Partida Rol por web

Hicham abandona la biblioteca y se acerca, con paso tranquilo hacia la hospedería, donde, si el guarda no le ha engañado, deberían estar a punto de servir la comida.

Una vez entra, descubre que al parecer ya no es el único huésped del monasterio. Sentado en el salón y jugueteando con un enorme gato negro, Hicham puede ver al mismo hombre que ya vio cruzar las puertas del monasterio justo antes de ir a la biblioteca.

El gato parece contento al ver que Gonzalo decide hacerle caso y darle algo de comer, aunque tras descubrir que sus anhelados manjares se reducen a algunas migas de pan seco, mira con desdén al cazador, como herido en su orgullo por haberse mostrado contento sin motivo. De repente, el gato se gira hacia la puerta y al instante aparece allí la figura de un hombre vestido con una túnica, que Gonzalo reconoce como el que antes viera en el patio.

Hicham se dirige al hombre que está sentado con el gato tranquilamente, se sienta en una silla cercana al hombre y le saluda.

-"Buenas tardes nos dé Dios, buenhombre, espero que nos sirvan un buen plato de comida caliente y un pedazo de pan, hace muchos dias que no como caliente. Perdone mi falta de respeto, mi nombre es Hicham y ¿usted es?..."

-Yo soy Gonzalo -digo mirando al tipo-. Así que buenos días nos dé Dios, ¿no? Pero qué Dios, el tuyo o el mío. O vas a decirme que eres cristiano viejo de toda la vida. Sí, sí, seguro que te criaste yendo a la iglesia a recitar salmos con los monjes,
¿a que sí?

Luego echo un vistazo alrededor buscando al gato. Jodido gato, mira que irse y dejarme con el... con éste.

-"Soy cristiano buenhombre, no sé si viejo o nuevo, pero crisitiano al fin y al cabo, y castellano de cuna...,siento haberle inportunado u ofendido, buenos dias"

Me levanto de la silla y me voy a sentar lo más lejos posible.

-¿Bernarda...? ¡Vaya! ¿Acaso vuestra esposa ha tenido algún percance durante el viaje? ¿O quizá os referís a alguien que os sirve, alguna doncella? Espero que no sea nada. En cuanto a mi esposo, el difunto Barón de Sepúlveda era un hombre dedicado a... sus cosas. Sus tierras, sus... entretenimientos. La caza, ya sabéis, cuidar la Hacienda... las obligaciones de todo noble que se debe a los suyos.

Lo dice en tono plano, aunque con un ligero deje trémulo, sin embargo es difícil llegar a determinar si ese comentario se tiñe de respeto, de dolor, o de... alivio. Pero el rostro de la dama no deja nada más a la perspicacia del ojo más agudo que un velo de tristeza.

Con un gesto de cabeza, sacudiendo levemente el cabello, parece querer apartar de su pensamiento alguna escena poco grata, y sonríe finalmente. Mientras, ha vislumbrado de soslayo la carga que Abraham ha recuperado de su carromato, y vuelve entonces la vista abiertamente hacia ésta, y después regresa al hombre, con un punto de luz en sus pupilas.

-Pero decidme, veo que sois comerciante, y que esas telas que cargáis son bien bellas. Disculpad mi curiosidad, y haced caso omiso de ella si os es molesta, pero si os place, habladme de la vida del comerciante, de vuestros viajes, de los lugares que vuestro trabajo os lleva a visitar... Mi propia vida se ha visto siempre inquibida en las paredes de mi Castillo ahora, y en las de mi hogar paterno anteriormente. Esta es la primera vez que viajo, y lo hago con un motivo bien poco lúdico. Aunque, desde luego, me interesa un relato pintoresco como el que sin duda podríais dibujar...

Hicham se sienta en una mesa alejada de Gonzalo. Le echa alguna que otra mirada furtiva,solamente para tenerlo controlado.
A Hicham le molesta que se metan con su religión, el hecho de ser de descendencia Árabe siempre le ha traído muchos problemas con gente intolerante, por lo que guarda las distancias para no tener que usar la violencia y menos por motivos religiosos.

Su ojos se van hacia todos los lugares de la sala intentando dilucidar como y cuando se da de comer, sus tripas rugen y tiene que intentar solucionarlo.

-Sí, claro, cristiano. Eso dijo el último moro que me acuchilló por la espalda, me robó la bolsa y faltó al respeto del nombre de mi señor Jesucristo. Anda y vete a tu tierra, ¡deshecho! ¡Infiel! Si no fuera porque estamos en un monasterio te enviaba yo mismo a la tierra de los moros de un puntapié.

Me levanto enfurecido y busco algo a lo que darle una patada, para luego salir de la estancia en busca de aire fresco.

-Puta vida.

Lo cierto es que tengo un mosqueo de cojones. He hecho un viaje larguísimo en busca de mi primo y un monje más seco que una pasa me dice que se ha ido y que me busque la vida, para que luego encima me venga un moro haciendose el cristiano para joder aún más. Una  mierda hombre, una mierda.

