Partida Rol por web

- Ya va, ya va!, se escucha una voz masculina desde el otro lado de la puerta. Pasados unos segundos, un pequeño ventanuco se abre y tras él aparecen unos ojos oscuros y bien cargados de arrugas.

- ¿Un mercader?, ¿y qué dice que le ha ocurrido?, ¿está usted bien?, dicho esto, empieza a escucharse el traqueteo de pestillos descerrajarse y, al momento, la figura de un hombre de mediana edad, baja estatura y aspecto de no haber roto un plato en la vida, aparece por la puerta y echa un vistazo preocupado al estado de Abraham y de su animal. - Entonces, ¿han tenido un accidente?, mira que no es la primera vez que pasa, esos caminos... lo he dicho cientos de veces... alguna vez ocurrirá una desgracia... ¿iba usted solo?, ¿hay alguien herido?, ¿qué le ha pasado a su mula?...

El hombre, por lo poco que ha podido ver Abraham, parece de los que hablan hasta dormidos, aunque su preocupación sí parece sincera.

Abraham sonría satisfecho, tanto tiempo por los caminos echaba de menos el poder platicar con otra persona y parecía que había encontrado un alma afín. Sin duda los monjes con tanto tiempo en silencio y aislamiento entendían mejor que nadie su necesidad por comunicarse.

- "Gracias al Señor, Padre. Ya pensaba que bajo este sol de justicia pasaría mis horas postreras." - Instintivamente no puede evitar secar el sudor con uno de sus pañuelos antes de guardarlo en su túnica, justo antes de acercarse a dar la bienvenida al monje. Como el viajero que encuentra un oasis en el desierto no puede evitar tender sus manos con las palmas hacia arriba buscando una mano amiga que poder estrechar. - "Podéis ver el lamentable estado en que se encuentra mi fiel montura. Ha sido la providencia la que ha querido que yo no esté herido, pero ella ha pagado por mis pecados, sin duda." - Mientras dice esto se acerca a la pobre Bernarda y mueve su mano por el aire por encima de su grupa señalando la zona que se encuentra en carne viva y donde aún se ve la herida que empieza de a manar sangre aunque menos que antes. - "Es toda una señal que haya ocurrido tan cerca de vuestro monasterio, sin duda así podré abusar de vuestra hospitalidad mientras reparo mi carro... Espero que a cambio aceptéis alguna de mis mercancías."

A poco que el monje le de un poco de cuerda pueden estar hablando durante horas. La prioridad de Abraham es rescatar su mercancía y conseguir un lugar seguro para ella. Luego ya se preocupará de su bienestar, principalmente de beber y comer algo y sobretodo descansar. Luego buscará alguien que le ayude a reparar el carro... Que no es lo suyo.

-¡Mirad que llegáis a ser bruto, Tomás! ¡Jesús María José! Os pedí que apartárais nuestro carro del camino, no el otro... Está bien, alguien os estará agradecido. Quizá sea ese hombre de ahí delante...

La dama señala con un gesto vago a la figura que se acerca al Monasterio.

-Bien, pronto lo sabremos...

- ¿Padre?, no, mi señor, perdone que con el nerviosismo del momento no me haya presentado debidamente, pero soy Damián y simplemente soy el guarda del monasterio. Me encargo de las faenas que los monjes no pueden hacer, de abrir las puertas, de ir a comprar al pueblo, ya sabe, todas esas cosas que se esperan de un guarda... bueno, y entre mi mujer y yo también nos encargamos de tener a punto la hospedería, para cuando llegan los peregrinos, ¿sabe usted?... pero bueno, no nos entretengamos con la cháchara, que su noble animal parece estar sufriendo a cada segundo que sigue cargado con esos bultos. Telas, ¿no?, ¿las vende usted o las compra?, pregunta el guarda desoyendo sus propios consejos de acelerar la descarga de la pobre Bernarda.

Abraham aprovechó para desatar a la mula y le tendió sus riendas al buen hombre que había salido a recibirlos. Mientras él cogió algunos de los fajos de telas del suelo e intentó cargarlos con desigual efectividad, principalmente por intentar cargar mucho más de lo que era capaz de manejar. Quería intentar introducir toda su mercancía dentro de la protección de los muros evitando rozaduras o golpes... Trataba sus telas como si en realidad fueran de oro puro, era algo que les había inculcado a fuego su padre.

