Partida Rol por web

Lucrecia tuvo que contenerse para no dar palmas ni ponerse a brincar. Estaba emocionada por el éxito de su nuevo conjuro, y el hecho de que nadie pudiera verla dejarse llevar por el momento era un punto a favor. Sin embargo, era consciente de que el efecto mágico se disiparía en cuestión de minutos, y lo que había de hacer era potencialmente importante y peligroso.

Así que se acercó a la entrada del templo en silencio, mirando a un lado y a otro, prestando especial atención a la presencia de personas acechantes, posibles emboscadas y trampas.

El lugar no parecía tener ningún rastro de trampas, por lo que entrar o salir de él parecía algo seguro. Pero cuando Lucrecia inspeccionó el lugar pudo ver que había un par de centinelas en la entrada sur, por donde ellos estaban mirando y otros dos centinelas en la entrada norte, la que los demás no veían. Por fortuna, uno de los centinelas de la zona norte estaba echándose una cabezada apoyado en una de las columnas del templo.

Entrar y salir del templo era una tarea sumamente sencilla para alguien invisible pues las puertas ni siquiera estaban cerradas, así que podría adentrarse y ver lo que había allí, aunque corría el riesgo de que la invisibilidad finalizase.

Lucrecia se mantuvo lo bastante alejada como para que su voz fuera inapreciable para los centinelas del templo. 

Guardias, llegó el mensaje a través del canal establecido por el conjuro. Dos en vuestro lado. Dos al otro, uno de ellos dormido. No hay trampas. Las puertas están abiertas. 

Namarra estaba intranquila. No se sabía nada de Lucrecia y la pequeña halfling se impacientaba, yendo de un lado para otro. No lo hacía a propósito pero siempre acbaba alrededor del Kraken, molestándolo, como si se viera atraida por su campo gravitatorio.

La mediana, que le llegaba a la cintura al semigigante, parecía disfrutar molestándolo. Le pisaba los pies al caminar o se apoyaba en él para atarse las botas.

El Kraken permanecía lo más quieto posible cuando sintió que algo se le acercaba por detrás. Cuando se giró, casi derriba a la pequeña halfling con el trasero.

-PERDON! -dijo mientras se quedaba mirando quizás demasiado tiempo su exuberante escote.

Elianne esperaba el retorno de su amiga lo más quieta posible, casi conteniendo la respiración. Pero a estas alturas comenzaban a dolerle los tobillos por estar tanto tiempo tensa y agachada.

—Dice que ha encontrado dos guardias de cada lado del edificio. Uno de los del otro lado está dormido. Sin trampas, puertas abiertas. No dijo si iba a entrar, pero sonaba como eso— comunica en susurros a sus compañeros. Tener noticias la relajaba un poco, todo venía bien por el momento.

Sanya, que no quitaba los ojos del templo, asintió en silencio, concentrada.

Os puedo oír, ¿sabes? replicó la muchacha en un susurro. Si queréis dar un rodeo y acercaros, el lado norte es ideal. Podéis dejar fuera de combate o acabar con el centinela en silencio, para que no despierte el otro. No tengo claro que sean nuestros ladrones, pero supongo que es probable...

Con un poco de suerte, no iban a meterse con unos simples desafortunados que habían aprovechado un templo abandonado porque no tenían un sitio mejor donde caerse muertos.

Voy a echar un vistazo rápido dentro, añadió.

Lucrecia aprovechó las puertas abiertas y se coló en el interior del templo. La duración del conjuro era breve, pero debería ser suficiente para echar un vistazo rápido, salir de allí y regresar con los demás.

—No, no lo sabía— respondió Elianne—Bien, eso hace todo más facil— era una pena que no todos estuvieran unidos a aquella "red" telepática, seguía siendo necesario transmitir verbalmente los mensajes a Namarra y El Kraken.

—Ella va a entrar por la puerta norte. Sugiere que vayamos ahí también, y nos decidamos por sortear o noquear al guardia en silencio. Creo que un hechizo de Dormir podría hacer el trabajo, pero escucho otras ideas. Es seguro que él no va a pasar escondido— finalizó, mirando al Kraken.

Zarus atendió a los susurros de Lucrecia y empezó a imaginar posibles acciones y sus consecuencias. Asintió a las palabras de Elianne. Era muy difícil que el Kraken pasara desapercibido.

En últimas, habrá que neutralizar a los 4. Pero primero debemos asegurarnos que son a quienes buscamos. Tal vez sea posible dar un rodeo y acercarnos por uno de los costados. Probemos suerte a ver si podemos dormirlos con algo de magia.

