Partida Rol por web

- Está bien cuando acabes... podemos revisar la que no tiene ratas.- Dije mientras miraba fuera.- Como habeis dicho ya hemos hecho el trabajo y si estás tan herido quizás deberíamos subir y avisar a la guardia y que se ocupen ellos.

Aunque realmente me hubiera gustado desentrañar algo más el secreto del lugar, no quería que nadie acabase mal por ser descuidados. Estaba claro que aquel sitio era lo que ocultaba el enano, si realmente conectaba con un gremio de ladrones, nosotros tres no ibamos a poder con todos si nos atacaban.

-Demonios del averno, ¡qué frío! A-ah-aaaaah -dijo el bardo estremeciéndose por permanecer algo más de tiempo del aconsejable sufriendo las bajas temperaturas de la sala conservadora- Bueno, no he visto nada raro, lo que no significa que no lo halla... En fin, ¿siguiente sala o nos retiramos? Todavía no hemos encontrado el veneno...

- ¿Veneno? ¿Que veneno?.- Pregunté estrañado.- ¿El de la cerveza? Ya lo he dicho revisemos una más y subamos, no quiero que por que seamos descuidados alguien de nosotros caiga...

- No le hagas caso. El golpe le debe haber dejado más allá que pa-cá. - Lictea se acerca de nuevo a Daelric para observar de cerca su herida de la cabeza. La sangre coagulada apelmazaba su antes lustroso cabello.  La mujer empieza a lemerlo para limpiárselo. Sangre, polvo y pelo...desde luego no le era un sabor desconocido.

- No creo que el enano esconda veneno. Era el mediano el que ha sido acusado de envenenar su cerveza.Abramos la puerta que queda al lado del pasadizo secreto y luego ya veremos.- La joven druida ayuda a Daélric a acercarse a la puerta. Lo mira como una loba a su lobezno recién nacido.- Aunque todos sabemos donde esta la clave. - Echa una mirada suspicaz al pasadizo descubierto por el pajarillo. No estaban como para meterse en una incursión en vete tú a saber donde.

-Pero, xist, no, Lictea, déjame. No está bien lamer a otros. Vaya, ni a uno mismo. Bueno, a otros, en determinadas circunstancias sí -dijo rememorando cierto momento aparentemente placentero por un instante- pero esta no es una de esas circunstancias. Aparta, ya... -Daélric se separó de la druida un paso y la miró con cierta aprehensión, pero sin decir nada más. Respiró hondo y continuó- Bien, una puerta más y lo dejamos.

Abrís la siguiente puerta donde Lictea creía haber escuchado ratas. Esa sala era la del almacenamiento de las mercancías secas. Hay poco de valor aquí, y las cajas y embalajes tienen una espesa capa de polvo sobre ellos.

- Echemos un vistazo y sino hay nada de interés subamos.- Dije al ver la estancia pero tenía pinta por el polvo que hacía mucho que no se había abierto esa estancia.

Me acerqué con el bardo a examinar el lugar con tranquilidad y calma, no podíamos permitirnos el lujo que estáno él herido sufriera algún percance.

- Te echaré una mano en esta estancia.

La mujer hizo caso omiso de la palabrería del bardo, pero aún así obedeció y le dejó su espacio. ¿Qué iba a saber él de qué era bueno o no para curar las heridas?

Los dos hombres pueden escuchar el sonido de una cimitarra al ser desenvainada.  Es Lictea que pasa a través de la puerta abierta con actitud desconfiada.

- Sigo oyendo ratas.-  El no estar en su hábitat natural le hacía dudar de sus sentidos. Pero estaba segura de que oia ruido de ratas en la habitación. Puede que sólo estuvieran allí para comer las provisiones del enano. Una espesa capa de polvo lo cubría todo, así que no sería muy difícil percibir alguna huella. Fue buscando por la habitación, tanteando los barriles y mercancías con la punta de la cimitarra. Cómo echaba de menos a Lico, aquí él hubiera hecho un gran trabajo. Arrugó la nariz, que le picaba por el polvo que se levantaba y se quedaba en suspensión.

No viendo otra cosa mejor que hacer, el bardo echó mano a su ballesta ligera, la descolgó de su hombro y comenzó a cargar una saeta en ella. Las ratas tienen la mala costumbre de tratar de huir y el movimiento humano era más limitado que el suyo, mientras que una saeta lanzada por una ballesta tenía una velocidad considerablemente superior.

-Un vistazo rápido, al fin y al cabo bien nos tememos dónde debe estar lo que vinimos a buscar, ésto sólo podría reportarnos un "premio" menor.

