Partida Rol por web

El bárbaro gritó furioso hacia la Cazadora levantado el hacha, dispuesto a partirla en dos. Tassabra afiló la sonrisa y lanzó la bisarma contra su oponente, clavándolo en la pared del fondo, impidiéndole moverse hacia ella.

Como su único objetivo estaba demasiado lejos, trazó un arco y golpeó a Minvant en la cabeza con el borde del hacha que, en otras circunstancias, le habría arrancado la cabeza a la sacerdotisa si ésta no hubiese levantado el escudo. Volvió a blandir el hacha y la golpeó de nuevo, haciendo que hincara una rodilla en tierra y tosiera sangre.

—No dejaré que os hagan daño. ¡Enfrentaos a mi!

Tassabra subrayó las palabras que acababa de de pronunciar con sendos, terribles golpes sobre su oponente.

Minvant se puso en pie, la sangre le bajaba por la comisura del labio.

-¡Ten cuidado, Alexandar! -advirtió al muchacho.

Colocó el escudo en posición defensiva.

El joven había visto lo que su madre había hecho y le costó recuperarse de la impresión. Agarró el mandoble con ambas manos y levantó la espada por encima de la cabeza para descargar un poderoso golpe sobre el bárbaro, directo a la cabeza, abriéndole una herida casi mortal. La sangre salpicó y el enemigo se revolvió con fierza.

—¡Siempre alerta, siempre preparada!

Tassabra empaló a su adversario contra la pared con su bisarma. Apretó los dientes, retorció su arma y se aseguró de que estuviera muerto antes de soltarlo.

—¿Estáis bien? —preguntó, dirigiéndose sobre todo a Minvant.

-Sí, estoy bien -respondió la sacerdotisa, poniéndose de nuevo en pie. Se limpió la sangre de la boca, tenía el gesto dolorido, pero aguantaba-. Me ha pillado desprevenida, será mejor que nos preparemos debidamente antes de continuar. Solo por si acaso.

Extrajo una varita y se dio unos golpecitos con ella para sanar las heridas causadas por el bárbaro. Después empuñó la maza, un lucero del alba y lo alzó mientras lanzaba unos conjuros.

-Oh, Uriel, protégenos con la magia de la Madre Tierra. Protégenos de todo mal y ayúdanos a castigar a los injustos.

Tassabra avanzó por el pasillo, atenta a cualquier enemigo que pudiera salir por las puertas o por los pasillos. Al fondo encontró, en la pared, el retrato de un hombre con túnica, elegante y distinguido, y al mirarlo más de cerca, reconoció que su rostro era el mismo que el del bárbaro al que acababa de destrozar. Se dio la vuelta, Minvant la seguía de cerca, mientras Alexandar contemplaba el estropicio que había provocado su madre con cierta angustia.

Continuaron por las escaleras, que desaparecían en lo alto, de modo que ascendió, interesada en saber a dónde iba el bárbaro y por qué.

Llegaron a la azotea de la casa, un espléndido jardín repleto de flores, árboles y efectos mágicos todavía vibrando que creaba un techado arcano de ramas y colores. El polvo se había acumulado en el suelo de piedra, hacía tiempo que nadie lo visitaba, pero encontraron el lugar de trabajo del pintor, un espacio a la sombra de unos árboles, material de pintura ordenado meticulosamente, atriles y caballetes plegados, pintura, pinceles y lienzos, así como paletas y cajas de acuarelas, óleos y demás botes. Un par de sillas de madera, algunos trapos manchados de pintura, un espacio lleno de diferentes gotitas de pintura, unas cuerdas con pinzas, pero sin ningún dibujo que sostener. En el centro de techo había un lucernario decorado con cristales brillantes que parpadeaban con la luz del sol y un efecto mágico que empañaba la visión completa del interior, pero que permitía el paso de luz a la habitación de abajo.

Buscaron por toda la azotea y la sacerdotisa avisó al resto cuando encontró algo interesante. Se trataba de una pintura de pequeño tamaño que represetaba unas montañas de tonalidades verdad y un río que fluía entre ellas. El dibujo era muy sencillo y evocaba sentimientos de paz y calma.

-Es mágico, pero no tiene emanaciones arcanas. Creo que contiene magia divina -explicó.

Se guardaron el cuadro y regresaron al piso inferior, Tassabra comenzó a explorar las habitaciones. Entró por la primera puerta, Alexandar volvió a mirar de reojo el cadaver destrozado del bárbaro y señaló que se parecía al tipo pintado en el cuadro de la pared, pero nadie le hizo el más mínimo caso. Cuando entró, la Cazadora encontró una habitación púlcramente ordenada con una pequeña capa de polvo.

-¡Madre! Hay alguien tras las cortinas.

Y justo cuando lo dijo, dos figuras aparecieron detrás de las cortinas que cubrían las ventanas. Eran sirvientes con túnicas, sin embaro sus poses no eran nada naturales y el color y brillo de sus pieles estaban demasiado saturados, tenían un color irreal.

-Oh, me temo que están hechos de pintura... -señaló la sacerdotisa-. ¡Uriel! Que nuestros ataques sean precisos para derribar a nuestros enemigos.

—¡Ahí! —le indicó a su hijo mientras frenaba el avance de una de aquellas criaturas.

Tassabra retrocedió, ocupando el sitio que antes había ocupado su hijo para destrozar a una de aquellas criaturas de pintura.

