Partida Rol por web

Hicham se acerca al edificio que le han indicado que es la biblioteca. Se trata de un fuerte edificio de piedra de dos plantas con una gran puerta de madera entreabierta. Al entrar en su interior, Hicham descubre la mayor biblioteca que jamás haya visto, con decenas de estanterías repletas de incunables de, seguramente, un altísimo valor. No podría asegurarlo, pero le da la sensación de que ante sus ojos podría estar una de las diez mayores colecciones de libros de toda Castilla.

Observa a dos o tres novicios leyendo en silencio en una especie de pupitres, mientras que otro monje de aspecto más adulto y serio se encuentra sentado en una gran mesa, escribiendo algo.

Tomás espera a que si ama responda al mercader, pero como pasa el tiempo y no responde ella, responde él:

-¡Aparta truhán! -espeta mientras jalea a la mula con las correas pa que siga adelante-.

Transcurridos unos minutos desde que Gonzalo se sentó en el salón de la hospedería a esperar noticias, aparece por la puerta un monje de estatura media y unos cuarenta años, con aspecto realmente serio, pero no como si acabase de haber recibido una noticia triste, sino, por lo que parece, por su estado natural. Es como si las arrugas de la cara no le permitiesen cambiar su semblante a uno un poco más amable.

- Usted debe ser el primo de José Blasco, me ha dicho el guarda que ha venido a verle, pero me temo que no ha tenido suerte. Su primo hace un par de meses que abandonó este monasterio. Puede quedarse en la hospedería esta noche si quiere. Siento no haberle podido ayudar. Muchas gracias y buenos días, dice el monje y se da media vuelta en dirección a la salida.

-¡Detened el carromato y moderad vuestros ímpetus, Tomás!

La mujer está mirando con aire disgustado a su escolta, parece que no comparte su criterio, y por su gesto se diría que no suele compartirlo a menudo. Se gira entonces al comerciante, y le devuelve su saludo con una ligera inclinación, pintando rápidamente una sonrisa en su rostro. Y tan pequeña acción hace que se le iluminen las facciones, tal que si un rayo de sol hubiera de pronto querido señalarla.

-Buenos os los dé a Vos también, buen hombre. Siento lo que os ha ocurrido, estos caminos son peligrosos, y por cierto que podéis contar con nuestra ayuda para transportar las mercaderías hasta el Monasterio. Por favor, subid aquí, y reharemos el camino hasta vuestro carro. Lo hicimos a un lado, como habréis visto, para poder seguir adelante, pero no nos detuvimos a comprobar su contenido.

Con la mano señala vagamente atrás, y le mira de nuevo, mientras con el rabillo del ojo controla que Tomás retiene realmente a la mula y detiene el carro.

-Soy María Somontano, viuda del señor de Sepúlveda, que en Gloria esté. Vamos a hacer el Camino de Santiago, pero nos vendrá bien un alto en ese Monasterio. Y me complace encontrarme con alguien dispuesto a entablar una conversación amable y distendida... y dejó escapar entre dientes un casi mascullado "...para variar".

-Eh, ehh, señor, espeere.

digo levantandome de un salto y poniendome a la altura del monje.

-Pero, ¿dónde ha ido? y ¿cómo que se ha ido? ¿Es que ya no es monje? ¿Ha ido a otro monasterio? Por Dios, he hecho un largo viaje para verlo, ¿sería vuecencia tan amable de ponerme al corriente?

Hicham se acerca al hombre sentado en la mesa con paso tranquilo contemplando la maravillosa biblioteca.
Cuando llega a su altura le habla.

-"¿Es usted el hermano Anselmo?, Mi nombre es Hicham y soy un curandero peregrino hacia Santiago, habiendome dado información sobre está biblioteca y quedandome de paso hacia la ciudad santa, he parado a pernoctar en la posada. Me encantaría que me enseñase la biblioteca y todo lo que ustedes hacen aqui

Se le queda mirando con cara de niño ilusionado muy tieso delante de su mesa.

El monje, desde el vano de la puerta, al escuchar las palabras de Gonzalo, se gira para responderle, con cara de que estos minutos perdidos están siendo una verdadera molestia para él.

- Su querido primo no parecía tener muy clara su vocación y ya le digo que abandonó el monasterio hace tiempo. No sé dónde fue y, sinceramente, poco me importa...

El hombre levanta la mirada hacia Hicham y la pasea de arriba abajo, como analizando detenidamente al curandero. Finalmente, deja la pluma con la que escribía en su tintero y se levanta, lentamente, como si sus rodillas no fuesen capaces de levantar el peso que hay sobre ellas, pese a que el aspecto del monje es de lo más saludable.

- Amigo, ¿Jisam ha dicho?, la biblioteca de S. Gabriel, que usted tiene el privilegio de contemplar en estos momentos, lleva siglos reuniendo los más variados volúmenes, especialmente de carácter religioso y tiene ya buena fama en gran parte de Castilla. Este salón en el que estamos es la biblioteca en sí, mientras que en el piso de arriba, dice y señala unas escaleras de piedra en uno de los lados de la sala - se encuentra el taller de los monjes amanuenses.

