Partida Rol por web

Menos mal que la doctora Prosinecky intercede por vosotros y os ayuda a salir del paso sin que Jakob os pegue un tiro por la espalda, cabreado como una mona como está tras otra res perdida, y más cuando la noche anterior se le había jurado que no perdería otra oveja, sino que solo necesitábais cobijo durante la noche.

Sea como fuere, cogéis rápidamente vuestras cosas y las cargáis en el sonderkraft, incluida la oveja. Salís de la aldea —qué remedio— y paráis entre unos árboles que os otorgan algo de intimidad un poco más allá, antes de llegar a Vordertrebain. Allí, Marlowe customiza con mucha gracia a cada uno de vosotros. Hecho esto, os deshacéis del cuerpo de la cabra arrojándolo a la cuneta sin mayor ceremonia y tomáis el camino a Vordertrebain, con el joven y cabal Emil al volante.

* * * * * 

6 de agosto de 1939, 1255 horas — Entrada a Vordertrebain

El pueblo de Vordertrebain, rodeado por una muralla de piedra de unos dos metros de alto, cuenta con un control instalado por los nazis con una flamante barrera levadiza e incluso una caseta para que el guardia de turno descanse de esa ardua tarea. No parece que salgan ni entren muchos vehículos ni personas, pero con algo de suerte, podréis entrar sin mayor explicación.

Cuando ya estáis cerca del puente, un hombre alto y rubio sale de la caseta. Viste un elegante uniforme que le va como un guante, nada que ver con el uniforme de los militares del Heer, pues no en vano están diseñados por el modisto nacionalsocialista Hugo Boss.

—¡Alto ahí! —ordena levantando la mano y obligando a Emil a reducir la marcha—. Identificación —hace una pausa y mira vuestro fingido patético estado—. Parece que esos rebeldes os han dado bien —observa con sorna, pero se queda callado, esperando respuesta y frunciendo el ceño al ver a Marlowe.

 - ¿Pero no ve como estamos? - Le preguntó un iracundo Penwater en un perfecto alemán. - ¡Nos han marchado esos malditos checos! - Exclamó. - ¡Necesitamos ir a la maldita enfermería!

Penwater le mostró la pierna. Aparentaba estar en carne viva, todavía sanguinolenta y con muy mal aspecto. Se quedó mirando a ese hombre muy fijamente, con ojos de loco. Frunció el ceño y apretó los dientes. Esperaba haber sido suficientemente convincente. De lo contrario tenía una mauser a mano. 

El hombre de las Schutzstaffel se atusa la chaqueta elegantemente dibujando una mueca en su rostro y tratando de desviar la atención hacia su persona. Su tez palidece un poco ante la vista de la falsa —pero muy lograda— pierna magullada de Penwater. 

—Maldita sea —consigue articular entre arcadas—. Anda, pasad. Ya lo sabréis, pero el hospital de campaña está en la iglesia del pueblo, id directos hacia allí —le explica a Emil, prácticamente mansplaineándole—. ¡Abre! —ordena finalmente levantando una mano a un compañero suyo en la caseta.

El hombre da dos palmadas en la chapa del Sonderkraft y se vuelve a su puesto sin deciros nada más mientras la barrera se alza lentamente. Cuando llega a su punto más elevado, en perpendicular al suelo, reanudáis la marcha y entráis a la plaza del pueblo con el vehículo.

* * * * * 

6 de agosto de 1939, 1306 horas — Vordertrebain

El pueblo parece más grande desde dentro que desde fuera de la muralla. Se compone mayormente de casas bajas de piedra de una o dos plantas y con tejado a dos aguas. Al entrar, una gran fuente circular os da la bienvenida. A su alrededor, una especie de mercadillo en el que los comerciantes de la zona venden sus mejores cerámicas, embutidos, quesos y materias primas.

Para ser un pueblo sitiado, parece que la gente sigue haciendo vida normal. Por lo menos, todo lo normal que se puede con oficiales de las SS, alguno que otro de la Gestapo y militares del Heer pululando por sus calles e inspeccionando minuciosamente todo lo que se vende en esos puestecitos para asegurarse de que no atenta contra la no-libertad de expresión que impone el régimen fascista.

En uno de los edificios que hacen esquina con otra calle se encuentra lo que parece una taberna con bastante gente, en su mayoría oficiales nazis. El cartel sobre la entrada muestra la palabra "Cernoch" tachada y, escrito con pintura encima en un claro acto vandálico junto con una esvástica, "Der schwarze Mann".

