Partida Rol por web

-Pues... tenéis razón. Me he distraído con el gato y vuestros comentarios, lo reconozco. María levanta los ojos con aire de haber estado realmente entretenida, y haber perdido la noción del tiempo. -No sé qué puede haber demorado de este modo a Tomás, no creo que Gonzalo le hubiera tomado tanta ventaja al salir...

Nerviosa, repiquetea en el plato con la cuchara de madera, que ha cogido de nuevo con un movimiento mecánico, y finalmente se levanta decidida. Es evidente que es una mujer acostumbrada a tomar sus propias decisiones.

-Salgamos, y veamos qué sucede ahí fuera que sea tan interesante que no le permite a mi escolta un pronto regreso. Y sonriendo, a paso vivo, se dirige a la puerta.

Hicham se levanta y sale andando detras de la señora. A él le parece poco tiempo de espera, aunque seguro que hay gente más impaciente que él.

La verdad que ya empezaba a aburrirse un poco sentado y necesitaba un poco de acción para desentumecer los huesos.

-"Vayamos, vayamos, aunque igual alguno de los dos está indispuesto y todavía no se ha recuperado, ya he comentado antes que las legumbres no tenian buen aspecto..."

Abraham medita sobre un momento sobre si sería correcto andar deambulando por el monasterio sin conocerlo, pero parece que Hicham ya se mueve por él sin problemas, así que podría ser un buen guía. Y no ve mejor opción que que sea la dama la que dé las órdenes.

- "Hicham, tú conoces mejor el lugar... ¿Puedes ayudarnos a encontrar a los dos caballeros suponiendo que no se han perdido en su camino a hablar con la guardesa?"

Abraham medita las palabras del sarraceno, su comida parecía excelente tanto de sabor como de aspecto, ¿tal vez alguien tenía algo contra Hicham y Gonzalo? Estaba claro que pasaban cosas raras en ese lugar y tal vez no era mala idea el acercarse a asegurarse que no estaban en peligro.

Sigo a los muchachos lo más sigilosamente que puedo y busco una ventana o algo donde poder escuchar algo más, siempre en el más absoluto de los sigilos, y pasando tanto de Thomas como de los nuevos peregrinos. Ya los veré luego pardiez, que es más importante que puñetas es eso de la fiesta del diablo.

Pues paro a un monje cualquiera que se tope en mi camino y le inquiero por el paradero de Gonzalo. El cual, me atrevo a sugerir, que probablemente se haye embutido en alguna peregrina aunque redentora tarea monástica.

Sin embargo, no pierdo de vista al trio de truhanes que acaba de hacer entrada en el convento. Aunque les observo solo de vez en cuando, durante la conversación, con disimulo y todo.

Los tres viajeros salen del salón de huéspedes en busca de Gonzalo y Tomás, quienes, según su parecer, hace demasiado tiempo que se marcharon. Además, tampoco es que haya nada mucho más interesante que hacer en la hospedería una vez llenos sus estómagos y descansado sus piernas durante la comida.

En el exterior, el luminoso día parece que empieza a perder su fuerza, tanto porque el sol comienza su camino de descenso hacia el ocaso como, sobretodo, porque algunas nubes empiezan a querer cubrirlo.

Una vez finalizada la hora de la comida y los rezos, los monjes parecen haber vuelto a la actividad en el monasterio y se les puede ver de aquí para allá, cada uno con sus ocupaciones.

De Gonzalo no hay señal, pero Tomás parece estar junto cerca de las puertas, observando en la distancia a dos nuevos peregrinos a quienes Damián parece haber dado entrada y a los que ahora guía hacia la hospedería.

Abraham queda mirando desde lejos y se acerca a María, respetuoso le pregunta como achacando la duda a su mala vista:

- "¿Aquel de allí no es vuestro escolta?" - Señala a las puertas para que no haya lugar a dudas.

Se queda esperando a ver que hacen sus compañeros, ya que Hicham conoce mejor la abadía y María conoce mejor a Tomás.

Los novicios se dirigen a uno de los edificios de piedra que hay separados del nucleo del monasterio, y siguen hablando entre ellos. Gonzalo les sigue discretamente, intentando volver a captar algún retazo de conversación que le ayude a entender qué era eso que había creído escuchar de sus bocas acerca de una fiesta del Diablo.

Finalmente, los novicios llegan al edificio y se introducen en él. Gonzalo deja pasar un momento y se acerca a la doble puerta de madera por la que entraron los jóvenes religiosos. Al abrirla para asomarse a su interior, el olor a polvo y a papel se hace más que evidente y por ese resquicio, se puede entrever una gran sala con columnas, prácticamente forrada de estanterías plagadas de libros y, en el centro, varias hileras de bancos y escritorios.

Parece que sin quererlo, Gonzalo ha encontrado la famosa biblioteca.

Aguzo el oído a ver qué puedo sacar de esos lenguas vivarachas.

-Pues sí.... sin lugar a dudas. Me pregunto... Pero vamos. A ver si es que ya sabe de Gonzalo, le ha podido dar el recado, pero a éste no le ha parecido bien volver a la Hospedería, o no ha podido hacerlo de inmediato. Vayamos a hablar con él, y luego seguimos, si a vos, Hicham, no os importan unos momentos de demora en nuestro periplo.

Y dicho y hecho, la dama se acerca a las puertas, con la curiosidad pintada en su rostro. Se cruzan con Damián y los dos hombres, a los que dedica una pequeña inclinación de cabeza. ¡Dos peregrinos más! Al parecer el Monasterio es un lugar muy concurrido. Aunque no parece ser un sitio de paso, desde luego debe serlo, o quizá la fama de los ilustradores y amanuenses del lugar llega lejos, atrayendo admiradores.

-¡Tomás! Os estábamos esperando en el Comedor, espero que hayáis podido cumplir mis instrucciones... ¿Dónde está Gonzalo...? Lo dice en voz queda a su escolta, cuidando que sólo la escuchen éste, Abraham y Hicham,  y no los dos recién llegados, como tampoco Damián.

Tomás para a un par de novicios y les pregunta por Gonzalo pero, según sus palabras, no saben donde pueda estar y le recomiendan echar un vistazo en la biblioteca o quizás en el templo.

Mientras tanto, parece que tanto su señora como Hicham y Abraham han salido del comedor. Se cruzan con el guarda y los dos nuevos invitados del monasterio a quienes saludan brevemente y llegan junto a Tomás.

La prudencia de la que hace gala Gonzalo le obliga a estar a una distancia tal de los novicios que impide ser capaz de escuchar sus conversaciones, y lo que seguramente será una tertulia realmente interesante y posiblemente incluso intrigante o perturbardora, se convierte en un simple concierto de susurros sin ningún sentido para Gonzalo.

Puta vida la de los pobres y campesinos hijos de Castilla, ¿hay manera de acercarme a esos desaprensivos? ¿Algún lugar donde guarnecerme de sus miradas y poder averiguar de qué hablan? ¿Quizás entrando en la biblioteca? Sí, seguro que sí. Entro en el edificio, utilizando todo mi sigilo, con la idea de hacerme el turco (loco) y tratar de escuchar algo más, mientras miroteo un poco la biblioteca, hasta que alguien me pille, momento en el que pondré la más inocente de las caras y diré:

-Oh, creánme que andaba buscando las letrinas y he acabado, quién sabe como, aquí.

Por cierto... ¿cómo me encuentro de mis... dolencias?