Partida Rol por web

"Mira "amigo"" dice Mordrogath, intentando aclararse un poco la garganta, interponiéndose entre el hombre y Mai-Cor, le mira fijamente a los ojos y con algo de voz un poco más profunda le dice: "el cómo lo hagamos es cosa nuestra, no vamos a ir divulgándolo por ahí, como tú comprenderás. El cuando, será lo antes posible, pero no se puede entrar en un sitio así y decir "hola¡, vengo a ser uno de los vuestros, ¿me admitís?" y que todos seamos amigos.....¿comprendes? Antes hay que pasar unas pruebas y estamos en ello. Nos estamos jugando la vida por vosotros, y la verdad, aún no sé porqué, como si a mí me gustaran los tejemanejes políticos.... ¿Por unas pocas monedas? Si tanto le molesta a Ned, podemos ir, devolverle las monedas, y cada uno por su lado, en paz. Si queréis que hagamos el trabajo, dejadnos trabajar. Yo he dado mi palabra, y para tí, eso es sagrado, gusano. Dile a Ned que cumpliremos lo prometido, o devolveremos el dinero, sin revelarle el plan a nadie. Y ahora, elije....¿seguimos trabajando juntos....o decides rescindir el contrato? No pienso permitir que un petrimete como tú me amenace, ni a mí, ni a mis compañeros, ¿te ha quedado claro?"  mientras da un paso hacia él y pone una mano en el pomo de la espada, en una clara amenaza...

Mordrogath es imponente sin duda alguna. La forma en la que responde al hombre de Ned sin duda alguna debería despejar cualquier duda sobre nuestras intenciones.

-¿Crees que seríamos tan estúpido de contrariar a una gente que pretende luchar contra una gran organización por una misera moneda de oro?- digo manteniéndome firme, observando si alguien más nos está acechando para rodearnos y demostrando que controlamos la situación en cierta medida.-haz caso a mi amigo y dejadnos en paz. Haremos el trabajo y si tenemos que salir y entrar en la ciudad medio centenar de veces ese es nuestro problema, ya que cuanto más tardemos peor para nosotros.

No se comportarme bien como un tipo duro, como un maleante sin escrúpulos, frío y sereno, pero lo que digo es cierto. No vamos a buscarnos enemigos en esta ciudad tan pronto.

-Tenemos prisa-le digo en voz baja al caballero, no para informarle, ya que se que no olvida nuestro cometido actual, sino para que el hombre nos deje en paz cuanto antes.

-Necesitamos a Dimdel...para que le suelte una de sus palabrerías y nosotros podamos seguir nuestro camino...

Esto solo era para avisaros y os dierais cuenta de que os estamos vigilando. Nada más. Avisados estáis. Dijo el hombre mientras se marchaba de allí, no intimidado por la presencia del caballero, sino más bien habiendo cumplido su misión.

El caballero contempla con ojos serios y duros como el otro hombre se va.

Al alejarse, le comenta a Mai-Cor "No me gusta que me presionen en éstas cosas.....". Tras esas parcas palabras, sigue andando hacia su objetivo, la tienda de "Recados de Tormentos Cristalinos". "Vamos Mai....tenemos un asunto pendiente, luego le dedicaremos tiempo al otro..."

Es un alivio que el hombre se marche, ya que pensaba que la cosa se complicaría más.

-Bueno, cuanto antes nos podamos poner con la tarea mejor- le digo al caballero mientras comenzamos a andar nuevamente-a mi tampoco me gusta es control, pero estamos metidos de lleno en el barro...

Mis esperanzas están en que el hombre que nos mandó la tarea de llevar nos pague bien el trabajo y tengamos un poco de tranquilidad económica para investigar sabiendo que la comida está asegurada.

Zynna permaneció en silencio mientras Lucrecia narraba su relato, con aquel rostro impasible que solo se alteraba cuando la situación realmente lo merecia. Y, era posible que aquella fuera una de esas veces. Intentó evitar mirar a su alrededor, en busca de aque alguien que realmente deseaba les estuviera siguiendo.

Vamos. Somos carnaza jugosa. Ven hasta nosotros. Mírala, está destrozada y nosotros somos unos burdos norteños. Somos presas débiles.

Desde luego, si habia llegado hasta alli no era precisamente por su estupidez norteña. Pero eso, claro está, no debia saberlo su observador, si es que estaba allí.

El ceño de Zynna se fue frunciendo progresivamente a medida que Lucrecia iba relatando su historia, y acabó por trasformarse en una expresión indignada, cuando terminó su relato.

Que la diosa me perdone. Pensó entonces, antes de comenzar a hablar por si decia algo que pudiera ofenderla.

