Partida Rol por web

A las nueve de la mañana, después de asearos, vais a desayunar en compañía de los demás viajeros. El gran duque quizá no se ha recuperado de la ingesta de licor de la noche anterior, pues la gran duquesa está sola con el primo. 

El desayuno convoca a los pasajeros de los dos vagones, así que hay varios rostros desconocidos. Cuando llegáis muchas mesas ya estan ocupadas, pero el conducteur os encuentra mesa a todos.

- Buenos días, damas y caballeros. Henri está aquí. Si son tan amables de acompañarme...

Así que el profesor Polat tiene que sentarse con una señorita inglesa que tiene el mantel cubierto de papeles, hasta que Henri le hace un sutil gesto y retira sus mapas y notas. 

El capitán Von Hartzman se sienta en una mesa más grande, pero más concurrida. Comparte el espacio con una llorosa mujer joven, que pese a que intenta disimular no puede reprimir un discreto sollozo o secarse los ojos de vez en cuando. El hombre sentado a su lado, de aspecto europeo pero ataviado con un fez y fumando un cigarrillo turco, parece totalmente indiferente a su angustia. Pero fija en el barón su mirada de rapaz.

DOCTOR POLAT.

- Disculpe, monsieur... A veces me olvido del resto del mundo. Ahora guardo mis cosas... ¿Va a Constantinopla? Yo también.

Mientras almorzáis conversáis un poco. Se llama Margaret McGregor y es periodista escocesa. Del Woman Herald. Está viajando a Oriente para investigar la "cuestión armenia", tema candente en la época. Al saber que Polat es turco y erudito, le hace gran cantidad de preguntas sobre su opinión relativa al tema de las minorías cristianas en el Imperio Otomano.

VON HARTZMAN.

- Le ruego que disculpe mi conducta, caballero... Es que...

VON HARTZMAN.

- Cierra la boca, mujer. El barón no ha venido a escuchar tu cháchara. - deja que un camarero le sirva una taza de café.- Buenos días, Von Hartzman. Espero que haya dormido bien. Soy Hyeronimus Menkaph, y creo que vamos a tenir un viaje a Constantinopla muy... interesante.

POLAT, EL AMANECER EN EL ORIENT EXPRESS, Y LA CHARLA CON  MARGARET MCGREGOR

Polat fue en principio incapaz de dirigirse a la señorita periodista, y solo con un ligero gesto y la ayuda de Henri consiguió hacer entender que debía usar la mesa para su desayuno. Tomaba té fuerte, pan, cordero ahumado y frutos secos.

Cuando la charla se hizo más relajada, él también se adaptó, y participó con soltura, dando opiniones discretas y no muy extremistas. También le hizo preguntas superficiales sin ningún rubor: ¿casada? ¿le gusta su oficio? ¿no es incómodo viajar?, indagando las respuestas hasta el límite del decoro y, en general, pidiendo más información de la que daba.

Antes del desayuno, y tras la oración del amanecer, había estado vagando por el tren, charlando con quien -del servicio o de los pasajeros- se mostrara al menos un poco amigable y abierto.

Con un gesto amable ofrezco mi pañuelo a la joven llorosa.

- No tiene que disculparse por nada, querida - añado intentando tranquilizarla. - ¿Puedo ayudarla con el motivo de su aflicción? - pregunto lanzando una mirada inquisitiva al hombre que se ha presentado como Hyeronimus Menkaph.

Le observo en silencio antes de añadir

- Buenos días señor Menkaph. Tendrá que disculparme, pero la noche ha sido del todo plácida y me encuentro algo aletargado y no recuerdo en que circunstancias nos hemos conocido con anterioridad...

El doctor Saroch se sentó cerca de sus compañeros. Un imperceptible estremecimiento le sobrevino al escuchar el nombre de Menkaph, de quien tanto habían oído hablar, y sí él estaba allí sus sicarios no debían estar muy lejos.

- Bueno, la verdad es que no hemos sido presentados socialmente. Pero creo que usted y su ridículo profesor Smith tienen ciertos designios contra mi persona. ¿No es así? Un consejo, Von Hartzman. No se entrometa en mi camino. La hermandad del fez rojo raramente advierte una vez. Dos veces, nunca. O lo que le pasó a ese entrometido de Matthew Pook le parecerá una suerte envidiable.

Hay varios sujetos de aspecto levantino e incluso alguno con fez, pero si son hombres de MEnkaph o simplemente pasajeros no sabrías decirlo.