Más lejos, al final de la calle, una iglesia de la que sale un militar con el brazo en cabestrillo. Dicha calle es demasiado estrecha como para adentrarse mucho con el vehículo, por no mencionar el mercadillo que hay en la plaza, así que tenéis que dejar el Sonderkraft prácticamente en la entrada.

Tampoco es que se vean mucho más vehículos en el pueblo, así que cuando hacéis acto de presencia, casi todo el mundo se gira a miraros. Los civiles checos rápidamente apartan la mirada y bajan la cabeza, no queriendo problemas. Los alemanes, asienten y siguen con lo suyo. Alguno que otro frunce el ceño, pero no os prestan mayor atención.

La doctora bajó la cabeza y sin levantar los ojos del vehículo ni decir una palabra entró en Vondertrebain mientras su corazón latía desaforado en su pecho. No sabía cómo, pero lo habían conseguido. Con gesto preocupado echó un vistazo alrededor y en voz baja se dirigió a sus compañeros.

- Creo que nuestro siguiente paso debería ser lavarnos y cambiar esos vendajes por unos limpios antes de que se descubra nuestro engaño. Después yo podría dirigirme a la iglesia y ofrecer mis conocimientos de "enfermería" a cambio de algo de comida y una cama. Seguro que allí dentro hay checos y tal vez tengan alguna información valiosa sobre el padre Andrej o sobre la Resistencia. - 

Es posible incluso que tengan alguna información valiosa sobre Jack, pensó Eleanor con una punzada en el estómago. Podría decir que era un familiar suyo, tal vez insinuar que había tenido algún tipo de contacto con la Resistencia y que había desaparecido. Podría ser su hermano. Y que ella había viajado desde la zona de Krupna para buscarle. Allí se encontraba la granja de Mirka y Bran y al menos podría dar algún dato que aportara credibilidad a su historia si alguien le preguntaba. 

- Ha salido todo a pedir de boca. - Dijo un sonriente Penwater. - Todo correcto. - Sentenció. 

Entonces escuchó la propuesta de Marlowe. Era buena idea sin duda alguna. Podían hacer aquello. Es más, podían dejar a buen recaudo sus uniformes militares alemanes y vestirse como las humildes gentes de aquel lugar. Eso.o ir directamente a la boca del lobo, la taberna donde los oficiales nazis pasaban el rato.

- Muy bien. - Respondió Thomas entre susurros, más por emular a la doctora, que porque fuera consciente realmente del peligro que entrañaba comentar en alto sus planes futuros. - Podría llevarse a Emil. No le gusta que ninguno se quede solo. El podría pasar por su enfermero mudo. - Sonrió ante su ocurrencia. Miró entonces a Klaus. - ¿Qué le parece si nos adecentamos un poco y vamos a tomar algo con esos oficiales alemanes? - Le preguntó sonriente.

Emil respiró aliviado cuando les permitieron el paso. Con un gesto saludó al guardia de la puerta y volvió a poner en marcha el vehículo, directo a la ciudad.

El lugar parecía bastante animado, a decir verdad. Más de lo que se había imaginado. Tal vez sí pudiesen sacar algo de información...

El joven escuchó atentamente a sus compañeros, enarcando una ceja ante la propuesta del cabo. Ya nada quedaba del serio soldado que había saltado en paracaídas al inicio de aquella "aventura". Cada vez se comportaba más como Klaus.

- Estoy de acuerdo en que no deberíamos dividirnos. No obstante... - y si eso le permitía separarse de los dos chalados... - Hagámoslo con cabeza. La doctora podría investigar en la enfermería, y uno de nosotros de nosotros - yo, por ejemplo - podría vestirse de paisano e investigar un poco con los locales - Emil dirige su mirada ahora al austriaco y al cabo -. Ustedes podrían conservar los trajes - se les da genial el papel - e investigar en la taberna. De esa manera, cubrimos todos los flancos. ¿Qué opináis?

Emil mira a sus compañeros uno a uno, sopesando la recepción que pueda tener su propuesta.

- Es eso precisamente lo que yo acabo de sugerir. - Comentó un extrañado Penwater.

¿O no lo había hecho? Se llevó  la mano al mentón pensativo. Thomas juraría que acababa de proponer lo mismo que había propuesto el bueno de Emil. Se encogió de hombros. El tiempo y el espacio eran relativos, así como el presente, el futuro y el pasado.

