Partida Rol por web

Tassabra asintió en dirección a su hijo. Ella también se había dado cuenta del parecido entre el cuadro y el hombre del pasillo. Mientras Minvant investigaba la habitación, Tassabra hizo lo propio con los sirvientes y con el bárbaro, en busca de algo útil. Cuando hubo terminado señaló con la cabeza la puerta de la habitación que tenían delante y procedió a abrirla cuando todos estuvieran preparados.

Ruru volvió a cambiar de forma. Abandonó su forma felina para convertirse en un tejón. De esa forma logró revolverse y liberarse de aquellas cuerdas que le habían apresado. Ahora podría ir junto con el resto de miembros de aquella comisión de investigación.

Ekarion meneó la cabeza al ver a los sirvientes de pintura, y con un ademán y unas palabras en Dracónico disparó cuatro misiles mágicos, dos a cada criatura, para tantear su dureza y capacidades.

Los proyectiles apenas rasparon la cobertura lacada de los sirvientes. El médico de campaña avanzó para lanzar una bendición sobre todo el grupo y el guerrero, dado que Ekarion había atacado, hizo lo propio lanzando un ataque contra uno de los pálidos siervos de color brillante con el hacha, arrancando un pezado de pintura que se estrelló contra la pared de la cocina.

El sirviente respondió alzando la bandeja de plata para golpear a Tomund en la cabeza, sin demasiado éxito, mientras el otro sacudía estúpidamente la jarra sin acertar contra el enorme guardia.

En ese momento, Ruru apareció por debajo de Ekarion transformado en tejón.

Ruru, o más bien un tejón, alcanzó al final al resto del grupo. Estaban enfrascados en una acalorada discusión con una gente con muy pocas luces, al menos eso era lo que saltaba a la vista. 

Ekarion gruño fastidiado, las criaturas resistían el daño pero no parecían peligrosas, quizá sus acompañantes podrían con ellas sin dificultades. Sacó la ballesta y le disparó al más alejado, pero el virote terminó encastrándose en una viga del techo.

Ghiaro se encogió de hombros y sacó la maza para golpear a uno de los sirvientes.

Los sirvientes estaban deshechos en un charco de pintura, poco se podía sacar de ellos. Alexander se limpiaba las botas de pintura cuando su madre salió al pasillo para rebuscar entre las pertenencias del bárbaro. Además del hacha y la armadura fabricada con hojas entrelazadas, encontró unas pociones y un anillo. Minvant identificó esos objetos como mágicos.

Abrieron la siguiente sala. Era un despacho, enormes estanterías de suelo a techo contenían todo tipo de libros, aunque de un primer vistazo, la mayoría de ellos parecían versar sobre arte e historia. Una de las estanterías contenía tomos escritos, Minvant se dedicó a echar un vistazo para determinar de qué se trataba.

Había un escritorio, Tassabra estudió los mapas que había desplegados. Uno de ellos era un plano de la capital, concretamente el del barrio de los artistas dónde habían estado dando vueltas persiguiendo al mago. Marcado con una X estaban todas las casas que habían recibido una pintura. También había un mapa de la región que colindaba Akraleuka junto con el bosque en el que Ruru había dado aviso. El mapa del bosque estaba bastante detallado, informaba de los asentamientos, cabañas de cazadores, campamentos militares y caminos.

Por lo demás, la sala estaba vacía.

-Parece que a Lemaitre le gustaba narrar sus aventuras -comentó la sacerdotisa, mostrando los libros llenos de notas-. Está todo escrito, no son investigaciones, sino diarios de todos los lugares que ha visitado. Este mago no es un ratoncito de biblioteca, me parece. Se ha enfrentado a cosas como estas...

Les mostró la ilustración de una cabeza repleta de ojos.

Tassabra recogió los mapas de la mesa y se dirigió hacia la siguiente sala. Al entrar la recorrió un escalofrío, el lugar estaba iluminado, pero le dio muy mala espina. Se sintió terriblemente incómoda en cuanto puso un pie en el estudio de Ignatius Lemaitre. Porque hasta ahora había estado en lugars mundanos, un despacho, un jardín, pasillos, habitaciones. Pero ese era el lugar donde el mago fabricaba sus creaciones. 

