Partida Rol por web

En mitad de una noche apenas iluminada por la luna creciente, en mitad de un descampado de tierra situado en ninguna parte, los cuerpos de los orkos yacen a los pies de los caballeros de Stumlad. La mayoría son cadáveres ya, aunque unos pocos, a los que agonizan, pronto se les aplica la misericordia de una muerte rápida.

La pareja de orkos que han logrado huir no tardan en caer abatidos por las flechas del explorador, que no tiene el más mínimo reparo en dispararles por la espalda. En un combate como éste, conceptos como el honor o la piedad están de más. En el caos y en la vorágine de la batalla, cuando el suelo que pisan se ha convertido en una mezcla de sangre, vómitos, meados y entrañas, tanto de amigos como de enemigos, es fácil olvidar los altos conceptos por los que uno cree que lucha. Tu patria, tu bandera, tu gente. Al final es tan simple como matar o morir. Asesinar al contrario para que no sea él quien te asesine a ti.

Es fácil clamar a tu dios o a tus dioses por la salvación, pero lo cierto es que son los soldados los que luchan, son los soldados los que mueren.

Y los dioses nunca se arriesgan.

Aplicando su peso sobre el arma, el sargento hace que la punta de su espadón pase a través del pecho del agonizante orko, el cual, tras un espasmo que le pone rígido, por fin se relaja con la paz de la muerte.

Orlant espera que descanse en el infierno. Como el resto de sus compañeros, que ahora son sólo cadáveres a sus pies. En estos momentos, a pesar de la lucha, el veterano soldado no se siente cansado. Al contrario, se siente invencible. Que vengan más orkos. Se ve capaz de matar a millares si hace falta. Eso es lo que desea, seguir matando…

¡No! Sacude la cabeza con fuerza, tratando de recobrar la cordura, de refrenar la sed de sangre que puede hacer que un hombre pierda la cabeza, tal y como le ocurrió a él mismo hace tantos años, durante la batalla del paso de Khardum, cuando fue el único superviviente de su compañía. No. Él es un sargento del cuerpo de caballeros de Stumlad. Se debe a su país, a su familia, a su misión. ¡Su misión! ¡Girshael!

El elfo continúa caído en el suelo, sobre la tierra. Para sorpresa de Orlant, cuando le gira para ponerlo de espaldas al suelo, se encuentra con su mirada fija en él. Continúa vivo, a pesar de que siente cómo su mirada borrosa le traspasa. La mirada de un moribundo.

Pero el moribundo le habla. Y su mirada se enfoca en la suya cuando le susurra las siguientes palabras.

Preparaos… Drashin viene hacia aquí…

Ha sido un buen combate. Lo ha sido…

Petrer hinca una rodilla en el suelo, frente a sus enemigos abatidos, apenas con fuerzas para mantenerse erguido. Siente la sangre fluyendo de las múltiples heridas sufridas, empapando sus ropas y su armadura, derramándose sobre el suelo. Siente el pálpito de su corazón, cada vez más lento, pero al mismo tiempo ya no siente el dolor, sino sólo cansancio.

Un violento acceso de tos le hace tambalearse, e hilillos rojos surgen de su boca. Incapaz de aguantar más, cae de lado sobre el suelo. No duele, estar tumbado es incluso agradable.

Ha sido un buen combate. Después de tantos años sin usar una espada, después de tanto tiempo sin manejar más que cucharones, pensaba que lo había olvidado, pero no era cierto, él siempre ha sido un caballero, sólo que no lo recordaba.

Una mano estrecha la suya. Es Derlan. El joven teniente, su sobrino, le habla pero Petrer ya no escucha. Se alegra de que el chico haya sobrevivido, y vuelve a sorprenderse con el parecido con su hermano Terlant. Sin duda es hijo suyo. Un digno heredero de la estirpe Stoneheart.

Pensar en su hermano hace que Petrer se sorprenda con el deseo de volver a encontrarse con él, con su hermano. Después de tantos años de olvido sería bonito volver a verle.

La mirada del veterano soldado se dirige a las estrellas del cielo nocturno. Es un bonito deseo, pero lo cierto es que probablemente va a morir hoy, aquí…

Pero por lo menos morirá como lo que realmente es: un caballero.

Sertois abate al último orko en mitad de su huida. Le resulta tan fácil que es casi insultante, y cuando lo hace disfruta del momento cerrando los ojos y sintiendo el viento acariciar su rostro. Y al hacerlo se siente en casa, aquí, en el exterior, en lo salvaje.