- Sea como sea, me parece una genial idea. - Comentó. - Velvet Thunder y yo iremos a confraternizar con los oficiles nazis.  - Soltó una risotada. - ¡Será divertido!

Metido como estaba en su papel como el oficial de la unidad Jäger 3, el temible matachecos David Wilhem Hässelhoff, Klaus ni se inmutó al pasar el control a la entrada de Vordertrebain. Daba por hecho que lo superarían sin mayor problema porque, por si alguien lo dudaba, su plan era perfecto. Sin fisuras. Sin mácula. ¡Es más! Si el soldado alemán no les hubiese dado paso, habría denunciado al interfecto por no recordar las caras y rangos de los componentes de la unidad. ¡Acabáramos! 

Escuchó la planificación de sus compañeros con apostura de mariscal de campo echando de menos tener un bastón de mando para atizarle a alguien en la testa.

-Ja... Juraría que ha habido una ligera redundansia. O quizás un pliegue espaciotemporrral. Nada preocupante para este comando de fuerzas especiales, debo añadir. Además, las grandes mentes piensan igual, ¿nein?-, comentó Klaus dando una palmadita a Penwater en el hombro y sonriendo al mozalbete de Emil.

-Quien arriesga, gana, lieben Freunds-, asintió el austríaco devolviendo la mirada a su colega übersoldat. -Dividámonos y encontrémonos todos dentro de un par de horas en Die Kirche... La Iglesia. Penwaterrr y yo pegaremos la oreja en la taberna, a ver de qué nos enteramos. Fraülein Marlowe. Emil. Viel Glück.

Penwater y von Heizinger. Von Heizinger y Penwater. David Hässelhoff y Nicholas Müller, partners in crime en la taberna de un pequeño pueblo ocupado por el Imperio Nazi en la Checoslovaquia profunda. ¿Qué puede salir mal?

Abrís la puerta de madera del "Der schwarze Mann" y al instante os veis envueltos por el barrullo del ambiente. El local dispone de unas seis mesas, una de ellas libre por conveniencias de guion. Alrededor de cuatro de ellas podéis ver a soldados alemanes en mayor o menor grado de ebriedad. Algunos, gritando y riéndose de batallitas probablemente obscenas que están contando con sendas jarras de cerveza en la mano. Otros, algo más relajados. En otra de las mesas, dos civiles encogidos de hombros, intentando mantener un perfil bajo mientras terminan de comer sus almuerzos. También hay gente en la barra.

—Hola, guapos —os recibe una hermosa mujer rubia con una sonrisa de oreja y una bandeja en  la mano con varias jarras vacías—. Tomen asiento, ahora les cojo nota —dice señalando la mesa vacía.

Dicho esto, se marcha tras la barra para dejar las cosas que porta. Os sentáis en la mesa libre y enseguida la mujer está con vosotros.

— ¿Qué desean tomar? —pregunta casi gritando en un alemán con acento checo.

Al llevar los trajes militares, no habéis llamado mucho la atención ni levantado muchas miradas. El volumen de las voces es atronador y la mezcolanza de conversaciones os hace tener que prestar más atención de la necesaria a la mujer para entenderla. Sobretodo porque, en la mesa de al lado, un soldado alemán está hablando de los terribles gritos que se oían desde la torre más alta del castillo de Karlstein, cuando estaba montando guardia. Habla de que no sólo traen niños a la torre, ¡sino que también a adultos, joder!

El nazi ha bebido de más y puede que en unas horas se arrepienta del discursito que está dando, cuando alguien lo reporte a su superior, el Hauptmann Kratz.

Os dirigís a algún callejón vacío y Emil aprovecha para cambiarse de ropa y ponerse un atuendo de campesino que probablemente, por conveniencias de guion, ha robado de la casa del pobre Jakob durante la noche. Qué zorro previsor, este Heinrich.

Volvéis a la plaza y enfiláis el camino cuesta arriba hacia la iglesia. Según os acercáis, notáis que cada vez hay menos gente, o como mínimo menos locales. La iglesia cada vez parece más grande, e incluso tiene una pequeña sacristía anexa por la forma del edificio. Sin embargo, parece que una de las paredes ha sido destruida. ¿Quizás por diversión? ¿Por ideologia? Con los alemanes, nunca se sabe. 

