Partida Rol por web

Cuando la agente Lewis y su compañero DeFuss terminaron de dar las últimas instrucciones al numeroso grupo de agentes de campo del FBI en la puerta del Hotel Excelsior, el sempiterno bochorno ya había dejado su marca sudorosa en los rostros y camisas de todos los que están allí congregados.

Desde la distancia el sheriff Smith y sus ayudantes contemplaban la escena, junto con algunos curiosos locales que se habían congregado allí a pesar de ser todavía muy temprano por la mañana. El ruido de los motores de tantos vehículos llegando casi al mismo tiempo había debido despertar a una buena parte del vecindario.

Habían llegado agentes de Louisiana y de Texas, de las oficinas locales y de las centrales. El esfuerzo de la Agencia para resolver el caso con prontitud era encomiable y enorme la responsabilidad que recaía sobre los hombros de los policías encargados de solucionarlo.

El sargento Scott Bennet se aproximó a sus dos colegas del FBI y los tres se subieron al vehículo que les iba a llevar hasta Uncertain, en busca de Dutch Redbear, el mejor guía del pantano según Sue Ellen Watson. Cuando llegaron al lugar preguntaron a unos locales que estaban plácidamente pescando dónde podían encontrar el negocio del barquero y ellos les indicaron amablemente la ruta a seguir hasta el extremo noreste de la localidad, un camino salpicado de algunas casas que terminaba a orillas del lago.

Allí, no muy lejos de otras viviendas similares, se hallaba el lugar indicado por un discreto cartel que anunciaba los servicios ofrecidos y el nombre del propietario, el cual salió de la cabaña que le servía de vivienda al oír el motor del Lincoln del agente DeFuss.

Moira se despidió de sus compañeros y anduvo calle abajo hasta la cafetería, donde esperaba encontrarse con Leo. Entró en el local y vio a Yolanda Díaz detrás de la barra, que le dedicó una mirada neutra. En la misma mesa de la noche anterior la esperaban Leo y su amigo el del rapado de marine.

El primero sonrió ampliamente al verla llegar, pero el segundo apenas sí se molestó en dirigirle la mirada. Estaban dando cuenta de un buen desayuno grasiento y abundante y Moira, que ya había comido en el hotel, se preguntó cuánto tiempo tendría que pasar allí sentada antes de que pudieran ponerse en marcha.

 Jordan estaba comenzando su segundo día en aquel caso y ya sentía que hoy las cosas iban a moverse más rápido que ayer. No solo porque ya conocía un poco más la zona y estaba bien descansado, sino porque también tenían todo un ejercito de agentes del FBI merodeando debajo de cada roca en Texas. Era evidente que la agencia estaba accediendo a ofrecerle más cosas a los agentes conforme pasaba el tiempo; aunque lo ideal sería que no pasara más tiempo y pudieran resolver aquel caso cuanto antes.

 El veterano detective se dio el gusto de llevar a sus compañeros en su Lincoln hasta Uncertain; luciendo a su bebe por las carreteras soliatrias de aquel caluroso estado. Aunque conforme se acercaban al pantano, iban intercambiando la sensación de calor por la de una humedad. Una vez que llegaron hasta la vivienda de Dutch y vieron salir al sujeto, DeFuss se adelantó e intentó entablar una conversación con el sujeto... en los mejores términos posibles.

- Dutch Redbear, ¿no es así? Somos los agentes DeFuss y Lewis del FBI y nos acompaña el ranger Bennet. Nos han dicho que usted es el mejor guía en este pantano. Sue Watson, para ser más precisos.

Dutch Redbear no dijo nada. Simplemente estaba allí plantado, a la entrada de su vivienda/negocio, observando a los tres agentes con unos ojos duros que apenas parpadeaban. Era un tipo que pasaba de los cuarenta, alto y aparentemente en forma. Sus rasgos eran claramente de nativo americano, aunque vestía sin lucir ningún tipo de complemento de su cultura, de manera que era imposible identificar su pueblo de origen.

Sus puños se abrían y cerraban, nervioso. Parecía estar evaluando una situación totalmente inesperada y valoraba cómo enfrentarse a ella, según podían deducir los agentes por su lenguaje corporal.