La tensión se palpa en el salón de la hospedería de San Gabriel, una tensión y unos modos que seguramente fueran adecuados para una taberna de ciudad, pero que a todas luces no lo son dentro de la casa del Señor. Hicham se aleja de Gonzalo y busca asiento en un lateral de la sala, mientras que Gonzalo se levanta visiblemente alterado en dirección a la salida.

Antes de que llegue a salir, un aroma a comida inunda la sala y, al momento, una mujer entrada a la par en carnes y en años, aparece por la puerta portando una especie de caldero mediano del que parece emanar tan suculento aroma. Parece que la esperada comida ha llegado por fin y, no se sabe si por casualidad o no, coincide con el retumbante repicar del campanario de la iglesia.

- Muy buenas, señores, les traigo la comida, dice la mujer mientras se acerca a una de las mesas largas y coloca sobre ella el caldero. - Hoy tenemos guisado de legumbres, espero que les guste... y si no... pues no hay otra cosa así que ya saben... vos,dice dirigiéndose a Hicham, - traiga un par de escudillas de ese armario de ahí. La mujer señala un destartalado armario de madera en cuyo interior, presumiblemente, se encuentran los servicios para la mesa de los aquí hospedados.

De repente la mujer parece deparar en la silenciosa presencia del gato y se pone a gritar y a hacer aspavientos - Zape, zape!!! Isaac, fuera de aquí!!!, exclama mientras intenta asustar al gato haciendo como que va a darle una patada, hasta que finalmente, resignado, el animal abandona el comedor por la puerta. - No den de comer a Isaac, está demasiado gordo y se está volviendo perezoso, prefiere pedir comida antes que cazar ratones... y eso no debe ser así...

-Un holgazán, lo peor que hay en la tierra del señor, aparte de los infieles claro.

Digo mirando al moro-cristiano-converso, mientras me siento, pues puede más el hambre que el enfado, y en este caso el hambre que me atenaza podría más que la espada de San Gabriel. Blasfemia que me guardo mucho de pronunciar en voz alta, claro.

Abraham miró a la dama con interés. Siempre era de agradecer que una mujer hermosa se preocupara por uno, incluso aunque no tuvieras un corazón libre que ofrecerle. Intentó no reírse ante la mención de Bernarda aunque no pudo evitar el sonreir amablemente como ante un niño que hace una trastada y se da cuenta, recordó que no era la primera vez que sus conocidos le echaban en cara el buen trato que le daba a Bernarda, casi como si fuera la hija que nunca tuvo.

"Mi dama, Bernarda es mi fiel mula de carga. Como podéis ver por el estado de la rueda siniestra del carro hemos tenido un desafortunado accidente y la pobre ha resultado herida."

Dando un poco de tiempo a la joven para asimilar la noticia pero continuando para quitarle peso y desviar la conversación del fallecimiento de su esposo del que parecía aún bastante afectada, se centró en su tema preferido al que ella le había dado pie:
- "Me alegro que os gusten mis telas, tal vez encontremos algo que pueda ser de vuestro agrado y podáis llevar a los mejores modistos para que confeccionen un traje que intente rivalizar con vuestra belleza mi joven señora."

La táctica de venta de Abraham consistía más en dar importancia a sus productos que a su propia persona, así que se sintió un poco incómodo ante la sugerencia de la dama de contar sus aventuras y sobretodo por el interés que suscitaba en ella como si se tratara de un héroe clásico. Intentó hacer lo más amena posible la historia de lo que el consideraba una rutina gris:

- "Tengo que reconocer que el dolor más terrible y el mayor miedo que paso por los caminos es el pensar que tal vez pueda acontecerme cualquier suceso aciago y no pueda volver a ver a mi querida Ruth, mi esposa, o que algo le pueda suceder a ella en mi ausencia. Aunque me han ocurrido algunas anécdotas siempre estoy pensando en volver casi desde el momento en que parto. Con tiempo puedo contaros historias de bandidos que asaltan los caminos, de pícaros que ansían lo ajeno o leyendas de bestias sobrenaturales por las que los paisanos se esconden en cuando se acerca el anochecer... No son tan amenas ni trepidantes como las que uno puede leer en los libros, pero a buena fé comprometo mi honor en que son mucho más veraces."

Hicham se levanta hacia el armario que la señora le ha mostrado, abre las puertas y saca dos escudillas y unos cubiertos de ella.
Lentamente se acerca a la mesa y sirve a Gonzalo colocandole delicadamente los cubiertos.
Se coloca tambien los suyos y se sienta a comer tranquilamente sin decir ni palabra a los continuos ataques de Gonzalo, lo único que sale de su boca es un...

-"Buen provecho"

...y despues con la garcilla se sirve un buen plato de legumbres y comienza a comer en silencio.

Malnacido moro, ni siquiera me va a dar el gusto de provocarme, para que le tire el caldero por encima. Definitivamente es una mierda de día.

Ale