de partir de Reino Unido acerca de los nombres en clave que deberíais usar. Tras una buena negociación, el agente británico cedió ante la insistencia austríaca, con la condición de modificarlos como éste creyese oportuno para hacerlos más prácticos.

Claro está que no lleváis identificación de ningún tipo del ejército británico. Si os atrapan, sólo recuperarán de vosotros esa chapa, ese nombre en clave que no significa nada. Así pues, en la chapa de Heinrich reza SIDEWINDER. En la de Marlowe, DEATHBLADE. En la de Penwater, TOMMYGUN. En la de Heizenger... solo VELVET. Morty había apuntado que VELVET THUNDER era demasiado largo, además de argumentar textualmente que «terciopelo te viene que ni pintado: es hortera, pretencioso y da un poco de repelús cuando lo tocas». Cuestión de gustos, al fin y al cabo.

Con las armas y los bártulos tintineando en vuestra espalda, os encaráis hacia la rampa. Es el momento de la verdad.

Penwater no estaba demasiado nervioso por el salto. Ya había practicado saltos en paracaídas durante su instrucción con el pelotón Bravo. Siempre se le había dado bastante bien, sin embargo, aquel salto era diferente, era un salto de verdad, en una tierra desconocida y llena de potenciales enemigos. No estaban en guerra contra ellos, pero no descartaba que una segunda gran guerra empezara pronto y desde luego, Estados Unidos o Gran Bretaña, no se decantarían del lado de Adolf Hitler.

Revisó todo su equipo antes del lanzamiento. Armas, provisiones, casco, aquella pala. Esperaba no tener que ponerse a cavar trincheras. Eso sólo indicaría que todo había salido rematadamente mal, pero supuso que aquella pala estaba entre el equipamiento básico que se le entregaba a todo soldado y aunque espías, ahora ellos también eran soldados. Pues bien, todo estaba correcto y el salto no podía postergarse mucho más.

Por ello tomó la iniciativa. Al fin y al cabo, era él quien estaba más cerca de la puerta. Se puso en pie y enganchó su anilla al riel. Miró a sus compañeros de misión, tomó aire y asintió. Era el momento. Así se lo indicaba el soldado que les ayudaría con el salto.

- Les espero allí abajo. - Les dijo a sus compañeros. - Suerte.

Sin más se dio media vuelta y desapareció por la puerta del avión, para acto seguido sentir aquella sensación de ingravidez tan característica y como la adrenalina corría por sus venas mientras al ver como el suelo, todavía en penumbra antes del amanecer próximo, se acercaba inexorablemente hacia él y casi rezó a Dios por tener un buen aterrizaje, pero finalmente no tuvo que hacerlo y la toma de tierra transcurrió sin más contratiempo. 

Pronto se desabrochó la mochila y comenzó a recoger cuerda y paracaídas mientras no dejaba de lanzar vistazos al cielo, tratando de localizar a sus compañeros cayendo desde lo alto. Esperaba que a todos les fuera tan bien como le había ido a él y si tenía que haber algún lesionado, que fuera el austriaco. Y ante aquel pensamiento sonrió. Realmente no le quería ningún mal, pero como broma no tenía precio.

Klaus se había puesto a tono en las pistas de atletismo de las BFA. Estaba lejos de sus mejores años en lo físico, pero aún conservaba el fondo de corredor de resistencia. Y es que el austríaco, salvando su inagotable amor por los dulces, era un tipo que conservaba una complexión delgada desde la infancia.

Había visto a la doctora Marlowe matarse a series de 200 metros por las pistas, lo que le había impresionado mucho. Aquella británica parecía tener un interés verdaderamente personal en la misión. No tuvo tanta suerte localizando al joven Emil, al que parece que la disciplina le generaba urticaria, como buen pilluelo que parecía. Y del cabo Penwater subo que había estado entrenando en largas sesiones de combate, como correspondía a su condición de militar de carrera. El amerrikaner hacía bien preparándose para lo peor ya que, en realidad, era el único miembro del equipo con formación de combate. 

Que hubiese que saltar en paracaídas como inicio de la misión era algo que habría asustado mortalmente a un hombre normal, temeroso de Dios. Pero no a un austríaco. Durante el vuelo, Klaus canturreaba en alemán una canción cuyo protagonista era un tal Mortimer al que su bigote se le prendía súbitamente en llamas infernales. Se le veía muy tranquilo mientras retocaba su chapa identificativa con su navaja multiusos, dibujando una elegante T. al final de la chapa. Y es que, aunque el viscoso y advenedizo de Abercrombie le había seccionado su creatividad en aquel trozo de metal sin valor alguno antes de despedirse, Klaus contraatacó con una dramática estocada verbal para el recuerdo:

"Morty, por más que el ser humano lo intente, nunca podrá enmudecer al TRUENO".

Maldito austríaco. Tenía salidas para todo y para todos.

-Esta navaja tiene un prrrroblema-, comentó en un momento dado mirando con las cejas alzadas a Emil. -No es suiza. Si fuese suiza, no sólo sería mejor en sus prestaciones, sino que no tendríamos nada que temer si nos cogiesen ahí abajo, ¿ja? Al fin y al cabo... ¡NOS TOMARRRÍAN POR NEUTRALES! ¡JIAAA!-. Rió con ganas de su propio chiste geopolítico, evidenciando además que los británicos eran unos ratas y unos escamoteadores.