Scott había acudido junto a los dos agentes del FBI en la búqueda de Dutch Redbear, el guía que podía llevarles hasta la Bruja del Árbol, según había investigado su compañera Greenwrim. El agente Jordan Defuss fue quien se adelantó para conversar con el sujeto, haciendo las presentaciones pertinentes.

Fue entonces cuando el agente Bennet notó que Dutch no era un sureño de la América profunda como había intuido en un primer momento, sino que se trataba de un nativo americano, aunque no parecía exhibir ningún complemento propio de su cultura. Scott notó que el hombre se hallaba un tanto nervioso a juzgar por su lenguaje corporal, aunque le sorprendió que no dijera ni una sola palabra. Una idea empezó a venírsele entonces a la cabeza, que podía explicar por qué Dutch no había dicho aún una palabra. ¿Tal vez Dutch era sordomudo y no hubiera entendido a Jordan?

-Señor Redbear -dijo el agente Bennet, sacando cuidadosamente su identificación como ranger y mostrándosela al nativo americano. Con la otra mano, alzó la palma, indicando a Dutch que permaneciese quieto-. Soy el agente Bennet. Nos gustaría hablar -Guardó la identificación y decidió sacar su teléfono móvil, aún sin hacer nada más.

No recordaba la última vez que se despertaba sin pesadillas, ni sudores fríos ni la garganta tan seca, teniendo incluso la sensación al abrir los párpados de que había regresado a la seguridad de su casa. Por desgracia seguía allí, con el asfixiante calor y un caso cada vez más enrevesado al que le daba vueltas incluso en los minutos de relax mientras se duchaba.

Dedicó un rápido saludo a sus compañeros antes de que se marcharan en dirección contraria, siguiendo ella calle abajo con la breve esperanza de que Leo estuvieran lo suficientemente borracho como para olvidarse de esa “cita”, pero al abrir la puerta y verle allí plantado supo que le había convencido tal vez demasiado. Sin embargo le dedicó un gesto con la cabeza para saludar al percatarse de la presencia de Yolanda, señalando a la camarera como si estuviera dándole un mensaje de que iba a pedir algo antes de sentarse con ellos.

Se dirigió a la barra con una ligera sonrisa, bajando un poco el volumen de su voz.

Siento no haberme presentado el otro día, tuve varias complicados y me fue imposible.- Un desmayo y despertarme en el hospital, fue divertido. Imaginándose que le habrían comentado el espectáculo de la anterior noche, intentó resumir para no perder el tiempo con banalidades.- Si estás dispuesta, podemos hablar esta tarde. Te daré mi número para que puedas localizarme.- Apoyó las manos en la barra, relajando el peso de su cuerpo.- Un café, cargado. Gracias.- Formuló la petición con un poco más de voz para que la escucharan. Ayer ya bebió lo suficiente, hoy necesitaba tener la cabeza despejada.

—¿Qué es lo que quieren? —inquirió de pronto Dutch Redbear con una voz seca y grave, disipando las dudas del sargento Bennet. El ranger se fijó, eso sí, en que el hombre llevaba un gran cuchillo enfundado en la parte trasera de sus pantalones.

Echó de camino un vistazo en derredor y se percató de que allí no había nadie más que el barquero, algo que no supo si le tranquilizaba o le volvía más suspicaz. Amarrados en el embarcadero había tres botes: uno de remos bastante viejo, otro con motor fuera borda de tamaño mediano y un hidrodeslizador con capacidad para, al menos, diez personas. Los tres estaban en buen estado, como el resto de herramientas y materiales. En un pequeño garaje se veía la trasera de una pickup de marca Ford, un modelo reciente muy común por aquellos lares y por media América.

—Lo intentaré, pero no puedo prometerle nada, señorita —respondió Yolanda Díaz a la agente Greenwrim—. Tengo mucho trabajo y no quiero dejar solo a mi hijo. La gente está muy nerviosa con la desaparición del niño de McKnight y Carlos está afectado por todo lo que está pasando.