- "Hermano Damián, ¿está bien el trato de Hermano? ¿Es correcto y de vuestro agrado? No quisiera parecer descortés con un enviado del Altísimo..." - Intentando hacer malabares con los pesados rollos de telas de colores y motivos diferentes. - "Tenéis razón en vuestra observación y espero que alguno de los vuestros pueda ayudar a mi pequeña Bernarda a reponerse del golpe, ahora que el susto ya ha pasado." - Tras escucharle un poco, que era la base de todo buen vendedor. - "¡Loado sea el Señor, tenéis una hospedería! Si es necesario estaré más que dispuesto a pagar un humilde alojamiento que tengáis a bien concederme."

Ya el sudor borboteaba a mares de su frente con el esfuerzo cuando atravesaban el portón y miraba a los rollos que había dejado atrás como el padre que tiene que despedirse de sus hijos y tiene que dejarlos al cuidado de un familiar para hacer un gran viaje.
-"Ahora mismo llevo estos preciados tejidos conmigo con la esperanza de encontrarles un hogar donde puedan convertirse en lujosos vestidos o en hermosas decoraciones. Tengo todo tipo de telas y de tantos colores como ha puesto el Creador en este nuestro mundo, vienen de los mejores distribuidores de Francia y Aragón y espero venderlos aquí en vuestro Reino o en la vecina Portugal."

- Damián a secas estará bien, señor. Y no se preocupe de su animal, yo mismo puedo ocuparme de él y no creo que esa herida necesite demasiados cuidados, seguramente en un par de días podrá volver a amarrarla sin problemas a su carro. Por cierto, ¿esperamos a sus amigos o se alojará usted solo?, dice el guarda mirando hacia el lugar donde Abraham dejó el carro.

Al girarse, el judío observa con algo de dificultad como otro carro está parado justo detrás del suyo y como al menos una persona está con los pies en tierra bien cerca de su preciado medio de transporte.

Durante el trayecto hasta la hospedería, Gonzalo observa a algunos jóvenes monjes con su hábito de color marrón, yendo y viniendo, tirando de animales, cargando algunos sacos, charlando entre ellos, etc... No puede precisar la gente que pueda haber viviendo en el monasterio, pero el lugar parece grande y bien cuidado, así que los altos muros seguramente deben resguardar a, al menos, una veintena de monjes.

El edificio de la hospedería, de dos pisos, cuenta con un gran salón común con chimenea en la planta baja y varias celdas individuales en el primer piso.

- Señor, arriba están las habitaciones. Una de ellas ya ha sido ocupada por un peregrino, así que puede elegir la que desee de entre las otras. Dentro de un rato mi mujer vendrá con la comida y la servirá aquí mismo, dice señalando a la mesa del salón.- No es porque sea mi mujer, pero hace el mejor guiso de garbanzos de toda la comarca y creo que precisamente era eso lo que hoy pensaba preparar, así que ¡ha tenido suerte!. Mientras usted se pone cómodo yo iré a avisar a alguien de que usted ha llegado y que avisen a su primo o lo que sea..., dice el guarda mientras ya está saliendo por la puerta de la hospedería.

De forma delicada pero con presura el mercader dejó los rollos en el suelo y salió a paso rápido hacia su carro.

- "Lo siento Damián, volveré con vos enseguida. Pero es que viajo solo y aún tengo muchas cosas de valor en el carro que no he podido transportar hasta aquí."

Luego acelerando el paso y aumentando el volumen de la voz:
- "¡AMIGOS! ¡No se preocupen! ¡Aquí me hayo y háyome perfectamente sano!" - Ya más cerca y mirando de arriba a abajo a quién está junto a su carro a ver que aspecto tiene... - "Mis amigos del monasterio vendrán en breve plazo a ayudarme a remolcarlo dentro... A menos que vos podáis ofrecerme tal auxilio. Mi animal de tiro se ha herido con el golpe."

-Gracias, que Dios te acompañe.

digo mientras sigo mirando alrededor.

Gonzalo se fija en la presencia de un hombre en mitad del patio que llama su atención, pues viste una llamativa túnica de color vivo y, desde luego, no parece ser parte del monasterio. El hombre se encuentra entretenido, hablando con un monje.

Una vez apartado el carro que obstaculizaba el camino, Tomás da un tirón a su mula y ésta se pone en marcha de nuevo, con su paso lento pero constante, en dirección a la lejana Santiago.

Habiendo reemprendido el camino, ambos viajeros se dan cuenta de que el hombre que vieron a lo lejos anteriormente, viene ahora corriendo hacia ellos y haciendo aspavientos con los brazos.

Abraham deja a Bernarda y sus telas en custodia de Damián (en quien parece confiar más que en los desconocidos del carro recién aparecido) y parte corriendo y gritando hacia donde dejó su valiosa mercancía.

