Partida Rol por web

20 de julio de 1999 - 18:35

Mientras la investigación sobre la violación de Marjolaine proseguía, Marion acudió a su recién adquirido feudo para tomar posesión del mismo. Lothar no podía acudir, con lo que estaba sola ante el peligro. El coche que había enviado el Conde a recogerla desde la casa de su madre la dejó muy cerca del feudo. El palacio a medio construir se tambaleaba en aquel peñón, una Aguilera casi abandonada. El loco de Lord Ibrahim había planteado un sistema de ascensión por medio de ascensores, pero tan pronto fue expulsado las obras se habían paralizado. Un caminito de cabras era el único modo de subir a su nuevo hogar...

Estaba nerviosa. No quería estarlo, pero así era. En el feudo sólo tenía enemigos. Nadie la respetaba, nadie la apoyaba allí. Sir Bastien y Olive. Sólo pensar en ellos hacía que se sintiera enferma. Además iba a tener que subir a pie, y no quería presentarse ante sus vasallos sudada y colorada. Llevaba un vestido azul claro que no pensaba que fuera a soportar la subida sin llenarse de manchas oscuras.

Pero no podía quedarse abajo. Se agarró las faldas y empezó la subida, con tranquilidad y buscando la sombra que pudiese encontrar.

Marion, como buena muestra del tipo de chica que siempre está demasiado cansada para la clase de gimnasia, apenas pudo arrastrar los pies por la cuesta hasta llegar al primer árbol. El calor era sofocante. El buen humor del Conde no le sentaba tan bien como esperaba. El sol le daba en pleno rostro y no tardaría en quemarla si no hacía algo al respecto. Incluso en la sombra notaba que empezaba a transpirar. Cuando llegase a su palacio, sus vasallos notarían cómo apestaba.

Mientras recuperaba el aliento escuchó unos cascos de caballo a su espalda. Un corcel negro avanzaba en su dirección. Montado sobre él venía Sir Bastien, muy ufano.

-Lady Marion -dijo él con una sonrisa-. Os veo agotada. ¿Necesitáis ayuda para subir?

Se preguntaba si no podría ordenarle al sol que se apagara. Estaba inclinada sobre el árbol, con una mano apoyada en el tronco, cuando escuchó llegar a Sir Bastien. Notó aún más calor en la cara y se sintió enrojecer, pero cuando el Gwydion se había acercado lo suficiente para distinguirla (o eso esperaba) ya se había recompuesto. O al menos, no jadeaba perceptiblemente.

-Buenas tardes, Sir Bastien -saludó, sin devolverle la sonrisa-. Me parece que sí necesito ayuda, si pretendo llegar hoy hasta arriba, al menos.

El Gwydion le tendió la mano.

-Subid, mi señora. Y agarraos. A veces el camino es traicionero. Los plebeyos han inventado una especie de teleférico para la subida, pero no me fío de esas cosas. Prefiero lo de toda la vida.

Aceptó la mano que le ofrecía, reiterando su agradecimiento, y subió al caballo. Marion no sabía montar, y había despreciado las clases de equitación que habían intentado imponerle sus padres mortales, hacía años. Lo que sí sabía hacer era sujetarse a Sir Bastien y esperar porque la subida no fuera muy larga.

El caballo subió mucho más rápido de lo que habría subido Marion por sus propios medios. Al llegar arriba, Sir Bastien desmontó y la ayudó a hacer lo mismo. Aunque el Gwydion no dejaba de sonreír y de hablar animadamente, sus ojos se clavaban en ella, llenos de algo lejano a la amabilidad.

-Ahora que vos sois la nueva Baronesa, ¿habéis escogido ya a vuestros servidores? -preguntó mientras se acercaban a la puerta del palacio, una ruina árabe a medio terminar.

-Tal vez empiece a pensar en ello después de hacerlo del todo oficial -respondió, tratando de disimular su disgusto ante los motivos árabes.

Durante la subida había hablado poco y sonreído menos, pero se había mostrado cordial y había fingido que la mirada de Sir Bastien no tenía ningún efecto en ella. Tal vez Bastien hubiese violado a Marjolaine, y la perspectiva de compartir techo con él no la hacía feliz.

-Yo que vos me daría prisa -insistió Sir Bastien-. Ya sabéis lo que suele significar la incertidumbre...

La entrada en el palacio fue fría y silenciosa. Los criados ya estaban listos, tanto duendes como quimeras, para recibir a la nueva señora. Agacharon la cabeza a su paso con actitud servil. En la sala de audiencias aguardaban la Dama Olive, Pollux y Jan además de los hombres de Sir Bastien, la fuerza armada del feudo. La Eiluned sonreía de medio lado y los hombres de armas la miraban sin mucha fe. Los niños esperaban con curiosidad. No se oía el vuelo de una mosca.