—Agente pelirroja, venga aquí y siéntese a desayunar con nosotros —vociferó Leo con tono jocoso—. Y no se deje engañar por la mexicana, aunque tiene un acento espantoso sabe hablar nuestro idioma —agregó, para alegría de su compañero y cabreo de la mujer.

Me entiendo perfectamente con ella, gracias.- Respondió en voz alta y media sonrisa a Leo, queriendo también defender a Yolanda. Tras tantas vueltas por fin la había encontrado y no quería que se escapara, otra vez.- Terminar de desayunar tranquilos, ahora voy con mi café.- Y cerró ahí la conversación con la mesa, al menos por el momento, teniendo claro que no tardarían en volver a la carga.

Me gustaría conocer a tu hijo, creo que ayudará en la investigación.- Ahora que volvía a prestar atención a Yolanda bajó el volumen. Mientras tanto sacó de su bolso su cartera y una tarjeta, queriendo dejar escondida bajo el billete su número antes de tendérselo.- Por el café, y mi número. Llámame cuando estés libre e iré a visitaros. Se estará mejor que aquí.- Esperó a que le diera el café y terminara de decir lo que fuera antes de dirigirse a la mesa.

Por primera vez desde que iniciaran el caso, Adele había podido dormir sin pensar en calor, en desapariciones, en nada más. ¿Tenía algo que ver el hecho de que no sintiera todo el peso del FBI sobre su espalda, ahora que contaba con un nuevo compañero y se les había enviado un equipo? Estaban aún a kilómetros de resolver el caso, y sin embargo parecía que por fin iban a alguna parte... fuera ésta la parte que fuera.

En el bayou, dejó que fueran Bennet y DeFuss los primeros en hablar al hombre, estudiándolo a su vez con curiosidad. De hecho, intentó averiguar si era la presencia femenina lo que les estaba haciendo reaccionar de forma cauta. La presencia de los botes era un detalle que le llamó en extremo la atención. -¿Son suyos, los tres? ¿Acostumbra alquilarlos?- Se tomó un momento antes de continuar. -Queremos ver a la Bruja del Árbol. ¿Cuánto cobraría por llevarnos hasta ella?-

—Se lo dije una vez, señorita. Mi hijo no va a hablar de nuevo con un policía jamás —respondió Yolanda con la voz endurecida—. Si quiere saber algo hable conmigo, pero deje a mi hijo tranquilo. Ya ha tenido suficiente.

La mujer se guardó discretamente la tarjeta de la ranger y se dispuso a hacer otras tareas. Desde la mesa, el amigo de Leo miraba a las dos mujeres con suspicacia, mientras que el propio Leo terminaba su desayuno. Cuando Moira se acercó a ellos ninguno dijo nada. Sencillamente se levantaron, dejaron los platos y el dinero y se dirigieron a la puerta.

Fuera la luz del sol deslumbró a Moira. Se reflejaba en el espejo retrovisor de una camioneta 4x4 enorme, con el eje trasero más ancho. Era la misma que había visto bajo la luz del atardecer en Cypress Chapel. Dentro de la misma había dos personas, un hombre y una mujer. No estaba segura de que fueran los mismos del día anterior, pero todas las probabilidades apuntaban a ello.

—Lo siento, pelirroja, tengo otras cosas que hacer esta mañana; pero estos dos amigos conocen el camino.

¿Estaba Leo nervioso? En todo caso no parecía molesto por quedarse fuera del paseo y del "prometido" revolcón. Su compañero el marine, por el contrario, no parecía disgustado; más bien todo lo contrario, hasta esbozó una sonrisilla al ver la cara de sorpresa de la sargento Greenwrim.

Dutch Redbear pareció relajarse un poco cuando le habló Adele Lewis. El tipo se mantenía en guardia, prevenido ante la presencia de la pasma, pero de aquel trío de agentes tan serios como él, la mujer afroamericana parecía la mejor interlocutora; no por su rostro amable, sino porque era eso, una mujer.

—Los tres botes son míos. Tengo todos los papeles en regla firmados por la oficina del sheriff Taylor* —hizo una pausa y miró de arriba a abajo a los tres policías—. ¿Quieren ver a la Bruja del Árbol? ¿Vestidos así? Espero que no les importe ensuciarse.