Se había prometido a sí mismo no morir atrapado en la Torre. Y lo ha conseguido. Ni las fuerzas de los enemigos, ni las órdenes equivocadas del teniente, ni siquiera ese engendro de Drashin han podido impedir que escapara, que volviese a su elemento, la naturaleza. Ojalá pudiera quedarse aquí para siempre… Puede que pronto, pero todavía no… Aunque no le guste reconocerlo, los otros caballeros: el inexperto teniente, el insoportable sargento y el maldito cocinero, han contribuido a su propia supervivencia. Siente que les debe algo, simplemente porque es lo justo. Van a necesitar su ayuda a través de las montañas, van a necesitar su guía.

¿Tendrá fuerzas para soportar el reto? El explorador mira su mano derecha, ensangrentada y en carne viva de tanto disparar flechas. Le arde de dolor, pero no se permite soltar ni un quejido. Por supuesto que estará a la altura de las circunstancias.

¿Y el orejas? El taimado elfo permanece tumbado, boca arriba, hablando con Orlant. En cuanto ve su rostro, Sertois se da cuenta que no lo va conseguir. Es imposible. El viaje de vuelta hasta los territorios de los hombres llevará días y será demasiado duro como para que Girshael sobreviva a él…

Lo que significa que su misión de llevar al elfo de vuelta a Stumlad ha fracasado.

Han ganado. Es lo primero que piensa Derlan al bajar su acero y mirar, jadeando y casi sin aliento, alrededor suyo. Se siente abrumado por el agotamiento, por las heridas y por el dolor, pero sabe que no puede permitirse un momento de descanso, todavía no. Por el bien de sus hombres, debe mantenerse lúcido, valorar la situación y decidir qué deben hacer ahora.

Los orkos que les atacaron han muerto. Todos. Era al menos una docena, pero la escuadra que divisó desde la cima de la Torre era mayor, lo menos veinte. ¿Dónde está el resto?

Aguza la mirada y, a unos cien metros hacia el norte, en dirección a las montañas, los ve. La luna arroja suficiente luz entre las nubes como para permitirle distinguir una lucha entre los orkos contra alguien. Puede que uno o dos adversarios. No logra verlos con detalle, pero no le importa, sean quien sean, si son enemigos de los orkos, pueden ser aliados suyos. Pueden ser los que portaban aquella luz que el sargento Orlant afirmó haber visto desde lo alto de la Torre.

Por fin un golpe de suerte. Ahora que estaban al límite. Él mismo se siente desfallecer de agotamiento. No siente su brazo izquierdo, que cuelga inútil de su costado. La espantosa herida en su hombro causada por las fauces de un lobo-troll le arde bajo el vendaje como si la tuviese envuelta en llamas. Está bien. El dolor lo mantendrá despierto, lo mantendrá en guardia.

No hay más enemigos en los alrededores. En la Torre permanecen al menos una treintena de orkos, pero no les pueden seguir a través del pasadizo secreto bloqueado, ya no. La Manada de lobos-troll ha sido diezmada, ninguna de esas criaturas quedan con vida, la última la masacraron cuando intentó seguirles fuera del túnel.

Queda Drashin. Herido por la flecha de acero negro que Sertois le disparó. Su cazador continúa con vida. La última vez que le vieron fue en la Torre, pero ahora tienen ventaja sobre él, ya que no sabe dónde se encuentran ellos. Pueden perderlo en las montañas si se dan prisa… pero para ello debe poner en marcha a sus hombres…

Sin embargo, cuando se vuelve hacia ellos, lo primero que ve es a su tío Petrer desplomarse al suelo como un fardo. Derlan se arrodilla rápidamente junto a él y le sujeta la mano, hablándole, intentando llamar su atención… Pero la mirada borrosa del excaballero no atiende a sus palabras.

Derlan contempla las graves heridas de su tío, cómo la sangre forma un charco alrededor de su cuerpo caído…

El elfo no es el único gravemente herido. Sertois puede ver caído a Petrer, desplomado en el suelo como un fardo. Derlan, que además parece ser que es sobrino suyo, se arrodilla rápidamente junto a él y le sujeta la mano, hablándole, intentando llamar su atención… Pero la mirada borrosa del excaballero no atiende a sus palabras.

El mundo es así de cruel. No tiene piedad. El explorador sabe que ninguno de los dos soportará el viaje por las montañas. Y no hay discusión posible, porque deben de partir de inmediato. La mayoría de las fuerzas orkas están en la Torre, lejos de ellos, les pueden sacar mucha ventaja. La Manada de los lobos-troll ha sido diezmada, ya no les podrán seguir el rastro.

Pero queda Drashin.