POLAT

Tu madrugar te permite ubicar el compartimento de cada pasajero (en tu propio vagón: aparte hay otro).

La señorita McGregor está encantada de viajar a Oriente por primera vez y parece valiente e independiente. Te hace infinidad de preguntas sobre tu país y toma notas. ¡Incluso si tendrías forma de conseguirle audiencia con el sultán Abdul Hamid II*!

Te has dado cuenta de algo peculiar con tu madrugar. Una pasajera salía de otro compartimento antes del amanecer, y se metía en otro. Luego cuando los camareros han llamado al desayuno, la misma mujer ha salido con una criada de su compartimiento y del otro ha salido un chico joven que también ha ido a desayunar. 

Polat había escuchado alto y claro al tipo. Se levantó del sitio discreto, cortando con educación la cháchara de la periodista, pretextando que su parco desayuno había terminado e hizo bien patente a la vista de todos que él no llevaba la cabeza cubierta en presencia de mujeres, mientras que aquel maleducado lo hacía sin vergüenza alguna. Su fez lo llevaba en la mano.

O quizá rehuía el contacto porque el terror le acongojaba y dudaba poder enfrentarlo con soltura y donaire, sin temblores ni balbuceos, y aquello le llenaba de rubor.

Por supuesto no le dirigió la mirada. Salió en dirección a los compartimentos privados.

Justo está sirviéndose el primer té de la mañana cuando la conversación no demasiado delicada que está manteniendo el barón con el impresentable que tiene enfrente la hacen dar un respingo. Más concretamente la manera que el individuo del fez tiene de referirse a la dama que lo acompaña.

En cuanto escucha el nombre un sudor frío se le instala en la nuca, pero se pone de pie con diligencia. Con gesto adusto se acerca a la mesa en la que el barón von Hartzman está sentado y sonríe a la joven dama.

-Querida, el ambiente en este vagón está muy cargado y me preguntaba si le apetecería acompañarme a tomar el aire.- Comenta con un tono amable y dulce, que queda ligeramente desmentido por la mirada furibunda que le dirige al hombre del fez. Eso es precisamente lo que odia de los hombres: algunos se creen dueños de las féminas por el simple hecho de haber nacido. Mira al caballero que ya conoce y hace una leve reverencia con la cabeza. Está aterrorizada, pero sólo aquéllos que la conocen muy bien podrían decirlo. Por fuera mantiene una apariencia totalmente estoica.- ¿Podría abusar de su amabilidad para que fuera nuestro acompañante, Freiherr?

Uno de los compartimentos es doble (es decir, dos compartimentos interconectados, uno para un pasajero, otro para su sirviente). Es claramente el camarote de una mujer elegante y rica, con varios abrigos colgando y una criada (de espaldas a la puerta) canturreando en ruso mientras ordena una maleta. Cierras con suavidad.

En la otra habitación, tampoco cerrada, parece que duerme un hombre joven, por la ropa que hay. Hay algunas novelas en francés de Alejandro Dumas. Rebuscando rápidamente, encuentras una prenda de lencería íntima de señora que quizá habrá olvidado una amante al irse.

La mujer llorosa escucha la sugerencia de Amelia y luego mira a Menkaph. 

- De... Debería volver con mi marido...

Menkaph mira fijamente a Amelia. Es una mirada inquietante. Luego apaga su cigarrillo en la mano de su acompañante en un gesto casual. Esta se muerde los labios y consigue no gritar, aunque parece a punto de desmayarse. 

- ¿Señorita... Meadowcroft, supongo? Ustedes las mujeres sufragistas quieren conocer la libertad de los hombres. Esa libertad tiene sus peligros. 

"Sea un caballero y atienda a las damas, Von Hartzman. Recuerde lo que le he dicho. 

"Vete con tu nueva amiga, Ellie. Luego atenderé a tu Jeffrey.

Amelia sostiene esa mirada escalofriante con la mandíbula rígida y los ojos soltando chispas. Cuando ve que apaga el pitillo sobre la mano de la otra joven casi suelta un chillido de enfado.

-Al menos, señor mío, no somos unas abusonas.

Fingiendo que el hombre ha dejado de existir y sobreponiéndose a su miedo se gira hacia la muchacha.

-Vamos a conseguir algo de agua para esa mano y luego la acompañaremos a junto su esposo, querida...

Espera a estar fuera de la vista de ese indeseable para preguntarle a la señorita si necesita ayuda de cualquier tipo.