Torció la boca en lo más parecido a una sonrisa que podía salir de aquel tipo hosco y malencarado.

Aunque negara de nuevo la propuesta, el hecho de que cogiera la tarjeta fue un indicativo de que, al menos, quería seguir cooperando. Teniendo en cuenta al ritmo que iban con la investigación, no podía más que conformarse.

De todos modos al terminar esa pequeña “reunión” con Yolanda lo que no esperaba era la posterior reacción de Leo y, sobre todo, que lo que parecía un viaje romántico se había transformado en una excursión de grupo… en el mismo vehículo que les había estado observando y que debía pertenecer a los secuestradores.

Aquello tenía mala pinta mirara por donde mirara. Dudaba bastante que Leo hubiera negado su compañía y el nerviosismo del hombre debía deberse a algo, ¿miedo? ¿le estarían amenazando? ¿o temería más bien la ira de la ranger? En cualquier caso sabía que se estaba metiendo en la boca del lobo y que podría acabar muerta en alguna zanja del bayou, pero eso era lo más parecido a una pista segura del paradero de Ben que tendrían en mucho tiempo.

No pasa nada, otro día.- No había avisado a la escolta, por desgracia lo sabía, pero no podía arriesgarse a hacer un movimiento en falso y que esos dos se fueran.- Gracias por todo, Leo.- Y tras pensar si llevaba su pistola reglamentaria* con ella, se dispuso a subir a la camioneta.

El nativo americano había comenzado a hablar, y daba la impresión de que se entendía mejor con Adele que con Scott o con Jordan. El ranger dejó que la afroamericana tomara la iniciativa, mientras dirigía una mirada hacia los tres botes de Dutch. En esos instantes, no podía haberle importado menos que tuviera los papeles en regla, pues a esas alturas lo único que le importaba es tener un guía que les llevase a ver a la Bruja del Árbol.

-Señor Redbear, a estas alturas... ¿Cree que nos importa ensuciarnos? -le preguntó al guía, recordando que ya se había manchado suficiente de barro cuando había seguido el rastro de los captores de Theresa O'Hara-. Solo queremos que nos lleve con esa Bruja del Árbol. -Sabía que con aquel tipo de gente lo mejor era ir directos a lo importante: el dinero que iba a solicitarles por llevarles hasta el hogar de la bruja-. ¿Cuánto?

—Por cien pavos puedo llevarles a los tres al sitio —respondió Redbear que seguí en la misma posición desde el principio, sin haberse acercado a ninguno de los agentes—. No son negociables. No me gusta regatear mis tarifas. Lo toman o lo dejan.

Estudió antentamente las reacciones de los tres policías. No era tonto y sabía que aquellos tres le necesitaban para llegar hasta la Bruja del Árbol. Podía haberles pedido más dinero, pero conocía cómo se las gastaban los tipos del gobierno que podían obligarle a colaborar por las malas.

—¿Qué me dicen?

Leo y su amigo se alejaron de allí con calma pero sin mirar atrás. La puerta del asiento del acompañante se abrió y bajó una mujer madura, de carnes secas y músculos marcados, vestida con atuendo paramilitar. Fumaba un cigarrillo y sin decir una palabra le indicó a Moira que subiera al vehículo, en la parte delantera, entre ella y el conductor.

El hombre al volante, de edad similar a la mujer, miraba hacia la carretera, como si no fuera con él la cosa. Mascaba tabaco y tenía la radio puesta a un volumen molesto con música country muy vieja. Detrás de él, sobre el cristal trasero, estaban colgadas una escopeta de corredera y un fusil de asalto AR-15.

Dentro del vehículo olía a sudor, a whisky y a tabaco. El aire acondicionado estaba en marcha pero el filtro causaba más hedor que limpiaba el aire. En el salpicadero había una biblia muy manoseada y algunos paquetes de tabaco vacío. El suelo de la camioneta estaba también muy sucio de barro, briznas de hierbas y otras manchas menos reconocibles.