* * * * *

Llegó el momento del salto y Klaus, alias VELVET THUNDER, estudió con detenimiento la técnica de Penwater. No podía ser tan complicado si lo hacía un amerrikaner, ¿no?

Craso error. 

El comienzo de la maniobra fue bien. Bastante bien. Engañosamente bien. Tanto es así, que a Klaus el subidón de adrenalina  promovido por el salto al vacío le incitó a reír como un maníaco y soltar frases absurdas como...

-¡¡¡MIRRRRRA MAMÁ!!! ¡¡¡ESTOY EN LA CIMA DEL MUNDOOOOOO!!! ¡JIIIIIIIIIIIIJIJIJIJIJIIIIIJIIIIIIII!-.

El austríaco jamás había saltado en paracaídas, dicho sea de paso. Fue terminando el descenso, maravillado por su elegante vuelo sin motor y sintiéndose como un imponente Drachen a punto de devorar al caballero de rigor, cuando vio el inexpresivo rostro de su fatal enemigo:

Un cedro. Un cedro llamado Lohengrin.

El condenado árbol estaba dispuesto de tal manera en el prado al sur de Krupna que su trayectoria de descenso le conducía de cara directamente hacia el tronco en lo que se vaticinaba como un abrazo fatal. Y ya se sabe: un Drachen jamás varía de rumbo. 

Tremendo golpetazo dio el austríaco. Tan atronador que se escurrió cómicamente por el tronco y terminó cayendo de espaldas al suelo, emitiendo un sonido parecido a un estertor, quizás el silbido que dan los pulmones al resultar perforados. Sólo pudo agradecer una cosa: Mortimer no estaba allí para ver la caída en desgracia del gran Von Heizinger.

-Me ha echado mal de ojo... Ese "malnasido" hijo de una hiena... Hideous Moustache me ha echado mal de ojooooo... Un momento... Si Velvet Thunder no cabe en la chapita... Jiji... Jijijiji... Él debe ser... HIDEOUS... A SECAS... JIIIIIIIIIIIIJIJIJIJIJIIIIIIIIII... ¡Cough, cough, cough!-, musitó desvariando entre una violenta tos al borde de la muerte girando el rostro para comprobar la salida del sol en el horizonte. -Bueno... Como muerte, no está tan mal. ¡Valhalla, allá voy!

En realidad sólo se había torcido un tobillo, pero el austríaco era un amante del drama. Además, la mente de Klaus había improvisado un astuto plan para comprobar cuánto le importaba a sus compañeros. Uno debía saber lo antes posible con quién se la estaba jugando en territorio enemigo.

Emil no puedo evitar reírse ante el comentario del austriaco. No por el chiste en si, no: lo que le hacía gracia al joven era la idea de que Heizinger, con su lengua tan afilada y la clara animadversión que parecía provocar con todo el que cruzaba palabra, pensase que saldría con vida si les cogiesen prisioneros. Con navaja suiza o sin ella.

A Emil le llega al grito de emoción de Heizinger. Asomándose al vacío, le viene el recuerdo de la primera y última vez que se vió obligado a saltar de un avión. Aquello no salió nada bien. Aún le dolía el costado de recordarlo.

Pero si el viejo no se había achantado, Emil no iba a ser menos. Asegurándose el casco y agarrando bien su mochila, Emil echó un último vistazo a la avioneta en la que se encontraba, dónde solo quedaban el piloto y Eleanor Marlowe.

- Salte con cuidado, señorita Marlowe - dijo Emil con voz lo suficientemente alta como para expresarse frente al viento huracanado que los acompañaba, con una sonrisa cínica dibujada en la boca -. Sería una pena tener la primera baja tan pronto.

Y con esa desagradable observación, Emil saltó al vacío.

No tardó en notar como el almuerzo que había tomado antes de salir luchaba por escapar. Ya habría tiempo de eso. Juntando toda la fuerza de voluntad de la que era capaz, Emil se enfrentó al temblor de manos que tenía para tirar de la anilla y abrir así el paracaídas, justo a tiempo.

Al llegar abajo, Emil consiguió realizar un aterrizaje casi perfecto (al menos para su evidente inexperiencia), rodando un poco por el suelo.

Tras un rato de mirar al cielo sin acabar de creerse que siguiese vivo, Emil se reincorporó para ver una curiosa imagen: al cabo recogiendo diligentemente su paracaídas mientras el austriaco se hallaba de espaldas al suelo, Dios sabía si vivo o no. Emil, por su parte, se quitó el paracaídas y procedió a hacer lo único que podía hacer en ese momento: echar la papilla.

No muy lejos del ejemplar soldado Penwater y el pálido pero resolutivo Heinrich, un muy poco sigiloso Klaus von Heizinger yace en el suelo, sujetándose el tobillo por encima de la bota negra y haciendo dramáticos aspavientos.

¿Necesitará Velvet ayuda médica de la doctora o será puro cuento? Miráis hacia el cielo, pero la doctora sigue sin bajar. ¿Habrá tenido algún problema ahí arriba? El avión comienza a virar levemente para no alejarse mucho de la zona y comprar un poco más de tiempo para Deathblade.