Partida Rol por web

Aldara y Gustavo fueron a la biblioteca siguiendo las referencias dejadas por Montalbano.

Tras una hora navegando por los registros de internet se hacía patente que las referencias a la Orden de Babel eran inexistentes. Quizás sería necesario contactar con un gurú de temas esotéricos que pudiera darles alguna pista más concreta¹, porque estaba claro que buceando en catálogos sería complicado.

Sin embargo con el tema del autor, ese tal Ablaneda, habían dado con algunas pistas: el tipo era historiador en la Complutense de Madrid. Aunque sólo había escrito dos libros entre 1919 y 1923 tenía una cátedra gracias a una tesina de Teología y Religión Comparada. ¿Qué habría sido de él? Según el informe de Montalbano lo habían ingresado en un psiquiátrico en 1925. Era evidente que ya estaría muerto pero ¿tendría descendientes? ¿Alguien que pudiera darles alguna pista sobre la investigación del hombre?² Incluso era posible que en la Universidad hubiera alguna pista, aunque eso sería más complicado de revisar. ¿El nieto de alguien que fuera su amigo?³

Cortés aceptó de buen grado el poder seguir con la línea de investigación que había iniciado Montalbano. Tras el viaje a Galicia, el hecho de encontrarse de sopetón con el asunto de Robledo le había revuelto el estómago y los cimientos mismos de aquel caso. A tenor de lo descubierto allí algo parecía apuntar a un asunto de niños robados, venganza... sectas. Quizá algún interés económico viendo que la tal Yrina Martivona parecía alguien que gozaba de cierto estátus... Sin embargo todo parecía enroscarse más y más... como una serpiente que no sabías muy bien dónde tenía la cabeza y dónde la cola.

Aldara y él fueron a la biblioteca de nuevo casi en silencio. Había algo plomizo en el ambiente... opresivo. Como una nube gris que se hubiese instalado sobre las cabezas de los investigadores y que no parecía querer desaparecer. Varias horas después estaban exactamente en el mismo punto. La Orden de Babel parecía rehuirles. La información no podía ser más esquiva e inexistente. Tanto que daba que sospechar. O eso o la paranoia ya comenzaba a hacer presa de las mentes de Cortés y Seoane.

- Esto es desesperante... - reconoció Gustavo. - El asunto de la Orden de Babel parece no tener sentido... no aparece referenciado pro ninguna parte. El asunto de Ablaneda... igual es distinto. Al menos vivió en el siglo veinte. Me pregunto si tiene familia... quizá no descendientes directos. Pero... un sobrino nieto o algo por el estilo. 

Gus se desprendió de sus lentes y masajeó el puente de su nariz... como si aquel pedazo de plástico pesase varias toneladas. Esperaba que Aldara reafirmase su teoría o ver qué otra cosa podían hacer.

Tomando el silencio de Aldara como una confirmación Gustavo se centró en esa línea de investigación. Comenzó a llamar y consultar registros para ver que había sido de ese individuo. El psiquiátrico donde fue internado Ablaneda se cerró en 1929 siendo derruido algunos años después. La documentación del lugar se perdió durante la Guerra Civil. Revisó entonces las propiedades del profesor Ablaneda y cotejo los registros de la Universidad Complutense buscando familiares. Ahí tenía algo. Siguiendo el rastro de una hermana llegó hasta los tiempos actuales: Francisco Gil. Ere el nieto de la hermana del profesor Bernabé. ¿Sabría algo de la historia familiar? Por probar no perdían nada. Informático, de treinta años, trabajaba en las Torres Kio para una consultora informática.

La llamada de Gustavo sorprendió al joven. Todavía más cuando le dijo que era policía y que quería hablar sobre un tema referente a su tio abuelo catedrático. Un rayo de esperanza iluminó al detective cuando Francisco le confirmó que sabía a quien se refería y tenía constancia de la historia del ingreso en el psiquiátrico. Así que quedaron con él en el propio edificio de las torres, para charlar durante el descanso para el café.

Se encontraron con Francisco Gil en una de las salas de esparcimiento de las Torres Kio. Desde el ventanal podía verse las calles, la gente como hormigas que iban a sus quehaceres diarios. Era una sala amplia, con varias meses y máquinas de café. Un lugar donde la gente iba para tomarse un respiro en su trabajo e intentar desconectar un poco.

