Partida Rol por web

Hilo para la entrada en caravana.

13.27

Vais en una caravana que os indicaron que llegaba hasta Tormentos Cristalinos. Cada uno tenéis diversos motivos por los que viajar a la ciudad pero no os conocéis de nada. A parte de vosotros, hay una pareja junto a su hijo. Parece ser que Ethan viaja con ellos en alguna misión de protegerlos.

La caravana es bastante grande, pero os hace sentiros un poco apretados a vosotros ocho. Por lo menos no tendréis que llegar a pie y podréis entrar en la ciudad con mayor facilidad que otros.

Pronto comenzáis a ver las murallas de la ciudad y como todo el lugar está rodeado de unos pantanos. Seguís el camino del río del Martín Pescador y véis como un pequeño barco surca sus aguas tranquilamente.

Hacia tres días que habían abandonado el último poblado dirección Tormentos Cristalinos y el camino había sido bastante tranquilo. Únicamente, la inesperada tormenta del día anterior, había retardado el buen ritmo de la caravana al tener que parar en más de una ocasión para desembarrar alguna rueda hundida en el fango.

Pero las ganas de llegar a la ciudad, tras un largo camino por peligrosas e inhóspitas tierras, animaban a todos a ayudar en todo momento en el avance del grupo de comerciantes.

Tal como habían acordado, Ethan se había encargado de proteger, en caso que fuese necesario, a aquella familia de vendedores hasta llegar a la enorme ciudad amurallada. Y como buen conocedor de su trabajo, lo primero que realizó fue observar a los componentes del grupo para estar alerta frente a posibles asaltadores infiltrados en la caravana.

De todos ellos, algunos le llamaron especialmente la atención: un bardo manco con la apariencia de acarrear un triste pasado, otro bardo al que poco pudo conocer durante el viaje, una enigmática muchacha que parecía esconder un secreto al intentar pasar constantemente desapercibida y un muchacho de rápidos y afilados movimientos con la energía que solo los jóvenes tienden a expresar.

Pero ninguno que aquellos componentes de la caravana le parecieron ser un peligro aparente frente al gran grupo.

Por fin otearon en el horizonte Tormentos Cristalinos y Ethan observó como la familia a la que protegía se estremecía en un intranquilo escalofrío. Algo les ponía nerviosos de aquella gran ciudad. Y no eran los únicos.

-Alguien conoce la ciudad? Sabéis quién gobierna en ella?- preguntó en voz alta, dirigiéndose a la familia pero también a cualquiera que escuchara su voz.

Su intención era saber el porqué de aquellos nervios y, si era posible, acabar su “trabajo” dejando a la familia en un lugar seguro

El joven Lazarus la mayor parte del viaje se la paso mirando por la ventana, como queriendo descubrir algo allá afuera que no podía encontrar dentro de él mismo. Sin duda que esta debía ser la primera vez que iba en una caravana, pues parecía no saber que hacer ni como actuar, así que se notaba un poco inquieto, como ensañando dentro de su cabeza un posible plan de acciones.

De vez en cuando volteaba a ver si alguno se animaba a hablar, él no era de los que tomara la iniciativa para entablar conversaciones, aunque al ver a aquella chica se moría de ganas por conocerle, le pareció realmente hermosa, no pudo ocultar un rostro de estupidez al verle el día en que partieron de viaje. Pero, a aquella mujer, a lo lejos se le notaba la intención de querer pasar desapercibida, no parecía una persona muy interesada en hablar.

A pesar de todo, para aquel joven esto era toda una aventura, no podía ocultar la emoción, la cual se veía reflejada en el brillo de sus ojos y una tenue, pero calidad sonrisa. Había sido un largo camino, ninguno de que iban al interior del carruaje pronunció palabra hacia él. Fue solo, cuando se vislumbró en el horizonte las murallas de aquella ciudad, que sus oídos escucharon una pregunta que pareció dirigirse a todos los presentes: “¿Alguien conoce la ciudad? ¿Sabéis quién gobierna en ella?” lamentablemente no tenía una respuesta que dar, así que solo miro a quien preguntaba y luego al resto para ver si alguno tenia algo que mencionar. 

- Por supuesto que la conozco, es allí dónde vivimos y dónde verdaderamente nos dirigimos. Necesitamos llegar a casa sanos y salvos como te dije. ¿No habéis oido nunca nada de Tormentos Cristalinos? ¿Ninguno? - dijo un hombre de pelo castaño, y alguna que otra cana.