Raellia permaneció semiagachada, con un gesto genuinamente preocupado, mientras esperaban noticias de su amiga. Noticias que tardaban mucho en llegar, demasiado, logrando que la muchacha se tensara más y más... Hasta que dio un respingo cuando el mensaje cuchicheado llegó. A pesar del leve susto inicial, eran buenas noticias: estaba bien y había un acceso practicable. Solo quedaba un problema, claro: ¿y si era gente inocente?

-Si se puede intentar dormirlos lo prefiero. No sabemos si son inocentes, y no debemos lastimar a nadie. Menos aún sin motivos. 

A Lucrecia le dio tiempo a entrar por la puerta y encontrar allí una pequeña sala en la que había unas escaleras que descendían, una nueva puerta y lo que parecía ser una estatua en un delorable estado. No se podía reconocer a quién pertenecía pues las piernas y brazos habían sido arrancados. El techo estaba abierto lo que permitía iluminar la zona.

El conjuro estaba a punto de terminar así que Lucrecia regresó junto a sus compañeros para informarles de lo que había visto.

Tras algunos minutos Lucrecia regresó junto a sus compañeros. 

Estoy aquí, avisó de su presencia a los demás. Lo que no tardó en ser innecesario, pues el conjuro llegó a su fin unos instantes después haciéndola aparecer, como si se hubiera materializado desde la nada. El conjuro era tan conveniente, y divertido (su mente inquieta estaba pergeñando muchas ideas maravillosas que poner en práctica durante los próximos días), como inconveniente era su brevedad. 

He estado dentro del templo, pero solo un instante, dijo. Hay unas escaleras que descienden bajo el suelo, y una puerta que no he atravesado. No he descubierto nada más. Así que mi propuesta sigue siendo la misma. Dejar fuera de combate al vigía solitario, en silencio, para evitar que su compañero despierte. 

Si lo dormimos mágicamente, como habéis dicho, podemos llevarlo a la espesura para interrogarlo. Así nos aseguramos de que tenemos a la gente correcta. Y si le sacamos cuántos son, quién los lidera y si tienen trampas ahí abajo, mucho mejor para nuestros propósitos. 

Namarra se sobresaltó al escuchar a Lucrecia, de pronto, ahí al lado.

-Ah! Que susto! Mmm... me parece bien el plan. Quien lo duerme? Zarus, Elianne,yo?

—Yo me encargo. Dudo que el resto de mis habilidades mágicas puedan sernos útiles ahora, asique mejor que yo gaste conjuros primero.

Con esto dicho, Elianne comenzó a aproximarse al lado opuesto del templo, tratando de mantenerse siempre entre la maleza pero también intentando evitar mover las hojas por demás. Cuando juzgó la distancia como adecuada para su conjuro, tomó unos pétalos de rosa de su bolsa de componentes y los sopló hacia el guardia aún despierto.

—Ngimpi manis—dijo con voz clara, invocando un viento mágico que llevó las flores en dirección a su objetivo, y en el que los pétalos se deshicieron en un polvo somnífero. Con algo de suerte, también lograría afectar al vigía dormido, sumiendolo en un sueño aún más profundo.

Zarus preparaba su arco y su flecha, cuanto Lucrecia apareció. -Pues si que suena más lógico atacar sobre el flanco más débil. Usemos la magia a una distancia prudente y si funciona, entonces arrastremos al guardia dormido mágicamente, para luego interrogarlo y si no funciona y empiezan a atacarnos, no habrá otro remedio que luchar.

Zarus sabía que una lucha directa no era lo más óptimo, conseguir información era mucho más inteligente. -Si tan sólo supiéramos si son o no los chicos malos...- Zarus miró a la paladín, esperando a que ella tuviese alguna idea de como identificar si aquellas personas eran unos maleantes o gente de bien protegiendo en templo.

Si fallamos y se muestran hostiles a las primeras de cambio, tendremos la prueba de que no tienen muy buenas intenciones. 

Lucrecia era perfectamente consciente de la incoherencia vigente en su aseveración. Si su plan fallaba, los vigías se verían bajo ataque mágico, y la hostilidad era una respuesta razonable más allá de toda, o casi toda, moralidad. Claro que, que ella fuera consciente no implicaba que los demás lo fueran, y que lo fueran no implicaba que les importara. No se le pasó por alto, por otro lado, la mirada que Zarus había dedicado a Raellia. Lucrecia ya le había pedido en una ocasión que usara su don divino con cierta persona, aunque las circunstancias habían conspirando para que la situación se escapara por una azarosa tangente, y el asunto había quedado sin resolver. Por el momento, se dijo.

Vayamos tras Elianne, a distancia prudente, por si toca pelear. Confiaba en que no fuera necesario pelear, porque de algo más era consciente: que respondieran de forma hostil no los convertía en los ladrones que buscaban. Aunque qué posibilidades había de que no lo fueran. Un grupo de hombres, guarnecidos en un templo ruinoso en medio del bosque, cerca del lugar donde se cometían las fechorías.