Francisco tenía poco menos de treinta años y vestía, como casi todo el mundo en aquel lugar, un traje impecable. Tras las presentaciones se sirvió un café y fue directo al grano:

—Me ha sorprendido su llamada, la verdad. El tio Ablaneda era... no sé como decirlo. Algo así como un secreto interno de la familia. Se hablaba de él con mucho misterio, como si fuera algo para avergonzarse. Sí que es cierto que el pobre fue internado en un manicomio a principio de siglo pero mi abuela siempre decía que era un fuera de serie. Alguien tan inteligente que perdió la cabeza. Siempre me quería comparar con él, lo cual no sé si es un orgullo o una preocupación.— sonrió con naturalidad —Pero ustedes son de la policía ¿no? Eso he entendido por su llamada. ¿Por qué sale el nombre de mi tío en una investigación policial? Tengo entendido que murió al comienzo de la Guerra Civil.

Aldara agradecía tener algo de suerte en la colaboración del joven que parecía al menos informado de los temas de su tío...- Por lo que sabemos su tío, estudiaba cuestiones sobre la religión, elementos bastante chocantes para su tiempo como es normal...no es para avergonzarse al menos hoy día, pero entiendo que en aquel tiempo la noticia de un ingresado en un maricmomio no era buena para la familia.

- El señor Ablaneda investigaba cuestiones que podrían guardar relación con un caso, por ello queríamos preguntarle sobre él, si no es mucha molestia, podemos entender que las pistas puede sernos cruciales o al menos significativas.

Gustavo trató de sonreir. Y, de hecho, lo consiguió. No sin esfuerzo... aquellos días estaban resultando una dura prueba para el humor de cualquiera. Y sin embargo se debía esforzar por convertir aquella conversación potencialmente sensible y surrealista, en algo distendido y cercano.

- Así es... - apuntó Cortés a las palabras de su compañera. - Entendemos que su pariente queda realmente lejano en el arbol familiar y, sin embargo, la naturaleza de lo que investigamos nos lleva a tratar de comprobar cualquier posibilidad. Espero que lo entienda... 

Llegado a este punto, el agente bajó la voz. Aquello no era fácil de decir y, sin duda, mucho más arduo de escuchar... pero había que tirarse a la piscina y probar suerte.

- Verá... estamos interesados en una supuesta organización llamada La Orden de Babel. No sabemos exactamente si se trata de una logia, una secta o un grupo más o menos organizado. La cuestión es que en los escritos de su tío Ablaneda se la menciona. Con no demasiados detalles, todo sea dicho. Pero, efectivamente, parece clave para resolver un caso actual. ¿Le suena?

—¡Vaya que si me suena! Resulta que entre la herencia que recibí de mi abuela estaban las notas de mi tío abuelo. Hasta pensé en escribir una novela al respecto. Me gusta escribir ¿saben? Tengo cierto talento innato para las palabras. Por desgracia me falta constancia. Ya saben: una cosa es escribir un relato para impresionar a los colegas y otra muy distinta la disciplina para escribir una novela, aunque sea corta. Pero perdonen... que me voy por las ramas. La Orden de Babel. Pues verán: en las notas había varias referencias a la Orden de Babel. Al parecer fue una orden fundada a través del contramaestre de la Pinta, que regresó de las Américas impresionado por los conocimientos adquiridos acerca de las cartas del tarot. Tengan en cuenta que las primeras referencias a cartas de tarot que se tienen se refieren a un mazo del Duque de Milán de 1450, aunque se cree que el juego procede de los cátaros... Así que este contramaestre, de nombre Chechu, podría ser de los primeros en nuestro país en introducir esas cartas. Como les digo estuve buscando toda la información para una novela. Pues ese Chechu, el Ahorcado, parece ser que fundó al regresar a Sevilla una logia secreta que un siglo después se convertiría en la Orden de Babel. Eso lo sé por las notas de mi tío abuelo. Hablaban de un códice que documentaba los conocimientos de esa orden, pero también de una purga al estilo de la que sufrieron los Cruzados. En este caso la Inquisición se hizo cargo de lo que fácilmente se consideraría un grupo de herejes. De hecho los de la Orden de Babel rechazaban a Dios y a la Iglesia Católica afirmando que todo credo era un sistema de control de un grupo más poderoso. Pero mi tío estaba buscando una copia del códice. Consiguió algunos fragmentos que alguien le pasó en algún momento. Pero entonces, poco después de publicar su libro, lo encerraron en el manicomio. ¿Enloqueció?— se encogió de hombros —Sin duda. Se obsesionó con la Orden de Babel. Pero a mí me gusta pensar que había una conspiración para silenciarlo y pese a todo logró ocultar sus notas. Era la base de mi novela.