- ¡Eh, vosotros! ¡No podéis estar aquí! —incrimina un oficial militar del Heer, bajito y despeinado y portando un Mauser al hombro—. Esto es un hospital de campaña. ¿Acaso sois espías o qué?

Su tono es bastante calmado, casi desganado. Parece que dice eso a todo el mundo que pasa y que las largas horas de guardia pasan factura. Sin embargo, no os quita ojo. Sabe que si algo pasa en su turno, él es quien se las carga. Os mira de arriba a abajo.

—Un cammmpesino esmirriado y una... ¡una mujer! —observa con absoluto desprecio—. Anda, daos la vuelta, hacedme caso.

Penwater se fijó en primer lugar en los senos de la checa. Eran como dos cántaros de miel que pedían a gritos ser vaciado en su boca. Sin embargo, y pese a que su naturaleza depredadora le pidiera a gritos tratar de seducir a aquella mujer para gozar con ella de los más bajos instintos, muy pronto recompuso. Debía centrarse. Estaba allí con un objetivo muy claro y ese no era precisamente el de buscar concubina con la que intimar un rato. Además, ahora era un oficial alemán del Tercer Reich y aquella moza no era una pura sangre. No podía olvidar que era checa...

- Póngame un bíter y unas frikadellen y una kartoffelsalat. - Pidió a la rubia camarera en un perfecto alemán. 

Acto seguido tomó asiento en una mesa cercana a la del soldado bocachancla y disimulando trató de escuchar cualquier cosa que pudiera llegarles a ser de utilidad. Además, se mantuvo ojo avizor, por si podía descubrir cualquier indicio que les llevara hacia su objetivo. Al fin y al cabo, meterse en la boca, además de peligroso, debía tener alguna ventaja.

- Oiga Hässelhoff... - Llamó de  la atención del austriaco, que parecía estar en su salsa. - ¿Qué le parece si cuando aquel soldado diga algo "inadecuado", lo saquemos de aquí para ponerlo bajo arresto? - Le preguntó. De esa manera podrían interrogarle en privado.

Efectivamente, Emil había echado mano de algo de ropa del buen amigo Jakob. Aunque le iba un poco grande (él era un hombretón, y Emil era más bien esmirriado), eso le daba el toque justo de desgraciado que no merecía ni dos miradas que quería conseguir.

O eso pensaba, porque se guardia no les quitaba el ojo de encima. Lo ideal sería que Marlowe consiguiera entrar en el hospital de campaña para sonsacar algo de información. Tal vez con un poco de picardía...

- Disculpe, se-señor... ¡Oficial! - el joven procuró hacerse todavía más pequeño, acompañado de un leve tartamudeo, con la intención de mostrar lo que aquél oficial quería ver: miedo - Esta mujer ha llegado con dos soldados heridos, me han ordenado que le mostrase el camino a la iglesia - el joven lanza una mirada penosa a la doctora, esperando que recoja el testigo -. Di-dice que quiere ayudar...

Eleanor observó al soldado con curiosidad, aunque rápidamente clavó la vista en el suelo. Un hospital de campaña... Eso cambiaba las cosas. ¿Habría algún checo allí dentro o serían todo alemanes? Por un momento, la doctora vio el muro derribado y pensó que no debería ser tan difícil infiltrarse en la Iglesia con un poco de la elegancia que la caracterizaba para echar un vistazo sin ser vista. Pero entonces Emil de forma totalmente inesperada le proporcionó una opción mucho más directa. Si era más o menos arriesgada era de suponer que lo descubrirían en breve. 

- Como bien dice este joven, tengo algunos conocimientos de medicina y si lo necesitan me encantaría poder ayudar en lo que consideren oportuno - dijo la joven sin faltar a la verdad y bajando la mirada respetuosamente. No consideraba prudente declarar su condición de cirujana dado lo extraordinario que era para una mujer y eso podría llamar demasiado la atención. 

La taberna rezumaba un persistente hedor a vulgaridad a juicio del siempre exquisito Klaus von Heizinger, ahora metido hasta el tuétano en la piel del temible oficial David W. Hässelhoff. El ambiente estaba cargado y los natsis estaban confiados, dejándose llevar por la ingesta masiva de alcohol, cosa lógica por otro lado, ya que nadie en su sano juicio esperaría una revuelta armada de aquellos pobres aldeanos.