- ¿Y por qué tienes motivos para querer conocer al alcalde de la ciudad? Su nombre es Erolin Timertikos, hijo de Orrin Timertikos, uno de los cuatro fundadores de la ciudad. El señor Timertikos lleva gobernando la ciudad durante más de tres décadas y aún sigue teniendo bastante prestigio en la ciudad. Sus acciones y decisiones son sabias y tanto el concejo como los ciudadanos respetan sus decisiones. Ahora bien, parece que Erolin empieza a estar algo mayor para un puesto de tanto trabajo y responsabilidad.

Desde que empezaron a divisarse las murallas de la ciudad, Layla no había apartado la mirada de aquellas vistas que tanto había añorado. Por fin había tomado la decisión de regresar. Tras tantos años alejada esperaba que nadie la relacionara con aquella mocosa que habían echado a patadas. 

Aquel viaje había sido largo, demasiado largo. Layla no solía "entablar" amistades, prefería pasar desapercibida y que nadie la importunara. El primer día había observado disimuladamente a sus compañeros de caravana, cuando estuvo segura de que no iban a molestarla empezó a hacer como si no existieran. Pocas veces cruzó la mirada con alguno de ellos, además, le fue fácil ya que parecía que todos pensaban igual que ella, hasta ese momento...

Al escuchar hablar a aquel hombre de apariencia bárbara, apartó la mirada de las murallas y volvió sus ojos grisáceos al que le estaba respondiendo. 

- ¿Continúa en el gobierno el señor Timertikos? - Preguntó sorprendida. Recordaba a aquel hombre, cuando la gente se comportó como unos animales con ella, él había sido el único amable. Aunque su sentencia la había mantenido diez años apartada de su hermano. Al escuchar aquel nombre, no había podido mantenerse en silencio y al momento se arrepintió de haber hablado...

Dimdel era un joven gnomo que no había sido capaz de mantener la boca cerrada en todo el camino. Sin embargo, y contra todo pronóstico, se calló de pronto cuando comenzaron a divisar las murallas. Parecía ensimismado, meditando.

 Era un gnomo pequeño y regordete, con una barba bien cuidada y un pelo igual de tratado, de color marrón oscuro. Sus ojos, dos gotitas pardas en una cara ancha y blanquecina, le daban un toque de alegría. Llevaba un laud en su espalda y una espada corta en el cinturón.

De pronto, las palabras del bárbaro entraron en sus pensamientos, invadiendolo todo. Se volvió hacia él. Iba a contar lo que sabía, pero el señor Egan se le adelantó. Lástima, recordaba alguna anécdota interesante. Se paró en seco, sacó su instrumento, y se puso a probar las cuerdas.

- Esta situación me inspira una canción que conocí hace algún tiempo en algún local de mala muerte...

Hago siempre pompas,

lindas pompas de jabón

vuelan al sol, llenas de luz

y como en sueños volando van.

Van cruzando el cielo

sin parar jamas.

Se acerca al bárbaro. Parece interesado en saber algo más de la ciudad.

- Yo puedo decirte que no sé demasiado sobre la ciudad, pero segúramente podamos encontrar trabajo fácilmente.- sonrie mientras guarda su instrumento - Seguro que está repleto de oportunidades, y líos, ¡y aventuras que narrar! Intuyo que me lo voy a pasar bien aquí. Por cierto, me llamo Dimdel Tragabirras, ¿y tú?

Parecía que desde hacía una semana, la suerte le sonreía. Se había encontrado con la caravana cuando descansaba en una linde, tratando  de  restañar las heridas de sus pies con los pocos medios que disponía. Supuso que le habían aceptado por piedad.... un hombre manco con los pies en carne viva intentando vendarselos bajo la lluvia de la aurora era algo digno de ella y Baldr había aceptado a soportar las miradas de lástima y horror hacía tiempo: un hombre sin orgullo no se siente herido ante cosas así como alguien que aún tiene la vanidad de sentirse por encima de ello. Los primeros días apenas había hablado con nadie, el mero hecho de estar en un lugar seco y caliente, sin tener que arrastrarse dolorosamente kilometro tras kilometro le había dejado patente lo agotado que estaba. Apenas hizo otra cosa que dormir y consumir aquello que ponían en sus manos, sin saborearlo, simplemente disfrutando de la sensación de algo caliente en el estómago antes de dejarse arrastrar de nuevo a la modorra oscura y sin sueños de los agotados. Luego volvieron las pesadillas.