Cuando la agente Greenwrim se sentó entre los dos individuos, el hombre arrancó sin más. La mujer se dispuso entonces a mirar por la ventanilla.

-Hecho.- Dijo de inmediato Adele, tomando nota de que le tocaría poner el gasto en su informe o se lo descontarían de su paga. Esperaba que la información que pudieran conseguir con la Bruja del Árbol fuera suficiente justificación para los 100$. -Y sigue sin contestarme la pregunta. ¿Alquila los botes? ¿Tiene alguna clientela fija local? ¿Conoce a los Tillman?- La mujer pensaba aprovecharse de la buena disposición que mostraba el guía a su favor para intentar sacar toda la información posible.

De hecho, ¿no sería más conveniente para los secuestradores alquilar botes para que no se les pudiera relacionar con los suyos propios, si es que tenían? Dutch tenía pinta de ser de ese tipo de hombres que no se mete donde no lo llaman, y que podría ser muy discreto en cuanto a las razones por las cuales pudieran necesitar de sus servicios. A la agente Lewis no le gustaba comenzar a sentir que no había nadie en quien pudiera confiar, pero puesto que su instinto así se lo decía, lo mejor sería fiarse de él.

Manson.

Los guardeses de McKnight vinieron automáticamente a la cabeza una vez se adentró en el vehículo, echando un rápido vistazo para corroborar su teoría: Era la misma furgoneta, donde había visto un hombre y una mujer con prismáticos observándolos en la distancia; El vehículo era lo suficientemente grande como para que el muchacho estuviera dentro, aunque si los conocía no le sorprendía que permaneciera disfrutando del viaje. Será mejor no tocar demasiado, este lugar es una mina de huellas; Un paquete de tabaco vacío, queriendo comprobar si se trataba del mismo que había encontrado en el bayou*, el suelo de barro que podía ser también del bayou… Sin duda aquello parecía estar hecho a propósito para que entendiera la indirecta muda.

No pudo evitar contener una sonrisa ladeada ante la discordante situación, sobre todo la amenaza velada que suponían las dos armas colgadas, teniendo cada vez más curiosidad de saber qué tenían pensado.

Se sentó donde le indicaron, cruzando las piernas y dejando el bolso sobre su regazo, ocultando el arma por si tenía que recurrir a ella en cualquier momento. Después imitó el movimiento de la mujer, quedándose unos segundos mirando por la ventana para intentar reconocer el paisaje antes de alzar la voz.

Con las prisas Leo no ha tenido oportunidad de presentarnos. Moira.- Algo le decía que ya lo sabían, pero tenía demasiada curiosidad de saber si iban a disimular un nombre falso o directamente no decirle ninguno.- ¿Vosotros?

—Los botes no van a ningún lado si no es conmigo dentro de ellos —fue su lacónica respuesta cuando la agente Lewis se acercó a él para entregarle el dinero—. Mi trabajo es guiar a la gente por el bayou o enseñárselo para que se distraigan. No me interesa verme envuelto en ninguna historia con turistas perdidos con mis embarcaciones. Luego el seguro se lava las manos y yo me quedo sin mis herramientas de trabajo.

Tal torrente de palabras parecía extraño en la boca de aquel tipo, pensaron los agentes; pero lo cierto es que al centrarse en la primera pregunta Dutch Redbear había ignorado las dos siguientes, ya que cuando terminó de hablar se puso a aparejar la lancha motora para salir inmediatamente.

—Me llamo Seymour Blackman y ella es mi esposa Sarah.

La mujer apenas hizo un gesto con la mano y Seymour mantenía todo el tiempo la vista en la carretera. Moira comprobó que salían de Jefferson por una de las carreteras que conducían al estado vecino, aunque todavía tenían que atravesar el condado de Harrison para llegar a Louisiana.

El paquete de tabajo era de la misma marca que el encontrado en el embarcadero, aunque lo cierto es que se trataba de una marca bastante común. Ahora que se fijaba mejor, Moira pudo ver también algunas pegatinas con la bandera confederada, la NRA y otros motivos que apuntaban claramente a que los Blackman eran, como mínimo, simpatizantes del supremacismo blanco.