-Eso es intolerable. Es indignante. Los templos están ahi para ayudar a las personas, no para echarlas a patadas. Y encima, antes, tuvieron la desfachatez de negarlo. - comenzo a decir, con aquel curioso acento norteño que tanto marcaba las erres.- La gente no necesita un dios tan altivo como sus sacerdotes. La gente necesita ayuda, que alguien le tienda una mano cuando mas lo necesiten. Y eso, por desgracia, es algo que ahora mismo nadie es capaz de ofrecer...

Resopló incluso, indignada, intentando exagerar ligeramente aquella reaccion, como si fuera algo que le tocaba de cerca.

-No te preocupes. Intentaremos buscar a alguien que te ayude. Supongo que al menos ese infeliz necesitará sepultura, si no se lo han comido las ratas a estas alturas...

Y sus ojos se clavaron un instante en Lucrecia, asintiendo ligeramente.

Vamos. Sal ya.

Boudiko se cruzó de brazos, quedando detrás de Zynna. Observó a Lucrecia desde su posición, era mucho más alto que su esposa, y no apartó la mirada de la extraña en ningun momento mientras recitaba su historia. La cara del hombre no varió en ningun momento. Lo cierto era que no varió en la catedral, ni al salir, ni cuando la mujer apedreó la catedral, ni cuando recitaba su relato.

Pero en aquella aparente impasibilidad, en aquel gesto sempiterno, de vez en cuando, de forma muy fugaz, observaba a su alrededor. Siempre aprovechando algun ruido fuerte que pudiera desviar la atención de los presentes. Esperaba que aquella mujer de la cual tenía la seguridad que no era de la ciudad, explicara en que situación se encontraban Zynna y él mismo.

Solo es la misma historia gritada en la puerta de la catedral, pero con más detalles. No debería decirlo más claro, si no más alto, a ver si tenemos suerte y alguien nos escucha.

Y finalmente, después de que ambas mujeres rubias hablaran, él mismo, con aquella voz grave y fuerte, opinó. Por supuesto, siguió con aquella obra sin ensayar. - Totalmente de acuerdo con mi mujer. Su voz es la voz de la sensatez y la sabiduría. Pensabamos presentar nuestra ayuda al templo, pero tras ver y escuhar lo sucedido, nos sentimos insultados ante la misma concepción de tal idea. -

- La gente necesita un Dios atento, o al menos, un clero atento que vele por ellos, y no que los abandone cuando no pueden ofrecer nada a su Dios. - Descruzó los brazos, sin variar el gesto de la cara. - Hiciste bien en buscar ayuda. -

Un silencio pesado, ominoso, se instaló alrededor del trío durante largos instantes.

Parecía como si los tres esperaran algo. Lucrecia sospechaba que era lo mismo. Sin embargo, no ocurría. Hubiera sido demasiado fácil. Solo había tenido que enemistarse con el clero de Pelor, con dos de las personas con las que había trabado amistad en la ciudad, y casi provocar que llamaran a la guardia para que la echaran de allí.

Aunque tenía la esperanza de que realmente fuera tan fácil, no era lo que, racionalmente, presumía que iba a ocurrir. Solo era el primer paso.

Lucrecia carraspeó.

—No necesita sepultura —aseguró a Zynna—. Cuando volví a buscarlo ya no estaba, y un vecino me dijo que lo habían cargado en un carro, para llevarlo al cementerio.

»No sé encontrar ayuda —prosiguió—. He oído que algunos han abandonado la fe de Pelor. Si han encontrado un dios que no los abandone cuando lo necesitan, me gustaría hablar con ellos. Pero soy nueva en la ciudad, no sé por dónde empezar a buscar.

Boudiko comenzaba a estar cansado de aquella obra de teatro mal realizada. Y de la gente del sur, siempre con sus artimañas, sus formas ambigüas y su moral poco definida. Se había cansado del subterfugio reinante en las tierras que ahora pisaban. Allí, en el norte, el honor pesaba tanto como la carne o los huesos, y perderlo era similar a peder la vida.

¿Dónde estaban aquellos enemigos sin honor, escondidos, que rehusaban enfrentarse cara a cara con sus enemigos? Cobardes, tristes, sombríos. Si los atrapaba, les arrancaría los brazos, la Dama Luna estaba bien segura de ello. Apretó los dientes, haciendolos rechinar, sin descruzar los brazos, ahora a la altura del pecho.

Esperaba poder enfrentarse a sus enemigos en glorioso combate rápidamente. Pronunciar la mentira, ofrecer el sedal con afilado garfio en su final y tirar de él con la presa. Pero no fue así.

Nunca era tán fácil.