Baldr no despertaba temblando entre sudores fríos frutos del horror, sino que despertaba llorando, aquejado de un dolor intenso de ver otra vez todo lo que había perdido y jamás habría de recuperar. Esos sueños eran mucho más dolorosos que los de sangre y barbarie, ya que dejaban en evidencia lo que jamás volvería a ver, a disfrutar o a sentir. Cuando despertaba sentía un vació en su interior, pesado como una piedra en el estómago, que se reflejaba en su mirada solemne y sin vida. Cuando volvieron las pesadillas, empezó a ayudar a los mercaderes con los animales de tiro. A Baldr se le daban bien los animales, sus gestos suaves y su voz amable parecían relajarlos y le facilitaban su manipulación. Sabía almohazar a las caballerías y limpiarles los cascos y herraduras en busca de piedras y espinas que los hiciesen cojear, sabia engrasar y reparar arneses y conocía mil tonadillas del camino que hacían más ameno el camino, a pesar de que en todo momento se negó a cantar y unicamente interpretó las cancioncillas con su laúd. Al menos, con ello, se sintió útil y que, de algún modo, pagaba su billet de entrada a Tormentos. Tambien, el estar ocupado, le evitaba hablar demasiado con sus compañeros de viaje, salvo lo necesario para realizar lo que estuviese haciendo. Sonreía mucho (una sonrisa triste que no se reflejaba en ningún momento en sus ojos) y hablaba poco y, sobre todo, intentaba escuchar y observar mucho. No sabía que le deparaba su estancia en la gran ciudad y prefería estar lo más enterado posible.

Observó entre los miembros de la caravana a una muchacha joven, que como él, intentaba hablar lo mínimo. La diferencia era que ella trataba de no ser vista lo que hacía que todas las miradas se centrasen aún mas en ella. Él no lo intentaba, era una sombra oscura y triste omnipresente, hasta el punto que se hacía invisible. Un muchacho joven y esbelto parecía querer estar siempre cerca de la muchacha, con la torpeza y el ánimo de los muy jóvenes que se enamoran por primera vez. Había gnomo bardo,  del que intentó alejarse siempre que pudo, ya que por experiencia sabía que conocían demasiadas cosas. Tampoco quería encontrarse con un "competidor" ya que seguro que le acarrearía problemas, por lo que siempre que quiso le cedió el "escenario" y la atención de los miembros de la caravana; él se sentía a gusto con la discrección y el trato con los animales. Además el hombrecillo parecía centrar la atención en él sin proponerselo, lo que hacía todo aún más fácil. Y por último, estaba el bárbaro. Enorme, barbudo sobrio, de mirada adusta y pocas palabras. Cada vez que lo miraba veía en él un reflejo del país que había sido el suyo o quizá uno de los vecinos y le resultaba profundamente doloroso. Para más inri, viajaba con una familia, una pareja con un niño pequeño ¿cuantos años tendría? ¿diez? ¿ocho? Posiblemente la edad en la que él había entrado al servicio de ser Swan. Y, obviamente, el muchachito hab´ñia preguntado qué había ocurrido con su mano, con la curiosidad morbosa y cruda de los niños. La madre lo había acallado y se había disculpado. Baldr aceptó las disculpas y cayó en un mutismo hosco que duró hasta que vislumbraron las puertas de la ciudad.

Ese día viajaba en el carromato, junto a los demás, aún sin hablar. Afinaba con delicadeza el laúd, tocando breves notas con sus dedos semiamputados antes de ajustar nuevamente las clavijas con la otra mano. En determinado momento, toco una breve pieza que escuchó una vez, hace tiempo, en un lugar mucho más al norte. Mientras aún la tocaba, el barbaro habló, preguntando sobre la ciudad. El hombre joven se encogió de hombros al respecto, el padre de familia dió una escueta respuesta al respecto y  la chica pareció sorprendida ante la mención del dirigente de la ciudad, quizá como si ya supiese de él anteriormente. Quién sabía. El gnomo cantó una tonadilla pegadiza típica de taberna justo cuando Baldr terminaba su pieza y se presentó alegremente. Él permaneció callado, a la espera de que se dirigiesen directamente a él, con la media mano apoyada cariñosamente sobre las cuerdas.

