Partida Rol por web

Gutierrez apuraba un pitillo mientras miraban la tienda desde la distancia y analizaba la calle con ojo experto.

- Este tipo de tiendas a veces salían a un callejón o incluso a un patio interior, común a varios locales. - explicaba aunque no estaba seguro de si éste era el caso.

Lanzó la colilla contra el suelo y la piso con la puntera del desgastado zapato.

- ¿Echamos un ojo antes de entrar o preferís entrar un par primero mientras los otros dos revisamos la zona?

Guillermo sacó de su chaqueta una caja con chicles de nicotina y se echo uno a la boca. Asintió ante las indicaciones de Gutierrez

—Vamos tu y yo a ver si hay otra salida ¿Os adelantáis vosotros? Si no vemos nada raro entraremos a la tienda por delante— dijo mientras empezaba a cruzar la calle en medio del tráfico —Matenednos informados, por el guasap ese.

Gustavo asintió a las indicaciones de Montalbano y echó a andar hacia la puerta. La abrió y ofreció cortésmente la entrada a su compañera Aldara. El lugar era sin duda un sitio muy especial. Daba la sensación de que uno iba a dar un mal giro y podía golpear algo valiosísimo y echarlo a perder estrellándolo contra el suelo. En aquel momento, Cortés recordó sus años previos a casarse... él y la que habría de ser su esposa visitaban tiendas de muebles y fabulaban cómo iban a dejar la casa que habían comprado. Mientras que él buscaba algo funcional y moderno... con cierto estilo vanguardista... a ella le movían más los lugares como en el que acababa de entrar. Muebles polvorientos y cargados de ácaros... y recuerdos.

Tras unos pasos de deambular por la tienda, simulando que eran simples clientes o curiosos se dirigieron al mostrador.

- Disculpe, buenos días... estábamos buscando al señor Javier Durás.

- Me parece mejor, se os da bien hacer esas cosas... Aldara miró la tienda con curiosidad, veía además en Gustavo una extraña mirada algo así como la que me puso en Galicia cuando cenamos y la verdad es que me ponía algo tensa que la tuviese en un momento así.

- Gus... no acabó la frase porque al entrar preguntó por Javier, por mi parte ya estaba mirando cada objeto con detalle, evidentemente fingiendo mi papel de compradora.

El muchacho dejó encima del mostrador el jarrón que estaba limpiando, para encararse a Gustavo con una sonrisa amable, de dependiente solícito.

—Me temo que el señor Durás no está ¿Puedo ayudarles yo? Si es para ofrecer algún lote pueden darme a mí los datos y el señor Durás se encargará de ponerse en contacto con ustedes para tasarlo.

Estaba claro que el dueño de la tienda sólo atendía los asuntos importantes de la misma. Los detectives aprovecharon el momento para revisar el resto de la tienda. Tras el mostrador había una puerta de madera maciza, con una doble cerradura de seguridad. No era una puerta que pudiera conducir a un almacén sino que más bien parecía la puerta de una vivienda. Una vivienda anexa a la propia tienda. Al fondo de uno de los pasillos con vitrinas pudieron ver otra puerta que conducía a unos baños —el cartel estaba acompañado de la palabra 'privados'— y justo haciendo esquina con esa puerta otra que sí que tenía pinta de llevar a una trastienda.

Mientras Gustavo y Aldara entraban en la tienda los dos detectives más veteranos se colaron por un callejón que había entre el edificio de la tienda —que subía dos plantas por encima del bajo en el que se ubicaba la misma— y el inmueble cercano. Era un callejón de servicio: estrecho y sucio. De hecho tuvieron que colarse en él en fila india, ya que no permitía el paso en paralelo.

Unos metros más adelante terminaba en un pequeño patio entre edificios, un espacio que con el tiempo había quedado reducido a un rectángulo de apenas cuatro por ocho metros. Había una puerta de seguridad en el inmueble de la propia tienda de antigüedades y al elevar la cabeza vieron un par de ventanas —una por planta— con las contras echadas.

Solo falta un puto yonki con la aguja aún pinchada. - gruñó Gutierrez mientras abría el camino por aquel callejón.