Apestaba a pintura, a magia y a intenciones malévolas. Sobre un caballete, un cuadro terminaba de secarse. Un hombre tumbado en una cama estaba siendo devorado por todo tipo de alimañas, insectos y otras plagas. En su rostro se reflejaba el horror y la impotencia, y los miles de bichos le arrancaban la carne hasta llegar al hueso. Era un dibujo tremendamente desagradable. Alexandar decidió quedarse fuera mientras Minvant examinaba la pintura.

-Es mágico. Puede que no esté activado todavía, pero diría que esos bichos podrían salir del cuadro.

Lo miró por delante y por detrás, buscando el disparador, pero no lo encontró. Después examinó la mesa de trabajo, las pinturas y demas utensilios.

-Eso también es mágico -señaló unos tarros de pintura, azul, rojo y amarillo, y unos pinceles con el mango curvado y la brocha de color negro-. Son los colores principales-le explicó a Tassabra-, con esos colores se forman todos los demás. Esos tres botes desprenden magia, igual que los pinceles. No he visto nada parecido ahí arriba.

Tassabra rebulló inquieta. Se sentía incómoda entre tanta magia, porque no sabía cómo proceder. Prefería cuando había algo a lo que lo golpear, algo que fuera inequívocamente malvado, y que tuviera la culpa de lo que fuera que tuviera que solucionar. 

—Y supongo que no tenemos claro si ayudaría reventar el cuadro, ¿verdad? —suspiró Tassabra—. Hay que traer el trasero de Ekarion aquí. Conservad las distancias con ese cuadro y sigamos investigando.

Ruru, de percató inmediatamente de que aquellos seres, no eran más que peleles de su amo. Por ello no quiso gastar muchos esfuerzo en ellos. Serían los luchadores los que se encargaran de reducirlos.

Conjuró desde su forma salvaje para dotar de la rapidez de una serpiente a Tomund, quien parecía un soldado capaz. Con suerte se desharía rápidamente de aquellos tipos con cara de lelo.

Continuaron la investigación. Tassabra se preguntó qué estarían haciendo los demás en el piso de abajo cuando entró en la última habitación del pasillo. Se trataba de una estancia iluminada y blanca, de una pureza infinita. Una enorme ventana daba al valle, un paisaje realmente hermoso. Pero cuando la Cazadora se aproximó, no se dedicó a estudiar el paisaje, sino que buscó en el alféizar. Encontró desgaste en la madera, arañazos, producidos probablemente por las garras de la althemir cuando saltaba hacia el cielo. Pero también había arañazos en los bordes de la ventana.

Además de una cama y varios muebles, había retratos de Duallia y algunos paisajes. No encontraron nada relevante, salvo unas plumas blancas en la almohada.

Continuaron con la parte inferior del piso. Las habitaciones que encontraron eran de la servidumbre, pequeñas y austeras. No parecía que alguien las hubiese usado en bastante tiempo. Terminaron de investigar la sala de ese pasillo,  un espléndido cuarto de baño en mármol blanco que podía ser la envidia de su propia bañera. Eso la hizo pensar en Samuel y suspiró con cierta añoranza.

Terminaron de revisar la segunda planda sin encontrarse con nadie más. Las demás habitaciones eran de sirvientes y una habitación de invitados que no contenía nada interesante... excepto tres sirvientes de pintura arrinconados al fondo, que en cuanto vieron a Tassabra, abrieron mucho los ojos y se dirigieron hacia ella caminando como zombies.

Minvant tocó el brazo de Alexandar.

-¡Tu turno, chico! Uriel te bendice con la fuerza de la tierra.

Tassabra detuvo a los sirvientes en su sitio, pero le costó herirlos en los subsiguientes ataques.

El joven se sintió revigorizado, de modo que entró en la habitación con el mandoble en alto y asestó un golpe contra el sirviente pintarrajeado.

La sacerdotisa entró detrás de Alexandar y tocó su mandoble.

-¡Uriel guía tu espada!