A pesar de haber sido malherido por la flecha de acero negro que él mismo disparó, continúa con vida, y si lo que el elfo dice es cierto, no cesará de perseguirles. Su única opción es perderlo entre el macizo montañoso, donde podrán ponerse a cubierto…

Sertois aguza la mirada, oteando hacia el norte y, a unos cien metros de su posición, en dirección a las montañas, ve a otro grupo de orkos, los que quedaban de este grupo que han combatido. La luna arroja suficiente luz entre las nubes como para permitirle distinguir una lucha entre los orkos contra alguien. Puede que uno o dos adversarios. No logra verlos con detalle, pero no le importa, sean quien sean, si son enemigos de los orkos, pueden ser aliados suyos. Aliados. Quizás por fin haya una chispa de esperanza…

El explorador recuerda entonces a la gran águila blanca que vio en las murallas, y la luz que apenas divisó en las montañas. ¿Son ellos? ¡Tienen que serlo!

¡Tio! ¿donde te han herido?-exclamó Derlan alarmado tratando de buscar la manera de sanar a Petrer. pero no tenían tiempo, tendría que hacerlo rápido y su tío tendría que aguantar como fuera hasta llegar a algún sitio donde estuvieran a salvo... Aquello parecía imposible, el caballero sabía que su tio no tenía ninguna posibilidad pero aún así Derlan no podía marcharse de allí sin intentar hacer algo para salvarlo.

Con la exigua luz de la luna apenas permitiéndoles ver en esta ventosa noche que hace que el aire les arroje tierra a la cara, Derlan se arrodilla ante su malherido tío, igual que Orlant permanece junto a un inanimado Girshael, que sigue caído en el suelo en el mismo lugar donde se derrumbó nada más salir del túnel. El único que permanece en pie es Sertois, el cual observa la escena con mirada desapasionada.

El joven caballero descubre la hendidura en el cuero de la armadura de Petrer, a la altura del abdomen. Por allí entró el filo de la cimitarra del orko, y es la herida que le está haciendo perder sangre a chorros. Sin saber muy bien qué hacer aplica presión sobre la herida, y entonces se da cuenta que si tratan de huir sin tratar la herida de su tío, la pérdida de sangre terminará por matarle.

Pero entonces la débil voz del elfo rompe el silencio de manera cruel, al decir:

Preparaos… Drashin viene hacia aquí…

Todos ellos se quedan congelados, paralizados durante un instante, pero sólo durante un instante, porque después comienzan a reaccionar: Sertois coloca una flecha en su arco, tensa la cuerda y apunta hacia el cielo nocturno, tratando de distinguir algo. Orlant planta los pies en el suelo frente al elfo y levanta con solemnidad su espadón de acero stumladés, en posición de saludo reglamentario. Y Petrer sorprende a su sobrino al apretar con fuerza su mano y usarla para levantarse de nuevo, apretando los dientes ensangrentados, pero no en una mueca de dolor, sino en una feroz sonrisa, hasta que los dos Stoneheart quedan espalda contra espalda, con sus aceros desenvainados, listos para repeler cualquier ataque.

Porque si ese monstruo proveniente del infierno que es Drashin está allí arriba, invisible en el cielo nocturno, entonces no tienen posibilidad de huir en campo abierto. Están demasiado lejos de cualquier refugio, y si echan a correr, les caerá encima uno por uno usando la oscuridad de la noche, sin posibilidad de supervivencia.

No. La única manera de enfrentarlo es hacer una piña. Todos juntos, para hacerle frente cuando se decida a atacar en este, el último combate que van a tener. Porque de alguna manera saben que, acabe como acabe, terminará aquí y ahora.

Así que los caballeros de Stumlad esperan y escuchan. Pero sólo oyen el ulular del viento…

Hasta que advierten otro sonido más.

El sonido de unas alas en la noche…

Con un estruendo, Drashin cae como un meteorito sobre el descampado, un borrón fugaz, oscuro, desdibujado, a una decena de metros frente a los caballeros de Stumlad, sin previo aviso, levantando una nube de polvo y tierra a su alrededor, nublando la ya de por sí limitada visión de los hombres del norte en la noche.

Al límite de sus nervios a causa de la tensión acumulada, sin poder ver con claridad a lo que se enfrentan, los cuatro mantienen su posición, ya que lanzarse a la carga en estas condiciones podría resultar suicida. A pesar de eso, el explorador dispara dos flechas a ciegas, a la nube de tierra levantada, pero no se oye ningún ruido de impacto o ninguna queja como resultado de su ataque.