Avanzaba confiado con Montalbano, dos perros viejos con un objetivo entre ceja y ceja que se había vuelto personal, por lo que se acercó a la puerta con paso lento.

Acercó primero la oreja, tratando de escuchar algo, y luego se centró en el tipo de puerta y en la cerradura que tenía. No sería la primera puerta que Gutierrez forzaba en un caso pero cada vez se volvían más complejas y electrónicas y él era un clasico de ganzuas de metal.

Angel se detuvo a escuchar pero la puerta amortiguaba bastante bien el sonido. Luego examinó la puerta. Era de seguridad, sí, pero tampoco un modelo de alta gama ni mucho menos electrónico. Estaba dentro de sus posibilidades abrirla aunque no sería sencillo. Después de todo era de seguridad, no llegaba con pasar una tarjeta o usar una horquilla del pelo¹.

Gutierrez se quitó el sombrero y se mesó el pelo mientras valoraba la puerta ante él.

- No sería fácil pero tampoco imposible... tu dirás. - dijo a Montalbano. - Siempre podemos decir que la encontramos abierta.

Al decir eso, hechó un vistazo alrededor, para asegurarse que no había cámaras de seguridad.

Guillermo miraba con atención todos los detalles del callejón, sobretodos los de la pared de la tienda. Era importante que ahora no se les escapara nada. 

—Me cago en la puta... sino la abres tu saco yo mismo el fierro— dijo echando mano a la cintura haciendo ademan de coger el arma reglamentaria. Ambos sabían que era mas bien una amenaza baldía. O al menos lo hubiese sido en cualquier otro contexto. Pero ahora que las cosas se habían puesto de aquel calibre, ya nisiquiera el mismo Montalbano podía dar cuenta de hasta donde estaba dispuesto a llegar. 

Gustavo devolvió una sonrisa a aquel muchacho como la que este le había ofrecido a él. Como si fueran tan amigos. En verdad Cortés estaba extrañamente alerta en aquel lugar. Entre tanto cachivache... era como si allí pudiese ocultarse algo. O eso o la paranoia por los acontecimientos que estaban asolando la ciudad en aquellos días les estaba pasando factura.

- ¿Un lote...? - preguntó rubricando el comentario del dependiente. - No... no es eso. Necesitamos verlo con cierta urgencia. ¿Podría darnos su dirección? ¿Tal vez su teléfono...? Es importante.

La última palabra quedó subrayada por la placa del departamento de Policía que el agente mostró convenientemente al dependiente.

- Pensamos que quizá el señor Durás pueda ayudarnos con una investigación... en calidad de anticuario.

- Sí, el señor Duras tenía algo especial que pretendía vendernos, supongo que habrá tenido tiempo de hacerlo, a fin de cuentas parecía uno de esos hombres que se toman más que en serio cada cosa que hace... acaricié mi pelo ...seguro que eso ya lo sabrá de sobra usted, simplemente queríamos saber cómo le iba, y bueno si el precio comenzaba a saberse y el qué era, la decoración desde luego me gusta.

El muchacho parecía desconcertado. Y no era para menos: por un lado Gustavo le estaba enseñando la placa y solicitando la información sobre el dueño de la tienda y por el otro Aldara hablaba de algo que podría ser una compra. Finalmente se decantó por atender a la solicitud de Gustavo sin dejar de mirar de reojo para aquella mujer que parecía haberse tomado alguna copa antes de entrar de servicio¹.

—En realidad el señor Durás vive aquí mismo.— dijo señalando con la cabeza la puerta que estaba tras él —Pero me temo que hoy no está en casa. Salió muy temprano y dijo que no volvería hasta la noche. Si desea dejarme su tarjeta yo le diré que les llame si se pone en contacto.— como si se adelantase a una pregunta más que repetida aclaró: —El señor Durás no usa móvil. Es una manía suya ¿sabe? Dice que prefiere recordar los tiempos en los que no estábamos todo el rato localizables. Pero le dejaré su tarjeta y petición en la libreta de recados. A veces llama a media tarde desde alguna cabina o cafetería, pero hoy no tenemos ninguna tasación pendiente, por lo cual lo considero improbable.