-Que sean dos. Vielen Danke, Fraülein-, dijo muy sonriente a la checa, percatándose de que a Penwater, ahora en el papel del implacable "Nick" Müller, le bailaban los ojos al son de sus juveniles senos. ¡Ah, la juventud!

-Resulta una idea sumamente tentadora, ja, habida cuenta de que nuestro "Kameradin" parece estar a punto de irse de la lengua hablando, precisamente, del castillo Karlstein... Pero me atrevería a sugerir un curso de acción más... subreptisio, ¿ja?-. Hässelhoff posó su mano en el hombro de Müller y le susurró en voz baja.

-¿Y si en lugar de, digamos, simular un arresto, -algo sin duda divertido pero que nos expone a las miradas de todos estos natsis-, probamos primero a confraternizar con el enemigo tratando de ahondar en la cuestión? ¿Hmm? Recuerde, lieben Freund, Buscamos a un sacerdote. Un sacerdote que a simple vista pasa por un mero clérigo, pero que tiene una doble vida como sec... Que digaaa, rebelde. Eso, sí. Es nuestra única pista, ¿recuerda?-. Hässelhoff sabía bien que Müller no era el mismo desde la experiencia en el bosque. Era más errático. Más impredecible. Infinitamente más divertido, por supuesto; pero mucho más inestable. Era un buen muchacho, pero estaba perdiéndose en las densas aguas de la locura. Necesitaba una luz... ¡Un guía!

-Si damos con el sacerdote, lieben Niklas, podremos acceder a los Tres Reyes. Es esa nuestra misión, ¿ja?-. A decir verdad, Hässelhoff tenía serias dudas sobre cuál era el estado actual de su misión. ¿Acaso no sería generar el caos entre las líneas enemigas sin mayor quebradero de cabeza? Morty a veces se liaba en exceso explicando sus condenados briefings.

-Bueno, es igual. Mantengamos nuestra tapadera un minutito más. Y si no pasa nada relevante...-. Hässelhoff esbozó una amplísima y torcida sonrisa a su camarada y se echó a reír palmeando el robusto hombro del übersoldat. -...¡Habrá que imprrrrovisarrrr! ¡Jijijijijijijijijijijijiji!-.

En estas que regresaba la camarera, a la que Hässelhoff abordó con su encanto transalpino.

-Muy amable, Fraülein. Quisiera hacerle una pregunta... Nada preocupante, no tema. Verá... ¿Está el sacerdote local hoy aquí, con nosotros? El ambiente reconozco que es festivo en exceso para un clérigo, pero me pregunto...-. El tono vocal del austríaco se convirtió en un incisivo susurro. -¿Acaso no debe estar el pastor cerca de los descarriados? ¿Hm?-.

-¿Y si en lugar de, digamos, simular un arresto, -algo sin duda divertido pero que nos expone a las miradas de todos estos natsis-, probamos primero a confraternizar con el enemigo tratando de ahondar en la cuestión? ¿Hmm?

- ¿El enemigo? - Frunció el ceño confundido.

Miró entonces si uniforme. Se trataba de un uniforme militar alemán. ¿A qué se refería con enemigo? ¿Acaso no estaban entre amigos? Meneó la cabeza.

- ¡Oh, si, el enemigo! - Soltó entonces una demencial carcajada. - ​​​​​Buen plan el suyo. - Le guiñó un ojo. Se trataba del típico gesto que un camarada le hacía a otro cuando acababa de pillar el significado contrario que le quería dar al mensaje que acababa de formular. - Lo haremos a su manera.

Asintió con la cabeza y se cruzó de brazos apoyando su peso contra el resplado de la silla. Parecía muy complacido y con una enorme seguridad en sí mismos. La pregunta evidente era una: ¿Había entendido realmente lo que Klaus había propuesto o había entendido justo lo contrario? Pronto lo descubrirían para bien o para mal.

El hombre levanta las cejas, sorprendido y sin decir nada, evaluando la situación. Mira hacia atrás y se muerde el labio, duda.

— Con que una doctora, ¿eh? —frunce el ceño—. ¿Pero sabes alemán o no? —gruñe de mala gana a Eleanor—. Tú, gañán —se dirige a Emil—. Tú pareces hablar demasiado bien para ser checo, pero bueno, qué más da, si sólo hace falta verte —ríe—. Tú la vas a acompañar —empuña su rifle Mauser para dejar claro su punto—. Venga, ¡andando!

