Partida Rol por web

-Vaaale, vaaale. Te prometo que no haré nada malo -dijo Rose levantando la mano derecha con gesto solemne. Claramente no le gustaba el tema de conversación y quería cortar de inmediato-. Esas flores te las ha enviado Eddie, ¿verdad?

Sonrió zorruna y se escabulló de ella.

-¡Me vuelvo a trabajar! Tengo mucho por delante. Tienes que enseñarme más sobre todo este asunto de los kinain. ¡Hasta luego!

Van Doren volvió a darse la vuelta y golpeó la madera de la cómoda con el vaso de crista. Extraña era un objetivo demasiado vago para definir como se sentía, pero era a lo que más podía acercarse a explicarlo con palabras. Se sentó en el borde de la cama, junto a la mesita de noche y miró los anillos de sus manos. La conversación había sido rara, confusa y descoordinada. Todavía tenía muchas cosas que explicarle a Rose, y ni siquiera había dado tiempo a advertirla de que tuviera mucho cuidado ahora que había sido encantada.

Las tripas le rugieron como protesta y Van Doren se dio cuenta de que no había comido nada desde el desayuno del día anterior. La Madame bajó las escaleras esperando no encontrarse con Rose de nuevo, se preparó unas tostadas con un café y se las llevó al despacho. Cuando sintió el estómago lleno descolgó el teléfono. Los ojos se le pusieron en blanco al escuchar la voz de la secretaria de Eddie.

-¿Me puede pasar con Eddie Castle...? Madame Van Doren. Si, me conoce y le aseguro que quiere hablar conmigo. Señorita, he hablado un millar de veces con usted. Se... Señ... Señorita, como si está jugando al golf con Pedro Picapiedra y Sadam Huseim -dijo al auricular perdiendo un poco los estribos y deseando haberse tomado un te en vez de un café.

La secretaria no tardó en pasarle a Eddie.

-Estoy a punto de salir -le advirtió el redcap-. ¿Qué quieres?

Van Doren frunció el ceño y por un momento estuvo a punto de colgar el teléfono, pero se contuvo.

-Hola Eddie, ¿qué tal estás? -preguntó irónica-. Yo estoy bien, gracias por preguntar. ¿A dónde vas con tanta prisa?

-Tengo que hacer un par de cosas -respondió él vagamente. Suspiró y suavizó el tono-. Perdona. ¿Cómo estás? ¿Has recibido las flores? ¿Te han gustado?

-No son mis favoritas, pero son preciosas -hizo una pequeña pausa para reunir fuerzas-. De eso quería hablarte, Eddie, necesito tu ayuda.

-Hum. ¿Qué pasa? -preguntó él-. Intenta ser clara, ¿quieres?

-Necesito ayuda con un problema doméstico, una quimera, pero si estás muy ocupado puedo contratar a alguien del feudo.

Eddie dejó escapar un suspiro.

-Estoy algo oxidado. No sé si puedo ayudarte con eso. -El redcap pareció pensárselo mejor y chascó la lengua-. ¿Está en el Terciopelo o en otro lado? No llevo encima ningún arma, así que tengo que pasar por mi casa. ¿Quedamos ahí en una hora? Puedo invitarte a comer después, si quieres.

-Como quieras -dijo sin mencionarle que no tenía absolutamente ni idea de donde se encontraba la quimera-. Tengo que reunirme con la canciller primero, así que ven a buscarme al feudo.

¿Cuando se había vuelto Eddie tan solícito?

-Vale.

Eddie colgó sin más, como si se le hubiese olvidado despedirse.