- Ficción o no, parece que su tío no era el único que se lo tomaba en serio, la herejí catara es practicamente quien dió vida a la Inquisición, aunque no era exactamente esa famosa entidad por aquel entonces, la Historia negra ha empañado la realidad sin ningún escrúpulo, pero dejando eso a un lado... ahora tocaba la parte donde había que calcular la caída gracil ...las partes del códice que tenía entiendo que desaparecieron con el difunto, pero dice que tiene sus notas, necesitamos verlas, así como cualquier pertenencia que tengan de él, usted quizás no haga una novela...pero parece que yo sí haré un informe de ellos... como chiste malísimo, quedaba claro que ser "relaciones públicas" no ayuda en estos casos.

Mientras que algunas piezas parecían ir encajando otras aún se resistían a hacerlo... el ahoracado... la Inquisición... la propia Orden de Babel.

- Suena realmente bien... - comentó Gustavo al asunto del libro. - Espero que lo escriba... yo, sin duda lo compraría. Sin embargo, efectivamente como apunta mi compañera la agente Seoane, nos sería de gran ayuda echarle un vistazo a esas notas de Ablaneda. Sobretodo si conserva usted algunos de esos fragmentos del códice que ilustraba sobre los inicios de la Orden. ¿A qué hora termina usted de trabajar...? ¿Cree que podríamos acercarnos a su casa y echarle un vistazo a ese material? Preferiría tratar el tema de forma más personal sin el uso de una orden judicial... eso demoraría el asunto muchísimo y siempre resulta tedioso.

Cortés calló unos instantes. Los asesinatos se sucedían... de pronto tres personas relacionadas con aquello se encontraban horriblemente muertas y, sin embargo, aquel tipo apacible tenía acceso a información realmente delicada y comprometedora y sin embargo estaba allí tan tranquilo hablando de ella.

- Y, dígame... de este asunto, ¿no ha hablado con nadie más? ¿No conoce a alguien con quien haya compartido esta información? Algún académico que se haya interesado por la vida de su abuelo... algún colega de este o incluso algún descendiente de amigos o conocidos de Ablaneda... ¿alguien?

—¡Claro! No habría problema. Salgo a las tres. Si les digo la verdad siempre he querido ver el trabajo policial desde dentro. Precisamente para mi novela. Si yo puedo ayudarles y así entrever un poco, siempre sin molestarles, su forma de trabajar ¡excelente! Tengo las cosas de mi tío abuelo en el piso.

Después quedó pensando un poco en la última pregunta de Cortés:

—Hace un par de años alguien se puso en contacto conmigo interesado en comprar el códice. Pensó que yo lo tenía. Era un anticuario de cerca del Retiro. Estaba interesado también en el tema de la Orden de Babel y compartió conmigo alguna información sobre mi tío abuelo. ¿Cómo se llamaba? ¿Juan? ¿Jaime? ¡Javier! Eso es... Javier Durás. También me animó con el tema de la novela. De hecho confieso que la idea de la conspiración para silenciar a mi tío abuelo fue suya. Era un hombre con una imaginación desbordante. Estuvimos en contacto una temporada pero luego fuimos distanciándonos. No sé siquiera si sigue teniendo la tienda.
 

En ese momento sonó el teléfono de Gustavo. Era Ángel quien llamaba. El joven policía se disculpó un momento y respondió la llamada.

—¡Dame eso! Conduce tú ¡Coño!... que tenemos todavía muchas tiendas que visitar— dijo mientras se aseguraba el cinturón con una mano y con la otra acomodaba el móvil de Gutierrez en el salpicadero en manos libres. 

—Hola— comentó en alto al telefono.

—¿Quiénes son? ¿Seoane y Cortés? Buena idea ponerle al corriente— comentó bajando la voz a Gutierrez. Aunque entonces la posibilidad de comentar la llamada de la mañana le dio un escalofrío. Se sacudió por un momento la duda y volvió al tono alto. 

—¿Aldara? ¿Gustavo? ¡Ah!... Gustavo, si, si. Hola. Hemos encontrado otra pista esta mañana... los detalles mejor os los contamos mas tarde. Estamos ambos al manos libres— comentó haciendo una deferencia a Gutierrez. 