El hombre clava la punta de su arma en la espalda de Emil, haciendo que éste se estremezca de arriba a abajo.

Os hace entrar en la iglesia, que por dentro no tiene mucho mejor aspecto que desde el exterior. Han apartado los bancos hacia los lados, dejando un gran espacio central en el que disponer varios catres plegables con algunos soldados heridos. Véis enfermeras de aquí para allá y hombres heridos de bala en su mayoría. 

Se puede ver claramente la pared derruida en uno de los laterales del edificio y, al otro lado, un pequeño confesionario de madera os llama la atención. Sobretodo, porque parece estar en uso: un soldado alemán acaba de salir de allí.

— ¡Gretchen! —grita el hombre a una de las enfermeras y reclamando vuestra atención—. Esta mujer tan amable viene a ayudar. El gañán va con ella, no entiende alemán.

El hombre os deja con la tal Gretchen, una mujer castaña de ojos grandes y nariz torcida y ya pasados los cuarenta. Esta os acompaña hasta una de las camas, donde un soldado agoniza en su catre.

— Este hombre consiguió llegar hasta aquí después de toda la noche andando con la pierna así de mal —cuenta sorprendida señalando la extremidad del paciente, en carne viva. Se le puede ver hasta el hueso justo encima del tobillo—. Anoche hubo un asalto en el bosque, al parecer los rebeldes están entrenando a niños para llenar el bosque de trampas, menudos salvajes. Esto parece de una trampa para osos o algo parecido. No sabemos si podremos salvarle el pie —mira a Marlowe—. ¿Qué opinas tú? —pregunta inquisitivamente.

La mujer pronto sortea con gracia las mesas llenas de oficiales alemanes con una gran bandeja prácticamente sobre su cabeza y os sirve esos dos fríos bíter con hielo y lo que a todas luces parece un plato combinado de pequeñas hamburguesas con patatas y una ensalada de guarnición con unos trozos de tomate cortados tal vez demasiado toscos como para resultar parte de la ensalada, pero demasiado pequeños como para tener entidad propia en ese batiburrillo de plato. 

Mientras está dejando los platos, escucha la pregunta del oficial Hässelhoff. 

— Aquí tienen —anuncia mientras vacía su bandeja y dejando unos segundos desde la formulación de la pregunta—. ¿Se refiere al padre Andrej? El padre ya... ya no ejerce en este pueblo. Ya sabe, las cosas cambian en estos lugares. Tenemos un nuevo pastor, pero ya no se puede acceder al templo, ahora la Iglesia es un hospital de campaña.

Claramente, la mujer ha flaqueado un poco y sus ojos han brillado un momento al mencionar al padre. Una carcajada atronadora se oye en la mesa de atrás y después alguien llama su atención. La mujer hace un gesto de que ahora mismo se acerca y se dispone a retirarse, sin parecer nerviosa en absoluto pero con cierta urgencia.

- Hacía tiempo que no estábamos por aquí... - Dijo Penwater. - Ese hombre nos debía un par de cervezas. - Sonrió. - ¿Cómo es que se ha marchado? - Le preguntó. - ¿O es que quizás ha... muerto? - Preguntó fingiendo preocupación.

No sonó demasiado convincente. De hecho, parecía que la camarera no tan siquiera le había prestado atención. Lo que estaba claro era que había reaccionado de forma extraña en el momento en que se nombró al padre Andrej. Eso les podía dar una idea acerca de la opinión que aquella mujer guardaba del padre. Thomas trató de identificar aquel gesto. ¿Era miedo? ¿A caso sentía cierto temor por el padre? ¿Todo lo contrario, temía a Andrej? No acababa de tenerlo claro. 

Chasqueó la lengua. 

- ¡Pech! - Exclamó. No había tenido demasiado éxito con aquella muchacha. Pero no la perdería de vista. Que conociera al padre Andrej era algo interesante. Igual cuando acabase de trabajar podían seguirla e interrogarla como era debido. Eso si no conseguían nada mejor antes. Todo a su tiempo.

Acercó entonces el oído a la mesa de los oficiales que tenía cerca. Igual estaban hablando de algo interesante. Igual estaban hablando de ellos. Si habían escuchado preguntar por el pater, era posible que ellos también se hicieran preguntas. O puede que estuvieran comentando algo que les pudiera resultar de interés. Aunque ciertamente, lo más probable era que estuvieran hablando de tetas. Si, eso era bastante más probable.