19 de noviembre de 1984 - 13:25
Dado que Garin se negaba a hacer nada antes de ir a ver a Stevron, el sluagh insistió en visitar el feudo para hablar con Bernardette y de paso recuperar el libro. Empezó a lloviznar cuando faltaban dos calles, y cuando entraron en el jardín era ya un chaparrón en toda regla.
Calandra se había cansado hacía un rato de repetirle a Garin que no podían ir al feudo, y se limitaba a mostrarse lo más pasivo-agresivo que podía teniendo en cuenta que tenía que seguirle el ritmo a Garin y se estaba empapando.
Cruzó el jardín a la carrera y se quedó junto a la puerta. Probablemente lo más correcto hubiese sido llamar al timbre él mismo, pero no era lo más pasivo-agresivo, así que se quedó ahí, chorreando agua y temblando con los brazos cruzados.
-Insisto en que no me parece una buena idea -recordó una vez más el sidhe, que se había empeñado en repetirle a Garin cada pocos minutos lo poco apropiado que resultaba regresar al feudo en aquellas condiciones, aunque no estuviese sirviendo para nada-. Al menos déjame ir primero, ¿de acuerdo?
Se adelantó varias zancadas, miró de soslayo a Calandra y pulsó el timbre varias veces. Aunque no fuese a servir de mucho, restregó la suela de las botas contra el felpudo con insistencia y se deshizo del abrigo, que parecía recién salido de la ducha, para no ponerlo todo perdido. Una racha de viento le hizo estremecer.
La puerta se abrió con precaución y la melena rubia de Bernardette se dejó ver el estrecho hueco por el que ella miraba. La boggan frunció el ceño y torció la boca.
-¿Exactamente qué estáis haciendo aquí? Oh, ya veo. Habéis traído a ese sluagh malnacido. ¿Para qué? ¿Intenta cobrar algo de la herencia?
19 de noviembre de 1984 - 13:25
Van Doren salió de casa de Eddie y se dirigió a una imprenta cercana para llevar a cabo un plan que se le había ocurrido. Mientras se imprimían los carteles de la fiesta que tenía entre manos, el dependiente se comía el sandwich con más mayonesa que recordaba haber visto jamás. Se limpió las manos con una servilleta pero se dejó un churretón en la barbilla, de lo cual pareció no darse cuenta pues le extendió los treinta carteles sobre el mostrador al tiempo que le decía el precio y sonreía.
El sidhe, impertérrito en apariencia y dolido más adentro, se tomó unos segundos de más para responder.
-Sólo queremos saber la ubicación de la tumba para presentarle nuestros respetos al difunto. Creo que es lo menos que se puede hacer, Bernardette -dijo, tan sincero como sereno, buscando sus ojos con los suyos.
-Tienes algo en la mejilla -dijo Van Doren a la vez que le entregaba unos billetes. La pooka recogió los carteles y los guardó en el bolso, y cuando la transacción hubo finalizado sonrió ligeramente y salió a buscar su coche. Su plan era pegar varios carteles en sitios estratégicos y después repartir los restantes a mano. Sus objetivos principales, como siempre, eran los postes del teléfono que se encontraban estratégicamente cerca de las iglesia baptista y de la presbiteriana del barrio. Puede que las amas de casa fueran allí a salvar su alma, pero ella sabía a donde querían ir para tener algo que confesar. Los carteles nunca duraban mucho, pero hacían su trabajo. Por supuesto también empapelaría el Castro y después dejaría unos cuantos en las cafeterías de la city de negocios, donde ya conocía unas cuantas caras.
Calandra se escurrió delante de Shyam para dedicarle a Bernardette la mirada triste y desvalida que solía conseguirle algo de comer o un poco de efectivo.
-No vamos a montar barullo ni nada. Por favor, Bernie...
-¡No quiero nada de la herencia! Sólo quiero saber dónde está Stevron para... despedirme -susurró el sluagh apretando los puños.
-¿Y dónde estabas cuando murió, eh? ¿Por qué no estabas a su lado?
-¡Ya vale! -restalló Shyam sin contemplación alguna, lanzando una mirada gélida a ambos-. ¿Creéis que a Lord Stevron le gustaría vernos discutir e insultarnos? No. Y menos en su feudo. Así que dinos dónde se le ha enterrado, que tenemos tanto derecho como vosotros para despedirnos de aquel por el que estuvimos arriesgando nuestra vida.
El pooka trató de apartar a Garin de la puerta con un empujón bastante flojo cuando insultó a Bernardette, y se volvió otra vez hacia la boggan. No dijo nada; se limitó a esperar la reacción de Bernardette y a extender las alas para mantener a Garin fuera de su vista.
Los dos plebeyos se encogieron ante la ira del sidhe, aunque Bernardette lo hizo mucho más. En sus ojos apareció la culpa y, encogiendo un pie hacia dentro y tragando saliva, musitó:
-Lo... lo siento. Eso ha sido muy cruel, Garin, perdona. -Bernardette entrelazó los dedos con incomodidad-. Está en Calvary, en la zona nueva.
-Bien. Ahora necesitamos pasar. Hay un libro en la biblioteca que necesitamos.
-¿Pasar? No... no sería muy... Lord Schazzenan no lo aprobaría. Estáis proscritos hasta que les juréis lealtad. En mi opinión, es una tontería esto de lo que os neguéis a jurarle lealtad. Lord Stevron quiso que fuese su sucesor. ¿Acaso queríais serlo vosotros? ¿O ese maldito Silveth? ¿Por qué no cedéis y así... todos contentos?
-No es momento para parlamentar eso, Bernardette. Es una decisión que debemos tomar libremente y sin coacción -dijo en tono suave y conciliador-. Pero necesitamos ese libro. La quimera maligna aquella, con una calavera, se ve que el fuego de Damara no fue suficiente y estamos intentando averiguar más sobre ella. Está muriendo gente, así que es muy importante que demos con ese libro. Si no podemos pasar, tal vez puedas buscarlo por nosotros.
-Está matando a todo el mundo, Bernie. Cuando nos fuimos se comió a una nocker enterita; no le dio tiempo ni a insultarle. Es terrible. Tenemos que hacer algo, ¿no te parece?
-No sé. No estoy muy segura. Esa quimera suena horrible, pero...
Detrás de la boggan surgió una figura que ni Calandra ni Shyam conocían, pero que por el porte y las ropas debía de ser una cortesana de importancia en el Ducado. Tenía una belleza diferente a la que había tenido Stevron; en lugar de un candor insoportable, sus ojos chispeaban fríos, tanto como su sonrisa.
-Bernardette, ¿por qué no dejas pasar a estos tres caballeros? Ya te han dicho que sólo desean obtener un libro. -La boggan poco pudo hacer para desobeceder a la sidhe, cuya voz era suavemente autoritaria-. Creo que no nos conocemos. Soy Lady Dahlia ni Eiluned, vasalla de Lord Schazzenan y protectora del feudo. Me han llegado historias muy interesantes acerca de vosotros y me consta que fuisteis siempre leales al difunto Lord Stevron. Acompañadme, por favor. Vayamos a la biblioteca