—Vamos a buscar una tienda de antiguedades. Es posible que el libro de Ablaneda esté en una de ellas. No tenemos mucha más información, salvo que la tienda dispone de sótano. Hemos reducido la búsqueda a cinco y vamos a ir una por una—

—¿Que tal vosotros?

- Sí, parece que por aquí hemos llegado a ese punto, un hombre cerca de el Retiro que se llama Javier Durás, parece que tuvo contactos con el sobrino nieto de Ablaneda... Aldara no quería decir nada más, pero estaba comenzando a sentir algo de alivio pensando que por fin las líneas se estaban cruzando hacia algún sentido específico, no sabía cuál, pero estabamos en la pista.

- ¡Tu puta madre! - Gutierrez dejó claro que era él el que estaba conduciendo acompañando su maldición de un bocinazo y una peineta por la ventanilla.

Hizo un asentimiento con la cabeza a Montalbano cuando éste puso el mano libres de su viejo móvil e informó someramente de lo sucedido por la mañana. Era una ventaja llevar a otro perro viejo de compañero.

-La tienda está en Camino Viejo de Leganés* y de ahí iremos moviéndonos al resto. - informó gritando más de lo necesario, poco acostumbrado como estaba a hablar con el manos libres. - Según salgamos de una os pasamos la dirección de la siguiente. Id haciendo lo mismo si os movéis.

Después de los incidentes que habían rodeado esa investigación, prefería pasarse de precavido.

—Coño, pero si una de las tiendas esta cerca del retiro. ¿No será ese tal Duras un anticuario?... — dejó la pregunta en el aire y antes de que nadie le respondiese lo obvio increpó a su compañero. —Guiterrez giré usted hacía Colon que nos vamos primero al retiro a ver si ese tal Duras es el que tiene el libro. 

De nuevo habló en alto, casi gritando, para que los que estaban al otro lado del manos libres le escuchasen.

—Vamos para allá, si habéis terminado os esperamos en la tienda. Esta en la calle Alcalá, a la altura del número 76, se llama Casa Escudero—

Estiró la mano y apretó el botón de colgar la llamada. 

Gustavo compartió una mirada cargada de urgencia con su compañera Aldara.

- Nos tenemos que marchar... - zanjó con prisas la conversación con el señor Gil. - Pero necesitamos ver las notas y documentos de su tío abuelo. Hoy, sin falta. Es por eso por lo que tengo que pedirle un favor.

El agente metió la mano en el bolsillo de su americana y extrajo una tarjeta. Era de un restaurante al que a veces iba pero le serviría para dejar su teléfono a aquel curioso tipo. Apuntó el número de su móvil y tendió el trocito de cartulina a Francisco Gil.

- ¿Tiene planes para después de trabajar? Si es posible vaya directamente a su casa y recopile todo lo que tenga. Yo mismo iré esta tarde a revisarlo todo. Y no permita que ese material llegue a manos de nadie que no sea yo o mi compañera la agente Seoane. ¿Es mucho problema? Necesitaré su dirección, si es tan amable.

—No, claro... no hay problema.— contestó el joven algo desconcertado por la repentina urgencia de Gustavo —En cuanto salga me voy al piso y bajo esas cosas del desván. Vivo cerca de la Calle Colon, en Valverde. Le apunto mi dirección.— el muchacho apuntó su dirección y teléfono en una servilleta.

Estrechó la mano de ambos detectives antes de regresar al trabajo. Parecía encantado de la situación, como si le permitieran jugar en una aventura de detectives.

—¡Le esperaré impaciente! ¡Esto es todo como estar dentro del Código Davinci¹!
 

Media hora más tarde el equipo de investigación se encontraba frente a la tienda de antigüedades. La gente pasaba afanosa por su lado sin prestarles siquiera atención. A esa hora la Calle de Alcalá estaba repleta de transeúntes.

Se habían detenido allí para abordar la forma de entrar en el lugar. El sitio, por lo que atisbaron por el escaparate, no dejaba de ser la típica tienda de antigüedades en la que se acumulaban objetos de épocas muy diversas en estrechos pasillos. El propio local tenía ya sus buenos años y ayudaba a crear esa atmósfera mágica que suelen tener las tiendas de viejo. Al fondo, tras un mostrador, habían visto a un muchacho que limpiaba con esmero varios jarrones de porcelana que sacaba de unas cajas. Demasiado jóven para ser el dueño de aquello, probablemente se trataba de un empleado que quería dejar listo un encargo antes de cerrar para comer¹.