El monje se yergue definitivamente y mira a los ojos de Hicham

- Puede dar una vuelta por la biblioteca hasta que la cerremos para ir al comedor, pero, por favor, no toque los libros, algunos son muy antiguos y tienen gran valor.

Abraham tras quedarse de piedra con la respuesta del lacayo sin saber como reaccionar, esperaba ver pasar el carro junto a él y se disponía a cargar con más telas a su espalda. La reacción de la dama, además de ser tan refrescante como una fresca brisa o un vaso de agua hizo brota involuntariamente una sonrisa de su rostro.

Mientras espera educadamente su explicación y su presentación hace una ligera reverencia y tiende su mano para poder besar la joven viuda como símbolo de respeto. Luego Abraham acepta gustoso el ofrecimiento y sube con ella al carro más que dispuesto a su invitación de una amena conversación.

- "Siento vuestra perdida casi como propia, ¿a qué se dedicaba vuestro esposo tal vez lo conozca de visitas anteriores? Jamás hubiera imaginado que alguien tan joven hubiera tener que experimentar el dolor de la pérdida." - Intentando cambiar de tema debido a la posibilidad de que la pérdida fuera reciente y dolorosa, tal vez la razón por la cual la dama se había embarcado de la peregrinación. - "Creo que hemos tenido suerte de encontrarnos en este Monasterio, parece un lugar agradable. He conocido a Damián que debe ser el cuidador y me ha caído francamente bien, es una persona amable y servicial. Puedo agradecer al Altísimo que pese a mi contratiempo he podido encontrar tan buenos samaritanos como vos o Damián, solo espero que mi pobre Bernarda se recupere pronto."

-"Muchas gracias, me encantará echar un vistazo por esta gran biblioteca, intentaré inportunar lo menos posible a los hermanos"

Hicham hace una reverencia y empieza a pasear por los largos pasillos de la biblioteca, intenta buscar algo que le pueda dar pistas de donde buscar el "Ars Naturalia".

"Quizas debí preguntarle al hermano Anselmo, no, podría resultar sospechoso..."

-Ah gracias -digo con mala cara, para cuando se haya ido darle una patada a algo, una silla, o una mesa, o lo que sea, y maldecir como un granjero en sequía.

Luego me siento a tratar de tranquilizarme y observo a mi alrededor, buscando algo que me entretenga hasta la noche.

Un gato negro y orondo entra con paso pausado en el salón, se acerca a Gonzalo, da un par de vueltas a su alrededor y, finalmente, se sienta sobre sus patas traseras y maúlla, seguramente exigiendo algo de comida.

Hicham se acerca a las diferentes estanterías y va recorriendo con la mirada los lomos de los múltiples volúmenes que hay allí almacenados, mientras escucha el crujido de las hojas que van pasando los monjes.

Hicham echa un vistazo a varias estanterías con la ilusión de poder encontrar el libro que anda buscando. En su mayor parte, los libros son de temática religiosa (biblias, salmos, vidas de santos...), aunque también consigue ver algunos estantes con libros de poesía clásica, de relatos históricos e incluso alguna novela o libro técnico. Pero del Ars Naturalis ni rastro y es que la biblioteca es bastante grande y, seguramente, necesitará algo más de tiempo o ayuda para localizarlo.

El sonido de las campanas de la iglesia sobresalta a Hicham mientras sigue mirando concienzudamente entre los estantes. Los novicios cierran los libros y van abandonando el edificio junto con algunos monjes que bajan del piso de arriba. El hermano Anselmo se levanta también de su mesa, se acerca a Hicham y le dice:

- Señor, es la hora del rezo, me temo que tendrá que abandonar la biblioteca, pues debemos cerrarla

Hicham se da la vuelta sobresaltado.

-"...Claro, buen señor, estaba inbuido en la atmósfera placentera de estos sacros libros, buscando a ver si por casualidad hubiese alguno de temática relacionada con mi profesión, pero no he tenido tiempo de encontrar nada parecido. Si no es inconveniente para sus vuecencias me gustaría poder visitarla de nuevo esta tarde, a bien de poder encontrar algun texto interesante para mi noble arte que contemplar"

Hicham mira alegre a el hermano Anselmo y dándole de nuevo las gracias por dejarle visitar su biblioteca, se va al hospedería a ver si le dan algo caliente que llevarse a la boca, tiene hambre y le queda una larga jornada.

El gato me tienta a darle una patada en el hocico, pero en realidad me gustan los animales, no sólo para comermelos sino también como compañía ocasional.

Cojo algo de comida, algún resto de la mesa o de donde haya y se la echo al gatillo, para luego acariciarle el lomo. Y así, de esa guisa, espero que pase el tiempo hasta que llegue la hora de dormir.  Perra vida, todo el viaje para nada.