Mientras dentro tenía lugar aquella conversación en el callejón trasero Ángel, tras comprobar que no hubiese cámaras en aquel lugar, sacaba su juego de ganzúas¹. Guillermo, por su parte, echaba un ojo a la entrada del callejón para asegurarse que no aparecía ningún viandante despistado que los pillara in fraganti.

Gutierrez sacó un pequeño estuche de cuero, más un pañito protector que otra cosa, donde guardaba varios piezas de metal con diferentes formas.

Las ganzuas eran viejas y un pelín oxidadas, como el policía, pero cumplían su función.

Cuando se aseguró que Montalbano vigilaba el callejón y que parecía no haber cámaras a la vista, se agachó y comenzó a tantear lentamente la cerradura mientras sacaba ligeramente la lengua, como un muchacho concentrado en un ejercicio de matemáticas.

- Entiendo... - se limitó a decir Gustavo como única respuesta a aquello que bien podía parecer un discurso ensayado.

Sin perder la sonrisa, el investigador comenzó a tamborilear con los dedos en el mostrador... realmente trataba de hallar un modo de encontrar al tal Durás a la mayor brevedad posible. El hecho de haber dado con el sobrino nieto de Ablaneda, a su vez poseedor de material suficiente del Códice y, a la vez, que el anticuario que parecía tener un interés personal en este se esfumara de su tienda y su casa no podía ser mera curiosidad. Al menos no para una mente policial bien sazonada de paranoia.

- Y, cuando sale... ¿acostumbra a ir a los mismos lugares? Quiero decir... yo tenía un tío que todas las tardes iba a los toros y, cuando no había corrida se le podía encontrar en un bar muy cerca de Las Ventas. Es que... nos urge bastante encontrarle. Y, claro... no me parece de recibo apostarme en la puerta de la casa hasta que llegue. Aunque... claro... esa sería una opción a tener en cuenta.

En el interior de la tienda continuaba la conversación.

—Sólo los desayunos.

El dependiente se quedó un momento sonriendo, como si fuera una broma, pero ante el desconcierto de Gustavo continuó:

—El desayuno es sagrado para el señor Durás. Todos los días, a las 8:30, lo pueden encontrar en la cafetería de Capellanes, al cruzar la calle. Y a las 9:00 termina y sigue con su día. A partir de ahí la cosa puede variar.— se encogió de hombros —Hoy me dijo que era improbable que volviese temprano, lo cual quiere decir que cuando yo cierre a las 21:00 seguramente no estará de vuelta todavía.

Mientras tanto en la calle Angel sonrió con satisfacción cuando escuchó el click que indicaba que la puerta había cedido a sus ganzúas. Levantando un poco el marco para evitar cualquier ruido de arrastre empujó hacia el interior. Lo que se encontró fue un pequeño pasillo enmoquetado. Al final del mismo había otra puerta similar a la que había abierto, pero a la derecha dos puertas más, esta vez interiores de madera blanca, parecían conducir a otras dependencias. También vislumbró al fondo, pero a la izquierda, unas escaleras estrechas que llevaban sin duda a la segunda planta.

Todo estaba bajo una semipenumbra alumbrado tan solo por la luz que entraba a través del callejón. Había un olor a casa vieja: madera noble y moquetas gruesas, pero no era desagradable. El lugar estaba impecablemente limpio. En mitad del pasillo un reloj de cuco colgado marcaba con un sonoro tic-tac el paso del tiempo.

- Ten cuidado. - dijo a Montalbano mientras abría la puerta, con cuidado de pasar la manga luego para borrar las huellas que pudiera haber dejado y poder mantener la excusa de que habían encontrado la puerta abierta.

Cuando vislumbró la segunda puerta similar, retrocedió lentamente un par de pasos y trató de hacer una composición del lugar para ver hacia dónde podría dar, tras lo cual se acercó a la primera puerta y se colocó en el marco, listo para abrirla en cuanto su compañero le cubriera.

- Veamos si tenemos otra puta casa del Ikea. - gruñó por lo bajo, exponiendo la idea que empezaba a pulularle ya por la cabeza a la vista del pasillo.