Mientras rebuscáis con mucho interés el lugar y movéis cada caja y observais cada rincón, descubrís de dónde proceden aquellos sonidos de ratas.

Ante vosotros aparecen cuatro ratas enormes que parecen más grandes y más crueles que la mayoría de perros de la ciudad. Tienen una piel áspera y erizada, ojos malignos y una larga cola pelada.

Los cuatro roedores comienzan a chillar de forma más aguda y cada una de ellas trata de daros un mordisco, el ataque no os había pillado desprevenidos, pero sí por sorpresa.

Dos ratas muerden a Coran, mientras que las otras dos muerden a Daélric y Lictea. Los animales dejan la marca de sus dientes en vuestros brazos, notando un mal estar general que os invade el cuerpo.

Sorprendido ante el ataque de las ratas, escudo enbrazado asesté un golpe con la espada haciéndola girar sobre mi cabeza reaccioné bastante rápido así que tras enfrentar a una de esas bestiezuelas me puse al lado del bardo procurando que no fuera herido de nuevo.

- Atentos, Daélric detrás mía!!

Cuatro asquerosas y enomes ratas, casi del tamaño de jabalíes, habían aparecido en la habitación. Lictea se llevó un mordisco de una de ellas en el brazo.  Ni se inmutó,sino que  enseñó los diestes afilados a la rata, diapuesta a devolvérsela.

- ¡Grrr!

A pesar de las heridas, se lanzó soltando un aullido, al ataque de una de las ratas (la que le había atacado).

- ¡Auuuuu!

-¡¡Uarrrrggggh, quitádmelas, quitádmelas!! -gritó histérico el bardo agitándose caóticamente mientras retrocedía sin mirar hacia dónde. El espectáculo, en otras circunstancias podría resultar hasta gracioso, pero dado el estado magullado anterior, ésto podía suponer poner un trágico, quizás tragicómico final a su vida.

En resumen, justo cuando pensaba que el día no podía mejorar... va y aparecen 4 ratas gigantes.

Coran fue el único capaz de eliminar a una de las ratas, mientras que los otros dos por mucho que lo intentaron no tuvieron ningún éxito. Daélrick salió de la habitación completamente aterrado por la presencia de las ratas, mientras que sus compañeros las hacían frente de forma más eficaz y valiente.

Lictea trató de retroceder, pero tras su último paso se dio cuenta que no podría retroceder más, pues estaba acorralada dentro de la pequeña habitación y la única opción que tenía era salir por la puerta.

Las ratas volvieron a mostrar sus colmillos, y una vez más el único que recibió daño fue el paladín, que sintió como aquellos afilados dientes se clavaban en su antebrazo perforando parte del escudo que llevaba para que le protegiese.

Volví a atacar a la rata que me quedaba mientras hacía girar mi espada por encima de mi cabeza, ahora era Lictea la que tenía problemas maldita sea. Sentí el aguijonazo del mordisco de la rata penetrando en mi escudo, y mis ojos se clavaron furibundos en ella, al bajar el arma le asesté un nuevo golpe esperando que fuera tan certero como el anterior.

Me puse esta vez al lado de la druida y encaré a las ratas, me gustaban muy poco estos animales, sucios y traicioneros, habían herido demasiado al bardo y no parecía con fuerzas para luchar, solo esperaba que Heironeus me diera fuerzas para salvarlos.

- ¡¡Lictea, yo las retengo, si puedes sana a Daelric!!!

Daélric siguió retrocediendo, recuperando un poco (no demasiado) la calma perdida. Ya no se sentía activamente una rata encima, pero el mero recuerdo hacía que le entraran ganas de seguir intentando sacudírselas. En el límite de sus capacidades físicas y mentales, trató de retroceder, ahora ordenadamente, fuera de la sala... no, el sótano, eso, el sótano... en busca de ayuda.

Ahora que Daélric estaba fuera de la habitación, Lictea y Coran podrían centrarse en combatir con fiereza contra esas sucias alimañas. Sin embargo, la intención de la mujer, que era implorar la ayuda de la Madre , no iba a ser una buena idea en este momento. La salida del bardo había provocado que Lictea se viera acorralada por dos de las ratas.  Afortunadamente Coran se había desecho ya de una. Buscó el mango de su escudo de roble  para empuñarlo contra las ratas.

Lanzó de nuevo un tajo de la cimitarra hacia la rata que había osado tocarla antes.

Lictea ya no tenía más poder de curación que pudiera ayudarlos, por lo que, o se deshacían rápido de los bichos, o podrían morir allí mismo.