Y de pronto, una violenta ráfaga de aire se lleva el polvo levantado, revelando la enorme forma de vuestro adversario. Casi tres metros de altura, y casi lo mismo a lo ancho. Y es tan enorme porque las correosas y negras alas de murciélago le cubren practicamente por completo. Las tiene casi completamente cerradas enfrente suya, formando una especie de pantalla delante de su cuerpo, que resulta sin duda efectiva, dado que las dos flechas disparadas por Sertois han quedado atrapadas en la flexible piel que las forma, sin haber causado ningún daño aparente.

Pero por otro lado, por encima de su hombro, en la parte superior de sus anchas espaldas recubiertas de espinas negras, el monstruo todavía tiene clavada la flecha de acero negro que el explorador le disparó en la Torre. Media asta de la flecha sobresale de su cuerpo. Pero si llevarla atravesada le causa algún tipo de dolor o impedimento, ni sus movimientos ni su actitud lo demuestran.

Mientras, entre ambas alas, se abre una pequeña rendija que sólo muestra oscuridad y el reflejo esmeralda de los bestiales y feroces ojos de Drashin…

Y entonces, su voz cavernosa y ronca, una voz inhumana, resuena desde el interior.

Gracias… gracias por todos vuestros esfuerzos por mantenerlo con vida para mí. Por proporcionarme el placer de cobrar una pieza todavía con aliento…

A los caballeros se les pone el vello de punta al escuchar estas palabras provenientes de la gigantesca mancha oscura que es Drashin, que pasa entonces a hablar directamente con Girshael, como si los caballeros de Stumlad no importaran, como si fueran irrelevantes para lo que va a suceder.

Porque sigues con vida, ¿no es cierto hermano? Sí, con vida, pero demasiado débil para resistirte a mí, demasiado débil para ocultarte de mí… Deberías saber que nunca he perdido una presa, jamás… Ni siquiera alguien tan escurridizo y esquivo como tú…

En el suelo Girshael se gira de lado con un agónico esfuerzo. Se apoya en su brazo y se incorpora levemente, mirando hacia Drashin. Su rostro es una máscara blanca de sufrimiento.

Eres una pieza especial para mí, hermano. Nunca he cazado a uno de los nuestros, a uno de los Trece... Y nada más y nada menos que al mismísimo Girshael, el traidor, el de la doble cara… Se escucha un sonido obsceno. Es como si Drashin estuviera salivando y las babas le impidieran seguir hablando durante un instante. Alguien capaz de permanecer infiltrado durante tanto tiempo en el reino de los elfos tiene que ser un mentiroso excepcional…

Nunca debiste intentar traicionaros. ¿Acaso pensaste que Él lo permitiría? ¿Que no se daría cuenta de tu deserción? No me importa por qué lo hiciste… yo sólo estoy aquí para darte caza… Y ahora, al final, te lo agradezco, porque hacía siglos que no disfrutaba de un reto semejante…

Pero como todo en esta vida, tiene que tener un final… Tu final…

Con un hilo de voz se escucha al elfo susurrar.

Ayúdame a levantarme… Se dirige a Orlant, que está a su lado, y el sargento le sujeta por el brazo y lo pone en pie sin ninguna dificultad. Sin embargo, Girshael es incapaz de mantenerse erguido por sí sólo. Necesita del apoyo del sargento en todo momento.

Me tienes Drashin... Es obvio que para Girshael es doloroso incluso hablar, se le nota el sufrimiento en cada una de las sílabas que pronuncia.

Pero a diferencia de ti, estoy seguro que tu señor desea conocer las razones de mi traición… Estoy seguro de que el Rey Dios te ordenó llevarme ante él si conseguías capturarme vivo… ¿Qué le dirás cuando le relates mi muerte? ¿Qué no tuviste más remedio que matarme? ¿Qué me encontraste muerto? Yo sería capaz de mentirle a la cara… Tú no…

No hay respuesta por parte del monstruo. La rendija abierta entre las alas de Drashin sólo muestra oscuridad.

Me entregaré a ti. Me rendiré para que me lleves contigo… Pero a cambio… a cambio… perdónales la vida a ellos… Eso es lo que te pido… Lo único que te pido...

Ninguna respuesta. Sólo el silencio. Sólo el viento.

Voy a acercarme hasta ti. Ahora…

El elfo da un titubeante paso hacia delante, pero sus fuerzas fallan, y se tiene que sostener del brazo de Orlant para no caer. Con el rostro crispado por el sufrimiento os dedica una mirada desesperada.

Ayudadme… ayudadme a llegar hasta él…

Un reguero de lágrimas brota de los ojos castaños, derramándose por la sucia cara del elfo, y su voz se rompe en un sollozo al gritar:

¡Al menos dejadme hacer esto por vosotros!