Sir Bastien le rozó la cintura con la mano.

-Son todos vuestros. Demostrad que sois una Baronesa.

Avanzó hasta su asiento y se dio un momento antes de volverse y pasar la mirada por los ocupantes de la sala.

-Buenas tardes a todos. Soy Lady Marion ni Eiluned, Señora de la Hoja de Hiedra. -Recitar su nuevo título le hizo sentirse un poco más segura-. Señora de este feudo. Seguramente no soy lo que deseabais. Quizá algunos echen de menos a Ibrahim. Era un buen Barón, antes de caer en desgracia. Imagino que muchos queríais que el feudo pasara a manos de Sir Bastien, que lo ha administrado durante meses. En cambio, me tenéis a mí, una desconocida que no ha puesto el pie en este castillo desde antes de que se convirtiese en el Palacio de la Tormenta de Arena.

Puedo ser buena para vosotros, si me dejáis. Para la Hoja de Hiedra. Si no creéis poder aceptarme, sois libres de marcharos. Estoy segura de que Lord Quent o Lord Lothar os recibirán encantados en sus respectivas cortes.No puedo ni pretendo cambiar vuestras lealtades, pero os pido que me recibáis con la mente abierta y me concedáis algo de tiempo.

-¿Quién desea irse? -preguntó Olive sin dejar de sonreír-. Vamos, Lady Marion, llevamos meses esperando a un verdadero señor que tome propiedad del feudo. Estamos deseosos de serviros.

-Así es -asintió Bastien, junto a Olive. Sonreía con una candidez que no solía verse en su rostro-. Estamos aquí por y para vos.

Hubiera jurado que se acababa de saltar un latido. Se le hizo un nudo en el estómago y se obligó a esbozar una amplia sonrisa, esperaba que cálida.

-Sois muy amables. -Se sentó en su trono y apoyó las manos en los reposabrazos-. Salvo que tengáis algo que decir, creo que aún tengo que tomar posesión del feudo. Conducidme a la Hoguera, por favor.

-Seguidme, por favor, mi señora -dijo Bastien con gran cortesía.

La condujo a través de un pasillo lleno de arabescos y formas geométricas mareantes hasta una sala hexagonal en el centro del feudo. Una hoguera ardía en el interior de un pozo. Bastien se colocó a un lado mientras el resto de la corte entraba en la sala de la Hoguera, de la que fluía el Glamour.

Se acercó al pozo con cautela. Al menos el fuego y el Glamour la distraían. Extendió las manos para calentarlas al calor de las llamas y sintió el mismo Ensueño en los dedos y en las palmas. Dejó escapar un suspiro e invocó su propio Glamour, lo hizo fluir hacia la Hoguera de la misma manera en que absorbía el Glamour que componía el fuego, hasta que no sintió diferencia ninguna entre la Hoguera y ella. El feudo era suyo; sentía desde allí cómo la vegetación volvía a nacer y la hiedra trepaba por la columna de piedra y se tragaba el castillo, como si quisiera eliminar toda evidencia de que Ibrahim lo había gobernado alguna vez.

La hiedra se extendía por los muros y los salones. Dejó de oler a incienso y a miel y comenzó a oler a bosque, como antes. Marion dio forma como quiso a su nuevo feudo, cambiando el ambiente y la decoración mientras su corte dejaba escapar murmullos sorprendidos. Bastien se aferró al pozo sin dejar de observarla con una sonrisa de anuncio. Olive se acercó silenciosamente a la espalda de Marion.

En todo el feudo las enredaderas empezaban a dar flores, y las flores se convertían en frutos blancos, redondos, duros y brillantes como perlas. Aquello la tranquilizó; se sentía como si tuviera ojos por todas partes. Ojos con los que vio a Olive acercarse. Mientras terminaba de dar forma al feudo volvió la cabeza para mirarla. Deseó haberse puesto un vestido más cubierto, que no permitiese ver cómo se le tensaba la espalda al notarla cerca, pero se mantuvo firme. No pensaba que fuese a tirarla al fuego, aunque no podía evitar temer que lo hiciera. Pensó que si lo hiciera, Lothar lo sabría de inmediato y la vengaría, aunque sabía que no era así; volvería a sumirse en la tristeza.

-Estáis dejando el feudo precioso -dijo Olive-. Mucho mejor que antes, desde luego.

-Sí, es hermoso -asintió Bastien.

-Por favor, cuidad de que siga así mucho tiempo, mi señora. No permitáis que nada os haga caer... en desgracia.