13.28

- Así es jovencita, el señor Timertikos aún gobierna la ciudad y con gran aceptación entre el pueblo. Ha continuado con su gobierno lo mejor que ha podido y por eso se le honra por ello. De todas maneras, ¿de qué conoces tú la ciudad? Ahora que te veo bien, tú no habrás sido una de las niñas que ...

Antes de que el señor Lassiter termine de hablar, el carruaje frena en seco y escucháis como los caballos relinchan y mueven de un lado a otro la caravana. El cochero parece tratar de amansar a las bestias pero no parece lograrlo tan fácilmente.

- Mierda!!! Socorro, viajantes, necesitamos ayuda por aquí, ¿hay algún combatiente entre los presentes? - grita el pobre hombre aterrado.

Cuando salís de la caravana véis a seis humanoides altos que parecen el cruce entre un joven de complexión poderosa y un lagarto. Tienen manos terminadas en garra, una cola larga y mandíbulas cuajadas de dientes.

El rostro de Layla palideció levemente cuando aquel hombre pareció sospechar de algo. Iba a negar cualquier cosa cuando de repente el carruaje se detuvo y el cochero pidió ayuda con voz aterrorizada. 

La joven miró a sus compañeros de viaje, durante un momento se planteó quedarse dentro y dejar que fueran ellos a solucionar lo que estuviese ocurriendo allí fuera. Ahora que estaba tan cerca de Tormentos Cristalinos temió de que alguien sospechara de ella. Y sobretodo temió por aquel hombre que la había mirado con suspicacia. 

Pero finalmente salió al igual que el resto, si se quedaba dentro y las cosas se ponían feas no podría huir. Se había cubierto el rostro con su capa, y al ver a aquellas criaturas empezó a caminar hacia atrás, alejándose a una distancia prudente. Esperó a ver como reaccionaban los demás, si podía evitaría lanzarles explosiones. La gente no solía entender...

El grito de auxilio interrumpe la meditación de Baldr. Han llamado a combatientes y en el fondo sabe que poco puede hacer al respecto, ya no es un guerrero. Ya si quiera puede sujetar una espada, ni con una mano ni con otra. Pero no puede negarse a una petición de auxilio, eso jamás.

Se ajusta la espada larga a la cadera y se echa el laúd al hombro, siguiendo a la chica joven. Ante ellos, impidiendoles avanzar, se encuentran las criaturas. Reptilianos. Posiblemente sea lo que menos esperaba encontrar alli ¿salteadores de caminos, una guardia deseosa de "peaje"? Quizá, pero la presencia de las criaturas supone un caso extraño... y un reto.

Baldr separa las manos del cuerpo y las mantiene en alto, en la actitud universal del que está desarmado. Su rostro triste y demacrado parece recuperar algo de luz debido a la amplia sonrisa con la que se ha adornado. Sin gestos bruscos, lentamente, se coloca al frente de la caravana y comienza a hablar, torpemente al principio y poco a poco con mas soltura, en una lengua que hacía mucho tiempo que no utilizaba...

- Saludos, Señores de la Garra y la Escama, Grandes Guerreros del Dienteagudo y Garrafilada ¿Por qué nos honran con su presencia?

Justo cuando aquel señor estaba a punto de decir algo sobre la chica misteriosa, dan el grito de alerta y antes de que pudiera entender la situación, ella y uno de los melodioso sujetos que se encontraban dentro del carruaje, salieron de allí sin decir palabra alguna. -Al parecer algo grave esta pasando allá afuera… No puedo quedarme aquí como un cobarde, tal vez aquella chica llegue a estar en peligro y necesite de mi ayuda, ya de hecho han solicitado la ayuda de todos los que aquí estamos, ¡Es preciso salir a ver que sucede!- se dice para sus adentros mientras va sacando de su bolso un arco corto que luce bastante conservado (por no decir que casi nuevo), al igual que la aljaba con sus respectivas flechas. -Es hora de ponerse en marcha - lo dice en un tono suave mirando al niño que se encontraba cerca a sus padres, luego le sonríe para continuar diciendo -Todo estará bien, no te preocupes- sale de forma cuidadosa buscando una buena posición para disparar en caso de ser necesario.