—Vale, ya he calentado. 

El joven se movió para dejar espacio a su madre. Ni siquiera vio necesario intervenir, de modo que esperó.

-¿Necesitas ayuda? -preguntó Minvant.

—No —declaró Tassabra, mientras destrozaba a la segunda criatura.

La antigua capitana de la guardia hizo como si se enjugara el sudor de la frente mientras miraba a su hijo. A decir decir verdad, ni el bárbaro ni aquellas criaturas de ojos desorbitados la habían hecho sudar pero, de cara a su hijo, prefería mostrar que le había supuesto un mínimo esfuerzo.

—Lo estáis haciendo muy bien —mintió Tassabra, mientras se apoyaba en su bisarma como si fuera un bastón—. Desplégaos. Buscad pistas.

Era más un intento de que se sintieran útiles que otra cosa.

- ¡Señor Pinckels! - Exclamó el enano disgustado. - Contigo no me puedo enfadar... - Sonrió. - Ves abajo y guarda la entrada. No te muevas de ahí y si viene alguien ruge, ruge fuerte y no le dejes pasar. ¿Entendido? 

De esa forma liberaría el pasillo y Ekarion y el resto podría llegar donde él se encontraba. Debían seguir examinando la zona, pues no tenían tiempo que perder. 

- Ekarion... - Llamó la atención del mago. - ...cierra la puerta si puedes. Prefiero que Señor Pinckels no salga. Le he dicho se quede abajo, pero es una osa y a veces hace lo que quiere...

Y sorprendermete nadie respondió y es que nadie se había quedado allí. ¿Dónde diantre estaban todos? ¿Le habían abandona? Si... Eso parecía. 

- ¡Por las barbas de Ruru! - Exclamó. - ¿Será posible? ¿Me habéis dejado solo? 

El enano no daba crédito. Se habían marchado sin decir nada. Entendía que quisieran investigar otra zona, que no quisieran arriesgarse con las cuerdas o que pensarán que se había precipitado, pero podrían haberle dicho algo como un: "eh Ruru, nos vamos por aquí". Pero no, nada...

- ¡Serán maleducados! - Comentó el enano contrariado. - ¡Como Ruru está loco, que se lo coma un cocodrilo! ¡Como Ruru no es tan alto como ellos, que le sodomice un osolecuzha! 

Tenía que regresar con sus compañeros, si es que podían llamarse así después de haberle dejado solo. Si seguía investigando en solitario por aquella casa endemoniada, acabaría muerto. Por ello, decidió regresar tras sus pasos y tratar de encontrar al resto. Quizás por las prisas o la ansiedad de verse solo, no se percató en que las cuerdas seguían ahí y entonces pasó lo inevitable.

Ruru se dio cuenta de que lo habían dejado solo, de modo que regresó por el pasillo para reunirse con Ekarion y, de paso, con su osa. Pero la mala suerte lo perseguía, las cuerdas comenzaron a agitarse y ni siquiera en su forma de gatito pudo esquivar los golpes. Llovieron borlas por todos lados. Una de las cuerdas lo agarró de las patas traseras y lo levantó del suelo para dejarlo colgando boca abajo, otra le tiró de la cola, otra le golpeó la cabeza. Ruru se revolvió con zarpas y dientes, era un gato poderoso, pero no lo bastante para salir de aquella trampa.

El gato Ruru trató de escaparse de allí, pero lo cierto era que tardaría mucho en poder ser libre. Eso sí aquellas cuerdas no apretaban demasiado y le cortaban la respiración hasta acabar con él. Un aciago destino para aquel enano, que desde luego, no volvería a involucrarse en los asuntos de aquellos desagradecidos humanos que me habían dejado solo, de salir vivo de aquella claro.

La habitación estaba ordenada. Una cama de exquisita manufactura dominaba parte de la estancia, estaba hecha y no tenía ni una arruga. Los muebles eran magníficos, dignos del propio emperador, así como la alfombra y las cortinas estaban fabricadas con el mejor de los tejidos. Había algunos objetos sobre una encimera, ornamentales, quizá; una estatuílla de una mujer alada, un pequeño retrato de una muchacha rubia con ojos verdes y mejillas sonrosadas, un abanico hecho con plumas blancas. En la pared había un soporte en el que se exponían diversas varitas, cada cuál más exótica que la anterior. Minvant le informó que no poseían magia alguna, que simplemente estaban vacías, y no eran más que un trozo de madera ornamentado.

En el armario había túnicas y ropa de buena calidad, en un secreter había correspondencia antigua, pergaminos, tinta y plumillas, algún anillo y un par de joyas. En un arcón a los pies de la cama, había miniaturas de objetos mundanos: cama, armarios, baúles. Parecían juguetes, pero Minvant informó que se trataba de objetos empequeñecidos para su transporte y que un mago que ella conocía también hacía uso de ese tipo de cosas.

Algunos cuadros adornaban las paredes. La pintura de una muchacha rubia con alas blancas, similar al pequeño retrato que habían visto antes, era el más grande. También había paisajes de puertos, océanos y una pintura que bien conocían: dos krákens atacando un barco. No era mágico, por suerte. Ni ése, ni ninguno de los demás cuadros. Había otro retrato de un hombre con túnica elegante, como el que habían visto en el pasillo. Alexandar, pálido, volvió a señalar que el tipo se parecía demasiado al bárbaro que se enfriaba en el pasillo.