- ¿Dónde has escuchado esos rumores? - Preguntó. Si lo había escuchado en algun lado, quizás sería buena idea comenzar por ese lugar. - Pues a nosotros también nos gustaría hablar con ellos -

Zynna conocia a su marido mejor que a nadie en este mundo. Y sabía lo que significaba aquel rechinar de dientes. A decir verdad, ella misma habia tenido que llevar a cabo un ejercicio de infinita paciencia y de buena voluntad para adaptarse a aquel lugar, en el que nada parecía tener sentido y nadie parecía tener honor. Y alli seguian aun, dando vueltas en círculo, sin saber exactamente qué sucedia, ni en quien confiar.

Ellos eran gente del norte y, en el norte, las cosas se hacian de una forma muy, muy distinta.

Sin embargo, apoyó la mano en el antebrazo de Drogo, apretándolo ligeramente, tras oir aquel rechinar. No dijo nada, no hizo nada más. Aquel fue su gesto tranquilizador, su forma de dejarle claro que estaba junto a él, que lo apoyaba en esto y que entendia perfectamente cómo se sentia.

Y, en esta ocasión, se limitó a mirar a Lucrecia, esperando que contestara a Drogo. Más valía que sus esfuerzos se vieran recompensados. Su paciencia y sus buenas intenciones no iban a durar para siempre.

Aunque hablaba con calma, el hombretón tenía la tensión esculpia bajo la piel, tallada en la propia calavera. La otra mujer, silenciosa, apoyó su mano en el brazo de él. Un gesto de apoyo, o quizás una petición de paciencia. Lucrecia no esperaba que su semblante tranquilo fuera a resquebrarse de repente, pero se mantenía cautelosa, porque no conocía a ninguno de los dos. Ni siquiera reconocía de dónde procedían, ni cuáles podían ser sus costumbres.

—En la propia catedral —respondió, con total honestidad esta vez—. Cuando sus puertas todavía estaban abiertas. Cuando, estúpida de mí, creía que era un lugar donde encontrar esperanza.

»Creo que sé a quién preguntarle —añadió, apartando la mirada—, pero tengo que hacerlo sola.

- ¿Sola? - La pregunta salió de lo más profundo de su ser, con esa voz grave y profunda. Descruzó los brazos, en un gesto leno mientras seguía sintiendo la mano de su esposa sobre el brazo, y la miró de reojo, negando con la cabeza. Allí había algo que no acababa de cuadrarle, pues si sabía a quien acudir el día anterior, por que fue a la Catedral.

No, allí había algo que no cuadraba. Y a pesar de que destensó la mandibula, mantuvo el semblante serio fijando la vista en Lucrecia. - Podríamos acompañarle. Será más seguro. - Debía convencer a la mujer de que debían ir como fuera. Si ella sabía donde podía estar aquel culto, él se había ofrecido a ayudar a Lyra, y ahora debía cumplir su palabra.

- O al menos diganos por que debe ir sola -

Lucrecia se rascó la cabeza en un gesto nervioso. La pareja podía haber colaborado un poco con ella, ponérselo más fácil. Los tres buscaban lo mismo. ¿O no? No lo tenía claro. Ni siquiera tenía claro si ellos estaban al corriente de lo que estaba haciendo, o por qué.

—Es que esa persona está en la catedral —explicó—. Puedo regresar, preguntar y salir sin llamar la atención. Pero si tenéis otra idea, soy toda oídos.

Zynna resopló, mirando a Drogo de reojo. Creía tener claro de qué iba aquello, hasta que Lucrecia volvió a hablar. ¿Qué quería entonces, que se largaran? Hasta aquel momento tenía claro -o eso pensaba- que estaban juntos en aquello y que todos eran partícipes de aquella pantomima. Ahora, sin embargo, algo le escamaba.

-Entonces, ha oido en la catedral que la gente esta abandonando el culto y quiere adivinar dónde puede ir en busca de ese nuevo culto, pero la persona que lo sabe está en la catedral y tiene que ir a hablar con ella a solas... Y por eso se ha marchado de la catedral... ¿Me he enterado bien?

No, a estas alturas Zynna no tenía nada claro. Cada vez odiaba más aquel sur con sus mentiras, sus engaños y sus subtefugios. Si algo habia aprendido en el poco tiempo que llevaban alli era que nada era lo que parecía ser. Y eso no le gustaba.

Lucrecia agitó la cabeza de un lado a otro, frustrada. ¿Dónde habían quedado esas conversaciones en las uqe solo se intercambiaban un par de palabras, pero cada parte comprendía toneladas de información implícita? Ella las tenía todo el tiempo consigo misma, y siempre, siempre, entendía todo lo que su conciencia quería decirle.

—La persona que puede saber la identidad de alguien a quien podemos preguntar —explicó—, está en la catedral. No esperaba tener que volver. Estaba dolida y enfadada, y triste. Las mujeres que todavía somos jóvenes a veces somos impulsivas, y hacemos las cosas sin pensar.

Lucrecia miró de hito en hito a los dos extranjeros, esperando una respuesta.