En el recorrido trata de divisar a la chica misteriosa, no puede evitar preocuparse por ella, lo que lo distrae por un segundo de su proceder normal ante situaciones de peligro. Se reprocha así mismo haberse distraído, su abuelo le había enseñado a que no debía dejarse llevar por las emociones y que, en circunstancias como la presente, lo mejor era observar primero y analizar lo que ocurría, así que se dispuso a ello, sin dejar de lado el principio de proteger al que mas lo este necesitando.

Su cuerpo se puso en tensión al instante. Tan solo escuchar la voz de alarma del señor Lassiter, Ethan ya había saltado del carromato y desenvainado su espada larga.

Observó qué provocaba aquel revuelo y los gritos de alerta. Era un grupo de seis saurions que parecían tener la intención de asaltar la caravana, sea por la mercancía o por el simple hecho de saciar su instinto salvaje. Conocía a aquellas criaturas de anteriores encuantros con miembros de su misma raza y sabía que no sería tarea fácil acabar con ellos. Eran bestias que solo buscaban la muerte de sus adversarios y así conseguir el botín de su victoria. Y en aquella caravana, el botín era ciertamente importante.

Mientras se enguantaba su escudo, analizó la situación. La joven misteriosa se situó en un lateral del carromato, el muchacho se desplazó hacia otro de los flancos armado con un arco corto. "Bien pensado, chico!" pensó Ethan que se tranquilizó al saber que el grupo tendría cobertura a distancia.

Pero cuando se disponía a avanzar para iniciar su maniobra de ataque contra el primer reptiliano... sorprendentemente, el bardo manco avanzó con las manos en alto, en señal de rendición. Pero no solo eso, si no que hablaba un idioma que poco tenía que ver con lo que Ethan conocía. Parecía como si el misterioso hombre intentara comunicarse con aquellas criaturas.

El bárbaro, sin bajar la guardia por si la cosa se torcía, se acercó poco a poco hasta situarse detrás del imprudente bardo. Su intención era estar en la mejor posición por si los enemigos atacaban y el bardo necesitaba ayuda. Una vez estaba a dos palmos del manco, le susurró:

-Qué demonios estás haciendo? Quieres que estos lagartos malnacidos te abran en canal?

Vió salir al bárbaro corriendo al grito del cochero. Guardó apresuradamente el instrumento en su espalda. Lo siguió fuera. Los largatos que vió frente a la caravana le desconcertaron. Se quedó paralizado durante unos segundos, y observó al bárbaro desenvainar. Se mojó los labios, se le habían quedado secos. Desenvainó su pequeña arma. No estaba muy acostumbrado a usarla, pero si aquellos mosntruos querían, podría ensartarles. Se acercó lentamente al bárbaro y al manco.

- Y luego nos daremos un festín... - Se le escapó mientras pensaba que aún no había desayunado.

Se percató de los movimientos de los demás miembros de la caravana, y pensó que menos mal que ellos también estaban allí.

Las extrañas criaturas parecieron entender al manco y comenzaron a hablar en un idioma parecido a pequeños ladridos que no conseguíais llegar a entender.

- Por Wastri! Asi que parece que hablas nuestro idioma, eh criatura humana? Bonito brazo, parece que alguién se lo comió verdad? Qué tal si en lugar de hablar tanto le dices a tus amiguitos que bajen las armas y que nos entreguen todas vuestras pertenencias. Me parece que no estáis en condiciones de negociar nada, somos muchos más de los que véis y no creo que allá a donde os dirigís os vaya a faltar de nada. Así que haced el favor de no complicar más las cosas y darnos todas vuestras pertenencias.

Baldr adelantó la mano amputada para que pudiesen ver los muñones de los dedos con claridad.

- Ésta es la marca de mi señora, Gixkotararkepesk, un gran dragón azul de los páramos norteños. Me enseñó respeto hacia la noble raza escamosa, muy superior a nuestra indigna raza peluda. Sin embargo, lamento decir que no puedo complacer vuestros mandatos como me gustaria, oh Guerreros de la Garra, pues esta caravana se encuentra en misión para mi señora y todo lo que ella porta, así como sus miembros le son valiosos y útiles. Si sois tan amables de dejarnos continuar nuestro viaje, le hablaré de vuestro honor a mi señora, que sabrá como recompensaros.- La voz del bardo sonaba dulce y convencida, exponiendo un hecho evidente.