El carro desconocido parece que ha vuelto a ponerse en marcha, sorteando de alguna manera el suyo propio para poder seguir el camino. Conforme el comerciante se acerca y casi al borde de perder el resuello, consigue ver a una mujer bien vestida, sentada en el pescante del vehículo y a un hombre con aspecto de rudo y malcarado que viaja a pie, junto al animal de tiro.

Hicham para a un monje joven, un novicio seguramente, y le pregunta dónde puede encontrar la biblioteca.

- Sí, señor, es justo este edificio que tenemos enfrente, le dice señalando un edificio de dos plantas, separado de la nave de la iglesia, que está a unos pasos de donde actualmente se encuentran.

- El Hermano Anselmo es el encargado de la biblioteca, añade el joven, - y no suele tener problemas en tener visitas, aunque pronto es la hora de la comida y cerrará la biblioteca durante un buen rato...

Según los reconoce Abraham reduce el ritmo e intenta recuperar el resuello y mantener la compostura. Se quita el sombrero y saluda con una reverencia a la dama:

- "Buenos días nos de Dios, bella Dama" - Hace una genuflexión sencilla como muestra de respeto pero sin alardes, que no se encuentre muy fresco fisicamente.

Si el carro se para se acercará a ellos enjuagándose antes discretamente el sudor, en parte por la necesidad de mejorar su aspecto y para dar una imagen más digna de piedad.
- "Me llamo Abraham y soy mercader de telas de la lejana Navarra que ha tenido un desafortunado incidentes con el carro que han visto ahí detrás." - Tras esperar para darles tiempo a presentarse o al menos a reaccionar, si se muestran amables y predispuestos. - "Podrían vuesas mercedes hacerme el inmenso favor cristiano y ayudarme a transportar parte de mis pertenencias hasta ese monasterio para no dejarlas en el carro a disposición de los posibles bandidos y mitigarme el sufrimiento de cargarlas bajo este sol inclemente. Sin duda sabré agradecer vuestra caridad cristiana."

Si pasan de largo pues después de saludar, para aprovechar el viaje cojo un par de los rollos de tela más valiosos y los acerco de vuelta al monasterio.

Hicham escucha atento las palabras del monje y cuando este acaba su elocución le contesta.

-"Muchas gracias, Hermano, me apresuraré, haber si con un poco de fortuna el Hermano Anselmo tiene la biblioteca todavia abierta o en su defecto charlar con él para arreglar una posterior visita a estas famosas instalacíones"

Dandole las gracias de nuevo y con una amplia sonrisa, Hicham se dirige a la biblioteca para charlar con el hermano Anselmo.

Me siento en una silla de la hospedería, y a esperar a mi primo, que le den al de la túnica, pero no le quito ojo. De hecho no le quito ojo a nadie de las cercanias, que tengo pocas cosas pero son mías y no quiero que me las robe un muerto de hambre.

El sudoroso fundillo del reino de Valencia escatima tiempos generosamente, mas no suscritos vocablos, en señalarle a su ama al pobre indeciso que retorna sobre sus pisadas. Secándose el sudor de la frente con la franela que esconde el brazo siniestro, azuza a la torpe andurria para que continue con su andar impertérrito. En cualquier caso, frunce los torvos y oscurece el alma, porque no dudaría si tuviera que emplearse en la magnolia tarea de enviar al diablillo al mismo recodo del árido al que ha enviado su carro. Dedicación mucha menos ardua y más entonada, como diría el poeta o cualquier pagano griego de los de antaño que se interesase por malus del hombre.

Según los reconoce Abraham reduce el ritmo e intenta recuperar el resuello y mantener la compostura. Se quita el sombrero y saluda con una reverencia a la dama:

- "Buenos días nos dé Dios, bella Dama" - Hace una genuflexión sencilla como muestra de respeto pero sin alardes, que no se encuentre muy fresco fisicamente.

Si el carro se para se acercará a ellos enjuagándose antes discretamente el sudor, en parte por la necesidad de mejorar su aspecto y para dar una imagen más digna de piedad.
- "Me llamo Abraham y soy mercader de telas de la lejana Navarra que ha tenido un desafortunado incidentes con el carro que han visto ahí detrás." - Tras esperar para darles tiempo a presentarse o al menos a reaccionar, si se muestran amables y predispuestos. - "Podrían vuesas mercedes hacerme el inmenso favor cristiano y ayudarme a transportar parte de mis pertenencias hasta ese monasterio para no dejarlas en el carro a disposición de los posibles bandidos y mitigarme el sufrimiento de cargarlas bajo este sol inclemente. Sin duda sabré agradecer vuestra caridad cristiana."